- Guiados inicialmente solo por el conocimiento heredado de sus ancestros, la comunidad de Concepción Chiquirichapa en el suroeste de Guatemala comenzó a proteger su bosque hace cuatro décadas.
- Hoy, los pastizales de la montaña Siete Orejas en un bosque verde y frondoso que sustenta la economía y el suministro de agua del área.
CONCEPCIÓN CHIQUIRICHAPA, Guatemala – Marcelino Aguilar camina con un paso tranquilo por un sendero montañoso rodeado de flores silvestres amarillas. Se detiene junto a un grupo de dos docenas de árboles de pinabete (Abies guatemalensis) y pino macho (Pinus caribaea) que se encuentran a su izquierda. Tres pisos por encima, puede ver cómo las copas verdes de los árboles bailan en el viento frío. Una niebla blanca se mueve lentamente y, por un momento, cubre todo lo que está frente a él. “Estos árboles son el resultado del trabajo que hemos venido haciendo desde los años 70”, dice con una mirada orgullosa en el rostro.
Hace cuarenta años, esta montaña volcánica, Siete Orejas, que se extiende por cuatro municipios en el departamento de Quetzaltenango, en el sudoeste de Guatemala, estaba dominada por grandes pastizales que fueron mantenidos cortos por rebaños de ovejas. En Concepción Chiquirichapa, un pueblo de aproximadamente 18 000 habitantes, en su mayoría de origen indígena Maya Mam, la montaña se considera sagrada. La montaña es la guardiana de unos 22 altares ceremoniales, donde los guías espirituales de la comunidad vienen a pedirle a Ajaw, el Creador, un clima favorable, una buena cosecha, protección y sabiduría.
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Durante su caminata, Aguilar, el jefe del Departamento municipal de Áreas Protegidas de Concepción (DAP), se detiene para hablar en Mam con dos guardabosques de aproximadamente 70 años, Oscar López y Francisco Escalante. Ellos han cuidado la montaña desde mediados de la década de 1970. Ahora forman parte de un equipo de DAP de ocho personas a cargo de hacer rondas, plantar nuevos árboles, limpiar senderos y cuidar que nadie destruya el bosque o dañe la vida silvestre.
Todo esto comenzó cuando López y Escalante aún eran jóvenes y el resto de los 16 guardabosques comunitarios originales todavía estaban vivos. La gente de Concepción, preocupada por salvaguardar su suministro de agua y los campos de papa, tomó la decisión de sacar a las ovejas de su tierra en Siete Orejas y revivir algunas de sus prácticas forestales tradicionales. Los resultados de su trabajo están allí, para que todos los vean, en las laderas boscosas de Siete Orejas, en el agua limpia y aún más abundante y en los prósperos campos de papas.
El floreciente bosque es un pequeño y verde destello de esperanza en las tierras altas occidentales de Guatemala, una región golpeada por pobreza y elevadas tasas de malnutrición entre los niños.
Destrucción y renovación
En 1902, Santa María, otro volcán a unos 10 kilómetros al sureste de Siete Orejas, tuvo una erupción y supuestamente mató a al menos 5000 personas y cubrió más de 1.2 millones de kilómetros cuadrados de cenizas, llegando tan lejos como San Francisco, California.
En Concepción, la ceniza arenosa impidió que las ovejas que eran parte de la economía local en ese momento encontraran alimento, por lo que los pastores abandonaron las cimas de Siete Orejas y otras montañas cercanas para perseguir otros medios de vida, en particular el cultivo de papas.
“Después de que cayó la arena blanca, todo murió. De pronto algunos árboles empezaron a crecer solos y la gente los usó para sacar leña. Ese fue el comienzo de este bosque”, dice Aguilar.
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Sin las ovejas, la vida silvestre comenzó a aparecer en las altas cumbres. Pero no fue hasta la década de 1970 que la comunidad, a través de su consejo municipal, comenzó a fijarse en el bosque. Ni siquiera después de siete décadas, los árboles no se habían recuperado completamente de la explosión volcánica, y el suministro de agua de Concepción era limitado.
El pico más alto de Concepción alcanza 3220 metros sobre el nivel del mar, aunque la punta de Siete Orejas es aún más alta, a 3370 metros. El bosque en sus laderas se clasifica como bosque nublado. Las hojas de los árboles recogen el agua de las nubes que gotea hacia el suelo, donde se filtra y se distribuye a los manantiales río abajo. Hay alrededor de 20 manantiales dispersos alrededor de Concepción, y la gente depende de ellos para fines domésticos y el riego de los cultivos de papa.
“Para los Maya Mam, los manantiales de agua son muy importantes porque son la fuente de toda la vida”, dice Martha Tax, jefa de operaciones en la región de la ONG suiza Helvetas, que ha realizado actividades de conservación forestal, mejoramiento del agua potable y programas de desarrollo económico en Concepción y otros pueblos cercanos desde el 2006. “Los consideran como lugares sagrados y les rinden respeto a cada uno de ellos”, dice Tax.
Esta reverencia se ve en Concepción, donde las tapas de los manantiales contienen jarrones de flores frescas que los residentes del pueblo llenan cada día. Este respecto se extiende desde la montaña hasta las fuentes de los manantiales. Rumualdo López, guía espiritual y miembro del consejo municipal de Concepción, dice que los 22 altares de la montaña se encuentran en los “portales energéticos” utilizados por la madre naturaleza para dar vida a las nubes.
“Sabemos que estos lugares en particular son aquellos donde la montaña se transforma en agua”, le dice a Mongabay. “Eso es algo que nos dijeron nuestros abuelos”.
Primeros pasos hacia la conservación
Sin antecedentes técnicos ni un concepto contemporáneo de conservación, la gente de Concepción confió en el antiguo conocimiento maya de sus abuelos para comenzar a restaurar el bosque de Siete Orejas en la década de 1970. El gobierno municipal de Concepción se dirigió al Consejo Indígena local, un grupo de líderes mayas nombrados por la comunidad, para decidir cómo proceder. Según López y Aguilar, decidieron limitar la recolección de leña y encargarles a varias personas el cuidado del bosque, incluida la protección contra la recolección de leña, la siembra de nuevos árboles y el mantenimiento de los senderos. Inicialmente, los guardabosques de la comunidad eran nombrados anualmente y trabajaban sin remuneración.
“Trabajamos gratis desde que comenzó la idea de preservar la montaña”, dice Escalante, mientras utiliza un machete para abrir caminos que se usan para apagar incendios en Siete Orejas. “Para nosotros fue un gran honor ser considerados por la gente para cuidar el bosque y es algo que seguimos haciendo con orgullo”.
A comienzos de la década de 1980, el país entró en una serie de crisis políticas como la guerra civil que había comenzado en 1966 y el gobierno intensificó la masacre de las poblaciones indígenas del país. Si bien las prioridades cambiaron y la intervención de los consejos municipales e indígenas se hizo menos evidente en las decisiones ambientales, los guardabosques de la comunidad continuaron su trabajo en la montaña.
En la década de 1990, poco después de la creación del Consejo Nacional de Áreas Protegidas de Guatemala (CONAP), todos los que poseían bosques naturales querían ser parte de lo que Samuel Estacuy, director regional de CONAP, llamó “fiebre de áreas protegidas”. Gobiernos locales, individuos y el gobierno de Guatemala buscaron declarar sus bosques como áreas protegidas.
“Siempre quise involucrarme en temas ambientales, pero no tenía la educación adecuada para hacerlo”, dice Aguilar. Su oportunidad llegó a principios del 2000, cuando asumió el cargo de consejero municipal de Concepción. “Inmediatamente elegí la Comisión Ambiental, porque sabía que a través de ella podría cambiar las cosas”, dice.
Para ese momento, ya tenía una relación con Helvetas y algo de educación ambiental básica, pero necesitaba la ayuda de aquellos que conocían la montaña y su fauna y flora para crear los programas para protegerla. Una de las primeras acciones que tomó al mando de la Comisión de Medio Ambiente fue agregar a Escalante y López en la nómina. “Los guardabosques, que habían estado trabajando sin parar desde mediados de la década de 1970 me enseñaron muchas cosas”, dice.
Entre 2004 y 2009, Helvetas trabajó con Concepción y otras comunidades para educar a los guardabosques de la comunidad y asesorar al personal municipal, como Aguilar, sobre la creación y el mantenimiento de áreas protegidas. Esto fue clave para la creación del DAP, como parte de la Comisión de Medio Ambiente, en el 2004.
En el 2008, Concepción Chiquirichapa se contagió de la fiebre de áreas protegidas y designó un parque de 1200 hectáreas en Siete Orejas llamado Kum Kum Wutz. Según la Ley de Áreas Protegidas de Guatemala, está clasificado como un parque municipal regional, lo que significa que las personas pueden recolectar ciertos recursos naturales, como madera, materia orgánica para fertilizantes y plantas medicinales, siempre y cuando no dañen el bosque.
“El bosque proporciona hongos y otros tipos de alimentos, así como plantas medicinales para el uso de la gente. Si hay un árbol que se derrumbó por causas naturales, permitimos que la gente ingrese y lo corte para obtener leña”, dice Aguilar.
Concepción también designó otros cinco bosques pequeños, con un total de 25 hectáreas dispersos alrededor del pueblo, como áreas protegidas. El DAP obtuvo equipo e infraestructura y comenzó a organizar programas para generar ingresos sostenibles de los bosques, como la venta de hojarasca y una forma de llevar un registro del valor del trabajo voluntario de mantenimiento forestal de la población local.
A través del Instituto Nacional de Bosques (INAB), también inscribió 190 hectáreas de Kum Kum Wutz y los cinco pequeños bosques en un programa que paga a los propietarios para que se comprometan a preservar la cubierta forestal en sus tierras durante un periodo de 10 años. Según Aguilar, esto ha generado US$22 000 para las operaciones del DAP y la oficina planea inscribir más terrenos en los próximos años.
En el 2015, el DAP bajo el comando de Aguilar, con asistencia técnica de Helvetas y ayuda financiera de la Agencia de los Estados Unidos para el Desarrollo Internacional (USAID, por su sigla en inglés), estableció un vivero para cultivar árboles para los esfuerzos de reforestación. En el 2018 plantó más de 15 000 árboles nuevos; planea duplicar ese número para el 2019. Concepción ahora está considerando unirse a un programa de incentivos de INAB que alienta a los propietarios de tierras a suministrar semillas a otras partes del país para sus propios esfuerzos de reforestación. Los pinos, robles y cedros del pueblo, así como otros como el aguacatillo (Persea caerulea), ahora tienen la edad suficiente para producir semillas en cantidad.
La restauración local del pinabete, o abeto guatemalteco, es uno de los principales éxitos del programa de conservación de Concepción. El árbol es una especie endémica protegida que la UICN clasifica como en peligro de extinción debido al tráfico ilegal de sus ramas para su uso como árboles de Navidad por las familias guatemaltecas. Hasta la fecha, Concepción ha restaurado alrededor de 7000 árboles de pinabete, el equivalente a 7 hectáreas. “A través de conversaciones con los pobladores, hemos logrado erradicar la comercialización ilegal de este árbol”, dice Aguilar.
“En cierto modo, Concepción Chiquirichapa es un ejemplo único de conservación productiva en Guatemala, porque pudieron dar un uso sostenible a sus recursos naturales”, dice Estacuy.
La vida silvestre ahora prospera en el bosque. El DAP no supervisa activamente las especies, pero toma registro de los avistamientos de los guardabosques, miembros de la comunidad y visitantes, que incluyen coyotes, zarigüeyas, venados y una gran variedad de especies de aves.
Poner a la ciudadanía en los bosques públicos
Aguilar es muy consciente de que la participación de la comunidad en las últimas cuatro décadas ha sido clave para la restauración exitosa de los bosques de Concepción, y se ha esforzado por cultivarla.
En el 2016, el DAP inició el Programa de Compensación de Servicios Ambientales como una manera de involucrar a toda la comunidad en el cuidado de las áreas protegidas. Con la ayuda de los organismos locales de toma de decisiones llamados Consejos Comunitarios de Desarrollo Urbano y Rural, el DAP invita a las personas a donar un día de trabajo, valorado en US$7.73, como una forma de pago por lo que el bosque les proporciona en agua, materia orgánica, medicinas naturales u otros servicios. Durante el primer año, 60 personas realizaron tareas como mantenimiento, limpieza y reforestación, lo que se tradujo en una inversión comunitaria de US$463. En el 2017 el número creció a 300 personas, con una inversión de US$2319.
“A través de este programa, las personas se están dando cuenta de lo importante que es cuidar el bosque, porque gracias a él tenemos agua y muchos otros beneficios”, dice Aguilar.
Con la ayuda de donantes internacionales, el DAP también ha creado una red de capacitadores socio-forestales que ayudan a educar a las personas sobre temas ambientales. Esta ayuda también permitió al DAP instalar un centro meteorológico en la cima de la montaña, con el objetivo de medir los efectos del cambio climático, crear políticas para adaptarse a él y, en general, convertirse en un pueblo más resiliente. Otros proyectos se han centrado en capacitar a las personas en técnicas de conservación de suelos y promover la diversificación de cultivos más allá de las papas.
Helvetas también ha participado en la reeducación de las personas sobre las plantas medicinales que crecen en el bosque para ayudarlas a reconectarse con sus raíces culturales y ahorrar algo de dinero en la atención médica.
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Un esfuerzo nuevo de DAP para atraer al público a la silvicultura y beneficiar a un ecosistema más amplio es la creación de los llamados bosques energéticos. En el 2005 quedó claro que la gente estaba extrayendo demasiada hojarasca de las áreas protegidas para usarla como fertilizante en los campos de papas, y esto estaba afectando negativamente al bosque. Entonces el DAP decidió cobrar 13 centavos de dólar estadounidense por bolsa de hojarasca, poner un límite de 25 bolsas por persona por semana y mantener un registro de quién y cuántas bolsas extraen los pobladores. Para eliminar la presión sobre las áreas protegidas, en el 2016, el DAP, con fondos de donantes internacionales, comenzó a alentar a los propietarios de tierras privadas a dejar de lado los bosques como una fuente de hojarasca que podrían vender. Esto tiene el beneficio adicional de ofrecer a los propietarios de tierras un incentivo para mantener su bosque en pie, aunque hasta ahora solo uno se ha inscrito.
El efecto acumulativo de todo este alcance y educación ha sido un claro aumento en la participación de la gente en actividades de conservación como plantar árboles y recoger basura en el bosque. También, una mayor participación de mujeres, aunque tienden a tener un papel secundario en la vida pública de Concepción.
“Antes, ellas fueron las primeras que se quejaron cuando había escasez de agua. Pero ahora, a través de los programas de educación ambiental, aprenden de dónde proviene el agua y por qué es importante proteger nuestros recursos naturales”, dice Aguilar.
Los programas del DAP están teniendo un efecto en las actitudes de pobladores locales, concuerdan los observadores. “La gente está aprendiendo y su actitud hacia los bosques y la vida silvestre en general es muy diferente de lo que era hace unos años”, dice Tax.
Turismo ecológico y cultural
Mirando hacia el futuro, Aguilar ha identificado otra manera de financiar el programa de conservación del DAP y ayudar a Concepción a beneficiarse de sus bosques y así mantenerlos en pie: el turismo. “Estamos luchando para que el consejo municipal se dé cuenta de que el turismo puede ser un gran aliado para nosotros”, dice. “Pero se muestran reacios, porque en este momento no tenemos muchos visitantes”.
Aun así, las autoridades nacionales de turismo están trabajando con la oficina de Aguilar y los miembros del consejo municipal para promover el turismo en la zona. En el 2015, el Instituto Guatemalteco de Turismo (INGUAT) agregó a Kum Kum Wutz a su lista de destinos en la región. El parque tiene una tirolina de 650 metros, zonas para acampar y una gran vista, y sus guías municipales han recibido capacitación en primeros auxilios, maniobras de rescate y servicio al cliente. El parque también se ha incluido en un circuito de senderismo que recorre destinos naturales en las tierras altas occidentales de Quetzaltenango.
Parte del razonamiento para centrarse en el turismo es que el campo ofrece un estilo de vida atractivo para los jóvenes, uno que Aguilar y otros esperan que pueda inspirarlos a quedarse en lugar de migrar a la Ciudad de Guatemala o los Estados Unidos, como muchos lo hacen para escapar de la pobreza y las malas influencias en el hogar. “Para las nuevas generaciones, las viejas prácticas espirituales son aburridas y poco interesantes. Pero el turismo les permite conocer a personas de diferentes partes del mundo, participar en actividades emocionantes y les brinda la oportunidad de ver lo que la naturaleza tiene para ofrecer”, dice Tax.
Los funcionarios están pensando en formas en las que el patrimonio maya de Concepción podría atraer visitantes. “Hemos hecho algunos viajes a la montaña con personas que no son guías espirituales. Están interesados en aprender sobre nuestra conexión espiritual con la Madre Naturaleza y quieren ayudar a cambiar el camino en el que vive la humanidad en este momento”, dice Rumualdo López, el líder espiritual y miembro del consejo municipal.
Mientras tanto, el trabajo para mantener lo que se ha logrado a lo largo de cuatro décadas continúa. Para Aguilar, López y muchos residentes de Concepción, ver el crecimiento del bosque ha merecido la pena.
“Sabemos que nuestro trabajo nos ha brindado la oportunidad de disfrutar de todo lo que la naturaleza tiene para nosotros, como el agua o la hojarasca para plantar”, dice López, guardabosque de mucha experiencia. “Incluso podemos venir aquí con nuestras familias a descansar y a agradecer por el aire fresco que respiramos. Eso es algo que el dinero no puede comprar”.
Imagen de portada: Marcelino Aguilar, jefe del Departamento de Áreas Protegidas de Concepción Chiquirichapa, señala un área reforestada del parque Kum Kum Wutz. Imagen de Jorge Rodríguez para Mongabay
Jorge Rodríguez es un fotógrafo y periodista guatemalteco, siempre dispuesto a aprender y contribuir. Sígalo en Twitter @elapachabotones.
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Esta historia fue publicada por primera vez en la web en inglés el 1 de febrero de 2019.
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