- Al iniciar el siglo XIX, el investigador Alexander von Humboldt junto al botánico Aimé Bonpland recorrieron, durante cinco años, gran parte del continente americano.
- En su travesía recolectaron más de 6000 plantas, escalaron volcanes y montañas y navegaron por los océanos del Nuevo Continente, haciendo mediciones con sofisticados instrumentos científicos.
En 1799, cuando Latinoamérica aún estaba bajo la dominación española, el científico alemán Alexander von Humboldt emprendió un viaje al nuevo mundo que lo llevó por lo que ahora es México, Cuba, Venezuela, Ecuador, Colombia y Perú, además de Estados Unidos.
Su plan inicial antes de embarcarse hacia el continente americano —que en ese momento estaba dividido en virreinatos— fue viajar a Egipto, un proyecto frustrado que intentaría cambiar por una travesía, que tampoco se concretó, hacia el Polo Sur.
Finalmente, el destino lo trajo a esta parte del planeta, y a los 34 años se embarcó en un viaje que duraría un lustro. Pero no lo hizo solo. En los 10 000 kilómetros de recorrido estuvo acompañado por Aimé Jacques Alexandre Goujaud, llamado Aimé Bonpland, un botánico francés al que conoció durante los preparativos de su frustrado viaje al Polo Sur. En Ecuador se les uniría Carlos de Montúfar, quien acompañó a los expedicionarios desde Quito hasta el retorno a Francia.
Su viaje fue sorprendente y ahora, 250 años después de su nacimiento, su legado permanece vigente. Para muchos, como dijo Simón Bolívar en su tiempo: Humboldt fue el verdadero descubridor del Nuevo Mundo.
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La botánica, su más grande pasión en Latinoamérica
En Cartas Americanas, un libro que recoge más de cien cartas que Humboldt escribió a su hermano y amigos durante su viaje por Latinoamérica, el científico narra, con lujo de detalles, sus expediciones a cada uno de los lugares que visitó.
Cuenta, por ejemplo, cómo fue su llegada a Sudamérica, en julio de 1799, cuando desembarcaron en Cumaná, Venezuela. Su primera carta, escrita desde este país, abunda en detalles sobre lo maravillado que lo tenía la naturaleza. “¡Qué numerosas son también las plantas más pequeñas aún no examinadas! Y qué colores poseen los pájaros, los peces, hasta los cangrejos. Hasta ahora nos hemos paseado como locos, en los tres primeros días no hemos podido decidir nada, porque se rechaza un tema para interesarse por otro. Bonpland asegura que se volverá loco si no terminan de aparecer pronto las maravillas”.
En noviembre de ese mismo año, le escribió al astrónomo Baron von Zach para contarle que ya había recolectado más de 1600 plantas y descrito cerca de 600. “La mayoría nuevas, desconocidas (fanerógamas y criptógamas) y hemos coleccionado los más bellos caracoles e insectos”, relata.
Uno de los grandes aportes a la ciencia fue la colección de plantas que Humboldt y Bonpland recolectaron en cinco años y que se contaban por miles. En total —dicen los historiadores— unas 6000 sobrevivieron a sus travesías y llegaron hasta Europa para ser guardadas en herbarios de diferentes ciudades. De ellas, entre 1400 y 1500 eran nuevas para la ciencia según el botánico alemán Carl Ludwig Willdenow, quien fue mentor de Humboldt.
El investigador Carlos Ruales, de la Universidad San Francisco de Quito, ha seguido los pasos de los dos expedicionarios y, actualmente, investiga las plantas que encontraron en Ecuador. “Estudio las plantas de la expedición de Humboldt y de otras que hubo antes y después. Las reviso y determino cuáles son especies patrimoniales. Porque cada ciudad y cada pueblo tiene su flora propia. Quito, por ejemplo, tiene por lo menos 300 especies. Y yo promuevo que los pueblos se empoderen y se apropien de sus plantas”.
Ruales ha revisado los diarios de Humboldt que ya están disponibles en línea y los herbarios donde se conservan las plantas que fueron descritas por el científico alemán. Un estudio de 142 especies vegetales de Quito con valor patrimonial presenta Ruales en su investigación La flora patrimonial de Quito descubierta por la expedición de Humboldt y Bonpland en el año 1802, realizada con Juan Guevara, investigador de la Universidad Central de Ecuador.
En ese documento precisa que 25 de estas plantas están en riesgo, entre ellas la Cynanchum serpyllifolium, conocida comúnmente como matacán, que “no ha sido encontrada desde hace más de 100 años”. Además, las variedades “Aetheolaena ledifolia y Cyperus multifolius solo se conocen de las colecciones”, dice la investigación que atribuye estas pérdidas a la intervención humana.
Esta es solo una muestra de los peligros de varias de las especies que en su momento sorprendieron a los viajeros. Quizá uno de los casos más conocidos se refiera al árbol de la Chinchona (Cinchona officinalis), de donde se extrae la quinina, sustancia con propiedades medicinales que ya en el siglo XIX era conocida para el tratamiento de la malaria y considerado un medicamento mágico del Nuevo Mundo.
En ese entonces, Humboldt temía por su extinción debido a la excesiva demanda que provenía de Europa. Ahora, su preocupación se ha convertido en una realidad, pues la especie está en grave riesgo de desaparecer y de los grandes manchones o extensiones de bosques de Chinchona que había en la provincia de Loja, Ecuador, ya no queda prácticamente nada.
Después de su publicación sobre Quito, Ruales prepara un libro sobre las especies de plantas de Guayaquil, un lugar que —dice el investigador— era otro paisaje en 1803, cuando Humboldt llegó a estas tierras. “En ese entonces, esta ciudad era famosa por la construcción de barcos y por sus caimanes. Ahora estos animales ya no se ven y otras especies son difíciles de encontrar”, declara para enfatizar que muchas de las especies que en algún momento vio el científico alemán están bajo serias amenazas.
Un pueblo destaca entre los visitados por Humboldt en Ecuador. Es Alausí, donde en solo tres días recolectaron 28 especies de plantas y de estas 18 eran nativas. Ahora, en ese pueblo se ha iniciado el proyecto turístico Ruta de Humboldt y Bonpland, una propuesta para el rescate de la flora que aún sobrevive en esa zona.
En este primer tramo la ruta va desde Tixán hasta Alausí. Un segundo recorrido lleva hasta las minas de azufre y posteriormente se extenderá hasta Guasuntos, Pucará y Pumallacta, en la provincia de Chimborazo.
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Un científico para nuestros días
Para estos 250 años de celebración de su nacimiento, los viajes sobre los pasos de Humboldt y Bonpland se han multiplicado. La agencia de noticias alemana Deutsche Welle, en su versión en español, hizo un recorrido durante un año por casi todos los países que conocieron los expedicionarios.
México, Ecuador y Perú aparecen retratados desde nuestros días, pero con una mirada hacia el pasado, de tal forma que nos hacemos una idea de cómo fue la travesía de los expedicionarios a principios de 1800.
La subida al volcán Chimborazo, en Ecuador, atrajo a Humboldt porque en ese momento, 1802, se consideraba la montaña más alta en el planeta con 6 268 metros de altura. En su expedición estuvo a punto de coronar su cumbre, pero el frío, las dificultades para respirar y otros problemas físicos generados por la altura le impidieron llegar a la cima, según su descripción que hace de este ascenso. No solo subió a este volcán, también lo hizo al Pichincha, el Cotopaxi, el Antizana y el Iliniza.
Sus escaladas fueron más que momentos de aventura, pues se preocupó por realizar mediciones precisas de altura y diámetro de cráteres, entre otros detalles. Para eso, llevaba termómetros, cronómetros, sextantes, electrómetros, hipsómetros y aparatos galvánicos, entre otros. En total, contaba con 42 instrumentos científicos que trajo desde el viejo continente para cumplir su labor con total precisión. Era un investigador en toda su dimensión.
“Fue uno de los últimos científicos que conocía de muchas especialidades. Su primera pasión fue la botánica, pero también se interesó por la minería, la geología, la geografía, la astronomía. Era un científico universal”, dice Friederike Hellner, Consejera Cultural de la Embajada Alemana en el Perú.
Para Hellner, el científico alemán es un personaje vigente por sus ideas, su forma de viajar y de interactuar con las personas y la naturaleza. “Creo que fueron aportes para el mundo entero. Lo que vio durante su viaje a las Américas continúa vigente”, agrega.
El filósofo mexicano Jaime Labastida, autor del libro Humboldt, ciudadano universal, también considera a Humboldt como el más grande científico de la primera mitad del siglo XIX. “Es moderno, contemporáneo y actual”, dice en una entrevista de la Deutsche Welle.
Humboldt fue un minerólogo, vulcanólogo, geólogo, botánico, biólogo y antropólogo que recorrió el mundo con su propio dinero, una herencia dejada por su madre. Así, el científico universal —como lo catalogan algunos estudiosos de su vida— se aseguró de que nadie influyera directamente en su trabajo.
Su paso por lo que entonces era el Nuevo Reino de Granada y ahora es Colombia también significó un avance en sus estudios de las plantas. En este país, la imponente naturaleza lo atrapó. Conoció Cartagena, el río Magdalena, las islas San Bernardo y Cabo Boquerón, entre muchos otros lugares hasta llegar a Bogotá para encontrarse con el sacerdote José Celestino Mutis, quien se había dedicado a crear un herbario e hizo un inventario de la naturaleza del país.
Fue así que atravesó la Cordillera de Los Andes. “Esta inesperada expedición a pie, ascendiendo y descendiendo por las montañas de Nueva Granada, fue esencial en la construcción del esquema primario de Humboldt del Tableau physique des Andes, o Naturgemälde, con la que postuló su teoría de la Geografía de las plantas, principal antecedente de los que se conoce hoy como biogeografía”, explica Alberto Gómez Gutiérrez, investigador de la Universidad de Los Andes, en Bogotá, quien escribió el libro Humboldtiana Neogranadina.
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Adversario de la esclavitud
Gran parte de sus hallazgos los hizo en tierra firme, pero también estudió el mar. Durante sus viajes por los océanos hizo numerosas mediciones, tanto en su trayecto desde España hasta América, como en sus travesías desde Venezuela a Cuba y de allí a Colombia, así como cuando zarpó desde El Callao, en Lima (Perú) hacia Guayaquil (Ecuador) y luego a México. En todo momento, Humboldt aprovechó para estudiar la composición química del aire, la temperatura del agua, la intensidad de la fuerza magnética, entre otras observaciones.
Fue en estos recorridos marinos que logró medir la temperatura de esa corriente fría que recorre el mar peruano y chileno y que ahora conocemos como Corriente de Humboldt. A pesar de esto, él se negaba a esta denominación pues decía que no se trató de un descubrimiento, sino que los pescadores ya conocían de su presencia y efectos mucho antes de sus investigaciones.
Pero más allá de sus reclamos, esta masa de agua fría, responsable de la gran biodiversidad del mar peruano, lleva su nombre. Y quizá es uno de los recuerdos más presentes de su paso por el Perú.
El pingüino de Humboldt también tiene un espacio privilegiado en la lista de lugares, especies de animales y plantas y eventos naturales que llevan el nombre del investigador alemán. Esta especie (Spheniscus humboldti) se llama así no porque haya sido descubierta por el científico, sino porque tiene un vínculo natural con la corriente marina que tiene su apellido.
También figuran el Pico Humboldt, en Venezuela; el río Humboldt, en Estados Unidos; y la bahía Humboldt, en Colombia, entre otros lugares que han sido bautizadas con su nombre para rendirle homenaje.
La escritora Andrea Wulf, profesora del Royal College of Art de Londres, que hasta ahora ha publicado dos libros sobre este personaje, dice que “en América Latina, Humboldt comprendió que el ser humano puede destruir la naturaleza”, en referencia a sus cuestionamientos sobre los efectos negativos que las plantaciones coloniales tenían en el medio ambiente; la devastación del río Apure en Venezuela, donde los españoles construyeron una presa para controlar las inundaciones; o el incontrolable cultivo de perlas que ya entonces estaba acabando con las reservas de ostras.
En su libro La invención de la naturaleza. El nuevo mundo de Alexander von Humboldt, Wulf lo describe como un visionario que desarrolló conceptos claves, y que se convirtió en el padre de los ambientalistas. “Vio nuestro planeta como un todo viviente interrelacionado”, comenta en una entrevista a Deutschland.de, en febrero de este año.
Humboldt también fue un duro crítico de la esclavitud y los maltratos a los indígenas que constató durante su viaje. Como geólogo, profesión que ejerció antes de viajar a Latinoamérica, tenía mucho interés por visitar las minas en el nuevo continente y fue justamente en estos lugares donde su indignación crecía al ver las condiciones en las que trabajaban los indígenas dentro de los socavones.
Sus visitas a las minas de Hualgayoc en Perú y a la Valenciana y Rayas en Guanajuato, México, fueron clave para convertirse, de por vida, en un adversario de la esclavitud. “Los escalones son tan empinados que parecía que estuvieran gateando de manera vertical”, escribe en una dura descripción de cómo los indígenas tenían que desplazarse dentro de las minas. Y después agrega: “ellos suben y bajan de 8 a 10 veces al día y después se habla de la debilidad de los indios y la fuerza de la raza blanca, pero nosotros, que además estamos bien alimentados, apenas logramos entrar y salir una vez al día a la mina Valenciana. Yo mismo me sentí miserable”.
Los diarios de viaje, las cartas enviadas durante su travesía, así como los 30 volúmenes de su obra Viaje a las regiones equinocciales del Nuevo Continente y su última obra Cosmos son, quizá, el legado más espectacular sobre su viaje a América.
En ellos hace descripciones científicas y literarias de lugares, personas, costumbres y hallazgos, tan vívidas y reales que al leerlas se tiene la impresión de estar caminando a su lado.
Los historiadores cuentan que las investigaciones de Charles Darwin estuvieron inspiradas en estos escritos, y no es para menos, aun hoy, cualquiera que lea su obra y explore la vida del científico alemán sentirá fascinación por su trabajo.
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