- La Asociación de Mujeres Afrodescendientes del Norte del Cauca (ASOM) busca garantizar el reconocimiento y la tenencia de las tierras para las mujeres negras en 10 municipios de esa región, en zonas afectadas por el conflicto armado.
- Juntas han creado 10 iniciativas de producción sostenible para garantizar la soberanía alimentaria de sus familias a través del establecimiento de parcelas colectivas de plátano, café, maíz, frijol y hortalizas, así como la cría de tilapia roja.
- También han logrado recuperar fuentes hídricas, reforestar áreas degradadas y crear viveros comunitarios para la conservación de semillas y plantas nativas, generadoras de agua y para la medicina ancestral.
En el siglo XVII, al fugarse de los sitios de esclavización, las mujeres negras llevaban consigo semillas ocultas entre las trenzas hechas en sus cabellos. Así lograron sembrar sus huertos en nuevas tierras para alimentar a los suyos. En sus peinados cargaban un pedacito de resiliencia, narra Johana Bastidas sobre sus ancestras, pues las plantas que harían crecer garantizarían la sostenibilidad y la soberanía alimentaria de ellas y de sus familias en aquellos tiempos difíciles.
“Por eso para nosotras la tierra, el territorio y los recursos significan la vida”, dice Bastidas, integrante del consejo técnico y del equipo de Desarrollo Sostenible de la Asociación de Mujeres Afrodescendientes del Norte del Cauca (ASOM), quienes luchan por garantizar el reconocimiento y la tenencia de las tierras para las mujeres.
Hoy en día, Bastidas es una de las 230 mujeres afrocolombianas que, a través de distintas actividades ligadas a la producción agropecuaria, la conservación de suelos y de fuentes hídricas, buscan no sólo crear alternativas alimentarias y económicas comunitarias, sino replicar y conservar las prácticas ancestrales que aprendieron de aquellas mujeres para que no se pierdan con el tiempo.
Por ello se han organizado en diez grupos veredales con tareas diversas. Bastidas es una de las integrantes del grupo Las Acacias, dedicadas a la siembra de plátano en la comunidad de Palo Blanco, ubicada en el municipio de Buenos Aires, en el norte del departamento del Cauca, Colombia. En una hectárea de tierra cedida por su Consejo Comunitario —entidad étnica conformada por comunidades negras que administran una propiedad colectiva—, han logrado sembrar 3000 plantas que darán sus primeros frutos en octubre del 2024.
“Es un lugar mágico, maravilloso, porque ahí están no solamente todas esas plantas, sino miles de sueños que tenemos las mujeres. Ahí contamos también con una zona de bosque que las mujeres hemos decidido conservar intacta; es una reserva con una diversidad de árboles para la conservación ambiental y de la humedad del suelo, porque tenemos tres humedales que rodean el lugar”, describe Bastidas.
El norte del Cauca ha sido impactado históricamente por el monocultivo de caña azucarera y por la presencia de cultivos ilícitos que degradan los suelos y acaban con los bosques, explica Bastidas. Esta misma situación ha influenciado en el despojo de tierras de las comunidades afrodescendientes, de por sí afectadas —particularmente a partir de la década del 2000— por el desplazamiento forzado de sus territorios, a manos de grupos paramilitares del conflicto armado.
Esta combinación de factores es la que ha impulsado la persistencia de las mujeres por recuperar la naturaleza, sus territorios y sus prácticas ancestrales. Ahora, ASOM —fundada en el año 1997— trabaja con mujeres de 10 municipios de la región norte del departamento del Cauca y tres municipios de la costa pacífica caucana.
Juntas colaboran no sólo en el mantenimiento de las parcelas colectivas para la producción sostenible de plátano, sino también en las de café, maíz, frijol y en los huertos de hortalizas, así como en una iniciativa para la cría de tilapia roja, al mismo tiempo que recuperan ojos de agua, reforestan áreas degradadas y crean viveros comunitarios para la conservación de semillas y plantas nativas, generadoras de agua y para la medicina ancestral.
“Son dinámicas muy enriquecedoras porque no sólo hacemos ejercicio de trabajo colectivo y colaborativo, compartiendo los saberes unas con otras, sino que además hemos recibido procesos de formación a través del proyecto “Raíces, mujeres sembradoras del cambio” —de la ONU— y ASOM. Es decir, hemos aprendido a trabajar la tierra de manera más productiva, pero conservando nuestro medio ambiente y contrarrestando la violencia de género con el empoderamiento político, social y económico de las mujeres”, explica Bastidas.
Asegurar los territorios
Los pueblos afrodescendientes están presentes en 205 millones de hectáreas de tierra en Latinoamérica y el Caribe. El Proceso de Comunidades Negras (PCN) y la Coordinación Nacional de Articulación de las Comunidades Quilombolas Negras Rurales (CONAQ) señalan que, de esta superficie, cuentan con el reconocimiento legal de derechos de tenencia colectiva de tierras únicamente en el 5 % de las áreas cartografiadas en 16 países de la región, lo que representa un poco más de 9.4 millones de hectáreas.
Estas organizaciones han mapeado la presencia territorial de los pueblos afrodescendientes en Belice, Bolivia, Brasil, Colombia, Chile, Costa Rica, Ecuador, Guatemala, Honduras, México, Nicaragua, Panamá, Paraguay, Perú, Surinam y Venezuela, en coordinación con diferentes organizaciones de base e investigación afrodescendientes.
Sus resultados apuntan que los territorios habitados por los pueblos afrodescendientes incluyen ecosistemas de selvas tropicales, sabanas y áreas de producción agrícola. El área con la menor transformación antropogénica ocupa el 77 %, lo que indica que los territorios identificados con presencia de estos pueblos tienen principalmente cobertura natural y forman parte de áreas consideradas hotspots o puntos críticos de biodiversidad. Además, identificaron un total de 1271 áreas protegidas nacionales e internacionales en proximidad o superposición con tierras de pueblos afrodescendientes.
“Nosotros, como integrantes de las comunidades afrodescendientes, necesitamos visibilizar todo ese aporte que le hemos hecho a la humanidad durante cientos de años, pero hoy más que nunca debido a la situación compleja de cambio climático, pero también por la inseguridad alimentaria y las prácticas de producción capitalistas que van en detrimento de lo que produce la tierra naturalmente”, sostiene Clemencia Carabalí, coordinadora general de ASOM.
Lograr el acceso a la tierra es fundamental para el desarrollo colectivo de las comunidades negras, dice Carabalí. En el caso particular de las mujeres, sostiene que ellas llevan “la peor parte, porque somos las que estamos al frente del cuidado de la familia. Cuando se agota el agua, nos toca buscarla más lejos. Cuando se agoten los recursos con los que nos favorece la naturaleza, las mujeres, las niñas y los niños seremos los primeros afectados”.
Actualmente, ni los marcos legales nacionales ni internacionales garantizan completamente los derechos territoriales de las comunidades afrodescendientes. A mediados de junio del 2024, diversas organizaciones y líderes de Colombia y Brasil discutieron el tema, con la presencia de personalidades como Francia Márquez, vicepresidenta de Colombia, en el evento Asegurar los derechos de tenencia de tierras de los pueblos afrodescendientes en América Latina y el Caribe: Un camino efectivo hacia la conservación y la acción frente al cambio climático.
Este ha sido el preámbulo para que, ahora que se acerca la Conferencia de las Naciones Unidas sobre Biodiversidad (COP16) —que se realizará en noviembre en Cali, Colombia—, las organizaciones estuvieran organizadas y preparadas para resaltar la urgente necesidad de reconocer a las comunidades afrodescendientes como actores clave en la protección de la biodiversidad y la preservación de sus tradiciones culturales y de conservación, las cuales dependen del reconocimiento de derechos territoriales en toda América Latina y el Caribe.
“El hecho de que la COP16 suceda en Cali —una región en donde predominan las comunidades afrodescendientes— puede ayudar a que los gobiernos miren que efectivamente hay comunidades que tienen que ser reconocidas en el marco de la toma de decisiones”, dice José Luis Rengifo, líder afrodescendiente del Proceso de Comunidades Negras (PCN). “Finalmente, esto se puede traducir a que todos aquellos procesos de financiamiento climático lleguen directo a las comunidades y se puedan fortalecer todas las estrategias de áreas de conservación propias”, agrega.
La esperanza sembrada en la tierra
Por una carretera rural entre los municipios caucanos de Santander de Quilichao y Buenos Aires, en un sitio llamado Barrancón, se encuentra el terreno fértil en donde las mujeres de Palo Blanco han sembrado sus esperanzas. En esa hectárea de tierra, repleta de plantas de plátano, también elaboran el abono orgánico con el que alimentarán el suelo que, hasta hace un año, era muy árido.
En una jornada de trabajo, se reúnen entre 20 y 30 mujeres para retirar las hojas secas de la planta y convertirlas en fertilizante. En el proceso, no sólo van ellas, sino que también las acompañan sus esposos e hijos.
“Así es como estás iniciativas que nosotros llamamos colectivas, se convierten en iniciativas familiares, porque nuestras familias participan, aprenden y se fortalecen. Eso resulta muy beneficioso para nosotras las mujeres”, afirma Johana Bastidas.
Ahora mismo tienen 3000 plantas en desarrollo, sin embargo esperan aumentar la cantidad hasta llegar a 5000. Por lo pronto, están trabajando en construir alianzas para la comercialización justa rumbo a su primera cosecha —de entre 500 y 1200 racimos de plátano— a finales del 2024, uno de los retos más grandes que tienen por delante, agrega.
Sin embargo, en noviembre del 2023, ASOM logró dar un paso más hacia el empoderamiento económico de las mujeres del norte del Cauca. Juntas crearon la Supertienda Merkasom, una iniciativa para que todos los grupos de mujeres puedan vender sus productos sin intermediarios y a precios justos.
“Es un sueño hecho realidad, ahí es donde tenemos puestas nuestras expectativas de comercialización. Está ubicado estratégicamente en Santander de Quilichao, que es un lugar con un amplio comercio y donde todas las veredas y municipios aledaños llegan a comprar o comercializar sus propios productos”, explica Bastidas.
Esta tienda es una iniciativa apoyada por Thousand Currents, la Alianza por la Solidaridad Colombia, la Alianza Efi, Aecid Colombia y Wellspring Philanthropic Fund, así como por la Universidad del Valle, sede Norte del Cauca, que ha sido aliada en las acciones de formación y capacitación para las mujeres, a través de la Escuela de Mujeres Constructoras de Paz impulsada por ASOM.
Merkasom está ideado como un primer sitio que garantice el comercio justo de los productos de las mujeres, para así impulsar su empoderamiento social y económico. También apuestan a la creación de alianzas estratégicas para comercializar a través de grandes cadenas o para fortalecer otros supermercados.
“Este es uno de los grandes desafíos que tenemos para comercializar, porque ocurre que los intermediarios se llevan los productos y los pagan a precios muy bajos, para luego venderlos mucho más caros y obtener la mayor ganancia. Por eso nosotras pensamos en un lugar como Merkasom, un sueño hecho realidad, pero también es una tarea grande y un reto fuerte”, dice Bastidas.
Las guardianas de las tierras
Para las mujeres afrocolombianas, llegar a ser dueñas de la tierra y decidir sobre lo que se produce en ella, de una manera sostenible y equilibrada con la naturaleza, también significa una oportunidad para mitigar los efectos provocados por el cambio climático y la explotación de los recursos naturales por agentes externos a las comunidades negras.
“Dentro de la organización hay mucha conciencia de que todos estos efectos que se están viviendo en los territorios, como los prolongados veranos, sequías y lluvias, tienen que ver con las consecuencias que se están derivando del uso de los agroquímicos, la deforestación, los cultivos ilícitos y la minería que destruyen el medio ambiente. La tenencia de la tierra es una oportunidad para seguir con las acciones que contribuyan a mitigar todos estos efectos”, afirma Diana Angulo, coordinadora social del Proyecto de Implementación de Sistemas Productivos para la Conservación Ambiental, Soberanía Alimentaria y Autonomía Económica de las Mujeres de ASOM.
Que cada mujer tenga un espacio para estar y hacer dentro de su territorio, es también una manera de prevenir la violencia, sostiene Gloria Bermúdez, representante legal de ASOM.
“Estamos convencidas de que la única manera de prevenir las violencias que vivimos en nuestro territorio, en el norte del Cauca, es permaneciendo en él. No nos queremos ir de nuestro territorio porque no tendríamos vida. Ya hemos tenido muchas experiencias de desplazamiento hacia las ciudades, en donde las mujeres negras hemos tenido que estar al servicio como empleadas domésticas, donde hemos sufrido muchas violencias. No queremos ser despojadas de nuestra tierra y por eso seguiremos trabajando para que, poco a poco, cada mujer tenga un sitio”, afirma Bermúdez.
Tener tierra para las mujeres campesinas negras es también un asunto de honor, pues sus ancestras lucharon para dejarles un legado que se ha visto vulnerado por la proliferación de la agroindustria y sus monocultivos.
“Mucha tierra se ha perdido en manos de foráneos, por eso, para nosotras es importante su recuperación, para garantizar a las futuras generaciones, a nuestros hijos, que ellos también tendrán dónde hacer, ser y estar. Queremos seguir ocupando los espacios que por herencia e historia nos pertenecen”, agrega Bermúdez.
Las mujeres negras se consideran a sí mismas como guardianas de la tierra, del territorio y de la vida. Sus ancestras les enseñaron a alimentar y sostener una relación profunda y cercana con el río y los árboles que las rodean, porque de ellos dependerá su subsistencia.
“Cuando las mujeres negras parimos a nuestros hijos, tenemos como tradición sembrar el ombligo de ese niño en la tierra, junto a un árbol fuerte”, concluye Johana Bastidas. “Eso determinará la fuerza de ese nuevo ser humano. Para nosotras, ese saber y ese conocimiento representa el arraigo que tenemos con el territorio, el arraigo que tendremos siempre con la vida”.