- Las comunidades asháninkas se ven desprotegidas frente al crecimiento de la producción de cocaína en el VRAEM y el fortalecimiento de Sendero Luminoso.
- Indígenas denuncian que cada vez ven más cultivos de coca en los alrededores y gente transportando droga. Por eso demandan una pronta titulación de sus territorios para protegerse de los invasores.
No es tan bonito viajar cuando piensas que te pueden matar. En la trocha que separa el Valle de Esperanza y Pangoa lo único que alumbra son las estrellas. Son unas cinco horas de camino casi a ciegas y hasta un inocente perro te asusta. Esta zona de la selva central es la parte baja del río Ene, el llamado Valle de los Ríos Apurímac, Ene y Mantaro (VRAEM), un lugar en el que se vive en estado constante de emergencia desde hace décadas. Por los cultivos ilegales de hoja de coca y por la presencia del grupo terrorista Sendero Luminoso, que según la Comisión de la Verdad y Reconciliación (CVR), asesinó a más de 37 000 personas entre 1980 y el 2000. Me da miedo ser un número más de estos, a pesar de que supuestamente ya no pasa nada.
Esta es la principal fábrica de cocaína en el mundo y una de las tierras más idóneas para el cultivo de hoja de coca. Según las últimas cifras publicadas por la Oficina de las Naciones Unidas contra la Droga y el Delito (UNODC) solo en este valle se encuentra casi el 70 % de la producción peruana y alrededor del 15 % de la mundial. Cada hectárea puede llegar a tener más de 150 000 plantas, a diferencia de Colombia y Bolivia, donde crecen alrededor de 30 000. Estos tres países son los únicos que lo cultivan y su expansión es cada vez mayor. Solo en este valle se pierde un promedio de 30 hectáreas de bosques cada hora, afirman cifras de la Dirección de Ambiente y Recursos Naturales del sector Agricultura. Y en medio de este crecimiento desmedido, las comunidades asháninkas se ven acorraladas o, mejor dicho, olvidadas.