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Acabar con el ruido de las motosierras: más de 700 familias campesinas luchan contra la deforestación y conservan la Amazonía colombiana

Escuela de Restauración de Cuemaní. Foto: Maolenmarx Tatiana Garzón

  • Más de 700 familias campesinas de Cartagena del Chairá, en Colombia, han logrado implementar procesos de restauración en 4 762 hectáreas de bosques degradados en uno de los principales focos de deforestación en la Amazonía colombiana. A la fecha, han sembrado casi un millón de árboles.
  • En el proceso acompañado por investigadores del Instituto SINCHI y la Asociación de Juntas de Acción Comunal (Asojuntas), se logró la identificación de 623 especies de árboles presentes en el territorio, así como el registro de numerosas especies de aves, anfibios, reptiles y mamíferos.
  • Las acciones de educación ambiental, investigación y restauración también incluyeron a la niñez y juventud de distintas comunidades. Los jóvenes incluso fueron motivados para estudiar carreras ambientales y han comenzado sus procesos para ingresar a la universidad.

Liliana Camargo recuerda a Cartagena del Chairá como un municipio rico en naturaleza. En su memoria, solía tener las montañas más verdes, las mejores aguas dulces y la biodiversidad más sana del Caquetá. Sin embargo, en años recientes, la ganadería se comió buena parte de sus bosques. La propia necesidad económica de las comunidades campesinas —impulsada por un abandono gubernamental histórico— las orilló a expandir sus fincas cada vez más. Fue así como Cartagena del Chairá se convirtió en uno de los principales focos de deforestación en la Amazonía colombiana.

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“La gente ha tumbado hasta los bordes de los caños, ha tumbado los salados en donde se mantenían muchas especies. En verano, el agua es poquita, ya escasea. Hay personas que deben evacuar el ganado para otras fincas, lo que antes nunca se veía en el Caquetá”, se lamenta la gestora comunitaria y presidenta de la vereda El Billar, una de las 46 que integran la zona conocida como Cuemaní.

“Todo esto ha ocurrido porque la gente ya no tiene sentido de pertenencia”, agrega Camargo. “Tumban veinte, cincuenta, cien hectáreas y eso preocupa, porque hemos perdido arborización y se ha ahuyentado a las especies silvestres. Hemos atropellado mucho la naturaleza”, afirma.

Pastura recién establecida (entre dos y tres años) luego de un proceso de deforestación en el Núcleo Comunal 4 de Cuemaní. Foto: Maolenmarx Tatiana Garzón

De acuerdo con datos del Instituto Amazónico de Investigaciones Científicas SINCHI, entre el 2002 y 2021, se han perdido alrededor de 130 000 hectáreas de bosque en el área de Cuemaní, en Cartagena del Chairá. Sólo en el año 2021 desaparecieron cerca de 15 737 hectáreas de cobertura boscosa. Esta situación ha colocado al municipio como el tercero con mayor tasa de deforestación a nivel nacional.

“Desde el año pasado, con el gobierno nacional, se viene trabajando en una estrategia de contención a la deforestación, que busca precisamente que puntos activos deforestación en todo el país se transformen en Núcleos de Desarrollo de Economía Forestal y la Biodiversidad, es decir, que esos bosques estén al servicio de las comunidades de una manera sostenible y que sean su punto de desarrollo”, explica Tatiana Garzón, investigadora del Instituto SINCHI.

Taller de planificación predial en escenarios de restauración, en el centro poblado El Guamo, Núcleo 1. Elaboración del mapa mental a nivel de predio. En este, cada propietario plasmó la ubicación de su predio, colindantes, cobeturas vegetales, fuentes hídricas y vías, entre otros aspectos. Foto: Andrea Saavedra

Entre septiembre y diciembre del 2023, varias comunidades de Cartagena del Chairá, en colaboración con el Ministerio del Ambiente y Desarrollo Sostenible, el Instituto SINCHI y la Asociación de Juntas de Acción Comunal (Asojuntas), han logrado implementar procesos de restauración en 4 762 hectáreas deforestadas, que hoy cuentan con casi un millón de árboles nativos creciendo sobre la tierra. Más de 700 familias campesinas que alguna vez deforestaron para sobrevivir, ahora son guardianas de ese gran bosque.

“Se empezó a capacitar a jóvenes, a la niñez y a los adultos para que aprendieran el valor que tiene conservar la naturaleza. Trabajamos todos de la mano. Ahora, en donde hubo un árbol caído, ahí vamos y sembramos”, celebra Camargo.

Grupo de expertos locales de Cuemaní capacitándose en observación de aves. Foto: Mónica Peñuela

El valor de conservar el bosque

Los objetivos son varios, pero todos están regidos por el reconocimiento del valor de los bosques, tanto para la conservación de la biodiversidad, como para la vida de los campesinos. Con la guía del Instituto SINCHI y su equipo de biólogos, botánicos e ingenieros agroecólogos, se trabajaron distintas actividades basadas en el reconocimiento de especies de flora y fauna, además de ejercicios de bioeconomía y restauración.

“Esto se venía trabajando hace mucho tiempo con las comunidades, pensando en motivar e incentivar al campesino para hacer una pausa a la deforestación. Asojuntas nos dijo que el Instituto SINCHI traía una propuesta, un proyecto donde nosotros podríamos parar la tala de bosque y las quemas. Entonces nos reunimos entre los líderes más visibles de cada comunidad, empezamos a plantear ideas y todo avanzó de logro en logro”, detalla Liliana Camargo.

Pastura recientemente establecida. Al fondo, quemas en el bosque aledaño del área de Cuemaní. Foto: Maolenmarx Tatiana Garzón

A partir de allí, se realizaron encuentros de socialización de los acuerdos del proyecto Núcleos de Desarrollo Forestal y la Biodiversidad (NDFyB), en las distintas veredas de Cuemaní, para hacerles partícipes del proyecto en temas como la gobernanza forestal —referida a la relación entre la sociedad y los bosques para compatibilizar sus derechos—, la educación ambiental, el monitoreo comunitario del territorio y un sistema de pago por servicio de restauración del bosque.

Reunión de socialización con comunidades del núcleo 21 de Cuemaní. Foto: Maolenmarx Tatiana Garzón

“El propósito ha sido que las Juntas de Acción Comunal sean los verdaderos protagonistas en el tema de contener la deforestación. ¿Quién mejor que el dueño de la finca sea el que proteja su propio predio, su propio territorio? Así se pudo contener la deforestación a manera de ‘efecto dominó’, porque aquí todos somos vigilantes de que realmente no se deforeste”, comenta Arístides Oime Ochoa, presidente de Asojuntas.

La restauración del bosque generó interés entre las comunidades. “Porque había una inversión importante, había recursos que quedaban en la comunidad”, explica Tatiana Garzón. “Lo que se buscaba, a través de un proceso de regeneración natural asistida, era poder avanzar en la restauración de los bosques que han sido degradados e intervenidos. Aunque conservan parte de su estructura de bosques, cuando entras te das cuenta de que hay muchas especies que ya no existen, porque han sido extraídas”, dice la experta.

Así fue que iniciaron a explorar el bosque para conocer a detalle todo lo que allí habitaba y averiguar qué acciones serían necesarias, desde las zonas a restaurar, hasta las especies vegetales que serían las protagonistas.

Grupo de líderes comunitarios representantes de la Escuela de Restauración de Cuemaní, durante el taller de cierre con el equipo técnico del proyecto. Foto: Maolenmarx Tatiana Garzón

Investigar para restaurar el bosque

En septiembre del 2023, cuando llegó el momento de la visita del equipo del Instituto SINCHI a Cuemaní, ya había toda una organización comunitaria para recibirles y trabajar con ellos durante los diversos procesos. El alojamiento, en el centro de la montaña, estaba listo. También la gente que haría la comida para las expediciones y los jóvenes que acompañarían a los especialistas para abrir senderos y hacer la toma de muestras en el bosque.

“Caminamos como tres o cuatro horas hacia adentro de la montaña. Acomodamos todo, se organizó una carpa para colocar los computadores y las mesas para prensar las muestras [botánicas]. Por la mañanita nos levantábamos para hacer desayuno y almuerzo, empacarlos e irnos a la selva a recoger muestras”, explica Liliana Camargo.

Grupo de expertos locales de Cuemaní capacitándose en prensado de muestras de plantas. Foto: Mónica Peñuela

Los jóvenes seleccionaban sectores de 50 y 100 metros, luego trepaban los árboles que allí se encontraban para cortar su corteza con una cuchilla, bajarla, colocarle una etiqueta y ponerla dentro de una bolsa. Mientras se hacía ese trabajo, el equipo que se quedaba en tierra analizaba los hongos presentes en el suelo, les tomaban fotos, se identificaban las especies, sus diversos usos y también se recolectaban muestras.

Con estos procedimientos se logró la creación de un inventario de 623 especies de árboles, entre las que destacó la presencia de 273 especies útiles para el alimento (127 especies), maderables (112) y medicinales (97).

El trabajo de los jóvenes fue esencial para lograr la identificación de más de 600 especies de árboles. Foto: Cortesía Liliana Camargo

“Esas ofertas de trabajo para los muchachos les motivaron mucho, sobre todo, en quitar el pensamiento de que no hay oportunidades para la juventud y que la única posibilidad es coger una guadaña, un machete e ir a talar. Los muchachos ya vieron qué tan chévere [estupendo] es trabajar como experto local y que pueden ganar dinero por eso. Entonces, ahora nació su iniciativa de estudiar: unos ya estaban por terminar bachiller y quieren estudiar ingeniería agroforestal. Ellos quieren capacitarse no para ir a deforestar, sino para empezar a cuidar. Eso es un logro”, afirma Camargo.

Para los trabajos de restauración se colaboró con 723 familias que establecieron más de 984 000 individuos de árboles y palmas en las áreas degradadas del territorio, como el achapo (Cedrelinga cateniformis) y el sangretoro (Iryanthera laevis), además de palmas de milpesos (Oenocarpus bataua) y de asaí (Euterpe precatoria), para la siembra en las áreas de claros naturales originados por la caída de árboles, talas selectivas pasadas o por baja densidad de la cobertura del dosel.

Familia sembrando plántulas en un bosque de la vereda Paraíso. Foto: Martha Liliana Duque

También íbamos a donde había un árbol grande con semillas ya nacidas y las colectábamos, procurando dejar por lo menos el 30 % de las plantas para la regeneración natural. Si la plantita era mediana, de unos 10 centímetros, nosotros la sacábamos con una parte de tierra, la échabamos a unos canastos y nos íbamos a hacer huecos en otras áreas. En donde se taló un árbol, allí las resembrábamos”, explica la experta local.

En total, se establecieron unos 200 individuos por hectárea y con cada familia se trabajó entre cinco y siete hectáreas, para completar las 4 762 que componen el proyecto.

“Trabajamos con las 46 veredas que están en el núcleo Cuemaní y en estos sitios se firmaron los 723 acuerdos locales de conservación de bosque nativo entre las comunidades, las Juntas de Acción Comunal y una organización comunal campesina. Los expertos locales hicieron todo un proceso de verificación y de georeferenciación, es decir, contamos con una información espacializada y disponible para el seguimiento y monitoreo”,  describe Tatiana Garzón.

Predio a predio se verificó la georreferenciación realizada por expertos locales y profesionales del Instituto SINCHI, para generar los polígonos de restauración y de la finca para su monitoreo. Foto: Jorge Murillo

También hubo equipos científicos y de expertos locales dedicados exclusivamente a los registros de fauna. Sus resultados registraron 154 especies de aves, 24 especies de anfibios, 11 especies de reptiles y 21 especies de mamíferos.

Mientras todo esto ocurría en el bosque, también se capacitó a la comunidad en su conjunto. Se realizaron 99 talleres de restauración ecológica y desarrollo agroambiental, en donde se capacitaron 2310 personas que se convirtieron en gestores de la conservación, fortalecimiento de la gobernanza forestal y la restauración. Lo mismo ocurrió con las infancias.

“Los papás llevaban a los niños a las capacitaciones, una chica del equipo los reunía para hacer pedagogía a través de la pintura y los carteles. Cada niño dibujaba un árbol, su riqueza y por qué se siembra. También por qué es importante cuidar el agua. Así los niños terminaban involucrándose en el tema”, explica Liliana Camargo.

El futuro del bosque

Liliana Camargo, su hijo y una de sus vecinas ahora han creado, por cuenta propia, un vivero para reproducir los árboles del territorio. En su patio, en un espacio de cuatro metros de largo por ocho de ancho, han logrado crecer más de 300 pequeños árboles de especies nativas que están a la espera de ser sembrados en el bosque.

“Estamos sembrando caucho y carbón para que, si alguna vez hay un nuevo proyecto, ya tengamos esos arbolitos embolsados y listos para distribuir en las fuentes hídricas, en donde haya caños. Eso nos quedó: la capacidad de cuidar y conservar por nosotros mismos. Ahora nos gustaría recibir apoyo para, en un futuro, establecer un vivero más grande”, dice Camargo.

Los árboles del pequeño vivero casero de Liliana Camargo, su hijo y vecina. Foto: Liliana Camargo

Los jóvenes también se quedaron con todo el conocimiento para recoger muestras botánicas, “porque no siempre hay oportunidad de que profesionales ingresen al territorio, entonces ya hay gente con capacidad instalada para hacer ese trabajo en caso de que se llegue a necesitar”, agrega.

El mensaje generalizado, tanto para las familias, los jóvenes y los finqueros —dice la lideresa campesina— es cuidar el bosque, porque comprendieron que de ello depende el futuro y el desarrollo de las comunidades.

Transición de pastura a bosque secundario en la vereda el Billar, Núcleo comunal 3. Foto: Maolenmarx Tatiana Garzón

“Ahora tiene más relevancia el medio ambiente, la selva, la protección de la montaña, el cuidado de la naturaleza. Antes andábamos por las montañas con los ojos cerrados y no sabíamos el valor de cada árbol, de cada especie”, cuenta Camargo.

El futuro que ella imagina, es aquel en donde el bosque vuelva a verse como lo recuerda: completamente verde y habitado por numerosos animales que recorren el territorio sin temor. Y eso, poco a poco, está por lograrse.

“Antes, cuando íbamos a la finca a coger limones, nos encontrábamos con una danta echada, junto con las vacas. A partir de que la gente empezó a tumbar los árboles, ya no se miraban cerca las dantas, ni los cerdillos, los venados o las loras. Pero resulta que ahorita están regresando. Nos da alegría encontrar a los animales de nuevo y eso pasa al dejar la bulla de las motosierras. Me llena de orgullo que los animales están regresando a un lugar pacífico”, concluye.

Atardecer en el puerto de la vereda Santa Fé del Caguán, núcleo comunal 4. Foto: Maolenmarx Tatiana Garzón

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