- Durante casi una década, Pepe Acacho —dirigente shuar, docente, asambleísta, líder indígena— pasó entre trámites, audiencias y defensas de un delito que no cometió. El presidente Lenín Moreno lo indultó hace apenas un año pero cuando ve policías cerca de él, Acacho aún teme que lo vayan a arrestar.
- La historia de Pepe Acacho es parte del especial Mordaza o Muerte: cuando la ley se usaba para callar la protesta en Ecuador. Un trabajo que aborda la impunidad en los asesinatos de líderes ambientales en Ecuador y la persecución judicial sufrida durante el gobierno de Rafael Correa.
(Esta es una colaboración periodística entre Mongabay Latam y GK)
Pepe Acacho es un hombre libre, pero aún, cuando ve un carro de policía, se angustia: cree que el Estado ha regresado por él. En octubre de 2018 recibió un indulto que lo libraba de una condena de cárcel de ocho meses y de nueve años de persecución judicial. Acusado por la muerte de un hombre —el profesor Bosco Wisuma— durante una protesta en defensa de su territorio y sus ríos, Acacho estuvo sentenciado por “sabotaje y terrorismo con muerte”.
El delito, que aún no se esclarece, sirvió para acallar a Pepe Acacho, líder indígena shuar, alto, fuerte, recio, como suele ser la gente de su pueblo. Tiene la nariz ancha, los ojos rasgados, profundos y la expresión dura y silente. Habla con frases directas y en su voz está todavía presente el canto amazónico de su lengua de tonalidades polinesias y dejos andinos, hablada por los más de 100 000 miembros de la segunda nacionalidad indígena del Ecuador, los shuar.
“Ha sido un golpe fuerte para mí, en lo psicológico, emocional y más que todo en lo económico”, dice Acacho mientras conduce su pequeño auto concho de vino, una mañana de septiembre de 2019, mientras va y viene entre Macas, la capital de la provincia (que se llama Morona Santiago), y la comunidad rural donde vive.
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Por qué culparon a Pepe Acacho
A Pepe Acacho le gusta manejar su carro. Es una especie de peripatetismo motorizado: la mañana en que habla de su persecución, sus condenas, sus días en la cárcel y las secuelas de tener en su contra a todo el aparato estatal, el líder shuar conduce de parroquia en parroquia, dejando encargos cerca de su casa y parando a desayunar —gallina criolla, ayampaco de paiche, yuca asada—.
Son las seis y cuarenta y cinco de la mañana y Pepe Acacho ya está al teléfono tratando de evitar que unos terrenos que le pertenecen a la Federación Interprovincial de Centros Shuar (Ficsh) sean embargados. Habla largo, sentado al volante, parqueado al pie de un hostal de Macas, cuyos mil metros de altura le dan al viento de la mañana un filo frío y nostálgico. Cuando termina de hablar, arranca y rearma, en momentos, su vida de la última década.
En 2013, Pepe Acacho fue sentenciado por la muerte del profesor shuar Bosco Wisuma, ocurrida en 2009, cuando el movimiento indígena ecuatoriano protestaba contra la Ley de Aguas que impulsaba el gobierno de Rafael Correa. El socialista de ojos verdes y que con apenas cuarenta años había llegado al poder, propuso durante su campaña presidencial la “revolución ambiental” conquistando el apoyo de muchas organizaciones sociales, entre ellas, el movimiento indígena. Para los pueblos originarios —marginados, denostados, invisibilizados— era imposible no apoyar una candidatura de propuestas y cambios innovadores para el país, dice Pepe Acacho.