La grave crisis económica de Venezuela ha penetrado incluso al corazón de los laboratorios de la Facultad de Ciencias de la ULA. Allí se guarda –todavía– una valiosa colección bacteriológica que ha sido extraída de los glaciares, la misma que responde a muchos años de trabajo y que está derritiéndose, se está esfumando a la par que el glaciar del pico Humboldt. Los constantes cortes de luz han averiado dos de los tres ultracongeladores que almacenan esta colección y que tienen la capacidad de conservar este material sensible a -80°C. Las fallas en el voltaje simplemente han hecho colapsar las plantas eléctricas.

La crisis no discrimina, no jerarquiza y los científicos de la ULA –a pesar de los numeroso intentos– no han logrado que el Gobierno reaccione frente a la catástrofe que están viviendo. El tiempo corre en contra.

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Lo que queda de hielo

 

Los glaciares no son masas inmóviles de hielo, sino que durante su natural y lentísimo derretimiento, van perdiendo varios centímetros cada año, agua que se desliza sigilosamente por las montañas . Los picos venezolanos se formaron en el Último Máximo Glacial, hace unos 20 000 años, dejando a su paso las particulares formaciones rocosas de la Cordillera de Mérida, así como varias lagunas como la de Mucubají, La Victoria, El Montón y Los Anteojos, todas situadas en el páramo merideño.

El estudio de sus sedimentos, así como distintas técnicas como la paleobotánica, han permitido reconstruir la historia de estos glaciares, las glaciaciones y los períodos interglaciales, según explica el geomorfólogo Maximiliano Bezada en el libro “Se van los glaciares. Cambio Climático en los Andes venezolanos”. Esta publicación, de abril de 2018, reúne algunos de los hallazgos científicos más importantes detrás de la desaparición de estos gigantes de hielo en Venezuela.

A los habitantes de Mérida una de las cosas que más les molesta –además de despedirse de sus glaciares– es tener que explicarles a los visitantes que la frase que los identificaba,  “la ciudad de las nieves eternas”, es historia pasada. Antes la geografía hablaba por sí sola, hoy los obliga a narrar lo que hace algunos años existió. Los cinco picos que alberga la Sierra Nevada de Mérida y que son a su vez los más reconocidos por la gente son: el Bolívar (4978m); el Humboldt (4942m); el Bonpland (4883m); El Toro (4758M) y El León (4720M). El Bolívar es el punto geográfico más alto del país. Y aunque todavía se pueden ver pequeñas manchas de nieve cubriendo estos picos, el Humboldt es el único que conserva una masa glaciar que bordea el 1 %, según un reporte de la Nasa del 28 de agosto de este año.

 

 

Durante los años 30, sin embargo, había tanta nieve, cuenta Argelia Ferrer –periodista de la Universidad de Los Andes y coautora del libro sobre los glaciares– que los habitantes de Mérida podían comprar en el Mercado Municipal “raspados” hechos con hielo de esas montañas. “Con mulas y arneses se picaban panelas de 60 kilos, que al llegar pesaban 40 kilos, guardadas en maletas de cuero para vender en el Mercado Principal”, narra la periodista. En la última y más alta estación del teleférico, llamada Pico Espejo, se llegó incluso a celebrar el Primer Campeonato Nacional de Esquí en 1956, ahora cuesta creer que ese fue el escenario de una competencia de esa naturaleza.

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No solo se pierden glaciares

 

Los Andes tropicales concentran en tan solo el 1 % del área del planeta, unas 45 000 especies de plantas —20 000 de ellas endémicas, es decir, especies que no habitan en ninguna otra parte del mundo— y 3400 de animales vertebrados. En la porción que alberga Venezuela, que son los 500 kilómetros de la Cordillera de Mérida, se han identificado 16 especies endémicas y seis de ellas son mamíferos, como el venado del páramo de Mérida (Odocoileus lasiotis). Hay que sumar a la biodiversidad del área las diez especies de mariposas Redonda y 11 especies de fauna amenazadas y en peligro crítico.

Y esta es solo una parte de lo que se puede perder.

Durante años, los científicos de la ULA dedicaron innumerables horas de trabajo para armar una colección bacteriológica extraída completamente de los glaciares.

 

Cada una de las muestras fue recogida a más de 4900 metros de altura. El trabajo era desafiante y obligaba a los investigadores a tener dotes de alpinistas. Para obtener cada muestra tienen que esterilizar los instrumentos con fuego en medio de ráfagas de viento gélido y apelar a una gran precisión científica. Si a esto le sumamos las complicaciones propias de la actual crisis económica, que no les permite contar con todos los equipos necesarios, se convierte entonces en una hazaña casi heroica hacer ciencia en Venezuela.

Hoy un profesor titular de la ULA, en el mayor escalafón, gana alrededor de 12 dólares mensuales. Esto quiere decir que las expediciones se pueden realizar cuando los profesores y los alumnos logran reunir ropa térmica, alimentos que sacan de sus despensas, tiendas de acampar en préstamo y botas que no estén tan agujereadas.

“Cuando los estudiantes bajan de la montaña, no pueden ni tomarse un chocolate caliente”, narra así la física Alejandra Melfo las vicisitudes de hacer ciencia en medio de la crisis. “Estamos por debajo del cálculo de la ONU de un dólar por día (para vivir)”.

Trabajar bajo estas condiciones, entre muchas razones más, es lo que ha motivado la migración de científicos. El microbiólogo Andrés Yárzabal, encargado del Proyecto Vida Glacial y uno de los que ha participado en armar la colección de microorganismos recolectados en los Andes sudamericanos, dejó Venezuela en el 2014.

 

 

Se había vuelto imposible conseguir fondos para sus investigaciones y esto lo obligó a emigrar a Ecuador. Además tenía la huella de haber sufrido en carne propia la violencia política por protestar contra el Gobierno.

“Hubo un ataque de los colectivos —grupos paraestatales armados— contra mi residencia junto a la Guardia Nacional, lo que catalizó que nos fuéramos de Venezuela”, explica sobre las razones no económicas para emigrar.

Johnma Rondón, su tesista de doctorado, tuvo que reemplazarlo en el laboratorio. Sin embargo, el viernes 26 de octubre, cuatro años después de la partida de Yárzabal, Rondón también dejó el laboratorio de microbiología molecular y biotecnología de la ULA. Se fue a Buenos Aires a empezar un postdoctorado y, probablemente, no regrese. Tras su partida, el laboratorio se cerró y solo es custodiado eventualmente por un profesor de otra área de estudio.

Antes de dejar el país, Rondón conversó con Mongabay Latam en las instalaciones del laboratorio que estaba a punto de cerrar sus puertas. Cuando empezábamos la entrevista, una baja de tensión eléctrica hizo que el especialista girara automáticamente su vista hacia los congeladores que conservan las muestras. El episodio fue propicio para que narrara la crítica situación de los ultracongeladores que quedan en la Facultad de Ciencias de la ULA, averiados la mayoría por los constantes apagones.

 

 

“He llegado muchas veces un lunes al laboratorio y me he encontrado con charcos de agua alrededor de los congeladores, porque la luz se había ido por horas durante el fin de semana y las plantas eléctricas no funcionaron. Esto supone que las muestras allí conservadas han pasado horas descongeladas, sin que podamos saber el daño que eso ha causado a las mismas”, relata el joven investigador.

Con el ápice de esperanza que le queda, Rondón asegura que, en principio, cree que buena parte de las muestras se encuentra aún en condiciones de ser estudiadas para aprovecharlas de alguna forma. Sin embargo también explica que es necesario darle mantenimiento a la colección para evitar que tantos años de trabajo y tanta información científica valiosa se pierda.

La preocupación de Rondón es válida. Ha publicado en equipo con Yarzábal y Melfo los hallazgos de algunas de sus investigaciones en revistas internacionales.

 

 

“Pudimos demostrar que muchos microorganismos se comportan como promotores del crecimiento de ciertas plantas a bajas temperaturas, lo cual hace posible pensar que podrán ser útiles para el desarrollo de biofertilizantes activos”, explica Yarzábal desde Cuenca, quien está convencido de que este hallazgo permitiría desarrollar una agricultura sustentable en alta montaña, lo que aseguraría la alimentación en Venezuela.

Cuando se trata de hablar de ciencia, Yarzábal puede hablar ininterrumpidamente. Menciona entonces otras bacterias que actúan como biopesticidas naturales, mientras lamenta la desaparición del único equipo de Microbiología de Ambientes Extremos de la ULA, ese que tenía tanto por explorar. “Los glaciares han sido mucho menos estudiados que otros ambientes terrestres, así que muy probablemente conocemos aún menos de su biodiversidad microbiana. Y es más que probable que la mayoría de los microorganismos que encontremos allí no hayan sido descritos aún y, por lo tanto, sean especies nuevas para la ciencia. Podríamos estar hablando de cientos de especies desconocidas”.

 

 

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Ciencia en tiempos de crisis

 

El país tropical sería el primero en el mundo en perder todos sus glaciares. Así lo han advertido varios expertos y ambientalistas venezolanos, como Ángel Viloria, exdirector del Instituto Venezolano de Investigaciones Científicas. Además, la evidencia proporcionada por la Facultad de Ciencias de la ULA es contundente: en treinta años, entre 1978 y 2008, los glaciares venezolanos pasaron de ocupar 136 hectáreas a 43 hectáreas, es decir, perdieron 9 metros de altura vertical por año.

Solo queda el 1% de la masa glaciar del Pico Humboldt. Foto: NASA Earth Observatory images by Joshua Stevens.
Solo queda el 1 % de la masa glaciar del Pico Humboldt. Foto: NASA Earth Observatory images by Joshua Stevens.

Esta acelerada pérdida de masa glaciar en los picos de la Cordillera de Mérida es la que obligó a los especialistas venezolanos a seguir estudiando el tema con los pocos recursos que tienen a la mano.

Desde el Instituto de Ciencias Ambientales de la Universidad de Los Andes (ICAE-ULA), el profesor Luis Daniel Llambí, se pronuncia sin rodeos: “No tenemos fondos y estamos buscando para continuar”. El ecólogo revela que no existen estudios específicos sobre cambio climático realizados por la ULA ni tampoco por el Ministerio de Ecosocialismo. Y señala como única salida el trabajar en alianza con instituciones extranjeras que han mostrado interés. “Hay oportunidad para hacer estudios comparativos”, asegura.

El equipo continúa sus investigaciones utilizando algunas de las estaciones meteorológicas que aún están operativas. “Estamos haciendo monitoreo de cambio climático en cumbres desde 2012 para entender el impacto sobre la ecología de alta montaña, incluyendo el trabajo con la red Gloria-Andes sobre polinización, floración y vegetación en 60 cumbres de toda Latinoamérica”, explica Llambí.

Imágenes comparativas de la masa glaciar sobre el Pico Humboldt entre el 20 de enero de 1988 y el 6 de enero de 2015. Foto: NASA Earth Observatory.
Imágenes comparativas de la masa glaciar sobre el Pico Humboldt entre el 20 de enero de 1988 y el 6 de enero de 2015. Foto: NASA Earth Observatory.

Nerio Ramírez, especialista en sensores remotos y sistemas de información gráfica, trata por su lado de zonificar el retroceso de los glaciares venezolanos y sus procesos hidrogeomorfológicos. Ramírez ha basado su estudio en imágenes que van desde las primeras fotos aéreas de los glaciares venezolanos tomadas en 1952 por el vuelo A-34, hasta la imagen satelital más reciente tomada este año por el Satélite Sucre (VRSS-2) de propiedad estatal.

El investigador reconoce que trabajan con muchas limitaciones. No tienen presupuesto para adquirir equipos ni para hacer expediciones. Además, la escasez de puntos de control en tierra con equipos de alta precisión se perfila como el principal problema para medir el retroceso de los glaciares venezolanos. “Sin sensores para medir, no se puede decir cuánto tiempo le quedan a los glaciares”, sentencia Ramírez.

Desde el punto de vista académico, aún se requiere estudiar la diversidad microbiana en los glaciares venezolanos y sus ambientes de alta montaña, así como dilucidar los mecanismos moleculares que subyacen en la capacidad de estas bacterias para, por ejemplo, disolver fósforo a bajas temperaturas.

“Los informes hechos con las muestras estudiadas en 2012 y 2013 son considerados preliminares porque se hicieron con metodologías clásicas. Actualmente hay otras metodologías basadas en análisis metagenómicos, cuyo poder de resolución es mayor, ya que permiten distinguir el ADN de todas las bacterias presentes en la muestra”, explica Rondón.

 

 

Mongabay Latam trató de contactar a las autoridades del Ministerio de Ecosocialismo para saber cómo están afrontando la pérdida del glaciar desde el punto de vista científico, si van a atender los problemas que presentan los laboratorios de la ULA y consultar si tienen planeado organizar alguna expedición al Humboldt, pero hasta el cierre de este reportaje no obtuvimos una versión oficial al respecto.

Lo que sí pudimos confirmar es que el Gobierno sí está al tanto del problema, se lee en una nota de prensa oficial del Ministerio de Ciencia y Tecnología publicada en el 2009. La comunicación alerta sobre las pérdida de los glaciares de Mérida, reconoce al cambio climático como la principal causa de este fenómeno y resalta la falta de recursos económicos para realizar los estudios necesarios. Lo que sorprende a los científicos de la ULA es que el Gobierno no tiene reparos en copatrocinar tres expediciones hacia la Antártica de investigadores venezolanos para estudiar el cambio climático. La última fue en el 2017 y mientras eso ocurría, la colección bacteriológica y el pico Humboldt seguían derritiéndose.

Los investigadores del Proyecto Vida Glacial y de la Red Gloria-Andes no cesan en sus esfuerzos por conseguir financiamiento y apoyo internacional para continuar estudiando las muestras bacteriológicas recolectadas, pero hasta ahora no hay recursos aprobados ni siquiera para poder realizar otra expedición al único glaciar que queda en Venezuela. “Una sola expedición de este tipo podría costar, como mínimo, 4000 dólares”, asegura Alejandra Melfo, quien continúa trabajando a pesar de recibir menos de 12 dólares al mes como profesora jubilada de la Universidad de Los Andes.

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