- Cuatro guardaparques de Bolivia, Colombia, Ecuador y Perú hablan sobre su labor protegiendo la biodiversidad.
- Incendios forestales, tala ilegal y caza ilegal de especies silvestres, entre otras amenazas enfrentan los guardianes de las áreas naturales protegidas.
A los guardaparques los llaman los héroes de la conservación porque son los primeros en la línea de defensa de las áreas naturales protegidas. Su trabajo es resguardar esos lugares biodiversos que aún quedan en el planeta.
Lugares tan diversos como el Parque Nacional del Manu, en Perú, que abarca ecosistemas que van desde la selva amazónica hasta los andes peruanos o espacios marinos como el Parque Nacional Natural Gorgona, en Colombia, que son recorridos cada día por los guardianes de la biodiversidad.
Una labor que requiere de mucha pasión para enfrentar el desafío que significa custodiar lugares con una gran diversidad de flora y fauna; pero también valentía para frenar la caza ilegal de animales silvestres, la extracción ilegal de madera o los incendios forestales, situaciones que ponen en peligro las vidas de los guardaparques.
En 1992, la Federación Internacional de Guardaparques declaró el 31 de julio como el Día Mundial del Guardaparque, para reconocer la labor y el compromiso de quienes se dedican a proteger el patrimonio natural y cultural del planeta, así como rendir homenaje a quienes se fueron en cumplimiento de su trabajo.
Mongabay Latam se une a este reconocimiento, ofreciendo una mirada de la labor de cuatro guardaparques de larga trayectoria en Bolivia, Colombia, Ecuador y Perú.
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Bolivia: una expedición al corazón del Madidi
César Bascopé es guardaparque en el Parque Nacional Madidi. Llegó en el año 2005, luego de un largo proceso en el que dejó atrás a otros 36 jóvenes que buscaban el mismo puesto.
Su vida siempre había estado ligada a la naturaleza y en particular al Madidi pues creció en Apolo, una de las zonas de ingreso al área protegida. Sin embargo, al terminar la secundaria viajo a La Paz, pero su padre lo animó a regresar para postular como guardaparque al Madidi.
Son más de un millón de hectáreas del Parque Nacional y Área Natural de Manejo Integrado Madidi que abarca ecosistemas desde los 180 metros sobre el nivel del mar hasta los 6040 metros de altura.
En esta extensión hay montañas, glaciares, lagunas y una extensa biodiversidad, como lo ha demostrado la expedición realizada entre el 2015 y el 2017. Bascope recuerda bien la expedición que se hizo en el Madidi y menciona los resultados de todas las especies que lograron registrar los científicos: 314 especies de peces, 109 de anfibios, 105 de reptiles, 1028 de aves, 265 mamíferos, 1188 mariposas y 5515 especies de plantas. “El Madidi está catalogado como la síntesis de biodiversidad y una de las más biodiversas del planeta”. En su interior, además, habitan más de 10 pueblos indígenas.
Así como existe una vasta biodiversidad, también tiene grandes amenazas como la presencia de cazadores furtivos, la minería mecanizada, deforestación, incendios forestales, tráfico de vida silvestre, narcotráfico, amenaza de la expansión de la frontera agrícola, entre otros desafíos. “Nos enfrentamos a personas que cometen estos delitos y muchas veces somos amenazados. Hemos perdido varios guardaparques en cumplimientos de su deber”, precisa.
En los últimos 20 años por lo menos 18 guardaparques en Bolivia han fallecido mientras cumplían su deber —dice Bascopé– y actualmente hay guardaparques afectados por el coronavirus en ocho áreas naturales protegidas.
Al Madidi no ha ingresado el virus y son los guardaparques quienes están en la primera línea para evitar que ingresen personas portadoras del mal. “Ayudamos a los pueblos indígenas para que se realicen los controles preventivos. Somos como escudos, si nosotros contraemos la enfermedad, los pueblos indígenas podrían contagiarse”, sostiene el guardaparque del Madidi.
Los incendios forestales son otra amenaza permanente, sobre todo en esta temporada. El 2019, los fuegos dejaron más de cinco millones de bosques quemados en Bolivia. Actualmente ya se registran incendios en las fronteras con Paraguay y Brasil. Hay compañeros que están luchando contra el fuego”, explica Bascopé.
Durante un patrullaje de exploración, Bascopé y sus compañeros llegaron a la naciente del río Colorado y encontraron cascadas bellísimas. “Instalamos nuestra carpa en esa zona y por la noche llegaron tapires, chanchos de tropa, ciervos. Fueron más de 10 especies y nos miraban como si fuéramos parte de la naturaleza. Es increíble el lugar”. Son expediciones a lugares prístinos y al que regresarán este año.
Bascopé cree que para ser guardaparque hay que nacer con convicción. “Llevamos la sangre verde en nuestro corazón”, dice.
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Colombia: el guardaparque apasionado por la ciencia
A Héctor Montaño una beca escolar lo llevó al Parque Nacional Natural Sanquianga. Era el último año del siglo XX y su desempeño en el colegio le valió una pasantía como voluntario para estudiar manejo de recursos naturales en esa zona reservada del departamento de Nariño.
Hasta ese momento, Montaño pensaba convertirse en militar o policía pero su llegada a Sanquianga cambió su destino. Ahora lleva 20 años como guardaparque, diez de ellos en el Parque Nacional Natural Gorgona y los otros diez en el Parque Nacional Natural Uramba Bahía Málaga.
“Los tres lugares son especiales. En Gorgona me sentí científico, pues parte de mi trabajo era apoyar a los científicos. Y aprendí a monitorear los arrecifes de coral”, cuenta Montaño sobre el área natural protegida formada por las islas Gorgona y Gorgonilla, que conserva un ecosistema marino con los arrecifes de coral más desarrollados del Pacífico tropical, así como una selva húmeda tropical.
Montaño también ha formado parte de dos expediciones científicas al Santuario de Flora y Fauna Malpelo, por invitación de los investigadores a quienes acompaño mientras custodiaba la Isla Gorgona, conocida como ‘Isla Científica’. En esos viajes participó en el marcaje de tiburones y los estudios sirvieron para definir el corredor del Pacifico que une Ecuador, Colombia, Panamá y Costa Rica.
Su paso de Gorgona al Parque Uramba Bahía Málaga significó un cambio. “Fue declarada como área natural protegida por inspiración de los mismos comunitarios”, explica Montaño. Sanquianga y Gorgona estaban dedicados a la conservación en turismo y la investigación, sin comunidades dentro. En cambio, Uramba surgió por iniciativa de seis comunidades afrolatinas que actualmente comparten con el Estado el manejo del área protegida.
El Parque Nacional Natural Uramba Bahía Málaga fue declarado como tal el 4 de agosto de 2010 y Montaño llegó como guardaparque apenas se creó esta zona reservada. “Llegué a un área en que las comunidades decían vengan y protejan este lugar”, asegura.
Cuenta Montaño que cuando surgió la propuesta de instalar un puerto comercial en la Bahía Málaga los comuneros salieron en defensa y decidieron protegerlo. “Colocaron en una balanza la biodiversidad versus el puerto. Por eso impulsaron la creación del área protegida”, recuerda.
Se trata de una zona reservada con ecosistemas de manglar, acantilados, fondos rocosos y arenosos, aves y mamíferos acuáticos. Es uno de los lugares con mayor concentración reproductiva de las ballenas jorobadas (Megaptera novaeangliae) en el Pacífico colombiano.
Parte de su trabajo significa mantener una comunicación constante con los Consejos Comunitarios de las Comunidades Negras de la Plata bahía Málaga, Ladrilleros, Puerto España, Juanchaco, la Barra y Chucheros ensenada El Tigre. “Trabajamos con los comunitarios para hacer planes de manejo. Antes, las comunidades estaban invisibilizadas, pero ahora tienen voz y voto sobre su territorio. Salieron del anonimato y están sentados en la mesa donde se definen las cosas”, dice con orgullo del trabajo de los guardaparques en esa relación entre comunidades y Estado.
El avistamiento de ballenas es una actividad del Parque Uramba Bahía Málaga. “La temporada para ver ballenas va de junio a noviembre. Llegan alrededor de 25 mil personas. Se programan 15 embarcaciones al mismo tiempo y unos 700 millones de pesos quedan en el territorio”, dice Montaño. Pero este año, el área permanecerá cerrada por la pandemia del coronavirus.
Los comunitarios se reunieron y acordaron apoyar el cierre del parque —agrega Montaño—, así como de sus territorios y hasta ahora no se ha presentado ningún caso de COVID-19 en estas comunidades.
“Las tres áreas protegidas tienen cosas interesantes y en todas he podido aprender y desaprender. Saber que tu trabajo deja huellas y contribuye a la conservación da mucha satisfacción”, señala Montaño.
Pero también hay riesgos, como cuando fue agredido por un pescador a quien habían decomisado su carga por pescar dentro de la zona reservada. O las tormentas, cuando salen en las lanchas para hacer vigilancia y control en el mar.
Aunque las satisfacciones son mayores —dice— y recuerda su viaje al Centro de Formación de Áreas Naturales Protegidas en Argentina, donde los guardaparques son vistos como héroes —agrega. “Aquí no lo he visto a ese nivel, pero dentro del área nos reconocen como la autoridad de Parques Nacionales”.
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Ecuador: 34 años en el Parque Nacional Cajas
Antes de ser guardaparque, Agustín Ordoñez se graduó de agrónomo. Era agosto 1986 y las áreas protegidas en Ecuador eran administradas por el Ministerio de Agricultura y Ganadería. Había solo 14 áreas naturales protegidas, ahora son 56.
Llegó al Área Nacional Cajas que recién en 1996 se convirtió en el Parque Nacional Cajas, en la provincia de Azuay, en el sur de Ecuador. Un área natural protegida que se encuentra en la zona occidental de los Andes ecuatorianos, hacia el Pacífico.
“Son más de 1000 cuerpos de agua, entre ellas 181 lagunas. Es el lugar del nacimiento de importantes ríos como el Tomebamba, el Mazán, el Yanuncay y el Migüir”, cuenta Ordoñez sobre esta área protegida que fue designada Sitio Ramsar en el 2013.
También es un lugar importante para la observación de aves —agrega Ordoñez— como el cóndor (Vultur gryphus) o el caracara curiquingue (Phalcoboenus carunculatus). También están el colibrí cabeza violeta, la gaviota de altura, gorrión o mirlo, así como patos y gallaretas en las lagunas.
En cuanto a la fauna —continúa el guardaparque— el venado de cola blanca, el venado pequeño o yamala, el lobo de paramo, el zorro, el oso de anteojos, el gato de monte y el leopardo, entre muchos otros, además de los peces.
Cuando Ordoñez llegó al Parque Nacional Cajas no existía la carretera que une Cuenca con Guayaquil y que ahora atraviesa un sector de las 28 544 hectáreas que tiene la zona protegida. “He sido testigo de los cambios que se dieron con la carretera. Facilita varias actividades pero afecta la conservación. Mientras no había vía a Guayaquil era fácil observar a los venados o al lobo de páramo esa zona, ahora es muy difícil”.
Ordoñez dice que entre las acciones de riesgo que les toca realizar está enfrentar los incendios forestales y rescatar a quienes se pierden dentro del parque. Una vez le tocó rescatar a los bomberos de Cuenca que ingresaron para realizar sus prácticas y los atrapó una granizada.
Realizar los rescates significa mucho esfuerzo físico y conocer muy bien el lugar, “se debe actuar rápido para encontrar con vida a las personas que se perdieron”, dice Ordoñez. El mismo se perdió en dos oportunidades. Felizmente en ambos casos logró encontrar el camino para regresar. La segunda ocasión lo hizo con ayuda del GPS. “En el páramo, si estás mojado te puedes morir por hipotermia”.
Son 34 años que lleva en el Parque Nacional Cajas, “más de media vida —dice— como que se tiene mucho cariño. El día que decida irme será muy difícil”. Para Ordoñez trabajar en el Parque ha significado también conocer gente de muchos otros lugares y países, principalmente de Latinoamérica.
Cree también que ya es tiempo de que se establezca una carrera de guardaparques y que se busque su profesionalización. Ahora, con la pandemia, le preocupan los cambios que se están dando en la situación laboral de sus compañeros. A él, como inspector de guardaparques, le está tocando la difícil tarea de reorganizar las jornadas laborales de tal forma que no haya horas extras los fines de semana.
“Ser guardaparque es trabajar por la vida y dar vida”, señala Ordóñez y asegura que cuidar el agua y el suelo, realizar un rescate o controlar los incendios significa dar vida. “A quienes aspiren a cuidar la biodiversidad, solo puedo decir que se trata de una profesión gratificante. No todos tenemos oportunidad de trabajar en las áreas protegidas y cuidar la naturaleza”, concluye Ordóñez.
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Perú: el guardaparque que estudia para ser ingeniero
Raúl Cañahuiri lleva 23 años recorriendo el Parque Nacional del Manu. Llegó un 16 de junio de 1997 al puesto de control y vigilancia de Curcurpampa. Ahí leyó un boletín llamado Amigo Guarda, que lo inspiró: “decía que el guardaparque era multifacético, desde leñador hasta mecánico. Y me apasioné por esta profesión”.
En esa época —recuerda— los puestos de control no disponían de agua, tenía que ir hasta las cochas (lagunas) con baldes y carretillas para abastecerse. Ahora las cosas han cambiado y cuentan con todos los servicios.
Lo que no ha cambiado es el nacimiento del sol en Tres Cruces, en Paucartambo. Uno de los tres amaneceres más bellos del mundo y que Cañahuiri ha disfrutado más de una vez como parte de su labor como guardaparque. “Cuando lo vi por primera vez me impresionó. Es uno de los pocos lugares en el mundo donde se puede ver ese fenómeno de la salida del sol. Viene gente del extranjero para admirarlo. Yo he estado ahí y lo he visto”, dice con satisfacción.
Dentro del millón 716 295 hectáreas que tiene el Manu hay siete puestos de control y los guardaparques van rotando por todos ellos. En un momento hubo ocho —dice Cañahuiri— pero la presencia de indígenas en aislamiento hizo que se cerrara el puesto de Yanayacu en el río Madre de Dios.
“Cada ecosistema tiene su atractivo. En los bosques nublados hay orquídeas. Me gusta mucho la Sobralia setigera, son imponentes en su floración. También me gustan mucho las aves”, cuenta Cañahuiri. Ha visto otorongos y osos de anteojos, pero lo que más le asombró fue observar cómo se alimentan los lagartos en los ríos. En una ocasión presenció cuando uno de ellos abordó a un cardumen de peces. “Solo abrió la boca y allí cayeron varios peces que saltaban en el río”.
La llegada de Internet a los puestos de control también le abrió el camino para una nueva carrera. Cañahuiri aplicó para una profesión a distancia y en abril del 2021 se graduará de ingeniero de sistemas. “La tecnología llegó a nosotros, pasamos de las máquinas de escribir a las computadoras. Y yo puedo estudiar a distancia”.
La tecnología también ha cambiado su trabajo. Ahora los guardaparques del Manu tienen GPS, drones y monitoreo de focos de calor. “Podemos hacer rápidamente un control en determinada área para identificar un incendio. La tecnología ha cambiado nuestros patrullajes”.
Antes las quemas eran indiscriminadas —dice Cañahuiri, uno de los 10 bomberos forestales del Manu— pero ahora están controladas. Para lograrlo, se hicieron reuniones con los comuneros en las zonas andinas, así como para evitar el sobre pastoreo y apostar por un desarrollo sostenible.
Cañahuari dice que la labor del guardaparque es reconocida internacionalmente y eso los fortalece, pero que en Perú están desprotegidos por la forma de contrato que aún se mantiene. “Trabajo hace 20 años y aún tengo contrato que nos renuevan cada tres o seis meses. La mayoría de los guardaparques en Perú trabaja bajo esa modalidad, no tenemos contrato permanente”.
La pandemia ha cambiado también el ritmo de trabajo de los guardaparques. Ahora permanecen 66 días dentro de la zona reservada para salir durante 24 días a descansar. El coronavirus no ha entrado al Manu, ni los guardaparques ni las poblaciones indígenas que viven dentro han reportado casos de COVID-19. “Gracias a Dios —dice Cañahuiri— además que hay protocolos estrictos y un fuerte control de ingreso hacia las comunidades”.
Cuando se inició la cuarentena estaba en el puesto de control de Acjanaco, la zona de entrada a Tres Cruces, su lugar favorito por los amaneceres, donde pasó su último cumpleaños. Ahora está en Cusco, pero pronto regresará al Manu, a recorrer sus montañas y sus bosques, a custodiar el ingreso a las comunidades y a disfrutar de los amaneceres. “Somos el primer contacto con población dentro del Manu y nos llaman los ‘ángeles de la conservación’”.
Imagen principal: Raúl Cañahuiri navega dentro del Parque Nacional del Manu. Foto: Archivo personal Raúl Cañahuiri.
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