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“Hay una gran parte de nuestro país que vive de espaldas al mar”; Liliana Gutiérrez, bióloga mexicana | ENTREVISTA

Liliana Gutiérrez Mariscal bióloga mexicana, administradora pública y especialista en construcción de comunidades y sostenibilidad marina. Foto: Astrid Arellano

  • La especialista señala que, en un contexto global donde las pesquerías están a punto de agotarse, urge trabajar en la restauración de los ecosistemas.
  • Para ello, el trabajo que pueden hacer las comunidades costeras desde lo local, unidas a la sociedad en su conjunto, resulta esencial, afirma Gutiérrez.

En alguna ocasión, la bióloga Liliana Gutiérrez Mariscal y sus colegas realizaron un estudio consultando a los mexicanos sobre su conocimiento acerca de la pesca y el consumo de los productos del mar. Con las respuestas obtenidas, que fueron tan similares entre sí, los especialistas acuñaron el concepto del ‘efecto lata de atún’.

“Es decir, si tú les pides a los mexicanos pensar en la pesca, piensan normalmente en un barco, allá, alejado en el agua”, dice la experta. “De ahí, se van directamente a pensar en el atún, luego lo ligan de inmediato a una lata de atún y después a una croqueta en el plato”. Pero muy pocos —explica Gutiérrez— realmente pudieron identificar la variedad de peces y la diversidad, o que la pesca no solo es el acto de extraer peces del agua, sino toda una cultura, tradición y pertenencia asociada a la actividad pesquera. “Y en el camino vamos perdiendo una riqueza bárbara”, afirma.

Liliana Gutiérrez Mariscal, bióloga mexicana. Foto: Cortesía Liliana Gutiérrez

Liliana Gutiérrez Mariscal es bióloga, administradora pública y especialista en construcción de comunidades y sostenibilidad marina. Desde la ciudad de La Paz, en el estado de Baja California Sur, donde reside, coordina la Iniciativa por los Mares y las Costas de México, un espacio que busca impulsar los procesos locales de defensa, apreciación y amor por los espacios marinos y costeros. En ella colaboran científicos, empresarios, exfuncionarios públicos, activistas y miembros de las comunidades costeras del país que persiguen un mismo objetivo: lograr que estos ecosistemas ocupen un lugar prioritario en las agendas de los gobernantes y en la narrativa de la ciudadanía.

“Cuando empecé a trabajar en esa iniciativa, me di cuenta de que hay una gran parte de nuestro país que vive de espaldas al mar”, sostiene la especialista. En Mongabay Latam conversamos con ella sobre la importancia de crear comunidad en torno a los mares y las costas mexicanas.

El Área de Protección de Flora y Fauna Balandra es una zona protegida que cuenta además con importantes comunidades de manglares, en La Paz, Baja California Sur. Foto: Astrid Arellano

¿De qué manera deberíamos ver e interpretar a los océanos? ¿Cómo hacer para que la ciudadanía se interese en estos ecosistemas?

—El océano no es un concepto que conmueva a los ciudadanos y a las ciudadanas mexicanas. Incluso, lo ven lejano, como el mar abierto, como el gran desierto azul. Por lo menos, en la Ciudad de México —que es donde yo crecí— el referente del mar es la playa: es Puerto Escondido, es Acapulco, es Ixtapa o el puerto de Veracruz. Es eso: el turismo, las vacaciones, los ostiones… una idea muy acotada. Para muchos empresarios, es la pesca de los barcos a gran escala.

Sin embargo, si tú te metes a una comunidad de pescadores o a una comunidad costera en el país, lo que vas a ver es una mezcla de cultura, de historia, de relación con el medio ambiente, de supervivencia. Una historia de deterioro social también. Entonces, a ese nivel es mucho menos evidente la separación de actividades; a ese nivel ves emerger con toda su fuerza el territorio, el arraigo, la pertenencia, la posibilidad, el cacho de tierra que me explica como individuo y al cual yo le doy sentido como comunidad. Creo que esa es la imagen a la que deberíamos transitar los mexicanos: aprender a verlo como un espacio multiuso, multiactor y lleno de posibilidades y, al aceptar esta diversidad, también aceptas la interrelación entre una y otra actividad. Ya no es tan evidente que la pesca y el turismo no estén relacionados, o que las comunicaciones y el turismo no están relacionados, o que la extracción de petróleo y la conservación de esos espacios no estén relacionadas y que no tengamos que discutirlas en conjunto. Normalmente, por cómo está organizado nuestro gobierno, las dividimos. Entonces pareciera que la pesca no tiene nada que ver con la protección al medio ambiente y, de hecho, están en dos secretarías diferentes. Cuando hablamos de pesca —pero creo que se aplica a casi cualquier actividad productiva— por un lado, la vemos, regulamos, gobernamos y decidimos su producción o el aumento de nuestra capacidad de extracción del medio ambiente en una secretaría y, por otro lado, está el paradigma de la conservación en otra, con otra gente. Pero, la verdad, es que son dos caras de la misma moneda.

Guardianas del Estero El Conchalito, un grupo de mujeres defensoras sudcalifornianas que lograron erradicar la pesca ilegal del callo de hacha, disminuir los robos y mejorar el ecosistema del Estero el Conchalito, en La Paz, Baja California Sur. Foto: Astrid Arellano.

Precisamente, ¿qué hacer con la pesquería en México cuando ya se habla de que este recurso está por agotarse a nivel global?

Hace mucho que debimos cambiar el paradigma: en vez de regular la pesca, es decir, ‘repartir un pastel que ya se acabó’, se trata de ver ‘cómo metemos más pasteles al horno’. Esta zona del Golfo es ideal para el cultivo de moluscos y eso tiene que ver con la participación social y la participación de las mujeres, pero en México no hay una política sobre restauración. En México, no podemos seguir con programas subsidiados por el gobierno federal que incentivan la actividad en un contexto en el que, globalmente, el 75 % de las pesquerías están en el límite de su explotación y otros académicos te van a decir que ya están sobreexplotadas. Si esa es la realidad mundial —ya olvídate de la realidad mexicana— ya va siendo hora de que también nuestros esquemas conceptuales cambien.

Que las pesquerías estén agotadas es nada más el aviso de lo que está pasando en todo el sistema, porque te está hablando de un montón de procesos que están teniendo lugar a nivel ecológico en el océano y que están deteriorando la función del ecosistema como tal. Que las pesquerías estén sobreexplotadas, también habla de que los procesos de captación de carbono y de regulación de la temperatura que nos proveen los océanos, también están siendo cambiados. Es como si se nos estuviera descomponiendo el aire acondicionado de todo el planeta, porque eso es el océano: es nuestro regulador del clima. Ante esa realidad, no podemos seguir teniendo paradigmas que vean por partes a la relación hombre-naturaleza. Tenemos que avanzar hacia un paradigma integrado y de una relación de mucha menos violencia entre el hombre y su entorno.

Liliana Gutiérrez con las Guardianas del Estero El Conchalito, durante un curso de buceo en La Paz. Foto: Cortesía Liliana Gutiérrez.

¿Qué hay en el centro de la Iniciativa por los Mares y las Costas de México?

En México, aun cuando tenemos una riqueza exuberante de recursos —porque somos de los pocos países que tienen un mar interior: el Golfo de California, que es totalmente mexicano— y un gran potencial en nuestros mares y costas, pareciera que vivimos de espaldas al mar. Esta reflexión vive en el corazón de la iniciativa. Disfruto mucho formar parte de ella, porque es muy integral: vemos temas de política pública, de comunicación estratégica, de iniciativas locales y proyectos. Todo con el ánimo de, como yo digo, tomar amorosamente de los hombros a cada mexicano y a cada mexicana, y voltearlos hacia los azules. Porque no es que tengamos un mar: tenemos un montón de mares y un montón de pesquerías, un montón de vida y de ecosistemas asociados de gran valor y, sobre todo, la posibilidad de un futuro limpio y justo para las próximas generaciones.

¿Cuáles son sus estrategias?

—Tenemos tres estrategias que se enlazan y que es difícil decir dónde empieza una y dónde termina otra. La primera, se llama Política Pública. Tiene que ver con mantener canales abiertos, de confianza, eficientes y respetuosos con los gobiernos en sus tres niveles. México es signatario del Panel de Alto Nivel para una Economía Oceánica Sostenible. El gobierno de Dinamarca convocó a los países que reúnen el 70 % de las zonas económicas exclusivas en el mar y dijo: si estos países cambian sus tendencias, podemos aspirar a una economía azul que garantice el bienestar del planeta, poniendo los recursos marinos en el centro. Entonces, lo que hacemos desde la Iniciativa es aprovechar esos compromisos internacionales que México ha hecho y donde tiene que entregar una serie de avances para colaborar con gobiernos federales, estatales y municipales en el logro de esas agendas.

La segunda estrategia se llama Acercamiento Regional, donde nos metemos en una escala mucho más fina a los ecosistemas de las regiones más importantes en temas costeros y marinos de este país, y provocamos, habilitamos, ponemos los contenedores y los espacios adecuados para que se dé la colaboración entre sectores. Por ejemplo, en Yucatán hemos venido trabajando los últimos dos años con el gobierno para que ellos cuenten con un instrumento que se llama Política Estatal de Manejo Integral de Mares y Costas, que es única en su tipo —Yucatán es el único gobierno que la tiene— y que es una plataforma de colaboración para sociedad civil, academia y gobierno, para la protección, uso, disfrute y apreciación de sus mares y sus costas. El planteamiento busca darle mucho juego a las instituciones de educación y de investigación superior, y a las organizaciones trabajando en la región; son como pequeñas intervenciones en un microcosmos que promueven el acercamiento entre sectores para la protección de los mares y las costas.

Al tercer eje, le llamamos Conformación de una base social a través de estrategias de comunicación. Es donde hemos dicho: ¿cómo hacemos para cambiar esta narrativa de que el mar es un barco atunero, el atún es una lata y la lata es una croqueta? ¿Cómo abrimos esa visión? Ahí hemos venido diseñando esto que queremos lanzar: una suerte de voces por los mares. Queremos convocar a artistas, comunicadores y a todo tipo de expresión humanista y artística hacia los mares y las costas. En los países nórdicos hay poesía acerca del mar, hay gastronomía superextensa acerca del mar, hay un montón de interacción con diferentes expresiones humanas y estos espacios. Ese es el tipo de cosas que quisiéramos promover desde una comunicación que vaya más allá del discurso conservacionista y científico y, sobre todo, que llegue a los públicos donde no está llegando.

Liliana Gutiérrez durante una lectura con niñas y niños de La Paz, en la presentación del libro ‘Las niñas van a donde quieren’. Foto: Cortesía Liliana Gutiérrez.

¿Dónde entra la relevancia de la organización comunitaria para la conservación de los mares?

—Creo que es la única manera que vamos a tener cuando se sientan con más fuerza los embates del cambio climático, cuando empiecen los desgarres de los cerros o las inundaciones por todos los manglares que hemos talado. Ya está ocurriendo, pero, cuando lleguen, las comunidades que van a ser verdaderamente resilientes, son las que hoy se organizan en asambleas comunitarias, son las que hoy hacen trabajo comunitario los fines de semana, son las que hoy cuidan a sus niños entre todos juntos. Porque ya tienen el andamiaje humano para poder organizarse ante la crisis. Para mí, es la expresión más operativa, más práctica, más pragmática, más tangible de la resiliencia. Estamos hablando de la capacidad de hombres y mujeres para reorganizarse ante el cambio y seguirse procurando los cuidados. Ese es un músculo que se ejercita cada vez que nos juntamos en círculo a hablar de la seguridad de nuestras comunidades, cada vez que, como comunidad, privilegiamos el agua limpia, el aire limpio y la seguridad por sobre otras cosas. Por eso me parece más relevante que nunca, ante la embestida del cambio climático, que sigamos impulsando, aprendiendo, apoyando observando y cuidando los procesos de organización local.

¿Cuál es el rol de las mujeres en estos procesos organizativos? ¿Es distinta su forma de ver la conservación?

—Yo creo que el liderazgo y el modo de actuar que emerge de las mujeres es muy sistémico. El ser parte de un territorio, me explica a mí como individuo en un territorio. Las mujeres no vemos a la pesca por un lado, el cuidado de los niños por otro, la seguridad por otro y nuestra igualdad por otro: sabemos que son causa y razón unos de otros. Sabemos que, si cuidamos a nuestros niños, estamos cuidando la seguridad de nuestras comunidades. Sabemos que ejercer una pesca inteligente es cuidar la economía familiar. Sabemos la relación evidente, explícita y fuerte que existe entre una familia feliz y una comunidad que pueda cuidar su manglar. ¿Cuáles son los rasgos de la sociedad que fomentan y aplauden el patriarcado y el capitalismo, como dupla? La competencia, el saber, este modo unidireccional de ejercer el poder. Creo que el liderazgo de las mujeres y el feminismo, hacen todo lo contrario. El feminismo le da predominancia al aprender por sobre el saber y eso te da una capacidad de resiliencia mucho mayor. El feminismo le da preferencia al trabajo colaborativo por sobre la competencia y creo que eso nos hace mucho más resilientes. Creo que el feminismo pone el foco en el todo, en todos los aspectos de un sistema, mientras que el patriarcado ve las partes aisladas. Como modo de vivir, el liderazgo que se ejerce desde las mujeres y, en particular, el feminismo, reúne el grupo de comportamientos que necesitamos para poder enfrentar la crisis ambiental que, por otro lado, nos heredó la dupla patriarcado-capitalismo.

Guardianas del Estero El Conchalito durante un curso en pensamiento sistémico, con la plataforma Igualdad de Género en el Mar. Foto: Cortesía Liliana Gutiérrez.

¿Cómo unirnos, entonces, a las comunidades costeras para hacer frente a un sistema que sigue acabándose los recursos naturales de los mares, sobre todo, cuando también se han instalado en ellas el crimen organizado y sus prácticas?

—Creo que como mexicanos deberíamos estar observando las dinámicas en las comunidades. El modelo de negocios que ha ofrecido el narco en las comunidades ha sido el más exitoso, o sea, ahí sí nos han ganado. Con la manera que han visto de aprovecharse de las condiciones de pobreza y de desarticulación del tejido social, lo han hecho muy bien. Encontraron un nicho en el que fueron muy buenos reclutadores y fueron muy buenos para instalar su negocio en las costas. Nada más que eso a ellos les está dejando mucho; al país y a las comunidades les está dejando muy poco. Creo que el foco está en voltear a ver, escuchar y trabajar de la mano con las mujeres y los hombres del mar. Entender su realidad actual, entender que también somos parte del sistema que ha generado toda la escasez en los recursos naturales que vemos hoy.

Normalmente, el peso de la devastación en las pesquerías se lo endilgamos a los pescadores. Son ellos los ‘depredadores’, son ellos los ‘ilegales’, son ellos los que no están respetando las tallas, las vedas, los tiempos. Bueno, lo que pasa es que también hay un mercado para ese producto y ahí es donde estamos nosotros, el resto del sistema social. Hay que escuchar a las comunidades, encontrar las soluciones que ellas mismas ya están echando a andar. El paradigma de que, como científicos, como activistas, como miembros de organizaciones tenemos que llegar a educarles, ya está rebasado desde hace mucho tiempo.

Las mejores soluciones y las estrategias más resilientes están surgiendo hoy desde las comunidades. Hay que trabajar de la mano con ellas en reestructurar su bienestar y su capacidad de ser las y los guardianes de su territorio y eso también está en asumirnos como parte de ese sistema. Una actitud que culpa nada más al de enfrente, es absolutamente desempoderante. Pero en el momento en que yo me planto en el sistema y digo que yo también soy autora de todas las tendencias que no me gustan y que observo, entonces todo es partícipe de la transformación de ese sistema y creo que también ahí hay una prioridad y una responsabilidad.

Los manglares del Área de Protección de Flora y Fauna Balandra. Foto: Astrid Arellano

El 8 de junio fue el Día Mundial de los Océanos, ¿qué mensaje debería estarse transmitiendo a la sociedad?

—A mí me gusta mucho el 8 de junio, porque creo que es el día que agarramos todos de pretexto para voltear a ver al mar. Pero a mí me gustaría que cada 8 de junio, 8 de julio, 8 de agosto, 8 de septiembre… y así, nos tomáramos un momento para tomar un respiro bien profundo y saber que el 70 % del oxígeno que está en ese momento corriendo por nuestros cuerpos, se lo debemos al fitoplancton de los océanos. Eso es lo que nos da. El 70 % de cada una de tus bocanadas de aire, del volumen de oxígeno que te permite caminar y vivir durante el día, se lo debes al océano. Reflexionar sobre esa conexión que tenemos con los azules, para mí, es fundamental porque es una conexión de vida, es una conexión de supervivencia y eso la hace una conexión de amor. Tomarnos cada 8 del mes para reflexionar sobre el amor que le tenemos que dar a los océanos —porque los océanos ya nos lo dan todo el día— creo que es un tiempo muy valioso para cada una de nosotras y además es algo que tenemos que empezar a enseñarles a nuestros niños y niñas. Porque el océano ahí está, allá ha estado, todo el tiempo nos ha dado ese amor incondicional y creo que es momento de empezar a devolvérselo de una manera muy consciente.

Imagen principal: Liliana Gutiérrez Mariscal, bióloga mexicana, frente al Área de Protección de Flora y Fauna Balandra. Foto: Astrid Arellano

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