- La Conferencia de las Partes del Convenio sobre la Diversidad Biológica (COP16) —que se realizará a finales del 2024 en Cali, Colombia— tendrá como imagen oficial a la flor de Inírida, una planta amazónica representativa del departamento de Guainía.
- Se conoce con ese nombre común a dos especies de plantas herbáceas con cabezuelas de color rojo con blanco. Su capacidad de soportar intensas inundaciones y sequías, sumado a que sus estructuras no pierden su forma con el paso de los años, hacen que sean conocidas como “flores eternas”.
En la Amazonía colombiana, un par de flores de tonalidad rojiza se despliegan a lo largo de los cerros de Mavecure, en el departamento de Guainía. Desafiando las condiciones climáticas extremas de su entorno, crecen entre los pajonales y suelos con bajos nutrientes, sin importar si hay intensas sequías o inundaciones. Son flores curiosas: sus cabezuelas en forma de estrella, aún cuando mueren y pierden su color vibrante, tienen la capacidad de mantener su estructura original. Esa característica hace que algunos las conozcan como “flores eternas”.
Su nombre común es Flor de Inírida. Así se conoce a dos especies de plantas herbáceas de la familia de las rapatáceas: Guacamaya superba y Schoenocephalium teretifolium, que juntas han sido elegidas como la imagen oficial de la próxima Conferencia de las Partes del Convenio sobre la Diversidad Biológica (COP16), que se realizará entre el 21 de octubre y el 1 de noviembre de 2024, en Cali, Colombia.
“Para mí es algo muy esperanzador que un evento de esta magnitud se lleve a cabo en un país megadiverso como el nuestro. Me parece fascinante y me llena de emoción que una planta tan desconocida —y que no tiene el carisma tradicional de un mamífero como el panda o de un ave muy colorida— sea seleccionada para representarlo, porque quiere decir que estamos abriendo un poco más los ojos”, explica Mateo Fernández Lucero, biólogo colombiano experto en botánica, formado en la Universidad de los Andes.
La COP16 es el espacio de discusión y negociación más importante del Convenio sobre la Diversidad Biológica (CDB) de las Naciones Unidas, en donde se espera que los países dialoguen no sólo sobre conservación de la biodiversidad, sino también sobre el uso sostenible de sus componentes y el reparto justo y equitativo de los beneficios derivados de la utilización de los recursos genéticos, con el objetivo común de detener y revertir la pérdida de naturaleza rumbo al 2030.
“Con la imagen y lema ‘Paz con la Naturaleza’, Colombia hace un llamado a mejorar nuestra relación con el medio ambiente y a repensar el actual modelo económico que sobreexplota y contamina la vida en el planeta”, dijo el gobierno colombiano en sus redes sociales.
El Ministerio de Ambiente y Desarrollo Sostenible argumentó que la elección de la flor de Inírida implicó un proceso en el que se analizaron opciones de representación de flora y fauna, así como la importancia del sol en la cosmogonía indígena y los pictogramas de la serranía de Chiribiquete. De allí surgió la idea de ilustrar a esta flor con 36 pétalos de colores que representan las 23 metas de biodiversidad de las Naciones Unidas y las trece ecorregiones de Colombia —como la Amazonía, la Región Insular, los Páramos y el Macizo colombiano, entre otras— priorizadas en el Plan Nacional de Desarrollo.
Pero, ¿cómo es esta flor? ¿Qué la hace tan especial? Mongabay Latam conversó con dos colombianos especialistas en botánica que la han estudiado a profundidad.
Su hábitat y sus amenazas
Aunque llevan el mismo nombre, se trata de dos flores hermanas. Por un lado, la flor de invierno (Guacamaya superba) crece entre junio y octubre, en la época de lluvias e inundaciones. Tiene una inflorescencia —ramas del tallo con flores— de tamaño grande y forma piramidal. Por otro lado, la flor de verano (Schoenocephalium teretifolium), es resistente al fuego y las altas temperaturas; su cabezuela es más pequeña y esférica, y florece principalmente durante la época de sequía, de diciembre a abril.
“La flor de Inírida [de invierno] tiene una inflorescencia bastante particular y muy vistosa. En su época de floración adorna de colores rojizos las sabanas, puede llegar a medir hasta 1,7 metros de altura y en su parte final tiene una cabezuela roja”, describe el botánico Nicolás Castaño, líder del grupo de flora del Programa de Ecosistemas e investigador del Herbario Amazónico Colombiano del Instituto SINCHI.
De acuerdo con el biólogo Mateo Fernández Lucero, quien además es director científico de Liwi —organización que investiga, propaga, siembra y conserva estas especies y sus ecosistemas desde hace más de una década en Colombia— su presencia está limitada a las sabanas inundables de arena blanca del departamento de Guainía, un ecosistema endémico en donde convergen la Orinoquía, la Amazonía y el escudo guayanés, en las inmediaciones de los ríos Atabapo e Inírida, en donde los suelos pueden ser arenosos, pobres en nutrientes, ácidos y hostiles para las plantas comunes.
“Es un ambiente que dura inundado la mitad del año y, la otra mitad, se seca radicalmente, incluso llegando a incendiarse. Esto hace que las plantas que habitan acá —no sólo la flor de Inírida, porque en estos ecosistemas se han descrito más de 300 especies— hayan logrado adaptaciones muy particulares durante millones de años, para poder sobrellevar estas condiciones del medio y del clima que es tan variable, por ejemplo, la formación de un tanque para almacenar agua y nutrientes a partir de las vainas de las hojas ya muertas, parecido al de las bromelias”, describe Fernández Lucero.
La flor de Inírida no es endémica de Colombia —aclara el botánico— pues también hay poblaciones silvestres en Venezuela. “Inclusive, las especies fueron descritas en Venezuela, pero la información más reciente que se ha generado es en la zona de Inírida, en donde ha adquirido una identidad cultural muy fuerte e interesante”, describe Fernández Lucero.
La particularidad y delicadeza de los ecosistemas donde crece esta flor hacen que su recuperación y restauración sean sumamente lentas frente a las amenazas derivadas del cambio de uso del suelo, refiere el experto. En ambos países, actividades como la minería de oro, la urbanización, el tránsito de vehículos motorizados y las de carácter agropecuario, ponen en riesgo la supervivencia de la flor de Inírida en las sabanas.
“Recuerdo que, cuando llegamos por primera vez al predio en donde tenemos el proyecto de conservación [de Liwi], lo primero que vi fueron unas huellas paralelas de llantas, que se veían como cicatrices muy antiguas. Después, averiguando, me dijeron que hace como 20 años había entrado un camión a sacar madera. Imagínate que ahora se hacen rallies en las sabanas, con grupos de carros o vehículos pesados transitando; son afectaciones que duran muchísimo tiempo”, se lamenta el botánico.
En el pasado, esta flor también fue extraída del ecosistema sin control. Fernández Lucero investigó que, alrededor de 30 años atrás, en el municipio de Inírida, la gente solía llenar aviones con las inflorescencias de ambas especies, afectando las plantas completas al arrancarlas. Esto provocó el aislamiento de las especies, alejándolas cada vez más del pueblo.
Aunque la flor de Inírida no se encuentra bajo una categoría de amenaza a nivel intencional —como en la Lista Roja de las Especies Amenazadas de la Unión Internacional para la Conservación de la Naturaleza (UICN) o en los apéndices de la Convención sobre el Comercio Internacional de Especies Amenazadas de Fauna y Flora Silvestres (CITES)—, dado lo restringido de su distribución y el poco conocimiento que existe sobre sus poblaciones naturales “es bueno que la gente entienda que se trata de una especie que debe ser tratada con cuidado, al igual que su ecosistema”, sostiene Fernández Lucero.
Las resoluciones y vedas implementadas desde 1998 por la Corporación para el Desarrollo Sostenible del Norte y el Oriente Amazónico (CDA) —autoridad ambiental regional— ayudaron a evitar que una de las últimas poblaciones vulnerables desapareciera del área municipal de Inírida. Con este remanente fue que el botánico comenzó a colaborar, desde el 2009, con la asociación ambiental Akayú —que ya trabajaba en la zona con las comunidades indígenas y rurales desde el 2002 y que, posteriormente, se transformaría en la organización Liwi—, para recuperar y fortalecer la población local de flor de Inírida.
El modelo que construyeron, y que funciona hasta la fecha, permite que, además de garantizar que todas las otras especies nativas del ecosistema también permanezcan, se utilicen algunas de las inflorescencias de la flor de Inírida para la comercialización, actividad con la que se beneficia económicamente a las comunidades locales.
“Como modelo, me pareció espectacular, porque la inflorescencia es una parte de la planta que, si tú sabes manejarla, es completamente renovable y no genera ninguna afectación en el individuo. Hay plantas que tienen 15 años, que cada vez son más grandes y producen más inflorescencias”, explica Fernández Lucero. “Claramente no tienes que extraer todas las inflorescencias, sino mantener un balance en el ecosistema para que los visitantes florales, como los colibríes y los insectos, tengan de qué alimentarse”.
El futuro de la flor eterna
Que un evento de la magnitud de la COP16 pise suelo colombiano simboliza una posibilidad de reivindicar el uso sostenible de la biodiversidad, sobre todo, el que se realiza desde las comunidades indígenas y locales, con procesos de los que hay mucho que aprender a nivel global, sostiene Nicolás Castaño.
“Desde el punto de vista botánico, siento la ilusión de que haya un poco más de atención, por un lado, sobre las especies amenazadas, pero también que se reivindiquen los conocimientos tradicionales y esa posibilidad de uso sostenible de la biodiversidad. La flor de Inírida es un ejemplo de ello, porque hay alternativas, hay formas de usar esa biodiversidad, por eso necesitamos sumar esfuerzos para que suceda”, afirma el botánico Castaño.
Para el experto, es necesario unificar criterios y esfuerzos sobre qué hacer frente a la pérdida de la biodiversidad, pues los actuales procesos de transformación de los ecosistemas avanzan de manera muy acelerada. En esa misma medida, sostiene, son necesarias las soluciones y mecanismos urgentes por parte de los gobiernos.
En eso coincide Mateo Fernández Lucero. Ahora que Colombia y la Amazonía ganarán visibilidad, el botánico espera que la atención del mundo trascienda en hechos tangibles para la conservación de múltiples especies, ecosistemas y regiones, así como para el bienestar de las comunidades locales, que finalmente son los actores más importantes de la conservación.
“La flor de Inírida hoy es la protagonista, pero lo bonito de la iniciativa que abandera es que protege a todo un ecosistema”, concluye Fernández Lucero. “Queremos que pueda seguir siendo esa especie sombrilla que permite conservar a muchas otras”.
*Imagen principal: Uno de los principales polinizadores de las dos especies de Flor de Inírida, es el colibrí coliverde (Polytmus theresiae). En esta imagen, visita una Guacamaya superba. Foto: Mateo Fernández Lucero
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