- Las reservas extractivas son importantes para la selva amazónica brasileña, que genera zonas de amortiguamiento de protección de deforestación y explotación de recursos naturales.
- Las reservas extractivas cubren 3.4 millones de hectáreas de superficie en Brasil, la mayoría en la Amazonía.
- La minería, la tala y la caza profesional están prohibidas dentro de Resex Xingú, pero los centros de comercio permiten el intercambio de productos recolectados dentro de la reserva.
RESEX XINGÚ, Brasil. Recientemente, en una tarde amazónica abrasadora con el calor del apogeo del día golpeando, Lindolfo Silva de Oliveira Filho, 68 años —conocido como “Senhor Lindolfo”— descargó un costal de arpillera lleno de nueces brasileñas en una balanza. Tomó nota del peso y luego movió el costal hacia un costado.
Lindolfo es un cantineiro, administrador del centro de comercio de su comunidad en Baliza, ubicado en una extensión de terreno gigantesca en el estado de Pará, en la selva amazónica de Brasil. Aquí, la red de familias unidas de caucheros viven dispersos a lo largo de los bancos del río Xingú, afluente del Amazonas y sustento de miles de comunidades indígenas que habitan los bosques.
Esta tierra yace dentro de la Reserva Extractiva Xingú. Una reserva ecológica de 303 000 hectáreas federalmente protegida, conocida como “Resex Xingú” y fundada en 2008 para proveer recursos para los ribeirinhos (población de ribereños) que han vivido de la riqueza natural por generaciones para continuar con su estilo de vida de manera sostenible. La minería y la tala están prohibidas, así como también la caza profesional. Un resex es específicamente un parque nacional, pero con gente que vive allí, un concepto radical para muchos conservacionistas en los tiempos de su concepción. No fue hasta que los ribeirinhos fueron reconocidos como “pueblos tradicionales” (comunidades cuya supervivencia e historia está íntimamente ligada a su entorno) que se les otorgaron derechos sobre sus tierras.
Las reservas como en la que vive Lindolfo ahora ocupan 3.4 millones de hectáreas de superficie en Brasil, casi toda la tierra de la Amazonía. Es un área inmensa más extensa que países como Bélgica o Moldavia. Algunos expertos defienden que el área protegida de Brasil ofrece un enfoque alternativo a la tendencia actual de continua deforestación salvaje, minería y robo de tierras que arrasan con la selva amazónica, además de actuar como una amortiguación crucial de estas actividades (en el presente hay 53 tramos de tierra resex a lo largo del país).
La deforestación alcanzó su punto máximo en Brasil (un 29 por ciento este año), de acuerdo con el Instituto Nacional de Investigación Espacial de Brasil [INPE]) y una enorme cantidad de proyectos de desarrollo, como el de la represa hidroeléctrica de Belo Monte, finalizada en 2015, generó un amplio daño social y medioambiental. Los impactos incluyen reservas pesqueras mermadas y un fuerte incremento de alcoholismo, malnutrición y enfermedades entre comunidades indígenas en su “zona de impacto”.
“Las innovaciones como las reservas extractivas de Resex Xingú son un paso en la dirección correcta”, dice Augusto Postigo, de 43 años, antropólogo en la organización sin fines de lucro Instituto Socioambiental (ISA) ubicada en Brasil. El instituto tiene una oficina regional cerca de la próspera ciudad amazónica de Altamira, donde Postigo ha trabajado con las comunidades en los últimos cinco años. Él conoce a los ribeirinhos muy bien. A menudo se pasa semanas en el campo, yendo de casa en casa en bote para mantenerse al día con las poblaciones.
Postigo explica que el proyecto para ayudar a las reservas extractivas en la región de Xingú a vender sus productos forestales tiene el objetivo de mejorar la calidad de vida de la comunidad. Sin embargo, también busca fomentar su organización política como un grupo con una historia valiosa en la región.
“Los ribeirinhos fueron [tradicionalmente] completamente olvidados y ni si quiera reconocidos por el Estado”, expresó Postigo en una entrevista. “Rara vez venían a la ciudad porque no tenían medio de transporte, ni escuelas. El Estado no iba allí y ellos no venían [a la ciudad]”.
Luego, entre 2000 y 2004, Postigo explica que hubo incursiones masivas de leñadores y mineros y, como resultado, a muchos ribeirinhos se les compraron sus tierras o fueron expulsados de ellas debido a que había poca seguridad, tampoco existía ninguna alternativa para que continuaran su estilo de vida. Sin embargo, desde que se fundó la reserva, pueden quedarse en sus tierras y la idea del ribeirinho ha adquirido un nuevo significado. El término ahora es un indicador de dignidad, no una palabra peyorativa, como solía ser. Ahora se utiliza con orgullo.
Una historia turbulenta
Antes que las reservas Resex fueran creadas, la violencia, o la amenaza de violencia, formaba gran parte de la vida diaria.
“Hoy podemos dormir tranquilos”, manifestó Daniel Costa do Nascimento, un ferviente joven ribeirinho de veintiséis años. “Antes, no estábamos seguros de si nos levantaríamos al día siguiente”. Nascimento comenzó un santuario de tortugas en un esfuerzo personal para ayudar a conservar la población.
Antes de la fundación de Resex en 2008, explicó, su familia fue amenazada en múltiples oportunidades por hombres armados que querían robarles sus tierras. “Ellos llegaban al umbral de tu puerta y decían: ‘Quiero comprar tu tierra’. Si decías: ‘No, no quiero venderla’, ellos decían: ‘Bueno, entonces tu viuda nos la venderá’. Estábamos muy asustados”.
La historia de la tenencia de tierras y el medio ambiente en Brasil siempre ha sido cruel. Las reservas extractivas nacieron por una disputa política durante los años ochenta liderada por el unionista carismático y recolector de caucho, Chico Méndez. Finalmente, le costó la vida cuando fue asesinado por rancheros que se oponían a sus reclamos de la tierra en 1988.
La primera reserva Resex fundada en el estado de Pará también surgió por un acto de violencia, debido a la presión de la sociedad seguido del asesinato de la monja norteamericana y activista, Dorothy Stang, en 2005, que hizo campaña por años a favor de los derechos de la tierra de la población local y en contra de la tala ilegal. Este legado continúa acechando a esta región.
El 13 de octubre de 2016, el secretario de medioambiente de Altamira, Luiz Alberto Araujo, de 54 años —un oficial que se hizo conocido por la explotación de madera ilegal— fue asesinado de un disparo frente a su familia por dos hombres en motocicleta. Hay una investigación en curso sobre su asesinato. A pesar de los peligros y desafíos, muchos siguen adelante.
La comunidad del Senhor Lindolfo es la más nueva de las tres reservas en la región de Pará y continúa en la búsqueda de su camino. Sin embargo, los ribeirinhos ya han superado el mayor obstáculo: ahora tienen un título legal sobre las tierras en las que han vivido por generaciones y tienen un nuevo respeto por su propia identidad como la “población ribereña”. Contrario a la sombría tendencia de la Amazonía brasileña, el bosque en Resex Xingú permanece intacto y sus habitantes están tranquilos ahora que sus tierras están protegidas.
“El Resex es una bendición”, dijo Danielson Maranao Vineo, de 79 años, que trabajó como colector de caucho por 30 años. “Podemos permanecer aquí el tiempo que queramos. Tenemos el derecho de plantar cultivos todo el año, tenemos derecho sobre la ribera. ¿Qué más podemos pedir?”.
Hacer un trabajo sostenible
Las familias en Resex Xingú en la actualidad venden látex intervenido del árbol de caucho, las nueces brasileñas y la nuez y membrana del árbol babasu para los mayores distribuidores de Brasil. En Gabiroto, un centro de comercio río arriba, están instalando una pequeña máquina para extraer aceite del babasu y las nueces brasileñas, que se venderán un precio mayor que el de las mismas nueces secas.
Cada año, los productores y distribuidores se encuentran personalmente dentro de la reserva para llegar a un acuerdo. La organización sin fines de lucro ISA, que ayudó a establecer Resex en Pará, está en cada paso del camino ayudando a los productores como un interlocutor brindando una mano con la logística.
Se elaboró un contrato que les genera a los productores un ingreso fijo por año y más significativamente un pago inicial que les brinda seguridad económica al igual que les permite extraer productos del bosque todo el año. Los ribeirinhos compran alimentos básicos como el café, arroz y frijoles con este dinero. También pescan, cazan y plantan cultivos para alimentar a sus familias.
Funcionó muy bien todo para Resex Xingú el año pasado y la comunidad espera expandir sus actividades económicas con la producción del mesocarpo, una membrana de la nuez babasu, que se utiliza en productos cosméticos y alcanza precios elevados en el mercado.
Esto no hubiese sido posible, sin embargo, si no fuera por el sistema de cantina, creado por un productor local, Pedro Pereira de Castro, de una reserva vecina. Pereira, un hombre ribeirinho de 53 años, pero de apariencia joven, es el responsable de una pequeña revolución en la cadena de suministro de los productos del bosque de la región Xingú y ahora es algo así como una celebridad local.
Aunque las reservas extractivas representaban un avance al concederles a las comunidades locales los derechos sobre las tierras y brindarles los beneficios necesarios del gobierno, las grandes distancias en la Amazonía hicieron un comercio sostenible de productos prácticamente inviable. Pereira cambió la situación con el sistema de cantina.
Antes, los productores individuales habrían tenido que viajar con sus bienes hacia la ciudad para intentar y vender sus mercancías al mejor postor. Esto podía llevar varios meses y no garantizaba que sus productos se vendieran, menos aún a un precio razonable. Mientras tanto, se dejaba a las familias de los productores a la deriva. Su única alternativa era vender los productos a comerciantes pasajeros que ponían sus propios precios, lo cual era abusivo.
“El comerciante llegaba y tenías que venderles tus productos porque no tenías otra alternativa”, dijo Pereira. “Así surgió la idea de la cantina para solucionar el problema”.
En 2011, Pereira se unió a ISA y abordaron a la empresa suiza Firmenich, la distribuidora privada de perfume y sabores más grande del mundo. Aseguraron un contrato para venderle a la compañía nativa aceite de copaiba, una savia medicinal extraída del árbol silvestre de copaiba. Firmenich aceptó la oferta y le dio a la comunidad un pago inicial de $3000 dólares. Pereira instaló el puesto de comercio en su comunidad donde los productores podían ir y vender sus productos y recibir dinero y bienes en el momento.
Fue un gran éxito y la reserva de Pereira ahora tiene un excedente de más de $15 000 dólares. Comercian siete productos forestales diferentes y han inspirado a comunidades indígenas fuera de la reserva para involucrarse también al proyecto.
“Las cantinas validan su estilo de vida y les brindan recursos económicos para permanecer en sus tierras”, expresó Postigo de ISA.
Hoy hay 18 cantinas en Pará, el estado al norte de Brasil, cuatro de las cuales se encuentran dentro de las reservas indígenas.
Una nueva alianza
A raíz del daño social provocado por la represa de Belo Monte, una creciente coalición del pueblo indígena y ribeirinhos unen fuerzas para vender productos forestales para salir del ciclo de dependencia económica actual.
“Siempre vivimos conjuntamente y todos vivimos y viajamos junto al río; deseamos ser parte del mismo proyecto”, manifestó Joao Luis Nascimento Curuaia, 45 años, en un Encuentro de Cantineiros anual, en las afueras de Altamira. Él es miembro de la tribu Curuaia.
“La comunidad de Nascimento fundó una cantina en 2014. Como las comunidades Resex, los Curuaia ahora le venden nueces brasileñas a una empresa nacional. Los ribeirinhos y comunidades indígenas pasan por agencias gubernamentales completamente distintas para organizar proyectos y recibir beneficios, mientras que el sistema de cantina es completamente propio e independiente.
Los Curaia son una de las tantas tribus que han sido gravemente afectadas por la represa de Belo Monte. La empresa detrás de la represa, Norte Energía, fue acusada de “etnocidio” por la oficina pública del fiscal de Altamira en septiembre de 2016 por un caótico régimen de compensación que incluía donaciones en efectivo de hasta $10 000 dólares por mes por pueblo durante un período de dos años.
“Nos tomaron por sorpresa sin preparación alguna”, expresó Nascimento sobre las donaciones. El plan de compensación de “emergencia” que empleó la compañía creó un sistema de dependencia de dádivas, que destruyó los recursos de vida tradicionales y dividió a las comunidades. Nascimento dijo que vender las nueces brasileñas en una cantina les hizo darse cuenta del valor de los proyectos a largo plazo que unen a las comunidades y son sustentables.
Los representantes de Norte Energía no respondieron las numerosas solicitudes de comentarios.
Problemas a la vuelta de la esquina
A pesar de la gran cantidad de áreas protegidas legalmente en Brasil, incluida Xingú Resex, la tala ilegal continúa ocurriendo dentro de las reservas extractivas y Pará tiene el grado más elevado de deforestación en el país. “Lo que se precisa”, discute Postigo, “es más apoyo por parte del gobierno, ya que muchos esfuerzos se malgastan en el laberinto de la burocracia brasileña”.
“No existe un apoyo económico para el extractivismo, solo para la industria agropecuaria”, manifestó con frustración. El estado de Pará no cobra impuestos sobre la producción de carne y soya, por ejemplo, pero sí lo hace sobre la extracción de caucho. Él cree que lo que falta es una buena política pública. “Esto es absurdo y [la ley] tiene que revocarse”, expresó Postigo.
Otro gran problema es el efecto en el cambio climático, manifiestan los ribeirinhos. Dicen que las especies de peces y tortugas están muriendo a causa de los “eternos veranos”, como lo expresaron. Sostienen que el clima genera que mueran de hambre las especies de peces y tortugas que se alimentan de las frutas de los árboles que crecen en pequeños arroyos que están secándose.
Estudios recientes apoyan las afirmaciones que dicen que el cambio climático está afectando a las poblaciones de tortugas y peces en el río Xingú. “Vemos extremos en el clima que son muy anormales”, dijo Cristian Costa Carneira, biólogo de Brasil. Carneira, que investiga la fauna acuática en la Universidad Federal de Pará, explica cómo los veranos, que son cada vez más secos, están matando muchas tortugas antes de nacer y volviendo hembras a un número desproporcionado de aquellas que sobreviven (ya que el sexo de la tortuga se determina por la temperatura), lo que puede provocar un grave problema a largo plazo para la supervivencia de las especies. Mientras tanto, los inviernos extremos significan que las tortugas no pueden acceder a los arroyos donde se alimentan de frutas, por lo que detuvieron la procreación y, en algunos casos, murieron de hambre. El inusual nivel elevado del río también provoca que las especies jóvenes sean arrastradas y se ahoguen por las extremas lluvias invernales.
Daniel Costa, que cría tortugas tracajá y tartaruga, expresó que nunca antes había visto a una tortuga morir de hambre, “pero sucede a menudo hoy en día”.
Imagen Banner: Hombre tribales Kalapalo, un grupo indígena que vive en el Parque Nacional Xingú, Xingú superior (v), en 2008. Fotografía de Eduardo Giacomazzi/Wikimedia Commons
Máximo Anderson es periodista y fotógrafo autónomo que actualmente vive en Colombia. Puede encontrarlo en Twitter como @MaximoLamar
Nota editorial: Luego de la publicación de este artículo, recibimos la siguiente respuesta por parte de Norte Energía. La pregunta que se le hizo a la empresa y la respuesta completa son las siguientes:
Fuentes:
“The natural and social history of the indigenous lands and protected areas corridor of the Xingu River basin.” Stephan Schwartzman, André Villas Boas, Katia Yukari Ono, Marisa Gesteira Fonseca, Juan Doblas, Barbara Zimmerman, Paulo Junqueira, Adriano Jerozolimski, Marcelo Salazar, Rodrigo Prates Junqueira, and Maurício Torres. Philosophical Transactions of the Royal Society of B. June 5, 2013.
https://www.ncbi.nlm.nih.gov/pmc/articles/PMC3638430/