- En una antigua estancia de 150 hectáreas, al oeste del país, funciona un bioparque con 62 especies de fauna autóctona, algunas de ellas amenazadas e incluso extintas.
- El proyecto ya logró la reintroducción en la naturaleza del pecarí de collar, que había desaparecido hace más de cien años. También reintrodujo coatíes y cocodrilos y se espera autorización oficial para liberar osos hormigueros y pequeños felinos.
- Se trata de una iniciativa impulsada por una empresa de fabricación de celulosa, Montes del Plata, que busca compensar el impacto ambiental de sus forestaciones de eucaliptus, materia prima utilizada para el proceso industrial.
Quien recorra la costa del río Uruguay, en el departamento uruguayo de Río Negro, podrá entender rápidamente la importancia de la industria de celulosa para este país, el segundo más pequeño de Sudamérica luego de Surinam. Al costado de la ruta que va hacia Montevideo, proliferan las plantaciones de eucalipto (Eucalyptus). Estos árboles, prolijamente alineados, son la materia prima para la producción de celulosa, que a su vez es utilizada para la fabricación de papel, y cuya industria fue la principal generadora de exportaciones de Uruguay en 2018, con 1660 millones de dólares.
Desde lejos se ve brillar bajo el sol la colosal estructura plateada de la planta procesadora de la empresa finlandesa UPM. La fábrica cuya instalación generó, en la década pasada, un largo conflicto entre Uruguay y Argentina debido al impacto ambiental de su proceso industrial en el río Uruguay, límite natural entre ambos países.
La historia en 1 minuto. Video: Mongabay Latam.
También en el departamento de Río Negro queda el vivero y el puerto de Montes del Plata, la otra gran empresa de celulosa que opera en Uruguay, de capitales suecos, finlandeses y chilenos.
No tan visible, en cambio, es un ambicioso proyecto de conservación de fauna que se desarrolla en este departamento del sudoeste uruguayo, sobre 150 hectáreas que antiguamente eran una estancia ganadera a orillas del río. Allí, la empresa Montes del Plata es dueña del Bioparque M’Bopicuá, donde desde el año 2000 se crían en cautiverio animales autóctonos que, en muchos casos, están amenazados o incluso desaparecieron hace décadas del Uruguay.
El objetivo del proyecto es reintroducir animales en la naturaleza de un país que ha sufrido la desaparición de grandes mamíferos como el jaguar (Panthera Onca) y el puma (Puma concolor).
Actualmente, 677 ejemplares de 62 especies diferentes viven dentro de los recintos en diferentes ambientes que incluyen desde montes nativos hasta pastizales y lagunas.
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El nacimiento de M’Bopicuá
En estos 19 años de vida, el Bioparque ya se ha anotado varios éxitos. El más importante fue la liberación en 2017 de una población de unos 140 pecaríes de collar (Pecari tajacu), un mamífero que está presente en casi todos los países de las Américas pero que en Uruguay se encontraba extinto desde fines del Siglo XIX. La reintroducción funcionó y se pudo comprobar el año pasado que los pecaríes se reprodujeron en el medio silvestre.
“La conservación de fauna trasciende a las especies de animales y nos involucra a los humanos, que necesitamos la presencia de biodiversidad para asegurar nuestra calidad de vida”, dice el creador del Bioparque Mbopicuá, Juan Villalba. “La naturaleza existe gracias a un equilibrio entre todas las especies. Hay animales que controlan a otros o son dispersores de semillas y otros que todavía no sabemos muy bien qué rol cumplen. Muchas veces nos enteramos de él cuando ese animal se extingue y se produce algún desequilibrio”, agrega el hombre que siendo muy joven dejó el Uruguay y, movido por la pasión por la naturaleza, viajó a Sudáfrica para acercarse a los animales salvajes. Villalba recorrió luego casi cien países, trabajó durante 15 años para el Fondo Mundial de la Naturaleza (WWF) y dirigió una organización dedicada al combate contra el tráfico ilegal de especies en Sudamérica.
“La primera persona que me dijo que la conservación de la fauna no es un capricho ni un lujo fue Indira Gandhi, cuando tuve el honor de conocerla en 1981”, cuenta Villalba, en referencia a la primera ministra de India que, al llegar al poder en 1966, encontró la fauna de su extenso y superpoblado país devastada por la destrucción de su hábitat y fue una pionera de las políticas ambientales. “Ella entendió —agrega Villalba— que los tigres formaban parte de una cadena biológica, ya que controlaban a los ciervos. Y si aumentaba demasiado el número de ciervos, desaparecían los cultivos y la población de la India tendría menos comida”.
Villalba fue convocado en 2000 por la empresa española ENCE (que en 2009 vendería sus bienes en Uruguay a Montes del Plata), con la consigna de llevar adelante un proyecto de conservación.
Para concretarlo, la empresa puso a disposición de este naturalista 150 hectáreas linderas con el vivero y el puerto de la compañía, a pocos kilómetros de la ciudad de Fray Bentos, capital del departamento de Río Negro. Villalba se mudó entonces con su familia a lo que antiguamente era el casco de la estancia ganadera. Separó el área del resto de la propiedad de la empresa con una cortina de 30 000 árboles, comenzó a construir los recintos y en 2001 obtuvo la aprobación del estado uruguayo para manejar y trasladar fauna y poner en marcha la iniciativa.
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El regreso del pecarí
Los primeros animales que llegaron a M’Bopicuá fueron dos gatos del pajonal (Lynchailurus braccatus), pequeños felinos que estaban siendo criados en una casa del departamento de Cerro Largo, en la frontera con Brasil. El gato del pajonal ha sido declarado oficialmente especie prioritaria para la conservación por la Dirección Nacional de Medio Ambiente (DINAMA) de Uruguay, igual que otros animales que desde entonces se incorporaron al bioparque, como el oso hormiguero chico (Tamandua tetradactyla), el venado de campo (Ozotoceros bezoarticus) y el margay (Leopardus wiedii).
Pero el principal desafío que se planteó Villalba fue la cría del pecarí, un mamífero que nadie había visto en el medio silvestre uruguayo desde fines del Siglo XIX.
Villalba asegura que existen registros de poblaciones numerosas de pecaríes hacia el 1700 o el 1800 y que el motivo de la extinción es difícil de determinar. “Es un misterio”, dice. “No fue por la caza, porque la población de Uruguay era muy poco numerosa a fines del Siglo XIX y, en otros países, el pecarí ha resistido una presión humana muy grande”, señala. Según el experto, existen dos sospechas: la primera hace referencia a un tema sanitario, alguna enfermedad que diezmó las poblaciones; la segunda a un cambio climático.
La decisión de intentar el regreso del pecarí se tomó, según Villalba, porque es un animal que cumple una función ecosistémica importante por su régimen vegetariano. “Es un dispersor de frutas y semillas, y entonces contribuye a la recuperación de ambientes diezmados por la actividad ganadera”, explica. El pecarí se alimenta fundamentalmente de los frutos de la palmera yatay y, en Uruguay, existían extensos palmares que, según cuenta Villalba, fueron borrados por la ganadería. “Vimos campos en los que había palmeras de 200 o 300 años, pero no había renovación porque las vacas se comen las palmeras cuando nacen y son pequeñas. Los pecaríes contribuyen a que haya más árboles cuya presencia es fundamental para enfrentar la erosión”.
Los primeros cuatro pecaríes que llegaron a M’Bopicuá fueron capturados en el medio natural en Argentina y Paraguay. Luego se incorporaron algunos otros ejemplares cedidos por un zoológico de Uruguay.
Una vez que se logró la reproducción en cautiverio, los pecaríes fueron sometidos a un entrenamiento para vivir en libertad. Durante dos años se los mantuvo con una dieta similar a la que encontrarían en la naturaleza: en base a frutos de la palmera yatay y otros vegetales autóctonos que fueron trasladados desde el departamento de Paysandú.
En la preparación participaron científicos de la Universidad de la República, distintas ONG, la DINAMA y el Ministerio de Ganadería, Agricultura y Pesca y, en junio de 2017, 140 de estos animales, de entre dos y seis años de edad, fueron liberados en Santo Domingo, un área de conservación que pertenece a la empresa Montes del Plata, en Paysandú.
Los desafíos de la reintroducción
Villalba asegura que el desafío más grande de la reintroducción no es criar o soltar a los animales, sino asegurarse de que estén perfectamente sanos. “A los pecaríes los tuvimos casi dos años haciéndoles controles sanitarios para determinar que no eran portadores de enfermedades como brucelosis, aftosa o tuberculosis”, dice. En efecto, los animales que son criados en cautiverio pueden transmitir enfermedades a aquellos que están en el medio silvestre. “En otros países pasó”, asegura el naturalista. “Se realizaron reintroducciones sin los debidos controles y causaron un daño mucho mayor que el beneficio de la reintroducción”, cuenta.
Por otra parte, “no menos importante es que los animales estén aptos para sobrevivir en la naturaleza”, dice Villalba, puesto que “en el cautiverio están acostumbrados a comer una ración preparada o un trozo de carne. Luego tiene que salir a cazar o a obtener los vegetales de los que se alimentan. Tenemos que asegurarnos de que puedan sobrevivir”.
Santo Domingo tiene 7 500 hectáreas de las cuales un 65 % están forestadas y otro 35 % son áreas naturales que combinan diferentes ambientes. El coordinador de Medio Ambiente de la empresa, Horacio Giordano, cuenta que “elegimos esa zona porque sabíamos que tenía las condiciones requeridas por los pecaríes. Allí hay bañados, arroyos y montes nativos de galería y muchísimas palmeras con frutos”.
Los primeros días que siguieron a la reintroducción fueron accidentados: aunque la liberación se hizo en reserva, para proteger a los animales, unos 10 pecaríes fueron víctimas de cazadores de jabalíes que difundieron videos con sus presas por las redes sociales.
El jabalí fue introducido a principios del siglo XX en el Uruguay por un millonario argentino llamado Aarón de Anchorena, dueño de tierras en el departamento de Colonia, quien compró animales en Europa para dedicarse a la cacería. Los jabalíes se escaparon, proliferaron y hoy son una especie exótica considerada invasora, cuya caza es promovida por el gobierno porque genera problemas tanto para la fauna autóctona como para la actividad agropecuaria.
Los siete cazadores de jabalíes que mataron pecaríes fueron rápidamente identificados, denunciados y detenidos bajo el cargo de invasión de propiedad privada con armas. Desde entonces no hubo nuevos problemas.
Giordano explica que la evaluación que se hizo de la adaptación de los pecaríes es positiva especialmente porque en mayo de 2018, a través de imágenes tomadas por cámaras trampa, se comprobó la presencia de crías. El período de gestación de esta especie es de unos 145 días y raramente tienen más de una o dos crías.
Hoy, se está esperando la autorización oficial para liberar otros 200 pecaríes que viven en un extenso corral construido dentro de un área boscosa de M’Bopicuá.
La directora de la división de Biodiversidad de DINAMA, Ana Laura Mello, dice que el gobierno tiene “el compromiso de seguir permitiendo la liberación de pecaríes, pero queremos hacerlo con cautela. Durante el primer tiempo que siguió a la liberación nosotros íbamos con nuestro personal a descargar las imágenes de las cámaras trampa y hoy recibimos informes trimestrales que nos envía la empresa”. Asegura que aunque la evaluación es positiva, “no estamos seguros del éxito reproductivo en la naturaleza, porque no sabemos si algunas de las hembras que se liberaron ya se encontraban preñadas desde que estaban en cautiverio”, dice.
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Coatíes, yacarés y felinos
Mello explica que el desarrollo de áreas protegidas en las que no hay vegetación y la cría de animales autóctonos para liberarlos “es una medida de compensación que realiza la empresa por el impacto ambiental de la fabricación de celulosa”. Montes del Plata tiene 145 000 hectáreas de plantaciones de eucaliptus en 13 de los 19 departamentos uruguayos.
“El impacto más grande —precisa la funcionaria— tiene que ver con la sustitución del campo natural. Los pastizales son el principal ecosistema nativo del Uruguay y en los últimos 15 años han retrocedido por las forestaciones (o plantaciones de eucaliptos), que además generan un efecto de fragmentación entre los campos naturales que sobreviven”.
Además, la funcionaria afirma que las forestaciones ha favorecido el crecimiento de las poblaciones de jabalíes, “ya que ahora tienen más hectárea de refugio”.
Según Mello, la DINAMA le ha recomendado a Montes del Plata que, en el bioparque M’Bopicuá, concentre sus esfuerzos en la cría de animales que han sido declarados prioritarios para la conservación.
En esa línea, pronto se harían liberaciones de osos hormigueros chicos y de felinos pequeños, como el gato de pajonal y el margay. “Estamos por hacer una compra de radiocollares con seguimiento satelital para poder controlar su adaptación una vez que estén en la naturaleza”, anticipó Mello.
El oso hormiguero gigante (Myrmecophaga trydactyla) se encuentra hoy en bosques de muchos países de Sud y Centroamérica, pero está extinto en el Uruguay. Aunque el chico todavía está presente en este país, se encuentra amenazado y es una especie prioritaria para la conservación. En el bioparque es criado y en los últimos cinco años se lograron 10 nacimientos.
Debido a que el oso hormiguero encuentra con facilidad su alimento, su reintroducción no presenta tantos desafíos como la de los pequeños felinos, a los que hay que enseñarles a cazar, explica Villalba. La primera liberación de animales que hizo M’Bopicuá fue en 2003 y consistió en 20 coatíes (Nasua nasua), a los que se sumaron otros 20 en 2010. Y en 2005 se liberaron 50 cocodrilos de la especie conocida como yacaré overo (Caiman latirostris), más otros 15 el año pasado.
El yacaré es el único reptil que se cría en M’Bopicuá y con él se trabajó con la técnica conocida como rancheo: se recogieron 38 huevos encontrados en un nido, en el área de conservación de Santo Domingo, y se llevaron a M’Bopicuá para evitar que sufran depredación en el medio natural. En cautiverio se lograron 36 nacimientos (una proporción del 95 % más alta que la del medio silvestre) y los animales fueron luego reintroducidos, aunque se conservó en el bioparque una pareja reproductiva.
“Tanto los coatíes como los yacarés se han reproducido en el medio natural. Y los coatíes se han expandido, porque hay registros de ellos a unos 40 kilómetros del lugar donde los liberamos”, relata Villalba. Este animal, que en otros países es muy común, “en Uruguay es escaso porque tiene pocos bosques nativos”, dice el experto y agrega que aunque nunca fue muy abundante, con las actividades humanas, la presencia de perros y la proliferación de estancias ganaderas, el coatí se hizo cada vez más raro.
M’Bopicuá tiene también 48 especies de aves, entre las que se destaca el cardenal amarillo (Gubernatix cristata), un pequeño pájaro de plumaje llamativo que también habita en Argentina, Brasil y Paraguay, y que está clasificado como especie amenazada por la Unión Internacional para la Conservación de la Naturaleza (UICN).
“Estimo que quedan unos 1500 en toda la región, ya que ha sido víctima de un tráfico ilegal intenso en Uruguay y Argentina. Nosotros logramos la reproducción en cautiverio y hoy tenemos seis”, cuenta Villalba.
La liberación de cardenales amarillos es impulsada por la DINAMA y podría producirse en el futuro. “Lamentablemente —confirma Mello— mucha gente lo caza porque no solo es un pájaro lindo, sino que también es muy atractivo su canto. Cuando hacemos decomisos de aves, cuya tenencia es ilegal, encontramos muy seguido cardenales amarillos”. Así, la reintroducción de esta ave es también uno de los principales intereses de la DINAMA.
*Foto principal: Liberación del pecarí de collar. Foto Bioparque Mbopicuá.
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