- Las enfermedades coralinas son un problema grave en los arrecifes de todo el mundo.
- Hay algunos estudios que ofrecen evidencia contradictoria sobre si las reservas marinas son útiles para proteger a los corales contra las enfermedades.
- Un estudio reciente sobre la gran barrera de coral de Australia indica que pescar en los arrecifes de coral es perjudicial para ese hábitat, y a su vez posibilita la propagación de enfermedades.
Los arrecifes de coral son ambientes rebosantes de vida y hábitat de muchas comunidades de peces, lo que los convierte en lugares muy atractivos para la pesca. Sin embargo, según detalla un estudio reciente sobre la gran barrera de coral de Australia, pescar en los arrecifes de coral es perjudicial para ese hábitat, y a su vez posibilita la propagación de enfermedades.
Las enfermedades coralinas son un problema grave en los arrecifes de todo el mundo. Cuando un coral está infectado, su ritmo de crecimiento, su capacidad de reproducirse y su resistencia ante otras enfermedades y ante factores de estrés causados por el clima —como el blanqueamiento— se ven debilitados.
Muchos países han establecido áreas protegidas para resguardar a los corales y otras especies marinas de la pesca y de cualquier interferencia humana. ¿Pero cuán efectivo es establecer áreas de ese tipo para proteger a los corales contra las enfermedades? Hay algunos estudios que ofrecen evidencia contradictoria. Joleah Lamb, una bióloga marina de la universidad Cornell, se propuso averiguar si las reservas marinas tienen en efecto niveles de enfermedades coralinas más bajos que las áreas no protegidas.
Lamb y sus colaboradores visitaron los arrecifes de las islas Whitsunday, un conjunto de islas ubicadas cerca de la costa de Queensland, Australia. Seleccionaron 21 sitios designados parques marinos nacionales, donde la pesca está prohibida, y otros 20 sitios en donde sí se puede pescar, con el fin de comparar y determinar si la reserva marina verdaderamente protegía a los corales contra las enfermedades.
El equipo recorrió más de 80.800 colonias de coral y evaluó si estaban sanas o enfermas. También evaluó qué especies de peces existían allí, si había aparejos de pesca descartados y abandonados en la zona, y si los corales estaban dañados, decolorados o comidos por caracoles u otros depredadores.
Así, descubrieron que las áreas protegidas tenían niveles de lesiones en los corales cuatro veces menores que en las áreas no protegidas. La enfermedad más común, que afecta a más del 60% de los corales enfermos, es la denominada banda erosionadora del esqueleto, que aparece como una banda negra o gris oscura que va avanzando sobre el coral, dejando tejido muerto a su paso. Luego están los «síndromes blancos», cuyas lesiones se presentan como manchas blancas de esqueleto de coral muerto. Este tipo de enfermedades está presente en el 16% de los corales enfermos. Y en tercer lugar está la enfermedad de la banda amarilla, que aparece como una banda amarilla o marrón dorado de consistencia levemente gelatinosa que va matando el tejido coralino a medida que avanza. Con el tiempo, las algas corroen el coral por completo. Esta enfermedad afecta al 15% de los corales enfermos.
Los investigadores tomaron en consideración 31 factores que podrían explicar los distintos niveles de incidencia de las enfermedades en las áreas protegidas y en las no protegidas. La prohibición de pesca surgió como la razón principal. Hubo tres indicadores de mal estado del coral y de uso intensivo por parte del hombre —blanqueamiento, lesiones y presencia de líneas de pesca abandonadas— que se observaron en mayor medida en las áreas no protegidas que en las protegidas.
Los autores llegaron a la conclusión de que cuando la gente usa cañas de pescar en los arrecifes, estas pueden dejar cicatrices en los corales, lo cual abre una vía de entrada a agentes patógenos que infectan a los corales.
“Debido a que las lesiones en las colonias de coral y la gran presencia de líneas de pesca abandonadas eran los dos principales factores concurrentes que generaban disparidades entre las zonas protegidas y las no protegidas, llegamos a la conclusión de que es la pesca como actividad, en vez de cambios en las poblaciones de peces o en la zona béntica, la responsable de las diferencias en niveles de enfermedad entre áreas reservadas y áreas donde está permitida la pesca”, explican los autores.
Esta idea de que es la pesca la que provoca daños, lo cual, a su vez, favorece la propagación de enfermedades, también es retomada por Garriet W. Smith, un especialista en ecología microbiana de la universidad de Carolina del Sur – Aiken (quien no tuvo participación en el estudio).
“Los daños o las variaciones en la ‘microbiota normal’ de los corales son el primer paso hacia una condición de enfermedad, independientemente de cuál sea. Tales cambios pueden producirse debido a lesiones físicas, a aumentos de temperatura (blanqueamiento) o a variaciones químicas”, comentó Smith a Mongabay.com por correo electrónico.
Aun así, hay algunos científicos de corales que no están convencidos de que exista relación entre las lesiones coralinas y las enfermedades. “En el caso de que las lesiones provocadas por el uso de equipos de pesca sean la verdadera causa de las enfermedades coralinas, ¿cómo sería todo el proceso? No pueden producirse solamente debido a una lesión. Después de todo, los corales son bastante duros y sufren daños constantemente a causa de depredadores y la acción de las olas, y sin embargo se recuperan bien. Entonces, ¿por qué los aparejos de pesca serían más dañinos?”, comentó a Mongabay.com Thierry Work, un especialista en enfermedades de vida silvestre de la estación de Honolulú del Servicio Geológico de los Estados Unidos.
“La variedad de resultados de las investigaciones que se centran en las consecuencias que tienen las áreas marinas protegidas sobre las enfermedades coralinas sugiere que la respuesta a este problema es más compleja. Hasta que podamos determinar fehacientemente qué es lo que está matando a los corales, todos estas investigaciones ecológicas brindarán explicaciones meramente asociativas”, concluyó Work (quien no participó del estudio).
Los investigadores también compararon dos tipos de áreas no protegidas, fuera del parque marino nacional: unas en donde se permitía el uso de cualquier equipo de pesca y otras en donde el uso de aparejos tenía ciertas restricciones. Suponían que iban a encontrar más corales enfermos en las zonas donde los pescadores pudieran usar los equipos que quisieran, con los que infligirían mayores daños a los corales. En cambio, “sorpresivamente” observaron que había niveles dobles de enfermedad en las zonas con restricciones de uso, así como más lesiones coralinas y mayor presencia de aparejos de pesca abandonados.
Los autores conjeturan que la razón podría ser que los pescadores en realidad se dirigen a las zonas donde hay restricciones de uso de equipos quizás porque perciben que allí podría haber más peces o porque son áreas más accesibles desde los embarcaderos cercanos.
Smith concuerda con esa suposición. “Varias veces pude observar que los pescadores prefieren ir a las áreas restringidas en vez de aquellas que no tienen restricciones, porque creen que la pesca es mejor allí —y con frecuencia, así es—”, comentó por correo electrónico. Este hallazgo pone en duda el hecho de si establecer restricciones de uso de equipos de pesca es una buena estrategia de conservación de corales.
Este es el primer estudio que busca demostrar un vínculo entre la actividad humana, las lesiones coralinas y las enfermedades. También se centra en otro efecto positivo que pueden tener las áreas marinas protegidas: la disminución de las tasas de enfermedades coralinas.
Tal como los autores observan: “Las reservas marinas que no permiten la pesca en ninguna forma fueron cruciales para mitigar los efectos de las enfermedades coralinas en los arrecifes de Australia donde había habido pesca intensiva (…), lo cual las convierte en otra herramienta de conservación posible para reducir las enfermedades coralinas generadas por lesiones físicas”.
Citas:
Lamb, J. B., Williamson, D. H., Russ, G. R., & Willis, B. L. (In Press). Protected areas mitigate diseases of reef-building corals by reducing damage from fishing. Ecology.