- El “Proyecto de Acuicultura Nacional”, firmado en marzo de este año con Noruega, busca impulsar el desarrollo de la industria salmonera en Tierra del Fuego.
- Científicos y ambientalistas temen que los errores cometidos en Chile se repitan en detrimento del medio ambiente patagónico.
En marzo de este año, Argentina anunció un convenio de cooperación con Noruega, el principal productor de salmones en el mundo, para estudiar la factibilidad de desarrollar la salmonicultura en el país, específicamente en el canal de Beagle, en Tierra del Fuego. Aunque oficialmente no se ha anunciado el inicio de los estudios, Mongabay Latam accedió a información que precisa que la Prefectura Naval de Argentina ya habría brindado apoyo para la realización de las primeras mediciones.
Diferentes sectores de la sociedad civil, entre ellos ambientalistas y científicos así como habitantes de la Patagonia, se han organizado para oponerse a un modelo de industria que aseguran atentará contra el medio el ambiente, el turismo, la producción pesquera local, pero que además echaría por suelo proyectos alternativos, que se encuentran en marcha, para intentar desarrollar la acuicultura de manera más sustentable.
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Los impactos de la industria
Aunque Argentina y Chile comparten condiciones geográficas similares en el sur de sus territorios, el primero no posee industria salmonera mientras que el segundo produce más de 790 mil toneladas de salmones al año, según las estadísticas oficiales del 2017.
El gobierno argentino parece haber decidido, a principios de este año, cambiar esa realidad y ser parte del boom salmonero que, debido al aumento de la demanda del mercado asiático, tiene a la industria en expansión en el país vecino.
En esa lógica surge el “Proyecto de Acuicultura Nacional”, firmado en marzo, entre Innovation Norway, un organismo noruego para la innovación y el desarrollo de las empresas y la industria, el Ministerio de Agroindustria de Argentina, la Agencia Argentina de Inversiones y Comercio Internacional (AAICI), la Jefatura de Gabinete de Ministros y la Gobernación Provincial de Tierra del Fuego, Antártida e Islas del Atlántico Sur.
Los fueguinos en cambio, no están para nada entusiasmados con la idea y temen que las aguas prístinas de su Patagonia sigan los pasos del mar chileno que acoge, con consecuencias contaminantes, a la creciente industria salmonera.
En efecto, diferentes investigaciones científicas han comprobado que al menos cinco son los impactos de la producción de salmones en Chile que ha ocupado los fiordos de la Patagonia desde la región de Los Lagos, para luego avanzar a la región de Aysén y finalmente, a la región de Magallanes, vecina a la provincia argentina de Tierra del Fuego. Dichos impactos, que han sido reconocidos por la industria, tienen que ver, en primer lugar, con el escape de los peces desde las jaulas donde se crían. Tormentas, vandalismo, fatiga de materiales, acción de depredadores, error humano y manejo inadecuado, son las causas por las que se han registrado escapes masivos, como el último ocurrido en Calbuco, al sur de Chile, donde casi 700 000 peces huyeron de las jaulas de la empresa noruega Marine Harvest. Sin embargo, esto también ocurre a manera de “goteo”: escapes a pequeña escala, no reportados, pero continuos y que, según el ecólogo acuático Iván Arismendi “juntos, pueden ser hasta más grandes que los eventos de escapes que sí son reportados”.
Arismendi, dedicado al estudio de la introducción de salmones en el Cono Sur y profesor de Oregon State University, explica que al ser estos peces “especies introducidas, sin depredadores naturales y carnívoros, las poblaciones de especies nativas disminuyen por depredación y por competencia de espacio y alimentación”. De hecho, según un estudio publicado en la revista científica Conservation Biology “las especies exóticas son la segunda causa de pérdida de biodiversidad luego de la pérdida de hábitat”.
Por otro lado, las altas densidades de peces enjaulados favorecen la propagación de enfermedades parasitarias e infecciosas. Para su control, los productores usan antibióticos y antiparasitarios. Lo anterior constituye una de las principales preocupaciones de la Organización Mundial para la Salud debido a que «el uso excesivo de antibióticos —tanto en piscicultura como en medicina humana— acelera el desarrollo de resistencia antimicrobiana. Proceso que se produce cuando las bacterias mutan y se vuelven resistentes a los antibióticos utilizados para el tratamiento de las infecciones. Esto compromete nuestra capacidad para tratar enfermedades infecciosas y pone en peligro muchos avances médicos» señala un comunicado.
En este contexto, Noruega ha hecho importantes avances reduciendo la aplicación de antibióticos a 0,39 mg por cada kilo de salmónido. Lo anterior podría ser un buen antecedente de sustentabilidad para las intenciones noruegas de impulsar la salmonicultura en Tierra del Fuego. Sin embargo, Alexandra Sapoznikow, coordinadora del Foro para la Conservación del Mar Patagónico y Áreas de Influencia, se muestra escéptica puesto que “las empresas noruegas en Chile no usan la misma tecnología que en su país de origen”.
Según datos del Servicio Nacional de Pesca chileno, durante el 2016, se utilizaron, en total, 382 500 kg de antimicrobianos asociados a una producción de casi 728 toneladas de salmónidos. En el país nórdico, en cambio, se utilizaron 523 kg para 1,3 millones de toneladas de salmón.
Además, el científico Felipe Cabello señala en un informe que “recientemente se ha descubierto que la diversidad bacteriana, en un área de cultivo de salmón, es reducida (…). La disminución de la diversidad biológica, producida por este uso excesivo de antimicrobianos, también facilita las infecciones bacterianas de los peces cultivados, con nuevos y emergentes patógenos”. Es así como “las especies nativas pueden ser contagiadas con enfermedades si entran en contacto con los salmones que se escapan de sus áreas de cultivo” explica Arismendi.
En tercer lugar, el exceso de materia orgánica que recibe el fondo marino, derivado de los alimentos y las heces de los salmones que se encuentran en las jaulas, provocan la eutrofización del agua. Un fenómeno que se produce cuando, al haber exceso de materia orgánica, hay una floración de algas que consumen mayor cantidad de oxígeno. Tanto así, que este último se agota y muere la vida en el fondo marino. Un estudio publicado por la Asociación Interamericana para la Defensa del Ambiente (AIDA) señala que “en 2001, el Grupo de Expertos sobre los Aspectos Científicos de la Protección Ambiental Marina (GESAMP) concluyó que la eutrofización orgánica constituía la mayor amenaza a los océanos y zonas costeras. Ello, por la aparición de zonas con nula o insuficiente disponibilidad de oxígeno disuelto para mantener la vida acuática”.
De hecho, según AIDA, “las ictiopatologías virales, bacterianas y parasitarias, que la propia industria llevó a las regiones de Los Lagos y Aysén —en Chile— han generado una situación de colapso sanitario y ambiental con altos costos para la industria, obligándola a buscar nuevos ambientes sanos donde operar”.
Por último, el Foro para la Conservación del Mar Patagónico y Áreas de Influencia asegura que “investigaciones aseveran que algunas formas de acuicultura, como la de salmónidos, ha implicado un incremento en la demanda de especies silvestres utilizadas para alimentar a la especie introducida (…) y que el colapso de algunas pesquerías, como la del jurel en Chile, se relaciona con la producción de alimento para salmones”.
Pero en los últimos años, la industria ha logrado reducir significativamente la cantidad de pescado silvestre utilizado para la producción de un kilo de salmón. Si antes la tasa de conversión era de 5:1, hoy es entre 1,2:1 y 1,5:1.
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Cultivos alternativos de menor impacto
Conscientes de que la salmonicultura llegó para quedarse en el cono sur, los investigadores del Instituto Centro Austral de Investigaciones Científicas decidieron incursionar en una técnica de cultivo que podría mitigar los impactos de la industria: las granjas multitróficas. El proyecto, desarrollado en conjunto con el Ministerio de Ciencia y Tecnología de Argentina, consiste en cultivar truchas, una especie de salmónidos, combinados con mejillones, que funcionan como filtradores del agua y cachiyuyos que captan y metabolizan los desechos nitrogenados de los peces. Gustavo Lovrich, Investigador del Centro de Investigaciones, explicó a Mongabay Latam que el objetivo de este proyecto es medir y monitorear los impactos del cultivo de trucha en el medio ambiente y ver si ese formato de producción, que combina otras especies, tiene un menor impacto que el sistema tradicional de cultivo. “Es un método alternativo para reducir los problemas ambientales que está produciendo la salmonicultura”, dice.
Pero el anuncio del gobierno, respecto al convenio firmado con Noruega, cayó como un balde de agua fría sobre el proyecto de las granjas multitróficas. Según Lovrich “lo que va a pasar es que necesariamente se va a modificar el ambiente y no podremos saber si la granja autotrófica pueda funcionar”.
El gobierno de la provincia de Tierra del Fuego se comprometió a destinar US$ 95 000 y soporte operativo para que Innovation Norway, que aportará US$ 25 000 del total a invertir, realice los estudios técnicos. Estos, según el secretario de Agroindustria y Pesca, Kevin Colli, buscan “determinar no solo las posibilidades de incursionar en esta industria, sino conocer cuáles son los mejores lugares y los tipos de especies a desarrollar”.
Aunque oficialmente no se ha anunciado el inicio de los estudios, Gustavo Lovrich contó a Mongabay Latam que “sabemos que la Prefectura Naval les dio apoyo a los noruegos para hacer la primeras mediciones, hace unos dos o tres meses. Ellos nos dijeron muy informalmente donde las habían hecho”.
Sapoznikow, la coordinadora del Foro para la Conservación del Mar Patagónico, señaló que si bien han tenido reuniones con los Ministerios de Ambiente, Ciencias y con la Cancillería, han intentado reunirse con las autoridades de Tierra del Fuego, los principales gestores del proyecto de salmonicultura, pero que no han tenido respuesta. Mongabay Latam intentó a su vez comunicarse con diferentes autoridades de gobierno pero tampoco recibió respuesta.
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Un océano prístino sin ley para la acuicultura
En febrero del 2018 National Geographic realizó una expedición científica a Tierra del Fuego. El resultado, según dice Alex Muñoz, director para América Latina de Pristine Seas National Geographic fue “comprobar el tremendo valor ecológico de esta zona y fragilidad frente a cualquier tipo de impacto humano. Bosques de macro algas que son hábitat único esencial para muchas especies que viven en este lugar, en la costa de Tierra del Fuego, serían devastados si es que se instalan las salmoniculturas”.
Hasta ahora, los mares de la Patagonia Argentina se encuentran prístinos, sin mayor intervención humana más que la del turismo, la pesca artesanal de centollas y los efectos del cambio climático.
Gustavo Lovrich, quien se ha interesado en estudiar la producción de centollas en la región, puntualiza que estos animales, que viven en el fondo del mar, son poco tolerantes a ambientes anóxicos, es decir sin oxígeno, por lo que los sedimentos que la salmonicultura aportará a su hábitat podría significar una amenaza para esta especie.
Lovrich, asegura que la pesca de centolla en el Canal de Beagle constituye una pequeña pesquería artesanal que está mayormente al servicio del turismo, una de las más importantes actividades económicas de la zona. Según el científico, dicha producción, a pesar de ser pequeña, no está controlada. De hecho, aunque datos de la Secretaría de Agroindustria indican que en el puerto de Ushuaia, la capital de la Provincia de Tierra del Fuego, se han reportado, durante este año, desembarcos por 147 toneladas de centollas, Lovrich asegura que dichas cifras no corresponden a las capturas del canal de Beagle. Según el científico, esas cifras indican capturas realizadas en la costa Atlántica y que “extraoficialmente, desde el gobierno local, nos pasaron los desembarques del Canal y son de 60 toneladas para los años 2015 y 2016”.
La inquietud de Lovrich radica en que “el mismo Estado que dice que va a controlar las salmoneras no es capaz de gestionar la pequeña producción de centollas”. Además, el científico señala que, debido a que no existe una producción acuícola desarrollada, “no existe reglamentación de cómo controlar o con qué parámetros controlar las salmoneras. Hay que hacer una reglamentación. Ese vacío legal permite que Argentina sea un lugar virgen para transgredir toda norma ambiental”.
Según un informe del Instituto Nacional de Estadística y Censos de la República Argentina (INDEC), durante el primer semestre de este año, Patagonia se ubicó en el cuarto lugar de las regiones con mayor desempleo del país. Ushuaia, a su vez, se ubica en el tercer puesto con una tasa de desocupación de 7,5. De cara a la crisis económica que actualmente afecta a Argentina, la industria salmonera se posiciona como una alternativa de ampliar la matriz productiva del país. De hecho, el referente chileno arroja cifras alentadoras de 61 000 puestos de trabajo y un aporte anual de más de US$ 20 000 000 a los fondos municipales por concepto de pago de patentes acuícolas. Pero, en opinión de Sapoznikow, se debería “evaluar qué actividades se hacen en la zona, entender su entramado e impulsarlas, en lugar de aplicar nuevas prácticas que no están normadas y parecen ser la salvación”.
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Chile: el fantasma del hermano contaminado
El canal de Beagle, al igual que todos los fiordos de la Patagonia, tanto argentina como chilena, son sistemas ecológicos particularmente sensibles debido a que “no hay un intercambio de agua tan grande como lo hay en mar abierto. No hay un constante recambio de aguas con oxígeno, por lo que cualquier acción que incorpore materia orgánica, el fiordo tiene menos capacidad de depurarse” explica Sapoznikow.
Vreni Häussermann directora del Centro Científico Huinay, dedicado a estudiar los ecosistemas marinos de la Patagonia, contó a Mongabay Latam, en una entrevista, que actualmente se encuentra estudiando la muerte de corales del fiordo patagónico Comau, en Chile. Según explica, la hipótesis que manejan es que lo corales, que son el hábitat de muchas especies, entre ellas algunas que son recursos pesqueros, habrían muerto después de una floración extrema de algas asociado a la intensa actividad acuícola en el fiordo. “Dado a que los organismos bentónicos son más susceptibles a la hipoxia —es decir a la deficiencia del oxígeno— cuando están bajo la influencia de concentraciones elevadas de metano y sulfuro —condiciones que según la científica son propias de ese fiordo—, la hipoxia después de una floración fuerte de algas probablemente mató a los corales”, dice el estudio. En pocas palabras, los corales no fueron capaces de soportar ambas condiciones: un ambiente con mucho metano y sulfuro y una floración fuerte de algas.
Häussermann asegura que las aguas de la Patagonia chilena están contaminadas y que ello es producto de “la acuicultura que está muy expandida en la zona. Es una industria reconocida como de extremo impacto debido a que acarrea muchos nutrientes y químicos al agua”. Otras investigaciones lideradas por la científica han podido demostrar la participación de dicha contaminación en la proliferación de Marea Roja, la que ha provocado desastres ecológicos como la muerte en 2015 de 337 ballenas en los fiordos de la Patagonia chilena.
Numerosos son los ejemplos que hacen temblar a los fueguinos argentinos frente a la posibilidad del desarrollo de la salmonicultura en el Canal de Beagle. Mientras las intenciones todavía son proyectos, los argentinos buscan razones para dialogar con sus autoridades y pedir que no se lleven a cabo los planes. En el caso de que estos se concreten, esperan que el gobierno sepa extraer, de los errores chilenos, las medidas necesarias para que el canal de Beagle siga siendo el último confín de la Tierra. Un refugio donde turistas, de todo el mundo, llegan para encontrar la soledad y la naturaleza en su estado más puro.
Foto principal: Daniel Casado.
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