- La ampliación de la frontera agrícola, la ganadería, los deportes y hasta el turismo están ejerciendo grandes presiones sobre los páramos de Ecuador. Escenario difícil para estos ecosistemas que funcionan como grandes reservorios de agua.
- En Chimborazo, la introducción de especies exóticas como la vicuña ejerce presión sobre los suelos y está acabando con la vegetación nativa.
- La biodiversidad del Chalupas está poco estudiada. La posible ejecución de un proyecto para generación eléctrica, agricultura y acceso al agua podría secar dos ríos vitales para una reserva de más de 93 000 hectáreas.
La cordillera de Los Andes cuenta con un gran número de montañas nevadas que a la vez son grandes volcanes que permanecen inactivos o con actividad latente. Muchos de estos, como el Chimborazo, el Cotopaxi o el Antisana, se encuentran en Ecuador. Pero más allá de esto, sus grandes alturas ─más de 5500 metros sobre el nivel del mar (m.s.n.m.)─ los proveen de gran variedad de flora y fauna.
En medio de esta diversidad se encuentra el ecosistema de páramo, que junto a la parte glaciar, funcionan como grandes reservorios de agua, indispensables para la regulación hídrica y el abastecimiento de grandes centros poblados.
La historia en 1 minuto. Video: Mongabay Latam.
Ecuador, por ejemplo, posee una extensión aproximada de 12 500 kilómetros cuadrados (km2) de páramo y 50 km2 de masa glaciar, lo que representa cerca del 5 % de su territorio. Estos ecosistemas, sin embargo, están en riesgo por la ampliación de la frontera agrícola y el pastoreo, a pesar de que muchos de ellos se encuentran en áreas con alguna categoría de protección. Esto sin contar con los efectos del cambio climático, el turismo desbordado y los deportes extremos que amenazan los sensibles suelos de estas zonas.
Los páramos del volcán Chimborazo y del volcán Chalupas enfrentan todas estas presiones, y aunque presentan algunas diferencias, son un reflejo de la delicada situación que enfrenta el país sudamericano.
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El Chimborazo no aguanta más presión
El Chimborazo ─la montaña más elevada del país con 6310 metros─ sufre por la ampliación de la frontera agrícola, el pastoreo, la ganadería, los deportes en motocicletas y cuatrimotos, el aumento de la población y hasta las especies invasoras.
Aunque parezca contradictorio, los páramos del Chimborazo, en los Andes occidentales, son secos y más propicios para la agricultura en comparación con los ecosistemas húmedos en la zona nororiental del país y por eso la actividad ha avanzado aceleradamente con el paso de los años. Robert Hofstede, biólogo de la Universidad de Amsterdam y PhD en páramos, asegura que la parte occidental del Chimborazo cuenta con un gran número de comunidades, sobre todo indígenas, que dependen del páramo y el glaciar para obtener agua.
El glaciar en esta zona seca es aún más importante para la regulación hídrica que en la región norte. “En la cuenca de Quito, donde están el Cotopaxi y el Antisana, el glaciar influye en menos del 2 % sobre la situación hídrica”, dice Hofstede, quien reconoce la importancia de los glaciares pero está convencido que la pérdida de páramos puede ser igual o más dramática en términos hídricos.
En un contexto más regional el ejemplo serían ciudades de regiones secas como La Paz y Lima que dependen más de los glaciares para su abastecimiento de agua, mientras que Quito o Bogotá dependen de los páramos.
El Chimborazo ─que además es Reserva de Producción de Fauna desde 1987─ cuenta con una vegetación natural tipo pajonal de páramo, relativamente seco, y ha sido siempre muy habitado. Allí se instalaron muchas haciendas desde la época de la colonia y se asentaron numerosas comunidades indígenas, muchas más que en cualquier otro páramo del país. Esto causó un fuerte impacto sobre el páramo y una gran disminución en su vegetación.
Todas estas condiciones llevaron a que biólogos y geógrafos, desde los años 60, lo calificaran como un desierto. Para Hofstede, esto último fue un error gravísimo pues muestra un desconocimiento histórico de la zona que inicialmente estaba cubierta por arbustos y pajonales, pero debido al sobrepastoreo y a su condición seca ─que lo hace más vulnerable─, la vegetación terminó por desaparecer.
Pero lo peor que le pudo ocurrir al Chimborazo, y cuyos efectos persisten hasta el día de hoy, sucedió en la década de los 70. “Unos pillos dijeron que se trataba del ecosistema de puna porque veían un paisaje desértico y seco. Ahí se les ocurrió la idea de introducir vicuñas”, dice Hofstede en medio de preocupación, ya que, según él, no hay evidencia de que este animal viniera tan al norte. Según dice, históricamente esta zona ha sido de vulcanismo, por lo que no queda ningún registro paleontológico de huesos de vicuñas.
Aun así, el gobierno ecuatoriano empezó entonces un programa de “reintroducción” de estos animales ─a pesar de que los biólogos aseguran que son completamente exóticos del ecosistema pues no se trata de una puna sino de un páramo seco degradado─. “No tienen enemigos naturales, son muy lindas para las fotos pero se están reproduciendo a un nivel que roza en la sobrepoblación. Además, como comen de todo, no dejan regenerar el páramo”, le asegura Robert Hofstede a Mongabay Latam.
Páramos del Chalupas: prístinos pero en inminente riesgo
A diferencia del Chimborazo, el volcán Chalupas no cuenta con la bella punta nevada que llama la atención de nacionales y extranjeros. Es más, ni siquiera tiene forma cónica por lo que es casi imposible saber que se trata de un volcán. Lo que muchos no saben es que esto no lo hace menos interesante. Su gran valle de 16 kilómetros de ancho en realidad es la caldera de uno de los pocos megavolcanes que existen en el mundo y que se estima hizo erupción hace más de 200 000 años, sumergiendo todo el valle interandino con un poder de erupción que es cientos de veces más potente que el de un volcán convencional.
“Si el Chalupas erupciona puede causar daños inmensos, incluso, dicen que acabaría con la población de Ecuador y tendría consecuencias globales por la cantidad de ceniza que arrojaría”, cuenta Francisco Villamarín, investigador del Grupo de Biogeografía y Ecología Espacial (BioGeoE2) de la Universidad Regional Amazónica Ikiam.
El volcán comprende la parte alta de la Reserva Biológica Colonso Chalupas, creada en 2014 y que cuenta con 93 246 hectáreas. La universidad Ikiam se ubica en las faldas de las estribaciones andinas que forman parte de la reserva y la coadministra junto al Ministerio del Ambiente de Ecuador (MAE).
Con tan solo cinco años de creación, los páramos de esta reserva ya se enfrentan al proyecto multipropósito Chalupas. Una gran obra que contempla el trasvase ─incremento en la disponibilidad de agua de un afluente sumando agua de una cuenca vecina─ de los ríos Chalupas y Huahui Grande (provincia de Napo) hacia la unidad hidrográfica del río Cutuchi (provincia de Cotopaxi). Su implementación, según ha dicho el gobierno ecuatoriano, permitirá incorporar a la producción 19 000 hectáreas con un alto potencial agrícola, garantizar el abastecimiento de agua para consumo humano en las poblaciones rurales del área de influencia del proyecto y generar hasta 60 MW de energía eléctrica. El proyecto beneficiaría directamente a 65 600 habitantes de los cantones Latacunga, Pujilí y Saquisilí.
En 2012 el Estado firmó un contrato por 5,8 millones de dólares con la empresa pública española Gestión Integral del Agua Costa Huelva S.A. (Giahsa) para realizar los estudios técnicos, sociales, económicos y ambientales. Hoy el proyecto se encuentra en pausa pero Villamarín cree que en cualquier momento se reactiva debido a la enorme inversión realizada. “Lo que se pretende hacer es prácticamente secar los ríos y esto afectaría la reserva. De nada sirve tener más de 93 000 hectáreas protegidas”, dice.
Para el investigador la situación es alarmante porque “veo que no existe suficiente preocupación por parte del Estado para cuidar los páramos”. Según dice, sumado a lo anterior, hay un gran vacío de información científica en la región del volcán Chalupas.
Por eso, en marzo de este año los investigadores Francisco Villamarín, Gabriel Moulatlet y Mauricio Ortega-Andrade y estudiantes del grupo BioGeoE2 de la universidad Ikiam hicieron una expedición a los páramos del volcán, donde instalaron parcelas permanentes de monitoreo de biodiversidad y datos ambientales (temperatura, humedad), con el objetivo de registrar especies indicadoras y sensibles a cambio climático, como los helechos, los anfibios, los peces, los escarabajos y los macroinvertebrados acuáticos. Este fue el primer muestreo sistemático de la zona para colectar datos sobre flora y fauna en una de las regiones menos estudiadas de Ecuador. (Ver video).
La información aún está siendo procesada pero datos preliminares indican la presencia de al menos tres especies nuevas de anfibios para la ciencia, pese al corto tiempo de estadía. El equipo ya está trabajando en la descripción de estos animales y, aunque es un trabajo que tomará varios meses, “el hallazgo de estas ranas del género Pristimantis muestra la gran riqueza biológica de la zona”, dice Francisco Villamarín.
“En un kilómetro cuadrado de muestreo rápido en la zona del Volcán Chalupas hemos encontrado 10 de las 352 posibles especies de helechos registradas en los páramos, lo que nos indica que hace falta mucho trabajo por realizar para documentar la diversidad de este grupo. Adicionalmente, fueron registrados mamíferos considerados como amenazados como el oso de anteojos, el tapir de montaña, el venado de cola blanca y aves como el cóndor”, dicen los investigadores.
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Cambio climático, ganadería y deporte
Si hay una amenaza global que parece inevitable para todos los ecosistemas de páramo y glaciares es el cambio climático ─causado por diversas actividades humanas que generan gases de efecto invernadero que llegan a la atmósfera y crean un efecto de calentamiento global─. Este fenómeno pone en grave riesgo la gran labor de regulación hídrica que se genera en estas áreas.
Bert De Bievre, director técnico del Fondo para la Protección del Agua Fonag, entidad que funciona bajo un esquema de alianza público-privada, deja claro el problema: “con un grado más de temperatura, la vegetación que antes encontrábamos en páramo a 3500 metros sobre el nivel del mar (msnm), ahora la encontramos a 3700. Son aproximadamente 200 metros de subida por cada grado de aumento en la temperatura. Esos cambios nos preocupan porque son muy fuertes y tenemos que trabajar en precisarlos mejor porque globalmente ya se habla de un aumento promedio de 2 grados”.
En cuanto a regulación hidrológica no está muy claro qué pasará. De Bievre intuye que habrá cambios. Una de las explicaciones para el suelo negro y orgánico que se da en el páramo es justamente el frío, causante de la lenta descomposición de la materia; de ahí que un calentamiento del ambiente terminará por afectar ese proceso. “Es muy difícil describir los cambios, pero lo que se sabe hasta ahora es más que suficiente para estar preocupados”, asegura.
Luis Maisincho, docente de la Universidad Regional Amazónica Ikiam e investigador del Instituto Nacional de Meteorología e Hidrología (Inamhi), asegura que los efectos adversos del cambio climático, como sequías y heladas, también degradan el páramo. Por ejemplo, una sequía prolongada daña la cobertura vegetal y el aumento de la temperatura hace que la vegetación cambie en la zona. “Si antes teníamos arbustos, ahora podremos tener árboles y eso degrada la capacidad de producción de agua”, asegura Maisincho, uno de los tres glaciólogos que tiene Ecuador.
La ganadería es otro gran problema presente en casi todos lo páramos ecuatorianos. Bert De Bievre, por ejemplo, asegura que sacar ganado de estos ecosistemas se ha convertido en una de las principales tareas del Fonag, sobre todo en el Antisana y el Cotopaxi. Y es que esta actividad tiene un comprobado impacto en la compactación del suelo, “que en estos ecosistemas funcionan muy bien hidrológicamente por su gran porosidad”, dice.
La entidad ha comprado ciertas áreas que antes eran haciendas ganaderas, sin embargo, económicamente es imposible adquirir todos los predios por lo que en muchos otros terrenos privados y comunitarios tienen que llegar a acuerdos con los propietarios para que bajen el ganado a altitudes menores ─debajo del páramo─ y a la vez ofrecerles una mayor productividad ganadera o el cambio a otra actividad productiva.
A pesar de estas estrategias, no solo la ganadería compacta el suelo de los páramos. No se puede dejar de lado el impacto de los deportes en motocicletas y cuatrimotos. Estas actividades, así como el turismo desbordado debido al fácil acceso a muchos de estos lugares, son una gran amenaza para estos ecosistemas. “Desde la normativa los páramos gozan de una protección bastante buena y donde hay presencia de una organización como la nuestra estamos en capacidad de hacerla aplicar. Quizás no se ejecute en todo el país por ausencia del Estado”, dice De Bievre.
El glaciólogo Luis Maisincho, refuerza lo dicho por el director del Fonag pues, a pesar de que MAE adoptó una política de no permitir el pastoreo ni ninguna intervención humana sobre los 4500 msnm y “los ha declarado propiedad nacional”, las actividades se siguen presentando sin un aparente control.
Por ahora, todos los expertos coinciden en que falta más investigación en los ecosistemas de páramo y los glaciares, mientras que las presiones siguen en aumento, incluso en las áreas protegidas. Maisincho cree que en Ecuador el gobierno todavía no se ha sensibilizado de que es muy importante seguir con los estudios de páramos y glaciares para poder comprender los impactos del cambio climático en la región.
Por su parte, De Bievre asegura que la principal función del páramo es ser fuente de agua y esto debe ser reconocido. “Esa función debe quedar clara en los Planes de Ordenamiento Territorial (POT) y tenerse en cuenta en la creación de zonas de protección”, dice. Y es que, en resumidas cuentas, el páramo es un ecosistema que no soporta mucha presión y aunque muchos se opongan, es necesario restringir las actividades que se pueden desarrollar en ellos.
*Imagen principal: Volcán Chimborazo. Foto: Robert Hofstede.
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