- Como resultado de un programa de reproducción en laboratorio, un grupo de 21 ranas venenosas de la especie Oophaga lehmanni, fueron liberadas recientemente en el Valle del Cauca, en Colombia, de donde son endémicas. Con estos individuos se completa un total de 159 ranas liberadas en los últimos cinco años.
- El proyecto busca evitar su extinción, pues la especie se encuentra críticamente amenazada debido al tráfico ilegal de vida silvestre. Según los especialistas, este delito ha disminuido a tal grado su población, que hay riesgo de que no se recuperen de manera natural y por eso necesitan reproducción asistida por fuera de su hábitat natural.
- Los individuos que fueron rescatados de las redes del tráfico internacional se utilizaron como fundadores de la población con la que se inició esta estrategia de reproducción, bajo cuidado profesional con fines de reintroducción.
- El equipo a cargo del proyecto está compuesto por especialistas, instituciones, organizaciones y comunidades locales que trabajan en alianza para lograr el repoblamiento de la especie en su hábitat. Los resultados obtenidos hasta el momento representan un hito en la conservación.
En el 2018, especialistas, organizaciones y autoridades ambientales se reunieron para evaluar el estado de conservación de las especies de anfibios en Colombia. La información, monitoreos e investigaciones en curso, apuntaron la urgencia de priorizar una especie en particular: la rana venenosa de Lehmann (Oophaga lehmanni), en Peligro Crítico según la Lista Roja de especies de la UICN por el tráfico ilegal de vida silvestre. La conclusión de los especialistas fue que, de no lograr la reintroducción de individuos al medio natural, muy difícilmente podría recuperarse de la amenaza de extinción.
Así se generó una alianza y una estrategia para trabajar en la conservación de esta especie de anfibio. Pero faltaban las ranas. No había ejemplares en los zoológicos ni en instituciones colombianas. Fue una coincidencia que, dos meses más tarde —en noviembre del mismo año—, apareció en el Aeropuerto Internacional El Dorado, en Bogotá, un maletín con 216 ranas de diversas especies, entre las que se encontraban algunas Oophaga lehmanni.
La decisión conjunta fue enviar estos ejemplares —extremadamente delicados, que miden aproximadamente 3.5 centímetros y con llamativas bandas de colores en su piel, mayormente rojo y negro, pero que también pueden varíar entre naranja y amarillo— al Zoológico de Cali para su atención inmediata.
“Mientras se hacían los procedimientos de traslado por parte de la autoridad en Bogotá, se perdieron algunas de ellas por sus condiciones de salud y por todo lo que implica el tráfico de fauna”, comenta Carlos Galvis, biólogo especialista en manejo y conservación de especies amenazadas, jefe de Poblaciones de la Fundación Zoológica de Cali. “Decidimos comenzar con las pocas ranas que lograron llegar al zoológico; no eran muchas, quizás unas 30, pero era lo que había”, afirma el especialista.
Este fue el inicio de un esfuerzo colaborativo entre la Corporación Autónoma Regional del Valle del Cauca (CVC), la Fundación Zoológica de Cali, la Wildlife Conservation Society (WCS), la Universidad del Valle, Parques Nacionales Naturales de Colombia, el Zoológico de Zurich y las comunidades de la cuenca del río Anchicayá, en el departamento de Valle del Cauca, único sitio en el mundo donde habita esta rana.
Pero el tráfico no se detuvo. Apenas cinco meses después del arranque de la estrategia, fueron incautadas más de 400 ranas a un traficante, nuevamente en el mismo aeropuerto, de las cuales 80 individuos de Oophaga lehmanni fueron recuperados y trasladados al proyecto.
El objetivo común es recuperar las poblaciones naturales de la especie, sin embargo, la iniciativa no pretende únicamente rescatar a los ejemplares incautados, sino reproducirlos en condiciones controladas, en un laboratorio especializado, para luego liberarlos y monitorearlos en su hábitat natural.
De esta manera fue que, a inicios de octubre del 2024, se logró la liberación de 21 individuos de la rana venenosa en un punto del Pacífico vallecaucano. Estos se suman a un total de 159 ranas que han sido devueltas a su ecosistema en los últimos cinco años, un esfuerzo considerado por los especialistas como novedoso y único en el mundo para la recuperación de una rana venenosa en peligro de extinción.
“Hay otros proyectos de reintroducción de mamíferos o de aves, pero especialmente con una rana venenosa, son pocas las experiencias y creo que ninguna ha logrado los resultados que hemos obtenido”, afirma Duván García, biólogo de la Dirección de Gestión Ambiental de la CVC. “El éxito de este programa se debe justamente a que, desde hace mucho tiempo, muchos expertos e instituciones empezaron a aliarse y a mirar cuáles eran los pasos a seguir”, agrega.
Un hábitat único con múltiples retos
La Oophaga lehmanni es endémica del Valle del Cauca, Colombia. Su población se localiza sobre la vertiente occidental de la Cordillera Occidental, en la cuenca del río Anchicayá. De acuerdo con el plan de manejo de la especie, estas pequeñas ranitas pueden ser encontradas en bosques conservados o secundarios en recuperación, con áreas levemente intervenidas por cultivos o tala.
Viven entre los espacios de las raíces y en troncos caídos, merodean entre la hojarasca, en las rocas al borde de quebradas, en arbustos, paredes rocosas e incluso en árboles con alturas de hasta cinco metros. Se alimentan de hormigas, ácaros y escarabajos. Aunque no se ha estudiado la letalidad de su veneno —segregado a través de las glándulas granulares presentes en la piel— se sabe que contiene todos los componentes neurotóxicos característicos de los dendrobátidos, la familia de anfibios a la que pertenece.
“Viven en una zona muy, muy lluviosa, con ríos que tienen unos afluentes impresionantes, por lo que la humedad es muy alta”, explica Duván García. “El ambiente en donde crece la rana es un bosque que, además de su pendiente y árboles muy altos y exuberantes, también tiene un suelo muy frondoso y es justamente ahí donde la rana vive y en donde evolucionó”, explica el biólogo. De hecho, la región de Anchicayá es muy especial, pues se considera un hotspot de biodiversidad a nivel mundial —dice García—, porque sus condiciones ambientales no existen en ninguna otra parte del mundo.
Recrear estas condiciones en el interior de un laboratorio no fue una tarea sencilla. El reto técnico implicó reproducir a las ranas en condiciones muy estrictas de pH, humedad y temperatura, para garantizar la mayor supervivencia posible de esta especie altamente sensible y susceptible a los cambios en el ambiente. Esta tarea estuvo a cargo del Zoológico de Cali, con el apoyo de profesionales pertenecientes a otras organizaciones zoológicas y la Universidad del Valle, quienes desarrollaron el paquete tecnológico para su reproducción.
Sin embargo, los retos trascienden lo técnico. La recuperación de las poblaciones de Oophaga lehmanni es un desafío que tiene varios frentes, dice Duván García. Desde hace al menos una década, el tráfico ilegal y la desaparición de hábitat ligada a los cultivos ilícitos, encendieron las alarmas sobre la pérdida de poblaciones de la rana e impulsaron la urgencia de buscarles un freno.
“El tema de la rana también está permeado por el tráfico ilegal”, reitera el biólogo. “Entonces, además de recuperar las poblaciones, tenemos que mirar cómo atacamos su tráfico internacional. Estas ranas se encuentran únicamente en la pequeña cuenca del río Anchicayá y en ninguna otra parte del mundo. De ahí es que se mandan para Alemania, Bélgica y una cantidad de países, lo que hizo que sus poblaciones cayeran mucho”, explica García.
En ese contexto, las comunidades humanas de la cuenca del río Anchicayá, marcadas por la presencia de grupos armados y cultivos ilícitos, vieron como una oportunidad económica la extracción y venta de estos anfibios comúnmente usados como mascotas y, aunque no se tiene evidencia, con un potencial interés farmacéutico, como ha sucedido con otras especies de ranas de la misma familia.
“En un área en donde las opciones económicas no fueron muchas y la educación respecto a la importancia de la biodiversidad tampoco lo fue, la naturaleza se veía más como una fuente para la extracción que como una oportunidad de desarrollo sostenible, por lo que durante muchos años la actividad fue sacar ranas y venderlas”, afirma García.
Así fue que, mientras una parte de los integrantes de la alianza se ocupaban de trabajar en la reproducción ex situ de la especie, es decir, por fuera de su hábitat natural, otros actores —como WCS— trabajaron directamente con las comunidades de la cuenca —como La Cascada y El Placer, en el municipio de Dagua— para mostrar formas sostenibles de mantenerse en el territorio y crear un sentido de pertenencia.
“Que la gente se sienta orgullosa del sitio donde está y que el discurso que tiene sobre la cuenca de Anchicayá no sea violento o de conflicto, sino que sea un discurso alrededor de la biodiversidad y de su conservación, y sobre la creación de lazos sociales; es un cambio de paradigma que también tiene que hacerse para que la rana pueda mantener sus poblaciones; nada hacemos liberando ranas si la comunidad no está empoderada”, sostiene García.
La participación comunitaria se volvió transversal, sostiene Carlos Galvis, a través de la educación ambiental, con reuniones de vecinos y con el acompañamiento de los mismos a las actividades de campo, dinámicas encaminadas a lograr una apropiación del tema, al punto de que las ranas se volvieron parte de la identidad de las comunidades.
“Uno va a la cuenca y ve las casas con la rana pintada en murales, en fotografías en la entrada del municipio, en las artesanías, las camisetas, gorras y logos que usa la gente. Es decir, se convirtió en un elemento de identidad y, como fruto de esa dinámica social, se han generado también los festivales de la rana Oophaga lehmanni, dedicados a la conservación y la educación ambiental, en donde también hay muestras culturales, con una participación muy heterogénea”, explica Galvis.
Construyendo el futuro de la especie
La liberación de la primera rana, del grupo de 21 anfibios liberados en octubre del 2024, estuvo a cargo de un niño. Carlos Galvis explica que esa acción, que se repite cada vez que sueltan individuos en la cuenca del río, ya se convirtió en una especie de amuleto.
“Es muy emocionante. Se siente mucha alegría y se ve que lo que se hace con amor y pasión, se hace bien. El sólo hecho de que se genere esa apropiación y ese amor por el animalito, por esa especie, significa mucho”, agrega el biólogo de la Fundación Zoológica de Cali. “Que las comunidades eviten que las ranas salgan de su territorio, ya empieza a ayudar con la recuperación de las poblaciones”, dice.
Por mucho tiempo, comenta Galvis, la rana fue un animalito más para las comunidades, pero ahora representa un tesoro para sus integrantes. Verlo regresar a su hogar significa todo un logro para ellos.
“Estamos reintroduciendo animales juveniles con el fin de que puedan obtener toxinas del medio natural, porque las adquieren a partir de su dieta”, explica el especialista. “Como son tan pequeñitas, no podemos ponerles rastreadores, entonces los miembros de la comunidad participan en monitorear a los individuos que se están liberando, buscándolos, encontrándolos nuevamente y haciendo los respectivos reportes”, detalla.
No se puede decir que han salvado a la especie de la extinción, dice Galvis, sin embargo, no se rinden en el proceso. “Es un proyecto a largo plazo, todavía no sabemos qué tan exitoso será, pero lo que hemos logrado hasta ahora como equipo, puede servir de ejemplo para muchas otras iniciativas y, sobre todo, alianzas de conservación, porque trabajar juntos genera mejores resultados”.
Lo que todos esperan es que, en algún momento, las evaluaciones de las poblaciones determinen que la especie está fuera de su actual categoría de amenaza. “Ese sería uno de los momentos más felices para todos los que estamos involucrados en este proceso”, concluye Galvis. “El objetivo es ese, que la especie logre ser autosostenible”.
*Imagen principal: La rana venenosa de Lehmann (Oophaga lehmanni), es endémica del Valle del Cauca, Colombia. Foto: CVC