La teoría de “del embotellamiento al avance” de los científicos sostiene que si la sociedad mundial continua la tendencia creciente a urbanizarse, descienden los índices de fertilidad (y su eventual caída por debajo de los niveles de reemplazo) y desaparece la pobreza extrema, entonces la vida silvestre tendrá una oportunidad de resurgir. No a nivel global en nuestra vida (quienes estamos vivos hoy en día probablemente nos quedaremos en el embotellamiento), pero ciertamente los hijos de nuestros hijos podrían heredar un mundo mucho más prometedor del que tenemos hoy en día.

“No es impensable que, dentro de dos siglos, la población podría ser la mitad de lo que es hoy y los muy anhelados objetivos de un mundo donde las personas respetan y cuidan la naturaleza podrían hacerse realidad”, escriben los investigadores. “Sobre todo si actuamos ahora para fomentar esta eventualidad”.

Aquí la trinidad es población, pobreza y urbanización.

Es fácil ver cómo el declive de la población beneficia a la naturaleza: menos humanos significa una huella humana más pequeña en general. Los bosques y otros ecosistemas volverán; las especies se recuperarán. Casos así ya se han visto en áreas donde las poblaciones humanas se han estabilizado o han disminuido.

La urbanización amplía esta tendencia. Según los investigadores, la urbanización no solo agrupa a las personas en áreas más pequeñas y más eficientes, sino que los residentes urbanos también tienden a tener menos hijos. Esto se debe a que, generalmente, las mujeres en las ciudades tienen una mayor autonomía, educación y oportunidades, lo que lleva a tener menos hijos. Una mejor atención médica en las ciudades también significa unos índices de mortalidad infantil más bajos, lo que resulta en parejas que deciden tener menos hijos, ya que no temen por la supervivencia de un hijo.

Los investigadores dicen que el incremento de la aglomeración de la humanidad en las ciudades tampoco significará necesariamente unos impactos medioambientales más altos. Los habitantes urbanos tienden a gastar una proporción mucho mayor de su riqueza en la vivienda, transporte e inversión. También suelen vivir en un sistema más eficiente, consumen menos energía y agua y producen menos residuos per cápita comparados con las comunidades rurales. Hoy en día, más de la mitad de la población mundial vive en áreas urbanas.

Al mismo tiempo, el porcentaje de aquellos que viven en la pobreza extrema continúa disminuyendo. Aunque, por supuesto, la eliminación de la pobreza es una noble empresa, también se podría decir que beneficia a la vida silvestre, ya que aquellos que viven en la pobreza extrema a menudo dependen directamente de la explotación de la naturaleza para sobrevivir. Simultáneamente, los investigadores argumentan que “la educación, regulación, política económica y las normas sociales” pueden ayudar a desvincular el aumento de la riqueza de la extracción de los recursos naturales y los impactos ambientales.

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“Este trabajo no es para levantar el ánimo a la gente”, dice Walston, “es porque creemos que estos macroimpulsores están enormemente infravalorados o no se tienen en cuenta para nada”.

Añade que las mismas fuerzas que están “reduciendo la vida silvestre” hoy en día están “formando los cimientos de las últimas instancias [en que] la naturaleza puede repuntar y recuperarse”.

De ninguna manera los científicos niegan los graves informes actuales sobre la fauna silvestre y la biodiversidad, pero ven un posible futuro diferente si apoyamos estos macropatrones, algunos de los cuales están conectados, paradójicamente, a la globalización, el desarrollo y las fuerzas del mercado.

“Esa es la razón fundamental… por la que las personas no pueden comprenderlo, porque, al mismo tiempo, se acerca a su punto más oscuro”, dice Walston.

Desde Japón hasta el África subsahariana

En mayo, los Centros para el Control y la Prevención de Enfermedades de los EE. UU. (CDC, por sus siglas en inglés) anunciaron que los niveles de fertilidad en el país han caído hasta su índice más bajo hasta ahora: 1,76 bebés por mujer. Está muy por debajo de los 2,1 nacimientos por mujer que es lo que se considera el nivel de reemplazo, es decir, el índice al cual la población se mantiene estable. Por supuesto, EE. UU. no van a ver su población real descender en un futuro próximo por dos motivos: el impulso creado por pasadas explosiones demográficas y la inmigración.

Pero la noticia muestra que ni siquiera EE. UU. puede escapar la inevitabilidad de la disminución de la fertilidad. Cuando las naciones surgen como economías avanzadas, la pobreza se reduce, las poblaciones se urbanizan y el índice de fertilidad cae hasta que las poblaciones se estabilizan.

La última parte de esta transición, una población real en disminución junto con una pobreza extrema baja (incluso inexistente) y una gran urbanización, ha sido observada en un número de naciones como Japón y Portugal. Con menos gente, los ecosistemas pueden resurgir.

Pero a menudo la respuesta política a estos cambios demográficos ha sido negativa. Preocupados con el crecimiento económico a corto plazo, los políticos y los economistas parecen sufrir ataques siempre que se huele que hay un declive en la población: en Japón, hay precedentes de políticos que intervienen y echan la culpa a las mujeres por no tener más hijos o les ruegan que se conviertan en “máquinas de dar a luz”.

Los medios de comunicación siguen a los economistas y a los políticos y cubren el descenso de la población como un tipo de desastre natural (ver aquí y aquí). Este tipo de periodismo denuncia la caída de los índices de fertilidad sin mencionar el cambio climático, el medio ambiente, la extinción en masa o la sobrepoblación. En 2017, Paul Ryan, el entonces presidente del Congreso, imploró a los estadounidenses a tener más hijos, el padre de tres hijos añadió, “Yo ya he hecho lo que me correspondía”.

Pero Walston dice que, hasta ahora los políticos y los economistas, con todas sus lamentaciones, han sido incapaces de encontrar una manera de invertir los descensos en la natalidad: “los gobiernos lo han intentado todo desde pagar a la gente hasta forzarlos, y no ha funcionado”.

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Según Walston y Saderson, la única manera realmente de incrementar la población es ir otra vez a la guerra. Resulta que la paz es muy buena para estabilizar la población mundial (la seguridad significa que tienes menos miedo a perder un hijo), mientras que la guerra tiende a producir explosiones demográficas.

Walston dice que los economistas “suelen ir directamente” a la transición demográfica en una sociedad donde la ralentización demográfica significa más personas mayores que jóvenes.

“Pero en el largo plazo, eventualmente, esas personas mayores fallecerán como todos y luego la población será más pequeña y la estructura por edad volverá a estar más alineada”, dice.

Hay una región que hasta ahora ha resistido esta tendencia global: el África subsahariana todavía padece de una pobreza generalizada (Nigeria tiene más personas que viven en una pobreza extrema que cualquier otro lugar) y, quizás igualmente importante, una tasa de fertilidad obstinadamente alta. En la actualidad, las mujeres del África subsahariana tienen casi cinco hijos cada una —el doble de la media global—.

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“Creo que las ciudades africanas son el lugar más importante para trabajar en la conservación o [en cualquier] otro asunto humanitario porque tienen el secreto de la estabilización”, dice Sanderson.

El continuo crecimiento en el África subsahariana hace que las proyecciones actuales para la población global sean aterradoras, potencialmente de hasta 11,2 mil millones para el 2100, aunque Sanderson dice que estos números “más grandes” “toman los índices históricos y simplemente los proyectan hacia el futuro”.

Dice que cree que, en realidad, África pasará su “transición demográfica mucho más rápido” que otras regiones.

En primer lugar, ya tenemos el conocimiento de cómo mejorar la sanidad, el bienestar y la educación y dar acceso a la planificación familiar. En segundo lugar, Sanderson dice que cree que la región pronto verá un flujo de capital procedente de países extranjeros, sobre todo China, que buscan nuevas oportunidades de inversión.

“La pieza realmente crítica son los gobiernos africanos. Conseguir que esos gobiernos trabajen y que su población confíe en ellos”, añade.

Tanto Sanderson como Walston señalan a Ruanda, donde los índices de fertilidad se han reducido a la mitad en los últimos 30 años, como ejemplo de nación africana que podría afirmarse que está llegando al borde de su embotellamiento.

“Tienes un gobierno que realmente funciona”, dice Sanderson. “Está intentando hacer que sus ciudades funcionen, y están atrayendo todo tipo de inversiones, y realmente se está manifestando en unas tendencias sociales increíbles que eran impensables hace 30 años.

“Ruanda es el ejemplo modélico”, añade.

Conservación en la botella

Supongamos que Sanderson, Robinson y Walston han dado con la teoría correcta: que estamos en un estado de transición y que el futuro de la Tierra pueda parecer mucho más verde y más pequeño que el actual. ¿Qué hacemos con ese conocimiento? ¿Cómo pueden ayudar los conservacionistas y los legisladores a mantener esta transición y cómo se aseguran de que todavía habrá fauna silvestre una vez que salgamos del embotellamiento?

“Tenemos este increíble reto”, dice Walston, “tenemos una oportunidad de, durante las [próximas] décadas, lograr pasar a través del cuello de la botella tanta vida silvestre como sea posible, porque todo lo que hagamos para tener éxito va a ser el precursor de un increíble resurgimiento para la naturaleza y ya lo estamos viendo por todo el mundo en diversos lugares”.

Según el informe, hay cinco acciones en las que los conservacionistas deberían centrarse para las naciones en medio del embotellamiento ecológico: crear áreas protegidas, salvaguardar la biodiversidad amenazada, apoyar ciudades mejores, impulsar la migración de medio rural al medio urbano y regular las industrias destructivas para minimizar el daño.

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Aunque diferentes países experimentarán el embotellamiento en momentos distintos, las respuestas primarias pueden ser las mismas.

Lo más importante es “asegurarse que algunas partes de la naturaleza consigan pasar a través del embotellamiento”, dice Walston.

Esto señala un tipo de conservación tradicional, centrado en la creación de parques y la protección de las especies.

“[La conservación forestal] es muy efectiva, muy rentable y una estrategia a largo plazo incluso cuando ha sido ejemplificada justamente como lo contrario”, dice Watston, quien describe el objetivo de la conservación durante el embotellamiento como “literalmente, simplemente aguantar”.

“Aguantar ha sido una de las estrategias de la conservación más efectivas a largo plazo”, continúa, “cuando vuelves a leer sobre esas personas que establecieron el parque nacional de Yellowstone… Creían que ese era el final. Que el Occidente estaba perdido”.

Walston cree que si esos defensores de la conservación del pasado viesen ahora el oeste americano —el regreso de los lobos, el repunte de los osos pardos, la reconexión de los parques a lo largo de las Montañas Rocosas — “llorarían de felicidad”.

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Un enfoque hacia las áreas protegidas se alinea bien con otra idea audaz que circula hoy en día entre los expertos en conservación: Half Earth. Desarrollado por primera vez por el reconocido científico E.O. Wilson, Half Earth plantea que los humanos deberían reservar la mitad de los hábitats del planeta para la vida silvestre, tanto en la tierra como en los océanos, para evitar la extinción masiva.

Walston dice que adora la “audaz ambición” de Half Earth, pero dice que cree que la conservación se ha vuelto demasiado empantanada en minucias y pesimismo.

“[Del embotellamiento al avance] nos ofrece un mejor mecanismo para lograr el Half Earth que cualquier otro proceso que prioriza los análisis basados en mapas que están emergiendo en este momento”, dice y añade, “ahora todo el mundo habla sobre lo inalcanzable que es el Half Earth —y en realidad creemos que podría ser mucho más de la mitad—”.

Walston, que empezó su carrera como conservacionista en Tailandia, señala a ese país como el lugar donde formó sus opiniones y su teoría. “Tailandia era el hazmerreír. Tailandia era el ogro en la conservación en el sudeste asiático cuando estaba empezando. Tocamos fondo”.

Pero con el descenso de la pobreza y la fertilidad, el aumento de la urbanización y una mejor gestión pública, Tailandia está “comenzando a resurgir” en términos de la vida silvestre, según Walston. Dice que ahora las necesidades de la conservación en Tailandia deberían centrarse en conectar la creciente clase media con su patrimonio natural.

“Tenemos que conectarlos de nuevo a estos lugares [de] los cuales se sienten dueños”, dice Walston. “Son los que garantizan que su gobierno pague más por estos lugares, haga más por protegerlos, los conecte y permita una nueva conservación innovadora, como áreas de conservación en las que trabajar y ampliar”.

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Walston señaló que incluso el tigre podría estar empezando a tener un pequeño repunte en Tailandia, con una segunda población descubierta en el 2017.

Los países que salen del embotellamiento no pasan de repente de perder vida silvestre a ganarla; el proceso es lento, lleva décadas y no es una línea recta. Pero puede significar que los paisajes naturales consigan algo de espacio, alcancen un mayor apoyo público y que corran un menor peligro.

Walston dice que los niveles de ambición después del embotellamiento deberían elevarse hasta realizar “compromisos audaces”, como un enfoque hacia el establecimiento de parques trasnacionales, áreas de conservación comunitarias y parques interconectados, y esperar un posible retorno de la vida silvestre.

Walston y Sanderson dicen que su organización, WCS, ya está incorporando la teoría del camino del embotellamiento al avance en su trabajo diario. Hay una mayor atención sobre las áreas urbanas en la WCS, mientras que al mismo tiempo la organización está muy centrada en los lugares donde el embotellamiento está más estrecho: el África subsahariana y partes de Asia.

Más recientemente, los investigadores usaron su teoría para analizar el posible futuro de los tigres en el sudeste asiático.

Walston una vez más señala a Ruanda y cómo el “aferrarse” de los gorilas ha alanzado un éxito inimaginable.

“Madre mía, todo lo qué ha pasado Ruanda en los últimos 30 años”, dice. Pero “alguien… se aferró a esos gorilas de la montaña durante todo ese tiempo. Ahora es el programa de conservación más extraordinariamente exitoso, dirigido por ruandeses, apoyado por el gobierno ruandés y… proporciona una fuerte columna financiera a la economía local y nacional”.

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Hoy en día, la población de gorilas de montaña de Ruanda va en aumento.

“En sus peores momentos, [los conservacionistas] todavía aguantan. Esa es la estrategia principal en [el embotellamiento]”, dice Walston.

“Por lo menos, vemos nuestro papel como la razón exacta por la que trabajar en la conservación y en la planificación urbana, porque ahora nuestro trabajo podría tener semejante recompensa a largo plazo”, dice Sanderson.

Eucatástrofe

J.R.R. Tolkien inventó la palabra eucatástrofe. Se refiere al repentino giro feliz tan común en los mitos y la literatura: el protagonista llega al borde de la ruina total y entonces, de alguna manera, da la vuelta a las cosas. La destrucción casi total se convierte en final feliz.

Tolkien empleó esta idea con gran efecto en su trabajo seminal, “El señor de los anillos”, pero, como cristiano, también creía en su poder en la vida real: que incluso cuando llegas al borde del peligro, la humanidad tiene el organismo para dar marcha atrás.

“Nos estamos acercando cada vez más al mayor punto de inflexión”, dice Walston sobre la teoría del paso del embotellamiento al avance, “es el punto donde las cosas parecen estar peor”.

La teoría de Walston y sus colegas se basa en montones de datos y evidencias, pero también requiere llegar a conclusiones determinadas sobre lo que significa todo ello. Por último, la teoría lleva a una posible predicción sobre nuestro futuro.

No es el destino. Es una idea. Una idea tentadora, pero puede resultar no ser verdadera.

“El éxito no está para nada garantizado”, escriben los investigadores. “Pero… actuar ahora para acelerar estas dinámicas es la mejor oportunidad que jamás tendrá la humanidad para recuperar la vida silvestre a escala mundial” —para, en una palabra, completar una eucatástrofe—.

Aun así, los investigadores reconocen que el calentamiento global es una de las amenazas que podría dificultarlo todo. Sanderson lo llama “comodín” debido a argumentos sobre “puntos de inflexión y la creación de comentarios positivos de los que el sistema de la Tierra tardará mucho en recuperarse”.

Si permitimos que nuestro clima rebase el límite, la extinción masiva podría ser inevitable.



Reintroducción de iguanas terrestres en Galápagos se perfila como modelo mundial de conservación. Video: Mongabay Latam. 

 

Pero Sanderson también enfatiza que tomar medidas basadas en su teoría produciría un mundo más frío. Una de las mejores maneras —y de la que menos se habla— para combatir el cambio climático es que las sociedades inicien la transición a familias más pequeñas con una mayor rapidez.

Las ciudades también son esenciales.

“Uno de los aspectos subestimados para combatir el cambio climático es la urbanización”, dice Walston, que cita la iniciativa climática de las ciudades C40. “Olvidemos los estados, olvidemos, en muchos aspectos, los gobiernos federales, son las ciudades del mundo las que]se están uniendo, porque están sintiendo el peso [del cambio climático], pero también porque están sintiendo fuerza”.

Aun así, cualquier predicción se enfrenta a un montón de incertidumbres. ¿Qué pasa si la tendencia poblacional en el África subsahariana no sigue la desaceleración del resto del mundo? ¿Qué pasa si sobrepasamos los 2 grados centígrados (3,6 grados Fahrenheit) de calentamiento? ¿Qué pasa si el consumo y el materialismo desborda nuestra habilidad para salvaguardar los ecosistemas? ¿Qué pasa si los insectos desaparecen porque elegimos no hacer nada?

Los investigadores quieren dejar claro que no defienden hacer las cosas como siempre. Ni mucho menos. Ni están diciendo que las tendencias actuales simplemente vayan a salvarnos sin que nadie levante un dedo.

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“Uno podría imaginar que el embotellamiento se cierra porque la población crece demasiado rápido y la pobreza la supera, o bien porque damos nuestra espalda a la vida silvestre por alguna idea en la que solo la tecnología y el progreso hacen todo el trabajo”, dice Sanderson.

Pero se rebela contra lo que llama la “versión de Twitter” del pesimismo medioambiental.

“Que todo se esté echando a perder en una cesta sugiere que no merece la pena hacer nada, porque cualquier cosa que hagamos inevitablemente fracasará. Pienso que tanto Walston como yo creemos que crear las perspectivas para el futuro que queremos será enormemente difícil, pero un informe sugiere cómo podría ocurrir realmente, en vez de —como hace una gran cantidad de la literatura de la conservación— señalar cómo no pueden o no quieren funcionar las cosas”.

Este enero, un grupo de expertos patrocinado por el estado en China anunció que esperaba que la población del país, la mayor del mundo se estancase en el plazo de una década. El informe predice que China alcanzará un máximo de 1,44 mil millones en el 2029 y luego caerá. En gran medida, los medios de comunicación respondieron con la habitual histeria.

Pero no te equivoques: esto son buenas noticias, fantásticas, de hecho, para el clima, la biodiversidad y la sostenibilidad no solo de la humanidad en la actualidad, sino para el futuro bienestar de las próximas generaciones.

Walston y Sanderson señalan a una proyección demográfica reciente que dice que la población global podría caer hasta 2,3 mil millones para el 2300 —menos de una tercera parte de la población actual—.

“Dos coma tres mil millones donde nadie es pobre y todo el mundo tiene acceso a toda la tecnología que ya tenemos ahora, además de cualquier cosa que inventemos entre ahora y entonces: un mundo completamente distinto en términos de conservación”, dice Walston. “’Conservación’ ni siquiera es la palabra adecuada para ese momento”.

Entonces, ¿Cuál sería la palabra adecuada? Quizás abundancia. Quizás eucatástrofe.

He sido periodista medioambiental durante demasiado tiempo para ser totalmente ingenuo sobre las diversas teorías ecológicas o sociales que llegan a lo más alto. Pero me resulta difícil discrepar de muchos de los puntos de Sanderson y Walston.

Así que me encuentro imaginando un mundo distinto al que heredé, uno que nunca veré, pero en el que los nietos de mis nietos podrían despertar: donde los orangutanes se mudan a las plantaciones abandonadas de Borneo, donde los leones habitan un nuevo territorio y la gente dice “Bueno, ¿qué hacemos ahora al respecto?”, donde los rinocerontes de Sumatra son transportados de vuelta al continente asiático, donde los científicos han perdido la cuenta de cuántas crías de ballena franca del Atlántico norte nacen cada año porque simplemente hay demasiadas.

Un mundo donde las temperaturas son 1 grado centígrado (1,8 grados Fahrenheit) más bajas de lo que son ahora, donde la gente planta selvas tropicales en largos barbechos, y donde los lobos aúllan en casi los 50 estados estadounidenses (no apoyo llevarlos a Hawái). Este es un lugar donde la población indígena caza monos en sus tierras legales en el Amazonas, mientras alguien en Cuba cría solenodontes en cautividad para volverlos a liberar y los insectos todavía dominan el mundo.

Hay 2,3 mil millones de humanos en este mundo. Ya nadie imaginaría quemar carbón o petróleo con fines energéticos (¡qué primitivo!). La pobreza extrema es una cosa del pasado. Las ciudades son torres de verde, las zonas rurales disfrutan de una bonanza de bosques y campos, y las áreas silvestres están solo a una hora de casi cualquier sitio.

Sé que este mundo es un sueño, una ilusión. Pero también sé que no es imposible. Y no solo nuestra generación tiene el poder de empezar la eucatástrofe, sino que ya hay fuerzas que podemos aprovechar. Solo tenemos que elegir hacerlo.

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REFERENCIAS:

E. W. Sanderson, J. Walston, J. G. Robinson, From bottleneck to breakthrough: Urbanization and the future of biodiversity conservation. Bioscience 68, 412–426 (2018). 10.1093/biosci/biy039pmid:29867252

Eric W. Sanderson, Jesse Moy, Courtney Rose, Kim Fisher, Bryan Jones, Deborah Balk, Peter Clyne, Dale Miquelle, Joseph Walston. Implications of the shared socioeconomic pathways for tiger (Panthera tigris) conservation. Biological Conservation, 2019; 231: 13 DOI: 10.1016/j.biocon.2018.12.017

 

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Artículo publicado por Maria Salazar
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