- El crecimiento de la palma en Indonesia se presenta como un milagro económico, pero hay otra versión de la historia: tratos encubiertos, asociaciones turbias, empresas fantasmas y corrupción
- Esta es la tercera entrega de Indonesia en Venta, una saga en profundidad sobre la corrupción detrás de la crisis de deforestación y derechos de la tierra en Indonesia, una colaboración entre Mongabay y The Gecko Project.
Una noche durante el segundo mandato de Darwan, un agricultor llamado Marjuansyah, que vivía en la aldea en la que había crecido el bupati, tuvo un encuentro inquietante con la policía. Durante dos años había atendido una pequeña parcela de aceite de palma al este del lago Sembuluh y cientos de árboles pequeños estaban ahora a punto de dar fruto. Pero sus tierras también se encuentran en una zona bajo la licencia de una de las empresas que el hijo de Darwan, Ruswandi, había vendido a Triputra.
La policía le dijo a Marjuansyah que habían venido por asuntos de la empresa. Triputra, dijeron, le pagaría 5 millones de rupias, unos 550 dólares, por cada una de sus nueve hectáreas. El dinero no duraría mucho, mientras que las palmas que había cultivado podían proveerle de un ingreso durante el resto de su vida, una red de seguridad cuando entrase en la vejez. No quería vender, pero se sentía incómodo al tener que rechazar a una empresa cuyo acercamiento se había realizado a través de la policía. Con la esperanza de sacarlos de ese sendero, más tarde les dijo que no podía aceptar menos del doble de lo que ofrecían.
En cambio, nos dijo, Triputra encontró a otras personas para que presentasen reclamaciones falsas sobre sus tierras y les pagaron por ello. Funcionarios locales fáciles de manejar avalaron la transacción. La empresa pasó excavadoras por su granja —los árboles de aceite de palma del pequeño productor son, normalmente, inferiores a los árboles cultivados por corporaciones— y derribaron una cabaña que había construido. “Lo denuncié a la policía”, nos dijo Marjuansyah en la casa de un amigo en la aldea, mientras estrujaba una foto borrosa de su antigua vivienda. “Pero no hubo ninguna reacción”.
Un destino similar sacudió a muchos de los habitantes de Seruyan al avanzar las empresas de plantación por sus tierras de labranza y los bosques de los alrededores. No era raro que las empresas les ofreciesen algo de dinero por sus tierras, supuestamente con la esperanza de reducir la resistencia. Pero, como descubrió Marjuansyah, no era una negociación y había muy poca posibilidad de negarse.
Los agricultores estaban en desventaja porque el estado no reconocía sus derechos de propiedad. Algunos tenían certificados emitidos por los jefes de aldeas pero estos eran precarios legalmente comparados con las licencias de las empresas aprobadas por el estado. Como Marjuansyah también descubrió, podían ser falsificados o manipulados. Muchos reclamos de tierras se superponían, una situación que no había preocupado a la vida de la aldea cuando no había ninguna presión comercial sobre las tierras, y podían ser resueltos a través de la ley tradicional. Cuando llegaron las empresas, avivaron y explotaron estas disputas al comprar las tierras de cualquiera que las vendiera primero.
La presencia de la policía en las negociaciones con Marjuansyah no fue un incidente aislado. En otros casos, tomaron una posición clara y parcial en la protección de los intereses de las empresas. Un agricultor llamado Wardian bin Junaidi nos dijo como la misma subsidiaria de Triputra derribó sus árboles frutales de rambután y durián. Sus peticiones a la empresa fueron ignoradas.
“Me harté de llamarles continuamente”, dijo. “Así que un día fui y recolecté yo mismo parte de esa fruta de la palma”. Fue arrestado y encarcelado durante varios meses. “Fui acusado de robo. En realidad, ellos son los ladrones. Pero la ley es selectiva. No es para nosotros los pobres. Son las empresas quienes tienen el dinero”.
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La propiedad de las tierras
Desde el principio de la industria del aceite de palma en Indonesia, el gobierno había intentado lograr un equilibrio entre la cesión de tierras a grandes empresas capaces de desarrollar plantaciones viables y asegurar un beneficio para las comunidades cercanas. Durante las décadas de los 80 y los 90 se experimentó con varios modelos, con participación tanto del estado como del sector privado. Frecuentemente, las empresas estaban obligadas a dotar a los agricultores locales con minifundios plantados con aceite de palma. Un par de hectáreas de árboles maduros podían transformar las vidas de una familia empobrecida en la Indonesia rural.
La proporción de tierras que las empresas tenían que proveer variaba. Si se cedía demasiado a las empresas, comunidades no se beneficiarían; demasiado poco y la inversión sería menos atractiva. Para 2002 la normativa vigente era ambigua en cuanto a cómo tenían que ayudar las empresas a los agricultores locales, pero clara en que tenían que hacerlo. Esta era la normativa que dio a los bupatis el poder sobre las licencias y también la autoridad para revocar los permisos si las empresas no lograban “crecer y desarrollar” las comunidades locales. En 2007 las normas se volvieron más concretas al exigir a las empresas que proporcionasen, plantasen y entregasen un área de minifundios equivalente a una quinta parte de su licencia.
Todas las empresas aprobadas por Darwan estaban vinculadas por estas normas, pero incumplieron las medidas de forma generalizada. Desde el momento en que Kuoks y Rachmats llegaron al distrito, a principios de la década de los 2000, habían prometido minifundios. Durante el segundo mandato de Darwan, su falta de resultado causó un creciente malestar.
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Si las primeras expropiaciones de tierras fueron un duro golpe frío, la escasez de minifundios era una picadura que no se iba. Sin ellos las comunidades fueron excluidas de las riquezas generadas por las plantaciones, que se concentraban en las manos de los multimillonarios que se habían convertido en los mayores terratenientes del distrito. Los habitantes de las aldeas habían perdido sus granjas, los ríos habían sido contaminados, los mejores puestos de trabajo en las plantaciones fueron asignados a forasteros que se veían como más capacitados y no se pagaba lo suficiente a los jornaleros que recogían fruta como para vivir con dignidad.
A la vez que las protestas de los residentes cayeron en saco roto, se hizo cada vez más evidente que Darwan no solo estaba representando los intereses de las empresas sino que también ejercía control sobre el estado en apoyo a las empresas. Cuando Triputra desencadenó la alarma con un plan para construir una instalación de procesamiento río arriba del lago Sembuluh, los residentes que protestaron se encontraron con amenazas por parte del mismo bupati.
“En 2010, vino a nuestra aldea a un evento religioso y dijo, ‘nadie debería oponerse a la fábrica o habrá problemas’”, le dijo un residente de la aldea a una ONG. “‘Si trabajas para el gobierno o en las plantaciones, entonces serás despedido’”. Presuntamente, Darwan colocó jefes nuevos en las aldeas que se opusieron a las plantaciones para mermar la posible resistencia a través de las instituciones formales.
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Al principio del segundo mandato de Darwan, un hombre fuerte sin pelos en la lengua llamado Budiardi fue elegido a la legislatura del distrito con, como él lo describió, “un mandato para luchar por los derechos de la población contra la empresa”. Budiardi venía del subdistrito Hanau, donde el Grupo BEST se había establecido en el parque nacional y las aldeas de los alrededores. Aunque pronto llegó a la conclusión de que era inútil intentar cambiar el sistema desde dentro. El partido de Darwan dominaba el parlamento; el portavoz era su sobrino. “Era inútil oponerse a las políticas de Darwan”, nos dijo Budiardi. “El bupati controlaba el parlamento”.
James Watt, un agricultor estoico de la aldea Bangkla situada al lado del lago, había creído la promesa de Darwan de hacer funcionar las plantaciones para la población, antes de que sus tierras fueran tomadas por el Grupo Sinar Mas, un conglomerado de Indonesia fundado por la multimillonaria familia Widjaja. “Todo lo que obtuvimos fue opresión”, nos dijo James. “El desmonte de nuestras tierras, el vertido de residuos en nuestros ríos. Nunca imaginamos que sería así”. Mientras las empresas seguían presionando, Darwan no movió un dedo. “Sus promesas siempre eran vacías. Creo que entendió la posición de bupati como su oportunidad de hacer tanto dinero como fuese posible”.
Cuando los agricultores de Seruyan cayeron en la cuenta de la inutilidad de la oposición a través del estado —instituciones de los pueblos, policía, parlamento y bupati—, empezaron a tomar medidas directas. A principios de 2011, un hombre llamado Sadarsyah que afirmaba que sus tierras habían sido acaparadas por Triputra se convirtió en un símbolo de los conflictos sin resolver e impulsó a los habitantes de la aldea a bloquear una carretera de la empresa durante días. Triputra le acusó de fraude y denunció a los manifestantes ante la policía.
Mientras tanto en una subsidiaria de Wilmar, cientos de residentes locales cerraron el paso de una carretera principal a la concesión, donde los vertidos de la fábrica seguían contaminando los suministros de agua locales. Para entonces la policía antidisturbios podía ser vista con frecuencia en la plantación. Cuando un equipo de una ONG realizó un viaje de investigación a una de las plantaciones de Wilmar en 2012, una de las primeras cosas que vieron fue un soldado con un rifle de asalto M-16.
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Primeras investigaciones
La posibilidad de un procesamiento por la KPK planeaba sobre Darwan. La agencia anticorrupción visitó Seruyan en 2008 tras el informe de Marianto solo después de que el bupati se asegurase un segundo mandato. Registraron las oficinas gubernamentales en la búsqueda de información sobre varios viajes a Kuala Pembuang, la capital a la orilla del mar del distrito, según Marianto. (La KPK rehusó comentar sobre el caso de Darwan).
En un momento dado, se reunieron con el ayudante de Darwan y un grupo de figuras locales, incluido Marianto. “No solo vengan y echen un vistazo” recuerda haberles instado Marianto. “Esperamos que la KPK pueda lograr el resultado deseado por la población”. Pero según transcurría el segundo mandato, la investigación parecía no ir a ninguna parte.
Nordin Abah, el activista que realizó su propia investigación de Darwan, también le denunció a la KPK. Estuvo en contacto con el liderazgo de la agencia durante todo su segundo mandato, pero un caso nunca transcendió. Nordin tenía la opción de denunciarle por corrupción a la policía o a la oficina del fiscal general, además de a la KPK. Pero nos dijo que hubiese sido “inútil” —eran tan corruptos como Darwan—.
Nordin también temía que podría haber sido “criminalizado”: arrestado por un delito que no hubiese cometido. Dijo que recibió una amenaza contra sus hijos, enviada a su teléfono. “Nordin, si vuelves otra vez, si te quedas en Seruyan, mejor reflexiona sobre tu hijo pequeño”, nos dijo, mientras adoptaba la voz de sus intimidadores. “Eso me afectó, esas amenazas a mi hijo. Si es solo sobre mí no pasa nada, pero si es sobre mi hijo, me preocupo”. Nordin falleció de hipertensión en junio de 2017, a los 47 años.
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La resistencia
Hacia finales de julio de 2011, las tensiones en Seruyan llegaron a un punto crítico. Miles de residentes de todo el distrito descendieron sobre la sede de la administración de Darwan en Kuala Pembuang, desmontaron sus tiendas de campaña delante del edificio del parlamento y exigieron una audiencia con el bupati. Los manifestantes representaban a 27 aldeas y habían venido a exponer su doble queja de la expropiación de las tierras y el incumplimiento de proveer minifundios. Uno de los coordinadores era James Watt, el agricultor de Bangkal que había perdido sus tierras a favor del Grupo Sinar Mas. Estaban acompañados por miembros simpatizantes del parlamento local, incluido Budiardi. Los manifestantes desplegaron sus pancartas, montaron una cocina general y declararon su intención de no moverse hasta que Darwan saliera a reunirse con ellos.
Días más tarde, finalmente Darwan salió por la puerta del edificio del parlamento. Se situó en una terraza elevada, miró despectivamente a los manifestantes que lo rodeaban. Tenía profundas papadas y una sonrisa asimétrica que le daba una expresión sarcástica. Llevaba una camisa oscura de botones de bupati y un peci negro, un gorro musulmán. Estaba acompañado por un séquito de ayudantes y otras figuras gubernamentales, incluido el jefe de la policía local.
James Watt y otros líderes de la protesta usaron un megáfono para recitar sus demandas. Querían que el bupati usase su autoridad para forzar a las empresas a resolver los conflictos sobre las tierras y proporcionar una quinta parte de sus tierras para plantaciones comunitarias. Darwan escuchó y dijo que apreciaba la llegada de la gente e intentaría transmitir sus aspiraciones a las empresas. Pero dijo que sería imposible que las empresas proporcionasen minifundios dentro de sus plantaciones, ya que no estaban jurídicamente obligados a hacerlo. James recuerda que le abuchearon, le gritaron que era un mentiroso. Darwan levantó la mano para intentar callarles pero siguieron gritando.
“Le avergonzó”, dijo James. “Decidió que no quería hablar más, así que dio la vuelta, entró en el edificio y salió por la parte de atrás”.
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La protesta tuvo lugar durante un agudo aumento de los conflictos sobre las tierras por toda Indonesia. El mes siguiente, un turbio conflicto en Mesuji, al sur de Sumatra, se convirtió en el centro de la atención nacional después de que un general retirado proyectara un vídeo durante una audiencia parlamentaria en Yakarta, que supuestamente mostraba evidencias de que los guardias de seguridad de una empresa de aceite de palma habían decapitado a agricultores.
Unos pocos meses más tarde, cientos de aldeanos ocuparon un puerto en la isla de Sumbawa en desafío de una licencia minera emitida a una empresa australiana. Después de cinco días, la policía antidisturbios abrió fuego contra el bloqueo y mató a dos adolescentes. El mismo mes, 28 agricultores de una isla cerca de la costa de Sumatra se cosieron las bocas para protestar una licencia de plantación que cubría más de una tercera parte de su isla. Para finales de año, al menos 22 personas habían muerto en cientos de acciones por todo el país.
Los expertos reprendieron a los manifestantes por “ignorar su derecho democrático a llevar sus quejas ante sus representantes electos” en favor del “poder de la calle”, como lo expresó un editorial del Jakarta Post. Budiardi, el miembro del parlamento local de Seruyan, lo vio de manera diferente. “Intentamos comunicarnos con ellos para resolver los conflictos de la tierras y crear asociaciones con las personas”, nos dijo. “Pero creo que no podemos hacer nada si al bupati no le importa lo que quiere la gente”.
Ese diciembre, 11 personas del sub-distrito de Hanau, donde Budiardi tiene su casa, entraron en una plantación del Grupo BEST para cometer su propio acto de vandalismo. Hartos después de años de solicitudes a la empresa, usaron un camión y una cuerda y arrancaron varios de sus árboles de palma de raíz. Todos los que participaron fueron encarcelados durante varios meses. Budiardi no estaba allí, pero había organizado protestas delante de la oficina de la empresa y ahora era calificado como un “provocador”. Se emitió una orden para su arresto. Budiarti ignoró la citación y viajó a Yakarta con una delegación de habitantes de Hanau para asistir una audiencia en el parlamento nacional. Después de alrededor de un mes como “fugitivo”, también Budiardi fue arrestado. Fue juzgado y sentenciado a cuatro meses en prisión.
Para Budiardi, fue la gota que colmó el vaso. Después de cumplir su sentencia y regresar a su hogar, vació su archivador, llevó copias de los permisos que Darwan había emitido y otros documentos detrás de su casa y los quemó. “Perdí la voluntad de seguir con esta lucha”, nos dijo. “No quería tener nada más que ver con ello”.
La hora del cambio
Mientras que hacer frente a las plantaciones dejó a Budiardi resignado a la derrota, reforzó la determinación de James Watt. La necesitaría, porque el candidato favorito a reemplazar a Darwan al final de su segundo y último mandato no era otro que el propio hijo del bupati, Ahmad Ruswandi.
En el momento de las elecciones en Seruyan, en abril de 2013, la era post-Suharto se estaba replegando bajo el peso de los líderes locales que habían perfeccionado la manipulación de la democracia hasta convertirlo en un fino arte. Clanes enteros irrumpieron en los pasillos gubernamentales cuando los jefes de distrito buscaban continuar su reino más allá de los límites de mandato con la colocación de cónyuges, hermanos, primos e hijos en cargos políticos. Más tarde en 2013, el arresto del máximo juez de Indonesia por aceptar sobornos para resolver conflictos electorales impulsaría la cuestión de la política dinástica al foco nacional. Pero cuando Ruswandi se presentó a bupati, ya era una preocupación apremiante para aquellos en Seruyan que apenas podían digerir la idea de otros cinco años bajo el dominio de la familia de Darwan.
“Para la gente era como cambiar la funda de tu teléfono”, dijo Wardian, el agricultor que había sido encarcelado por robar fruta de palma en represalia por la expropiación de sus tierras por parte de la empresa. “Por debajo, es la misma máquina”.
Basándose en las normas habituales del juego, Ruswandi parecía ser el favorito. Cada uno de los 12 partidos con un escaño en el parlamento local se había posicionado a su favor. Su principal rival había sido forzado a dejar la carrera cuando uno de los partidos le retiró su apoyo y respaldó a Ruswandi en el último momento. El jefe de su cabildo en Seruyan expresó confusión con la decisión, que había sido tomada a nivel provincial.
Ward Berenschot, uno de los autores de Democracy for Sale (Democracia en venta), dijo que, de manera rutinaria, el dinero entra en juego cuando los candidatos están buscando el respaldo de los partidos políticos, de los que necesitan una medida de apoyo para poder presentarse a las elecciones. Los partidos pueden exigir hasta mil millones de rupias, aproximadamente equivalente a 75 000 dólares, por cada escaño que tienen en el parlamento. Ambrin M Yusuf el hombre que afirmaba que había evitado por poco ser involucrado en la operación de las licencias, estaba en el equipo de campaña de Ruswandi. Nos dijo que el mismo Darwan había amañado el apoyo a favor de Ruswandi. “Haji Darwan se llevó todos los partidos”, dijo, que usaba un honorífico como una señal de respeto. “Se compró y se pagó en la provincia”.
Se decía que Darwan estaba tan seguro de la victoria de su hijo que alardeaba de que si un orangután fuese su compañero de papeleta, no cambiaría nada. Pero cuando Ruswandi fue hacer campaña por las aldeas que habían experimentado la forma de desarrollo de su padre durante una década, podría haber visto motivos para reflexionar. Cara a cara con Wardian, oyó que su camino hacia la victoria podría no estar tan claro como anticipaba. “No puedes contar con tu dinero para ganar”, le advirtió el amargado agricultor.
La confianza de Darwan resultó ser infundada. Un movimiento comunitario proliferó detrás del único rival, Sudarsono. Sin el respaldo de ningún partido, tuvo que presentarse como independiente, lo que requería recolectar miles de firmas para poder presentarse. Sudarsono era miembro del parlamento provincial, mientras que su candidato para vicebupati, Yulhaidir, había acompañado a los manifestantes en la inmensa manifestación de 2011 como miembro del parlamento de Seruyan. Figuras clave del evento, como James Watt, respaldaron la campaña y establecieron puestos voluntarios en sus hogares desde donde organizarse.
Los independientes se presentaron en una plataforma dirigida directamente a la industria del aceite de palma, firmaron un compromiso por el que si eran elegidos, empujarían a las plantaciones a resolver los conflictos de las tierras y proporcionar los minifundios. La idea resonó con los votantes que se sentían traicionados por el hombre en quien, una vez, habían depositado su fe. Sudarsono y Yulhaidir fueron anunciados como los ganadores, obtuvieron el 53,7 % de los votos frente al 46,4 % de Ruswandi, convirtiéndose así en los primeros candidatos en Kalimantan Central en ganar unas elecciones a bupati como independientes. Ruswandi acusó a los ganadores de hacer trampas, pero perdió su recurso en el Tribunal Constitucional.
La era de Darwan Ali había llegado a su fin. Aunque la devastación que sus negocios de las tierras ya había provocado continuaría, había perdido su poder de seguir haciendo daño. Al menos por ahora.
MAÑANA: La investigación judicial y el futuro de la palma de aceite.
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