- Este es un pequeño homenaje a Joaquín Salvador Lavado, Quino, el padre de Mafalda, reconocido dibujante de historieta y humor argentino que partió a los 88 años de edad el último miércoles.
- Mongabay Latam conversó con tres científicos argentinos y su sobrina, Julieta Colombo, todos ellos testigos de cómo Quino dedicó muchas de sus viñetas a retratar los temas más crudos relacionados a lo ambiental y ecológico, así como a criticar el modelo productivo.
Los globos terráqueos no suelen ser el juguete preferido en la niñez. Alguna madre, abuela o tío con inquietudes educativas puede regalarlo con la mejor de las intenciones, pero el destino del planeta en miniatura casi siempre es el de adorno al cual no se le presta demasiada atención. Por supuesto, hay excepciones. Niñas o niños cuyo aspecto infantil alienta el prejuicio de la incomprensión ante las cuestiones del entorno, pero que cuando se expresan demuestran una madurez que en algunos casos no corresponde a sus edades y una lucidez llamativa para entender aquello que se esconde en ese globo que hacen girar con sus dedos.
Algunos de esos seres a la vez tiernos y brillantes son de carne y hueso. Sin embargo, la más célebre desde los años setenta hasta la fecha nació de un lápiz. Decir Mafalda es, en medio planeta, un sinónimo de mente abierta frente a las realidades de la vida cotidiana, de reflexión profunda revestida de inocencia, de estudio de la psicología infantil, pero al mismo tiempo de abordaje a los temas más crudos —incluyendo los ambientales y ecológicos— con una sonrisa en los labios.
El dueño del lápiz, el “padre” de Mafalda, se llamó Joaquín Salvador Lavado, Quino, nació en Mendoza (Argentina) en 1932, donde murió el pasado miércoles a los 88 años. Millones de personas que fueron conociendo su obra a través de los continentes y los idiomas, de las décadas y generaciones, se sienten algo más huérfanas pero también agradecidas por ser depositarias de un legado imborrable.
“Siempre sentí que Quino era un lector feroz y tremendamente detallista de lo absurdo e insensato que resultan nuestros estilos de vida. Es tal vez su elemento más distintivo, y también el más duro”, afirma convencido Raúl Montenegro, profesor de Biología Evolutiva en la Universidad de Córdoba y ganador del Premio Nobel Alternativo en 2004. “Y en la cuestión ambiental, siempre tuvo un punto de vista muy sensible para mostrar cómo las pequeñas cosas y la naturaleza siempre terminan siendo más importantes que los grandes aparatos y las grandes tecnologías”, agrega quien en 1982 creó la Fundación para la Defensa del Medio Ambiente (FUNAM), una entidad pionera en el ambientalismo argentino.
Un tío publicista que recibía muchas de las principales revistas norteamericanas y europeas de la época —Life, Esquire, París Match—, unos padres republicanos y una abuela comunista fueron nutriendo al niño que crecía en Guaymallén, un suburbio de la capital mendocina. De sus manos y con su guía fue aprendiendo la habilidad para dibujar y adquiriendo los saberes y pensamientos sobre el devenir del mundo que recorrían a diario la mesa familiar: “Se armaban una discusiones tremendas”, recordaba hace algunos años durante una charla con otro dibujante, Miguel Rep, “eso explica porqué siempre estuve muy politizado”.
Mafalda, sus padres, su hermanito Guille y su pequeña pandilla de amigos —Miguelito, Susanita, Felipe, Manolito, Libertad— no hicieron más que heredar los cuestionamientos y las preocupaciones que surgían de manera espontánea en una casa donde la norma era pensar en sentido contrario al que marcaban los tiempos, en el mundo y especialmente en la Argentina. Y aunque la tira gráfica que comenzó a publicarse en la revista Primera Plana (su primera aparición fue el 29 de septiembre de 1964, es decir, que cumplió 56 años un día antes del fallecimiento de su autor) no fue ni el primero ni mucho menos el último trabajo de Quino, sin duda concentra lo más notable de su obra.
Los tiempos de Mafalda —su presencia diaria se prolongó hasta el 25 de junio de 1973— fueron los de la Guerra Fría y la carrera espacial, los de Vietnam y Camboya —“Le duele Asia” fue una de las ocurrentes explicaciones de la niña un día que su globo terráqueo apareció acostado, como quien está enfermo—, de la Unión Soviética y Fidel Castro, de Nixon y el petróleo, de los golpes militares a repetición en la Argentina y buena parte de Sudamérica. Y junto con ellos, del Mayo del 68, Los Beatles o el rock, de los movimientos que comenzaban a plantearle preguntas indiscretas al discurso que se proponía como única garantía de futuro.
“En gran medida, lo que le sucedía a Mafalda, los temas que más trataba, estaban vinculados con la situación geopolítica del momento, pero también se los puede pensar como una especie de crítica a la sociedad de esa época”, analiza Mariana Schmidt, socióloga e investigadora del Consejo Nacional de Investigaciones Científicas y Técnicas (CONICET), y agrega: “Fue en los sesenta cuando aparecieron los primeros cuestionamientos al modelo occidental y hegemónico que se apoyaba en la idea de un progreso y un desarrollo infinitos”.
La utilización de los recursos naturales formaban parte de aquel concepto de crecimiento económico ilimitado, y aunque fue en sus trabajos posteriores donde hizo más hincapié en los daños que determinados avances tecnológicos estaban provocando en la biodiversidad, el clima o la ecología, Quino nunca estuvo ajeno a la problemática que empezaba a gestarse. “El planeta y su conservación siempre fue una preocupación suya”, subraya Julieta Colombo, sobrina del dibujante mendocino, y agrega: “Cuando nadie hablaba de la conservación del planeta, para él ya era una preocupación”. De hecho, fue la propia Mafalda quien comenzó a introducir las primeras píldoras de ambientalismo en la mente del lector medio, “como en una de mis favoritas, en la que ella utiliza las colillas de los cigarrillos de su padre para taparse la nariz porque hay mucha contaminación”.
La familia de esa niña que rompía todos los moldes, urbana y tradicional, de clase media-baja, con una madre ama de casa y un padre oficinista y sin grandes ambiciones, sirvieron de encuadre perfecto para reflejar la realidad cambiante, y en cierto sentido contradictoria, de su tiempo. En el modesto apartamento en el que vivían cabían todos los sueños y las frustraciones que podían encontrarse en buena parte de la humanidad, y de ahí la facilidad para identificarse con ellos. Los compañeros de juegos y aventuras completaban los caracteres faltantes. Entre todos, y durante casi una década, fueron exponiendo las piezas de un rompecabezas imposible de armar.
La descripción por parte de Raquel, la madre, del destino de vacaciones elegido ese año (la Patagonia) —“Hay maravillosos lagos rodeados de montañas y bosques hermosísimos”—, y la aseveración de que aquello había sido obra de Dios es precedido de una mirada por la ventana, la visión de un enjambre de edificios y el comentario resignado de la niña: “Qué lástima que aquí le dieran la licitación a otros”. El paso de un autobús despidiendo por el caño de escape una humareda negra que envuelve a Mafalda le motiva preguntar si el petróleo que usa ese autobús es nacional, y ante la respuesta afirmativa de Felipe, llega el consuelo de pensar que “al menos es un aliciente pensar que a una se le llena el pecho de algo que viene de la entraña de la patria”.
El final de la publicación de Mafalda, por decisión propia de Quino, abrió una nueva etapa en su trabajo. Aún más reflexiva, más profunda. “Sus viñetas eran una denuncia permanente de las diferencias establecidas entre las grandes corporaciones y los pequeños emprendimientos, de la hipocresía que reina en esas relaciones. La mezcla de sensibilidad hacia la naturaleza y la crítica ácida con expectativa de cambio, no solo descriptiva, sacude inevitablemente”, indica el profesor Montenegro.
A partir de los ochenta, los dibujos del creador mendocino fueron introduciendo cada vez más el dedo en las llagas de una sociedad que empezaba a poner en peligro su futuro en aras de una prosperidad mal entendida. “Sus viñetas nos provocan y nos invitan a pensar de una manera distinta el vínculo que tenemos con lo ambiental y lo social”, dice Manuel Jaramillo, director de la Fundación Vida Silvestre Argentina. En esos años, Quino participó de algunas campañas realizadas por la organización: “Nos permitió utilizar a Mafalda y al resto de sus personajes para comunicar temas ambientales, aunque en verdad no hubiera sido necesario porque él mismo lo hacía. Su sensibilidad ambiental y social se reflejaba en todas sus producciones”.
Exiliado en Milán durante la última dictadura cívico-militar de la Argentina, Quino ahonda sus mensajes descarnados y sus alegatos en defensa del planeta. “Por entonces”, sostiene Mariana Schmidt, “el debate sobre el avasallamiento de la sociedad sobre la naturaleza y cómo los humanos somos parte de ese ambiente que estamos destruyendo ya estaba más expuesto”.
En una entrevista que Quino le brindó en México al diario Página 12 rememoró el rechazo de un contrato muy tentador por motivos de conciencia. “Mi editor francés me ofreció hacer un libro de Mafalda para la Shell. La idea era que a cada cliente que entrara a una de sus gasolineras le iban a regalar uno de mis libros. Pagaban mucho. Creo que a mí me hubieran tocado unos 50 mil dólares y dije que no, por supuesto. ¿Cómo un personaje que vive ‘despotricando’ (criticando) contra las multinacionales se va a quemar de esa manera?”, contó en esa ocasión.
En los noventa, Quino encaró uno de sus últimos proyectos: elaborar viñetas sin palabras, en las que solo los trazos de su lápiz transmitieran sus ideas y su mensaje, cada vez más mordaz, paralelo al deterioro de aquel planeta que la inocencia de Mafalda intentaba cuidar y curar de todos sus males. “En la última etapa de su obra, hablamos desde 1990 hasta que dejó de dibujar en 2009, su preocupación respecto a la contaminación, la pérdida de recursos naturales, la extinción de especies o el cambio climático fue en aumento, y también su escepticismo en cuanto a la capacidad de que la situación mejore en el futuro. Habló de eso en la última entrevista que concedió, en diciembre de 2018”, comenta Julieta Colombo. “Posiblemente, las viñetas de esos años sean las más duras”, opina Montenegro, “me doy cuenta cuando intento explicárselas a mi hija de siete años. No resulta nada fácil, porque no tenía piedad para poner al lector frente a su propia realidad”.
Una crítica a los alimentos transgénicos que traza la historia de la agricultura desde el principio de los tiempos es, tal vez, la mejor muestra de cómo el autor argentino siguió acompañando la evolución de lo que pasaba en el mundo hasta que las dificultades en la vista fueron mermando su producción de dibujos. “Esa viñeta continúa con las multinacionales ofreciéndoles a los agricultores semillas mejoradas que producen espigas gigantes y obligándoles a pagar por ellas. Al final, las familias acaban despojadas de sus alimentos y sus tierras hasta quedar a merced de las empresas”, señala Schmidt, una estudiosa de los efectos que el modelo extractivo a gran escala provoca en la vida rural.
Nada escapó a la aguda mirada de Quino. El rol de la ciencia —”Una viñeta muy antigua sobre una fábrica de medicamentos y otra más actual de una gran fábrica con un cartel que dice: ‘Seguimos construyendo la destrucción del futuro. Rogamos sepan disculpar las molestias’ son dos de mis preferidas”, señala su sobrina—, la inequidad, la injusticia social, las abismales diferencias de clase quedaron plasmadas en infinidad de trazos que se viralizaron de boca a boca y de dibujo a dibujo, incluso cuando la viralización ni siquiera sabía que alguna vez iba a existir. Se marchó el miércoles 30 de septiembre. Dejó sus dibujos, sus pensamientos, sus convicciones y su humor. Dejó su huella imborrable.
Crédito imagen principal: © Copyrigth QUINO, Toda Mafalda, Ediciones de La Flor, Argentina.
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