- En Quito está el proyecto de conservación de anfibios que más tiempo ha durado en América Latina.
- Por más de una década no solo ha servido para preservar especies de ranas en peligro de extinción sino como un repositorio para investigaciones científicas de diferentes ramas.
En la ciencia, cada vez que investigadores descubren una nueva especie, tienen la tarea de ponerle un nombre. Debe ser en latín, puede incluir características de la especie o honrar a algún personaje (siempre un tercero) que sea relevante para el campo. Pristimantis Roni es una rana de montaña que fue encontrada en Morona Santiago, al sur de la amazonía ecuatoriana, descrita en honor al trabajo del biólogo Santiago Ron. “Obviamente es satisfactorio ver que hay ese tipo de reconocimientos”, responde entre risas Ron —cara alargada, lentes rectangulares, sonrisa tímida y bata blanca— cuando le pregunto qué se siente al ver que una rana lleva su apellido.
Sentado en un banco junto a un terrario —esas cajas de vidrio que son las casas de pequeños animales—, el científico especializado en anfibios no habla sobre su trabajo individual. Habla sobre el espacio en el que estamos, ese que él, junto a un equipo de especialistas, pasantes y voluntarios, ayudó a mantener durante catorce años: la Balsa de los Sapos.
La historia en 1 minuto. Video: Mongabay Latam.
La Balsa no tiene forma de balsa pero sí sapos: cerca de 1500 individuos de 50 especies diferentes. Detrás de una puerta blanca y una alfombra con desinfectante, que es obligatorio pisar, hay un espacio central con un mesón de azulejos. A los lados hay cinco cuartos. Dentro de cada uno, estantes metálicos y decenas de terrarios con plantas y ranas, muchas ranas que croan.
En la década y media que lleva este laboratorio para la conservación e investigación, científicos que han trabajado ahí y en el aliado Museo de Zoología, han descrito 50 especies de ranas. En el Ecuador, hasta la fecha, hay 609: el 8,2 % de estos anfibios en el país tiene un vínculo directo con la Balsa.
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Reproducir para conservar
La Balsa es una iniciativa de conservación enfocada en la protección de especies de anfibios en peligro de extinción. Francisco Prieto, subdirector del Instituto Nacional de Biodiversidad (Inabio), dice que la Balsa ha liderado los esfuerzos nacionales para la protección de este grupo de vertebrados que, explica, ha sido catalogado como el más amenazado de todo el planeta.
Los procesos para la conservación varían pero, por lo general, se organizan salidas de campo para colectar individuos —que están a punto de desaparecer—, y llevarlos a este laboratorio. Allí, les dan condiciones ambientales similares al lugar donde viven naturalmente y se planifican y llevan a cabo los procesos de reproducción. “Hacemos ensayos de diferentes tipos para tratar que se reproduzcan. En algunos casos, cuando no lo hacen, hacemos ensayos con hormonas humanas que, curiosamente, sirven en ranas también”, dice Ron y agrega que la reproducción en cautiverio es lo que más les da esperanza. “Al menos sabemos que en el laboratorio se van a poder mantener a largo plazo”. La Balsa es una especie de terapia intensiva donde el desenlace del paciente casi siempre es positivo.
Los ciclos reproductivos de las ranitas varían. Por ejemplo, las venenosas los tienen cada dos o tres meses. Una vez que ponen huevos, tardan 15 días en nacer, y luego, para tener una metamorfosis sin cola, deben pasar entre uno y dos meses.
Un ejemplo exitoso de reproducción en la Balsa es el de la ranas jambato (Atelopus varius). Antes de que se reprodujeran en cautiverio, dice Ron, parecía casi imposible lograrlo. Hoy lo hacen con frecuencia y eso es, en parte, resultado de los protocolos que han podido desarrollar y aplicar.
El éxito reproductivo es el principal indicador que utilizan en la Balsa. Otro factor para medir sus resultados es mantener una baja tasa de mortalidad.
De las 50 especies que mantienen, todas tienen un nivel diferente de riesgo. El ejemplo más extremo es una que estuvo a punto de extinguirse: la rana cohete de Quito (Hyloxalus jacobuspetersi); era común en todos los Andes del Ecuador pero casi todas las poblaciones desaparecieron. La única de la que se tiene registro hoy en su hábitat natural, está en el río Pita, en la provincia de Pichincha.
El número de publicaciones científicas que surgen de este laboratorio también da muestra del éxito del proyecto. Al menos 50 artículos académicos —de temas variados como Biología del desarrollo o Citogenética— se han escrito y publicado en revistas de alto impacto a partir del conocimiento desarrollado en la Balsa de los Sapos. Uno de ellos, sobre desarrollo temprano de embriones, fue publicado en PNAS (Proceedings of the National Academy of Science) —una de las 10 revistas científicas más importantes del mundo— y otro sobre conservación en el Journal of Herpetology.
Las ranitas de la Balsa han servido para investigaciones de científicos de todo el mundo. Vicky Flechas, investigadora del Departamento de Ciencias Biológicas de la Universidad de Los Andes, en Colombia, trabajó con ranas en cautiverio de la Balsa para un estudio sobre un tipo de bacteria que afecta la piel.
Aunque la Balsa, antes que nada, es una iniciativa de conservación, la investigación va de la mano: “Mientras más conocemos de las ranas, más herramientas tenemos para conservarlas”, dice Ron. Y agrega que ha sido “increíblemente productiva y eso lo diferencia de otros programas de conservación de anfibios en cautiverio”.
Para hacer conservación efectiva en el campo es necesario saber sobre la vida de estos animales: cómo se reproducen, qué comen, dónde viven. Ron —el científico que tiene una rana que lleva su nombre— lo explica: “esos comportamientos son difíciles de observar en el campo pero cuando las traes a cautiverio aprendes muchísimo sobre la historia natural, que es algo que te permite aumentar la probabilidad de cuidarlas efectivamente”.
Conservar anfibios es garantizar el funcionamiento de los ecosistemas. Estos animales son consumidores y presas; están en el medio de la cadena de nutrientes. Y además de su importancia en la naturaleza, son fuente de medicamentos con propiedades analgésicas y antibióticas.
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Grillos: una alimentación balanceada
Un recorrido por la Balsa revela cuán prolijo debe ser el cuidado de las ranas. Uno de sus cinco cuartos está dedicado únicamente a la cría y almacenamiento de su comida: los grillos. Estantes, cajas y mallas, todas de color gris, ocupan este espacio —llamado bioterio— donde la temperatura es mayor que en otras áreas: 28 grados centígrados (°C), mientras que en los terrarios para especies andinas es de 16 a 18°C; para los anfibios de elevaciones intermedias de 20 a 22°C; y de costa y Amazonía de 25 a 27°C.
Los grillos, explica Freddy Almeida, administrador de la Balsa, también tienen una dieta específica. En realidad, estos animales se pueden alimentar de cualquier cosa, pero dentro de cada caja hay pedazos de naranja, zanahoria, lechuga y col que han sido comprados en el supermercado. “Por su naturaleza, los grillos tienen un nivel de fósforo alto y un nivel de calcio bajo, con la alimentación adecuada los balanceamos. Así tenemos grillos saludables y nutritivos”, dice Almeida, quien está a cargo del cuidado de todas las ranas. Cuenta que, hace algunos años, ese excesivo nivel de fósforo le traía problemas a los sapos.
El cambio que hicieron en la dieta de los grillos para que se reduzca su nivel de fósforo es un ejemplo de cómo funcionan las cosas en este gran laboratorio: prueba y error. “No tienes un manual, tratas diferentes cosas y después vas innovando y mejorando los procesos”, explica Santiago Ron. No existe una guía de cómo mantener un espacio para conservación de anfibios; con los años, ellos lo han ido creando y mejorando. En 2009, dice Freddy Almeida, empezaron a dictar cursos internacionales para que puedan replicar los modelos de trabajo en otros países.
Los terrarios, por ejemplo, tienen un sistema de riego que fue inventado e implementado por el equipo. Mientras señala tubos negros y delgados que parecen culebras, Almeida dice que son para riego pero que allí los adaptaron, y funcionan. La forma de vertir el agua dentro de los terrarios fue otro experimento, probaron hasta que encontraron la mejor manera: la aspersión. El agua que utilizan también atraviesa un minucioso proceso donde se le quita el cloro, propio del agua potable de Quito.
Todo este cuidado —a cargo de tres personas que trabajan a tiempo completo, estudiantes y voluntarios— es para garantizar el bienestar de los anfibios y con ello, una exitosa reproducción que lleve a una exitosa conservación.
Los retos también están hasta en la forma de alimentarlos. Los anfibios solo comen alimentos en movimiento (no muertos), por eso, luego de criar a los grillos, una persona de la Balsa —que trabaja a tiempo completo— se encarga de darles de comer. Cada especie de rana tiene un tamaño y características diferentes, por lo tanto recibe una dosis distinta: varían tanto el tamaño de los grillos como la cantidad que se les da. Incluso, hay una especie que debe ser alimentada con ratones pequeños porque los grillos son demasiado chicos para su apetito.
A la mayoría se les pone comida tres veces a la semana. Los grillos son colocados en el terrario con un cernidor o una cucharita, dependiendo de la cantidad. “Si veo que una rana no está comiendo los grillos que le dejo el fin de semana, eso despierta una alerta y debemos modificarle la dieta”, dice Almeida, como quien hablara de sus propios hijos.
También explica que el crecimiento de los grillos debe ser vigilado. Por ejemplo, no los dejan llegar a los cuatro meses, porque ya no pueden reproducirse. También evitan que lleguen a la metamorfosis donde les crecen las alas, porque son más difíciles de manipular.
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Una estrategia que sobrevive en el tiempo
Parte del éxito de la Balsa ha sido su permanencia en el tiempo. Catorce años para un programa de conservación de anfibios se podría considerar como una etapa adulta. “Solo conservar las ranas en cautiverio es una cosa muy difícil. Requiere muchos recursos mantener algo así a largo plazo”, opina Flechas, del Departamento de Ciencias Biológicas de la Universidad de Los Andes. Además de la Balsa, dice, conoce solo un proyecto más en la región de un tamaño y permanencia similares, y está en Panamá.
Según Santiago Ron, es frecuente que los proyectos duren solo un par de años. Cree que no deberían existir iniciativas de conservación sin una mirada a largo plazo. “Hacerlo a corto plazo implica que sacas animales del campo y después de poco tiempo debes sacrificarlos, o como no hay financiamiento para mantenerlos, se mueren. Lo cual es terrible, incluso peor que si no se hubiera hecho nada”, opina.
La Balsa es una iniciativa de la Pontificia Universidad Católica del Ecuador (PUCE) y las tres personas que trabajan a tiempo completo son empleados de la Universidad. Ese apoyo sostenido, dice Ron, es lo que ha garantizado la viabilidad a largo plazo. Para actividades de conservación puntuales, el proyecto recibe financiamiento de organizaciones internacionales.
Todo empezó en 2005. Antes de eso, dice Ron, en la universidad ya tenían ranas en cautiverio con fines de investigación donde analizaban los comportamientos, la salud de los huevos, etc. Ese año, la PUCE organizó una exhibición de anfibios que permaneció abierta cerca de dos meses y recibió alrededor de 150 mil visitantes. A partir de allí se reafirmó la necesidad de mantener animales para la conservación a una escala mucho más grande.
La iniciativa también estuvo motivada por la relación del país con los anfibios: este grupo tiene el nivel de endemismo más alto en el Ecuador. Cada rana tiene rangos de distribución muy pequeños. Por ejemplo, es posible estar en una montaña y ver una especie, cruzar un valle, llegar a otra montaña y encontrar una especie totalmente distinta. Esto se da porque los rangos de movilidad son cortos y permiten que eventualmente se dé la especiación ─ese proceso en el cual aparecen diferencias entre dos especies parecidas y que tiene como consecuencia su separación definitiva─.
En la región, solo Brasil, Colombia y Perú tienen más especies de anfibios que Ecuador ─y Brasil, por ejemplo, es 17 veces más grande─.
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Seis especies con un solo individuo
Así como hay una serie de éxitos reproductivos, en la Balsa también hay seis especies que no han podido perpetuarse porque solamente cuentan con un individuo, y no han logrado encontrar una pareja. Según Ron, es difícil calcular el número de especies de anfibios que se han extinguido o han disminuido en el Ecuador por la llegada de una enfermedad que está en el ambiente. “Aparentemente es un hongo que llegó en la década de los ochenta de Asia, pero no está totalmente claro”, dice. Lo que sí está claro es que tiene bajo amenaza a los anfibios en el Ecuador e impide que haya reintroducción de ranas a su hábitat.
La probabilidad de que, tras una reproducción exitosa dentro de la Balsa, se lleve a las ranas a su hábitat natural y sobrevivan, es baja. Y la razón es esa enfermedad. Además, dice Ron, “no sabemos qué enfermedades esporádicas puedan tener los individuos en cautiverio y eso es muy difícil de controlar. Llevarlos al campo podría ser perjudicial también para otras especies”.
En sus 14 años de vida, la Balsa sigue innovando, descubriendo y describiendo especies. Francisco Prieto, de Inabio, dice que es urgente que este tipo de iniciativas no solo se mantengan sino que se incrementen y fortalezcan. “Hay que reconocer la labor que ellos han hecho de incrementar el conocimiento sobre estas especies, de desarrollar mecanismos para la reproducción como medida de conservación exsitu y también la transferencia del conocimiento. Es decir, la difusión de esta información”, dice, para luego mencionar una de las herramientas asociadas a la Balsa: el sitio en internet bioweb.
El trabajo de campo de la Balsa ha llegado a lugares históricamente poco visitados por científicos nacionales y extranjeros: el sureste del Ecuador. Allí está la Cordillera del Cóndor y Ron dice, sonriente, que el próximo mes se publicará un artículo en el que se describen 11 especies nuevas encontradas en esa zona del país.
*Imagen principal: La Balsa de los Sapos es un proyecto que funciona desde 2005. Foto: Valentina Tuchie – GK.
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