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“Queremos que las mujeres se apropien del ejercicio de los derechos colectivos”: Wilma Mendoza, lideresa indígena | ENTREVISTA

Wilma Mendoza es presidenta de la Confederación Nacional de Mujeres Indígenas de Bolivia. Foto: Nicole Andrea Vargas

  • Mendoza es presidenta de la Confederación Nacional de Mujeres Indígenas de Bolivia (Cnamib), su trabajo está enfocado en la formación de nuevos liderazgos femeninos para combatir el machismo. Fue secuestrada en una ocasión por oponerse a la exploración de petróleo.
  • Se prepara para el XI Foro Social Panamazónico, que se realizará en Bolivia entre el 12 y el 15 de junio. Ahí exigirá que el Estado boliviano deje de lado el modelo de desarrollo extractivo, cumpla con el saneamiento de tierras y garantice la protección a los líderes indígenas.

Cuando Wilma Mendoza era niña se prometió a sí misma que nunca sería como su padre Gregorio Mendoza. Vio y vivió de cerca cómo la labor de defender su territorio le quitaba a este reconocido líder indígena del Alto Beni, en Bolivia, el tiempo que su familia merecía recibir y a la larga no le generaba más que frustraciones. La promesa duró muy poco.

En la universidad, Wilma Mendoza ocupó sus primeros cargos de liderazgo femenino y poco después, siguiendo la voz de la herencia, fue designada dirigente de la Tierra Comunitaria de Origen (TCO) Mosetén. Tenía 27 años. Desde entonces, su trabajo ha estado enfocado en generar espacios de liderazgo para las mujeres, combatir el machismo que hay dentro de los pueblos indígenas y cuidar las conquistas de sus antepasados, tal como lo hizo su padre durante más de 30 años hasta su fallecimiento.
Han pasado más de dos décadas desde que Wilma Mendoza asumió ese primer cargo indígena. También fue líder de la Central de Pueblos Indígenas de La Paz (Cpilap) y participó en la marcha en defensa del Territorio Indígena y Parque Nacional Isiboro-Sécure (Tipnis). Además, trabaja por las necesidades de su pueblo indígena Mosetén. Hoy es la presidenta de la Confederación Nacional de Mujeres Indígenas de Bolivia (Cnamib).

Wilma Mendoza, quien tiene 48 años, nació en la comunidad Simay, en el municipio de Palos Blancos, perteneciente a la Tierra Comunitaria de Origen Mosetén [hoy se conoce como Territorio Indígena Originario Campesino (TIOC), que es el espacio comunitario y autónomo de los pueblos indígenas reconocido por el Estado boliviano]. Los mosetenes están ubicados entre La Paz, Cochabamba y Beni, y sus actividades se enfocan en la producción agroecológica, la caza y la pesca para su consumo. Aunque, por su riqueza, empresas llegaron para explotar madera y hacer exploración de petróleo.

La lideresa indígena del pueblo Mosetén, Wilma Mendoza. Foto: Nicole Andrea Vargas

Entender la diversidad geográfica y cultural de Bolivia, que va desde la selva amazónica hasta el árido Altiplano, le permitió a Wilma Mendoza ejercer su labor dirigencial con empatía. Estudió Agronomía en una universidad de Potosí. Al volver a su comunidad, tuvo dos hijos, se dedicó a mejorar las parcelas de sus seis hermanos menores y emprender la defensa de su territorio.

Criticar el modelo extractivista impulsado por el gobierno boliviano la ha expuesto a situaciones peligrosas. Fue secuestrada por oponerse a la exploración de petróleo y hostigada por ser una mujer dirigente. “Son muy malos los varones y no ha sido fácil”, dice.

En esta entrevista con Mongabay Latam, Wilma Mendoza cuenta los desafíos que enfrenta en la formación de nuevos liderazgos y el reto de preparar a otras mujeres para que continúen la lucha indígena.

—Usted nació en Palos Blancos (La Paz), en plena selva amazónica donde abunda la vegetación, ¿cómo recuerda su vida en ese lugar?

Vivíamos de la caza y la pesca. Mi mamá es mosetena, sabía pescar, cazar, manejar la escopeta. Antes había en abundancia las cosas. Sembraban yuca, plátano, maíz, pero era solo para consumo y para hacer algunos cambios, llegaban personas en botes con mercadería, entonces lo cambiábamos. Cuando éramos niños, después de almorzar, íbamos a nadar al río porque vivíamos a la orilla. Había muchos peces. No faltaba nada. Siempre digo: antes vivía en el paraíso.

—¿Cómo logró ser la primera bachiller y profesional de su comunidad? ¿Cuántos jóvenes siguieron sus pasos?

Terminé el colegio en 1994 y la carrera de Agronomía en 2004. De mi generación de bachilleres, solo dos varones estudiaron Mecánica Automotriz. Hoy tenemos un sacerdote, como cinco agrónomos egresados y una enfermera. Casi el 100 % (de los comunarios) ahora sale bachiller, de ahí los varones se van al cuartel (servicio militar) y vuelven a trabajar diciendo que van a ahorrar para estudiar, pero entre eso se casan y ahí queda.

—Para estudiar una carrera universitaria tuvo que dejar su vida en la selva amazónica y pasar al Altiplano, ¿cómo fue ese cambio y qué aprendió?

Desde joven fui muy desafiante. Siempre me decían que no debía ser así. Creo que eso me ayudó. También había tenido un conocimiento previo (del Altiplano) en La Paz, cuando hice el curso preuniversitario de Agronomía. Claro que para mí era muy diferente, desde la misma producción porque nosotros no producimos papa, nabo, ni nada de eso. Somos productores de plátano, cacao, cítricos, todo lo que es de la Amazonía. Era un nuevo desafío, eso me gustaba.

Por eso, cuando fui a Llallagua (Potosí) ya no era tan novata en esos temas. Me gustaba mucho salir a campo. Eso me sirvió para conocer qué tan diversos somos. Y también a apropiarme de las riquezas que tiene nuestra Bolivia.

Wilma Mendoza y su grupo de trabajo, durante el Encuentro Nacional de Mujeres Indígenas de Boliva, en 2023. Foto tomada de redes sociales de Cnamib.

—¿Cuáles son las riquezas naturales del pueblo indígena moseten?

La mayor riqueza que tenemos es que la tierra es muy fértil, pero también tiene un gran potencial de madera. Había una gran variedad de especies, como la mara y el roble. Hoy se pueden encontrar estas maderas, pero en las parcelas de los comunarios y ya no en el monte, porque lo sacaron casi todo. Se supone que la explotación de madera tenía otro enfoque, porque solo se debía hacer para que, con esos recursos, los niños estudien o se los lleve al médico, no era para lucrar. Eso se mal aprovechó. Actualmente, esas especies ya no hay. Pero la tierra sigue siendo muy productiva, haciendo una buena planificación puedes tener ingresos económicos gracias a la variedad de semillas, cortezas y bejucos con los que puedes hacer arte. Por la ribera de los ríos hay oro y ese es un elemento fundamental para generar recursos. Nuestro territorio tiene todo ese potencial.

—Esas riquezas llamaron la atención del Gobierno que ingresó a su territorio para explorar petróleo, ¿se hizo el resarcimiento de daños por los efectos secundarios?

En agosto de 2009 empezó el estudio, y en enero de 2010, como el suelo estaba movido y era época de lluvia, hubo mayores deslizamientos. Fue el primer daño visible. Ahí la gente se dio cuenta de cuánto había afectado. También, si la dinamita pasó cerca de una vertiente de agua, ésta se desvió, algunos ya no tenían agua potable. Fueron muy notorios los impactos. Donde permitieron entrar (al Gobierno), se perdieron muchos cultivos. El Estado hizo un acuerdo, les ofrecieron postas o hacer sus sedes. Los comunarios escogieron la sede comunal, en otros lugares mejoraron sus plazas. Eso era todo. En Simay somos rebeldes y no acordamos nada, y logramos un proyecto para hacer seguimiento al cumplimiento de las promesas que había hecho el Gobierno.

–¿Su vida ha corrido peligro por la defensa a su territorio?

Sí, ocurrió el 16 de julio de 2009, antes de la exploración de petróleo. Hicimos una reunión para hacerle entender a nuestra gente que el consentimiento libre, previo e informado lo debe hacer (el Gobierno) porque es un ente garante y debe cumplir con los procedimientos. Pero otros dirigentes que habían recibido plata decían que no nos podíamos oponer al desarrollo. Hicimos un precongreso para dar solución y fue peor, la gente que estaba cooptada presionó al presidente para que firmara la consulta diciendo que estaban de acuerdo. Entonces, yo cerré mi acta y me fui porque dije que no sería cómplice de las cosas malas que podían suceder. Una se asusta, le da impotencia y llora. Pasaron como seis meses y un día detuvieron 11 vehículos que estaban trabajando en la exploración. Cuando llegamos a la comunidad, comenzó la reunión, llamaron al presidente de YPFB (Yacimientos Petrolíferos Fiscales Bolivianos) y a las autoridades competentes. A mí me mandaron a una reunión a La Paz. Entonces, nos detuvieron en la primera comunidad que pasamos. Eran los comunarios interculturales. Yo estaba con los que habían filmado la reunión de rechazo. Nos bajaron y dijeron que la camioneta no iba a seguir y pincharon las llantas. Yo no decía nada, lo único que hice fue guardar los casetes de las grabaciones. Ellos (interculturales) destruyeron todas las cámaras. Y me reconocieron y empezaron a hablar lo peor de mi padre. Entonces salí del auto y les dije que nada tenían que ver con ellos en nuestros problemas, nos correspondía a los pueblos indígenas. Entonces me llevaron a la cancha (de la comunidad). Los técnicos temblaban, no sabía qué iba a pasar. Yo no sabía qué nos iban a hacer.

—¿Qué pasó después?

Nos gritaron y nos preguntaban por qué no queríamos (la exploración). En eso los llamaron (los interculturales) y se fueron de emergencia y nos dejaron ahí. Al final solo quedamos dos mujeres, entonces les dijimos que queríamos orinar. Les pedimos que nos dejen ir al monte. Ahí nos escapamos. Queríamos que pase un auto para que nos lleve a Palos Blancos para contarles lo que estaba pasando. Y apareció uno, pero eran los interculturales que estaban en camioneta buscándonos. Nos metieron otra vez al auto y les dijimos que nos tenían que llevar a nuestra comunidad. Al final nos dejaron ahí (en el camino). Escuchábamos petardos. Yo le dije a mi compañera que nos metamos al río y luego a la selva para poder llegar a Palos Blancos para buscar ayuda. Llegamos a la playa (del río), y trepamos el cerro, teníamos una linterna para alumbrar el monte. Ya era más de medianoche. Salimos a la carretera y ahí caminamos hasta llegar a un pueblo donde ya había comunicación.

Wilma Mendoza junto a otras mujeres indígenas. Foto: Cortesía Wilma Mendoza

—En el Encuentro Nacional de Territorios Indígenas y Originarios 2023 le agradecieron no haber sido comprada por el Gobierno, ¿recibió ofertas políticas?

Muchas. Pero nunca me ha tentado porque tengo principios. ¿Qué vale más? Mi credibilidad. Nuestra visión es fortalecer a las mujeres, pero eso no se construye de la noche a la mañana. Nos sentimos contentas. Eso creo que es algo que no tienen muchos líderes y lideresas. Al rato del ofertón no piensan en las consecuencias. Yo digo que no voy a cavar mi propia tumba. Eso siempre les digo a las lideresas. No tendremos sueldos, pero lo que tiene que primar son los principios. Hemos acompañado a varias lideresas que entraron en esos espacios (políticos), pero hemos visto que cuando entran, se olvidan. No sé qué pasa. Por todas esas cosas, no quiero. Mi mamá me enseñó a trabajar y yo tengo mis parcelas en mi pueblo, que no voy a abandonar nunca.

—¿Cuáles son los temas que buscan abordar como Cnamid en el Foro Social Panamazónico que se realizará en Bolivia en 2024?

Estamos haciendo seguimiento al saneamiento (reconocimiento oficial) de tierras, hay algunos territorios que no tienen título. Hay solicitudes de hace más de 10 años. En el caso de los mosetenes, si no hubiera un interés del Gobierno en la exploración, no nos hubieran saneado las 4500 hectáreas que nos debían hace muchos años.

Otro punto es cómo continuamos con la resistencia del territorio y aseguramos los derechos colectivos que se tienen. Queremos que el Estado no insista en el desarrollo extractivo, sino que nos escuche.

Todos los que participamos de este foro estamos convencidos que hay otra alternativa que puede aportar a la economía del Estado. Se sigue promoviendo la ganadería y el monocultivo dentro de los territorios. Por eso necesitamos conocer el potencial que hay dentro de cada territorio, para tener la alternativa clara y mostrar los datos. También se hablará de la seguridad de los defensores de los territorios.

—¿Qué defendía su papá cuando era líder indígena y qué defiende usted ahora?

Para él, la meta era la consolidación de su territorio, él decía que había que titular el territorio para que los mosetenes no sufran. Quería que las siguientes generaciones no estén migrando y mantener la cultura viva. También decía que había que trabajar en la transformación (de productos) porque eso iba a generar mayores ingresos. Nosotros ya no estamos tan preocupados en la consolidación, pero sí en el cuidado. Promovemos que la gente ejerza los derechos colectivos. Antes no se tenía claro eso, ahora nosotros analizamos cómo perdimos el rumbo. Ellos (antepasados) no se preocuparon de que las mujeres se empoderaran, eran más los hombres. Yo siempre digo, los hombres han tenido muchas oportunidades y las tienen, pero las mujeres no. Lo que yo defiendo es que mujer se empodere de los derechos colectivos; también tenemos que exigir la competencia que se nos da y el beneficio que nos corresponde a nosotras. ¿Cuándo vamos a visibilizar el beneficio que nos corresponde como mujeres? Ese es mi gran desafío, es lo que hago.

La formación de nuevas lideresas es uno de los propósitos de la labor de Wilma Mendoza. Aquí durante una charla de formación. Foto: Cortesía Wilma Mendoza.

—¿Qué busca con la formación de nuevas lideresas y en qué consiste el trabajo?

Son espacios de diálogo. Llegamos a los territorios y nos reunimos entre hombres y mujeres. Buscamos a los más ancianos que fueron líderes, identificamos a algunas lideresas para dialogar sobre las problemáticas. Como Cnamid hablamos sobre lo que fuimos, para qué se consiguió el territorio y qué es lo que debemos hacer. También qué hemos hecho mal para ver qué podemos hacer bien y rediseñar nuestro horizonte en la casa común.

Necesitamos más espacios en el que confiemos entre nosotras, las lideresas. A veces los hombres dicen: ¿qué saben las mujeres sobre la gestión territorial? ¿Qué saben sobre la gobernanza indígena? Algunos líderes ven que esos temas no son para nosotras, pero nosotras buscamos estrategias. En esos espacios de diálogo, queremos que las mujeres se apropien del ejercicio de los derechos colectivos.

—Como hija de un líder indígena, cuestionaba la labor de su padre. Ahora que es madre, ¿qué opinan sus hijos del trabajo que realiza como defensora?

Los hijos reclaman que no estoy con ellos. Los fines de semana nos reunimos y ellos quieren salir, yo trato de darles ese tiempo, que antes no lo hacía. Ellos siempre me motivaron. A veces uno cree que sus hijos no le siguen, pero cuando yo decía algo en los medios me preguntaban si era verdad. También me preguntan: “Mamá, ¿eso pasa?” Y yo les empiezo a explicar. Así compartimos tiempo.

—Ya pasaron 20 años desde que asumió su primer puesto como lideresa indígena, ¿cómo evalúa su trabajo durante este tiempo?

La mayor parte de los territorios indígenas somos machistas, pero es cuestión de ser estratégicos. Como cuatro meses fueron muy recelosos conmigo, pero yo me amparé en mi estatuto. Tenía que ir a todas las reuniones porque mi rol era central. Mi padre me dijo: “Una líder ya está en el ojo de otras mujeres. Tienes que hacer una representación digna. Actúa lo más transparentemente posible, así no estarás en la boca de la gente”.

—¿Qué quiere transmitirles a los jóvenes que están empezando el camino de defensa de sus territorios?

Que tengan principios y valores. Que sepan la verdadera política del movimiento indígena, y saber qué quiere su territorio, cuál es la agenda. Hoy los jóvenes piensan diferente, ya no es como en nuestra generación, no hablaban de defensa, de principios, de valores. Se necesita trabajar en involucrar a los jóvenes en la comunidad para que entiendan que ese espacio que tenemos es nuestra casa común.

Lo que les digo es que, el que quiere defender su territorio, tiene que ser partícipe de las asambleas de las comunidades, no esperar a que los inviten. Quisiera que sean más parte activa de las decisiones que se toman en las comunidades para que entiendan el trabajo de defensa. Nosotros seguimos el camino de resistencia.

—La labor de defensa de territorios indígenas puede generar frustración, ¿cuáles son las metas que no alcanzó como lideresa?

Una tiene aspiración de hacer más gestión en las asambleas, pero la frustración es cuando llegas a la comunidad y ves a los comunarios desmotivados. Con tanto conflicto, ellos están conformes con lo que está pasando y eso me frustra. Creo que ese es un reto grande para las futuras lideresas, tener la claridad y demostrar cambios de verdad, eso cuesta.

A veces queremos lograr esos cambios en un año, pero la cultura es muy diferente. Hay algunas que sí se animan rápido a todo, pero hay otras que no. Nuestra cultura indígena necesita que haya alguien que los guíe de cerca. Si están solos, decaen. El reto más grande es lograr un recurso humano que sea de la comunidad y que acompañe este proceso, y demuestre que los indígenas podemos hacer grandes cosas si somos consecuentes.

Salir a marchar es una consigna. Aquí en una marcha de la Confederación Nacional de Mujeres Indígenas de Bolivia. Foto: Cortesía Wilma Mendoza.

—De todo el trabajo que ha estado haciendo como lideresa, ¿qué le gustaría dejar como legado?

A veces me dicen que soy una lideresa referente para muchas y eso me llena de satisfacción y digo que lo estoy haciendo bien. Pero sé que debo preocuparme de no caer en estas tentaciones que hay cada día, como la política partidaria. Te quieren hacer caer. Reflexiono constantemente qué es lo bueno y qué es lo malo. Quiero que siempre recuerden que he sido y soy lo más transparente posible. Que recuerden que más allá de todas las adversidades que pasamos, hay que ponerle alegría a la vida.

* Imagen principal: Wilma Mendoza, lideresa indígena del pueblo Mosetén, en Bolivia. Foto: Nicole Andrea Vargas

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