- Profesor en la Universidad de Córdoba (Argentina) y ganador del Premio Nobel Alternativo, el biólogo Raúl Montenegro es un combatiente nato cuya lucha abarca todos los frentes de la conservación ambiental.
- Sus conocimientos sobre la dinámica y el funcionamiento de los ecosistemas le permite diagnosticar con precisión los males que persisten en el Gran Chaco argentino. Y también esbozar posibles soluciones.
La provincia biogeográfica del Gran Chaco ocupa una muy amplia extensión del territorio argentino que incluye áreas de hasta ocho distritos diferentes. Uno de ellos, Córdoba, fue de los primeros en padecer el ataque incesante de las topadoras o bulldozers, tal es así que hoy apenas quedan algunos manchones dispersos de lo que fue el bosque original.
Raúl Montenegro nació, vive, investiga y trabaja en Córdoba. A sus 71 años, este profesor de Biología Evolutiva en la Universidad de su ciudad sigue conjugando a diario el verbo luchar, que abarca casi todos los frentes posibles en la defensa por la conservación natural en el planeta. Creador en 1982 de la Fundación para la Defensa del Medio Ambiente, su vasto currículum incluye desde la militancia activa en numerosas campañas antinucleares, por la que en 1988 recibió el Premio Futuro No Nuclear en Salzburgo (Austria), hasta batallas contra el tráfico de especies en peligro, pasando por el freno a la instalación de industrias químicas o líneas de alto voltaje, diversas campañas para evitar deforestaciones, proyectos de creación de parques nacionales en distintos puntos de su país o el estudio de las consecuencias del uso de agroquímicos, tanto en su provincia natal como en la de Chaco.
Su gestión pública de cuatro años como subsecretario de Medio Ambiente de Córdoba incluyó la promulgación de la primera ley argentina que impuso las evaluaciones de impacto ambiental previas a cualquier proyecto que quisiera ponerse en marcha.
El Premio Nobel Alternativo (Right Livelihood Award) recibido en 2004 coronó su incansable dedicación, y ha derivado en una de sus principales tareas actuales: la educación. Desde 2009 integra junto a los restantes ganadores del citado galardón el claustro del Right Livelihood College, iniciativa desarrollada en nueve países cuyo objetivo es compartir y ampliar conocimientos, pero también “movilizar a la sociedad” en la defensa del medio ambiente y la promoción de la seguridad alimentaria. Porque para el profesor Montenegro trasladar sus saberes a las nuevas generaciones es fundamental.
Mongabay Latam conversó con Montenegro sobre el futuro del Gran Chaco argentino y la necesidad de crear más áreas protegidas y corredores biológicos como estrategia para conservar la biodiversidad.
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¿Es confiable el cálculo de que en el Gran Chaco argentino todavía queda en pie un 70 por ciento de bosque nativo?
Queda muchísimo menos, y la mayoría tiene pérdida de su biodiversidad original. No solo por tala y extracción. Plaguicidas que se usan a kilómetros del lugar acaban llegando y barriendo parte de la diversidad. Además, debemos entender que los ecosistemas son designaciones arbitrarias que hacemos para entender mejor situaciones complejas pero las provincias biogeográficas no son entes separados, no se puede concebir al Chaco por un lado y al espinal, la pampa o las yungas que lo rodean por otro, la evolución de uno condiciona la evolución de los demás.
¿Por dónde empiezan los problemas que afectan al Gran Chaco en Argentina?
La base está en la fragmentación y la simplificación. Cuando a un ambiente de bosque se le van incorporando ciudades, pueblos, cultivos o cabaña ganadera se lo fragmenta, pero al mismo tiempo se lo simplifica porque se le baja la biodiversidad, y la realidad es que autoridades y ciudadanos no logran percibir lo dramática que ha sido esa reducción.
Es fácil saber que no hay más yaguaretés en Córdoba, pero ignoramos lo que pasa con los virus, las bacterias o los invertebrados nativos. En el Gran Chaco argentino, además, se le agrega el problema de las divisiones jurisdiccionales. Las reglas de manejo varían en las distintas provincias, no es igual en Santiago del Estero que en Córdoba o Formosa, y a su vez cada una es diferente a las normas nacionales y a las municipales. La matriz jurisdiccional es caótica y en cada punto se dicen y se hacen las cosas de manera distinta a cómo las hace el vecino. Me refiero a evaluación de impacto ambiental, los controles de incendios y desmontes, a todo, lo cual agrava la fragmentación y la simplificación.
Hemos transformado el ambiente chaqueño en un queso gruyere, con más agujeros que ecosistemas.
¿Y las consecuencias son…?
Que el ambiente se vuelve particularmente vulnerable a cualquier tipo de crisis: sequías, exceso de lluvia, tormentas fuertes…Las tormentas eléctricas más fuertes de la Tierra se dan en esta zona.
¿Perder biodiversidad es el hecho más grave que está ocurriendo?
Es el más serio, incluso por encima del cambio climático. La destrucción de la biodiversidad es nuestra mayor amenaza a corto y mediano plazo, y la que puede acarrear más muertes y situaciones graves, porque la necesitamos para sobrevivir. Sin biodiversidad desaparecen las cuencas hídricas, lo cual a su vez rompe el funcionamiento natural del agua. Además se empobrecen las fábricas de suelo. No hay tecnología suficiente para reemplazar las garantías de protección que nos da la biodiversidad. Y no la va a haber.
Tampoco se trata solamente de forestar: uno puede plantar árboles, pero no puede plantar ecosistemas. Los ambientes chaqueños menos intervenidos tienen todavía biodiversidades altas que si se destruyen costaría muchísimo esperar a que se reconstituyan. Este tipo de ambientes son el mejor seguro con el que cuenta una región o un país pensando en su futuro. Por eso en el Gran Chaco no debería tocarse ni una hectárea más de monte nativo, por el contrario hay que favorecer que se expandan. No hablo solo de bosque cerrado o pastizal, también del Chaco acuático, de los humedales y las masas de agua. Un río tenía su propia diversidad chaqueña que no tiene nada que ver con la actual. Los ambientes lóticos han sufrido su propio “desmonte”.
Es interesante lo que sugiere sobre la fabricación de suelo.
Los suelos no se compran en los supermercados. Se necesitan entre 700 y 1 100 años para producir unos 2,5 centímetros cuadrados de suelo de un bosque en un ambiente templado. Los cultivos, en cambio, generan cantidades comparativamente irrelevantes, peor aún, los empobrecen. El diez por ciento de la carga de un gran barco que transporta granos de soja transgénica desde nuestro país a la India, Europa o China son nutrientes que no se reponen. Un suelo no necesita solo fósforo y nitrógeno, sino muchos más nutrientes que se van en ese barco y nadie reemplaza. La destrucción de los ambientes nativos destruye también las fábricas naturales de suelo.
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Conservar las áreas no protegidas
En el Gran Chaco argentino hay un buen número de áreas protegidas. Más allá de sus diferentes grados de conservación, ¿alcanzan para sostener la variedad de ecosistemas de la región?
Es peligrosísimo pensar que los parques nacionales son suficientes para conservar ambientes nativos. Hace falta mucha más superficie. Robert MacArthur y Edward O. Wilson establecieron un principio llamado de “Biogeografía de Islas”, demostrando cómo los ambientes que actúan como islas pierden biodiversidad aunque en ellos no entren cazadores ni se produzcan quemas ni sufran algo por el estilo. Las áreas protegidas solo ayudan a conservar lo que está dentro; pero si un bosque chaqueño está rodeado de cultivos de soja también perderá biodiversidad. A veces da la impresión de que si uno conserva unos cuantos parques nacionales ya puede destruir el resto del ambiente. En realidad, para que se pueda mantener todo el sistema con sus servicios ambientales se necesitaría conservar no solo las áreas protegidas, sino también las no protegidas. Entenderlo necesita de una visión de conjunto que por lo general no se tiene.
¿En qué medida influye en esta pérdida que en el Gran Chaco convivan organizaciones ecológicas muy distintas entre sí?
Ese es otro detalle técnico importante. Ninguno de los parques de esta región representa a todo el ambiente chaqueño, porque cada segmento es único y no hay un lugar que pueda representar a otro. La relación que se da en un punto determinado, con el propio sistema y con los sistemas vecinos, no se da en ninguna otra parte. Cada lugar del Chaco, cada trozo de ecosistema está adaptado al sitio que ocupa. El Bañado La Estrella, en Formosa, está ubicado en una zona súper caliente, en la isoterma de los 47 grados centígrados. Todo lo que viva allí estará atado a las particularidades de ese lugar. En la desembocadura del río Dulce en la laguna de Mar Chiquita, al norte de Córdoba, el ambiente es totalmente distinto. Técnicamente, ambos lugares pertenecen a la provincia biogeográfica chaqueña, pero uno difiere significativamente del otro.
En la provincia del Chaco está en marcha el proyecto de corredores biológicos para unir distintos espacios naturales, ¿hasta dónde puede resultar un alivio?
Por supuesto que sirve tener un puente de ambiente nativo que una entre sí lugares de gran biodiversidad. Es una herramienta magnífica, como lo es el ordenamiento territorial o la evaluación de impacto ambiental, que debería aplicarse a cualquier actividad que vaya a realizarse en la región, como la aplicación de plaguicidas, que ya debería estar prohibida. La cuestión está en quiénes manejan estas herramientas. Si lo hacen exponencialistas, que pertenecen a los sectores más poderosos y son los principales responsables de la fragmentación y la simplificación, tratarán de reducir las zonas rojas y amarillas de la Ley de Bosques y aumentar las verdes en el ordenamiento territorial de los bosques nativos. Deberían ser controladas por sectores que promuevan estrategias exactamente diferentes.
¿Me aclara por favor el concepto “exponencialista”?
La curva que permite que una población pueda vivir con cierta armonía con la biodiversidad, el ambiente y la cultura es una curva sigmoide: una S. Tiene un límite. Crezco hasta donde el sistema me permite crecer sin afectarme a mí mismo ni afectar a mis descendientes. Pero la curva predominante que define nuestro funcionamiento socioambiental es exponencial: 2, 4, 8, 16, 32… Todos los países de la Tierra, sin excepción, son exponencialistas, nadie apuesta a la sigmoide. Si China no puede tener cerdos en su país buscará criarlos fuera, como parece que hará próximamente en la Argentina. Lo mismo hacen Francia, Estados Unidos o Rusia. Su lenguaje se basa en el crecimiento de la economía. Hasta nuestra ideología es exponencial: se privilegia el crecimiento a la distribución. Se acepta como natural la inequidad, la pobreza y la riqueza.
Entonces, si hay pobres se intenta crecer exponencialmente para darles algo en lugar de distribuir lo mucho que ya tienen los ricos. En los ecosistemas, en cambio, lo que domina no es el crecimiento exponencial sino el mantenimiento balanceado.
La pobreza y la falta de desarrollo son padecimientos crónicos en el Gran Chaco argentino.
En efecto, se expulsan de sus tierras a comunidades aborígenes y no aborígenes. Hay casos dramáticos en Salta, en Santiago del Estero, en Córdoba… Sectores urbanos de mayor poder se asocian con otros que buscan extender la agricultura industrial en zonas pobladas desde hace muchos años por campesinos criollos o comunidades originarias para expulsarlos y colocar en esos campos algodón, soja o cabañas ganaderas. Esto agrava aún más la situación. Porque cuanto más expulso a los campesinos compenetrados en el trabajo en el monte y a las comunidades que han habitado ancestralmente sus tierras, más grave se vuelve la situación ambiental. Y la responsabilidad de esta intolerable situación es de todos, no solo de los sectores más pudientes. La sociedad en su conjunto no tiene ni la conservación ni la distribución más equitativa de bienes como temas clave de su agenda.
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Un cambio de óptica en la sociedad
¿Se está a tiempo todavía de salvar algo de los bosques chaqueños?
La regla es conservar todo lo que se pueda de la mejor forma posible. Si podemos incorporar un área protegida, le doy la bienvenida, pero la propia sociedad debería ser la encargada de protegerla, y para eso necesitamos que cambie de óptica. Hay que lograr que el sistema productivo se vaya aproximando más a lo sigmoide que a lo exponencial. No es lo mismo tener en el Chaco una plantación de eucaliptos, que es una especie del Pacífico, que una explotación a largo plazo de quebracho colorado.
¿Y lo ve factible?
Cambiar lo exponencial es casi imposible. Primero porque se corre el riesgo de acabar en una zanja. América Latina y el Caribe son los lugares donde más líderes socioambientales son asesinados. Hay una connivencia entre los gobiernos y los sectores corporativos que muchas veces cuenta con la complicidad social, ya sea voluntaria o involuntaria. Lo que sí puede hacerse es reducir esa exponencial, lo cual ya implicaría disminuir el sufrimiento humano y algunos problemas ambientales.
¿Cuál sería el mecanismo para lograrlo?
Deben tratar de fortalecerse todas aquellas estrategias gubernamentales que no sean exponencialistas e impulsar la actividad de grupos capaces de provocar esa reducción: en las universidades, en las ONG, en las asambleas…Es una tarea inmensa, pero creo poderosamente en todos los movimientos sociales comprometidos en ese empeño. En ese sentido, Argentina tiene antecedentes interesantes. Es cierto, también tenemos sectores corporativos de un poder inmenso, pero este es un país donde las experiencias de resistencia ciudadana son muy amplias, fuertes y algunas de ellas hasta emblemáticas. Hay que incrementar esa resistencia comunitaria para que no se destroce todo tan rápido, y para que nos dé tiempo a que la sociedad que hoy acompaña involuntariamente las crisis pase a ser también parte de la lucha.
Imagen principal: Raúl Montenegro. Foto: Archivo personal.
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