- Más de tres millones de hectáreas de monocultivos de pino y eucaliptus existen en Chile.
- La planta Horcones vierte, desde hace más de cuatro décadas, sus desechos líquidos o riles al mar, específicamente en el Golfo de Arauco.
Los choritos estaban listos para ser cosechados. Habían crecido mucho más rápido y en muchas más cantidades de lo que Ricardo Ibacache y sus compañeros mariscadores habían pensado.
120 millones de pesos habían conseguido los pescadores de Laraquete, una caleta ubicada en el Golfo de Arauco, en la zona centro sur de Chile, desde un fondo internacional y con la asesoría del biólogo marino, Eduardo Tarifeño, de la Universidad de Concepción instalaron el cultivo. Corría el año 2012. “4000 kilos de choritos por línea” le habían dicho a Ibacache que recogería, pero su sorpresa fue mayor cuando supo que obtendría el doble: ocho mil kilos por línea. “Íbamos a tener nuestro producto, con valor agregado y nosotros mismos lo íbamos a vender a las empresas”, recuerda entusiasmado.
La historia en 1 minuto. Video: Mongabay Latam.
Cuando los choritos ya estaban listos para cosechar, Ibacache los fue a mirar y cuando llegó a su flamante cultivo, todos estaban muertos. “Llamé rápido al profesor y él llegó con unos instrumentos que metió al agua. ‘Lo único que te puedo decir, Ricardo, es que el pH cambió’ me dijo”.
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El historial de infracciones ambientales
Más de tres millones de hectáreas de monocultivos de pino y eucaliptus existen en Chile para abastecer la industria forestal. Es así como este país es el segundo principal productor de celulosa en América Latina, producto a partir del cual se obtiene el papel. Las empresas Celulosa Arauco y Constitución S.A (CELCO) y Compañía Manufacturera de Papeles y Cartones (CMPC) pertenecientes a los grupos económicos Angelini y Matte respectivamente, son las dos principales empresas productoras en las que se concentra el negocio.
Planta Horcones, perteneciente a CELCO, es una de las más importantes con una producción de 790 000 toneladas de celulosa al año, aunque ya fue aprobado un proyecto de expansión que le permitirá aumentar su producción a 2 100 000 toneladas anuales. Ubicada en la región del Biobío, esta planta vierte, desde hace más de cuatro décadas, sus desechos líquidos o riles al mar, específicamente en el Golfo de Arauco.
2004 y 2005 son las fechas que los habitantes y los pescadores de la zona guardan en la memoria. En agosto del primer año, 5000 litros de trementina y 15 000 litros de agua mezclada con esta sustancia fueron derramados en el Golfo de Arauco. Los habitantes sufrieron intoxicaciones por aspiración y por contacto, pero dos meses después, otro derrame vertió entre 10 000 a 15 000 m³ de riles no procesados en el mismo lugar. Ambos eventos fueron accidentales, según declaró la empresa, y se produjeron debido a una falla en la generación de energía eléctrica.
Al año siguiente, en abril, un tercer derrame acabó con “toneladas de machuelos y nosotros, investigando, logramos que la misma gente que trabaja en la planta nos contara que se les habían rebalsado unos estanques y tuvieron que evacuar sus residuos en la noche”, cuenta Ibacache quien por ese tiempo era presidente del sindicato de buzos de Laraquete.
Los pescadores de esa caleta presentaron entonces una querella criminal en contra de la empresa. Ricardo Ibacache reunió todos los documentos que pudo para demostrar “la grave contaminación ambiental que afecta a la costa comprendida entre la localidad de Laraquete y la ciudad de Arauco” dice la querella. Sin embargo, después de años de juicio, la Corte Suprema falló a favor de la empresa.
Ricardo ya no tiene esos papeles que había logrado reunir. “Se los quedó el abogado y nunca más los vi” dice. Esa fue la última vez que Ibacache pensó que el papel, el resultado de un proceso industrial en contra del cual protestó tantas veces frente a la intendencia, le daría la razón.
En agosto de 2014, funcionarios de la Superintendencia de Medio Ambiente, del Ministerio de Salud y del Servicio Agrícola Ganadero, realizaron inspecciones ambientales a la Planta Horcones verificado que “la empresa se encuentra adicionando sustancias químicas (antiespumante), aguas abajo del punto de control”. A raíz de ello, el año pasado pasado, la autoridad formuló cargos en contra de la empresa por incumplimiento ambiental. El informe señala que “el muestreo de autocontrol efectuado por el establecimiento emisor, no es representativo de la condición final del residuo industrial líquido, previamente tratado, antes de su descarga al medio marino receptor”. Además, agrega que “no hay información del autocontrol bajo esta nueva condición, debido a que también se desconocen las cantidades de antiespumante aplicadas”. El documento también señala que no se conoce la concentración final, ni la frecuencia de aplicación, ni el efecto que tiene sobre los organismos presentes en el punto de descarga de residuos.
Frente a las acusaciones, la empresa no dijo nada y pagó una multa de más de US$ 441 000
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El origen de los riles
Además de celulosa, que es la fibra vegetal que da origen a la madera, los árboles contienen otras sustancias que son extraídas en el proceso industrial, entre ellas, la lignina. Una especie de pegamento natural que une las fibras de celulosa y les proporciona consistencia para que el tronco pueda elevarse varios metros. La lignina es de color marrón y, teniendo la celulosa blanca una mejor cotización en el mercado, el proceso productivo considera muchas veces una etapa de blanqueo a través de procesos químicos que incluyen dióxido de cloro.
“Los residuos líquidos que provienen del proceso productivo de celulosa representan una de las principales preocupaciones ambientales de esta industria”, señala un informe de CEPAL por lo que “los mayores avances tecnológicos y ambientales (…) fueron motivados por el descubrimiento de que el uso de cloro elemental generaba la emisión de una serie de compuestos organoclorados que provocaban diversos problemas ambientales” señala el mismo informe.
Dentro de la búsqueda de alternativas al uso de cloro elemental, se generaron básicamente dos tecnologías, una en base a dióxido de cloro y otra, la llamada TCF, que no utiliza cloro en ninguna de sus formas dentro del proceso de blanqueado, sino que se basa en compuestos basados en oxígeno como agente blanqueador.
Alemania, Suecia, Canadá, Finlandia, países que se encuentran entre los 10 mayores productores mundiales de celulosa, son algunos de lo que utilizan tecnología TCF que “evidentemente es más limpia que la que utiliza dióxido de cloro”, asegura Luisa Saavedra, Bióloga Marina de la Universidad de Concepción y Doctora en Oceanografía. La celulosa de Chile, en cambio, “se coloca en el mercado con ventajas comparativas porque tiene costos más baratos, con tecnología más barata”, dice Lucio Cuenca director del Observatorio Latinoamericano de Conflictos Ambientales.
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La falta de información
La Planta Horcones, renovada y ampliada, comenzará a operar el segundo trimestre de 2021 convirtiéndose en la mayor del país y en una de las más grandes de América Latina.
Con una producción de celulosa casi tres veces mayor que la actual, el proyecto contempla la disposición de un segundo emisario submarino que cumple con todas las normas ambientales con el fin de no provocar impactos al medio ambiente.
La empresa ha destacado la tecnología de punta con la que la planta trabajará una vez ampliada. De hecho, la iniciativa contempla una inversión de US$2350 millones. La mayor inversión en la historia de la compañía. Sin embargo, diferentes fuentes científicas consultadas por Mongabay Latam coinciden en que el mayor problema es que el proyecto no considera los efectos de sinergia, es decir, el impacto acumulado entre todos los estresores que actúan sobre el Golfo de Arauco. Algunos de ellos son las diferentes industrias que arrojan sus desechos al mar y a lo largo del río Biobío, uno de los principales de Chile.
Cristian Vargas, biólogo marino e investigador del Centro de Estudios Ambientales de la Universidad de Concepción explica que “los ríos actúan como vectores de conexión entre lo que pasa en las cuencas y los océanos”. Así por ejemplo, “si acidifico la tierra, se acidifica el agua dulce y esa agua finalmente llega al mar”. En el caso del Golfo de Arauco, “la pluma del río Biobío se dirige hacia el sur y se mete al Golfo”. El problema es que el Biobío, uno de los más contaminados del país, recibe los efluentes de otras industrias, entre ellas al menos dos plantas más de celulosa, los residuos de la agricultura y de aguas servidas.
Eduardo Tarifeño, el biólogo marino que había sembrado, junto a los pescadores de Laraquete, los choritos que Ibacache encontró muertos el día de su cosecha, dice que “los choritos se murieron por razones que hasta el día de hoy se desconocen”. Sin embargo, el científico señala que se tiene antecedentes de que “habría ocurrido una descarga a través del río afectando la zona donde estaba la línea”.
Según relata Tarifeño, “los datos que logramos verificar es que había un pH anómalo en el agua y pensamos que esa puede ser la causa de la muerte”. Además, agrega que el Servicio Nacional de Pesca fue al lugar de los hechos, aunque un par de días después y que hicieron juntos un recorrido río arriba para encontrar evidencia. “Nos llamó la atención que la vegetación estaba quemada a lo largo del río. Conversando con pescadores, que acostumbran pescar en un sector en particular, dijeron que algo pasó porque ya no había peces y más arriba había evidencia de movimientos de tierra y una máquina que había estado trabajando”.
Tarifeño contó a Mongabay Latam que por informaciones de terceras personas, que trabajan al interior de la planta Horcones, “supimos que en esos días ocurrió algo con las lagunas donde acumulan líquidos. Estas se vaciaron y el contenido cayó al agua del río”, dice el biólogo. “En mi opinión —agrega— creo que lo que pasó fue que hubo una descarga puntual de agua ácida”.
Aun teniendo estos antecedentes y certezas científicas de la vinculación de los ríos con el mar, y del Biobío con el Golfo de Arauco en particular, los estudios de impacto ambiental de la industria de celulosa no consideran al río, ni a ningún otro estresor presente en la bahía.
Mongabay Latam solicitó a la empresa CELCO una entrevista para obtener información acerca del proyecto y de las consideraciones a la hora de evaluar los impactos de la industria. Sin embargo, hasta la fecha de publicación, este medio no recibió respuesta.
El Servicio Nacional de Pesca solicitó a la empresa, cuando esta presentó su Estudio de Impacto Ambiental para su proyecto de expansión, “entregar mayores antecedentes respecto a la sinergia y capacidad de carga del Golfo de Arauco”. Lo anterior, según el organismo público, “permite determinar el efecto combinado de la descarga de la celulosa, sobre el ecosistema del Golfo de Arauco, con otras cargas ambientales y actividades productivas que descargan sus riles en él. Por ejemplo “termoeléctricas, plantas de aguas servidas, efluentes de Plantas Pesqueras, etc.” Sin embargo, ninguna adenda respondió a esa solicitud y el Servicio de Evaluación Ambiental le otorgó el permiso.
Vargas señala que el principal problema es que “prácticamente no hay estudios independientes sobre la celulosa” que la información que existe “es básicamente la que han levantado las empresas”. De hecho, el científico confiesa ya haber intentado realizar una investigación de impacto ambiental. Sin embargo, la respuesta que recibió, por parte del principal organismo púbico que financia ciencia en Chile, fue que su propuesta era “un estudio de impacto ambiental y por lo tanto una responsabilidad que recae sobre las empresas”, cuenta Vargas.
Mauricio Galleguillos, ingeniero agrónomo e investigador de la Universidad de Chile, agrega que “para poder alimentar un modelo es necesario tener datos, pero los datos los tienen las empresas y cuesta transparentar eso”. Por lo mismo, señala que “atribuir responsabilidades —respecto a los daños ambientales— sin datos, es muy difícil. La única manera es que el Estado se haga un poco cargo”.
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El monocultivo y los impactos en el mar
Según señala Lucio Cuenca, de Olca, las mayores aprensiones de la población, respecto a la ampliación de la planta Horcones, dicen relación con la expansión de monocultivos de pino y eucaliptus. Junto con ello, preocupa el aumento en el consumo de agua, en un contexto de sequía que golpea al país desde hace ya una década.
En los años 20, la fiebre del oro en Estados Unidos desató, a su vez, una fiebre del trigo en Chile destinada a abastecer la alta demanda de comida en el país del norte. “Todos los bosques de la cordillera de la costa, en la región del Biobío, fueron talados para poner trigo sin ningún criterio de manejo sustentable”, explica Galleguillos. Lo anterior provocó una fuerte erosión de los suelos lo que “fue un motivo potente para plantar pino con el objetivo de mitigar la erosión”, agrega. Sin embargo, el científico señala que los últimos estudios demuestran que “las plantaciones no han logrado rescatar el suelo de la erosión”.
Galleguillo explica que luego del terremoto del 2010 y de los incendios forestales del verano 2017, lo esperado era que hubiera una acumulación mayor de sedimentos en la cuenca de los ríos. Sin embargo, eso no fue lo que mostraron los datos levantados por una reciente investigación realizada por la Universidad de Chile. La relación de esto con el mar, se resume en que “los ríos no están generando sedimentos por lo que no están aportando con nutrientes al mar que alimenten la cadena trófica”, dice.
Si bien la erosión data de los años del boom del trigo, Galleguillos explica que las estrategia de manejo de las forestales no ha permitido la recuperación del suelo. Y es que cada 18 años, que es el tiempo que tardan los árboles en crecer, las plantaciones son despaladas dejando un terreno, que ya venía degradado, completamente desprotegido. Además, “las cosechas son de 500 hectáreas. Son enormes paños de tala que se hacen”, dice el ingeniero. Así, “los factores frecuencia y tamaño no permiten la recuperación del suelo, generando un agotamiento de sedimentos”, concluye.
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