- En este 2020, el Caribe atraviesa la temporada con más tormentas y huracanes desde que se tiene información de satélites metereológicos. Los huracanes Eta e Iota causaron estragos en Colombia y buena parte de Centroamérica, dejando en evidencia la falta de preparación y poca implementación de planes de adaptación al cambio climático.
- Los ecosistemas marino-costeros son indispensables para mitigar los efectos de fenómenos cada vez más fuertes y frecuentes. Sin embargo, corales y manglares en el Caribe están fuertemente degradados y trabajar en su restauración es una prioridad para los científicos, pero no siempre para los políticos.
El 16 de noviembre fue un día crítico para Colombia. El huracán Iota pasó por la isla de Providencia, en el Caribe colombiano, como categoría 5 —la máxima según la escala Saffir-Simpson— y de acuerdo con Eduardo José González, director de la Unidad Nacional para la Gestión del Riesgo de Desastres (UNGRD), el 80 % de las casas quedaron destruidas y dos personas murieron. Días antes, las islas de Providencia y San Andrés habían sufrido los efectos del coletazo del huracán Eta, que alcanzó categoría 4.
Pero no solo Colombia registró el paso de dos huracanes de gran intensidad en menos de dos semanas. Tanto Eta como Iota llegaron a Centroamérica afectando a Guatemala, el sur de México, Nicaragua y Honduras. Las cifras oficiales en Nicaragua dan cuenta de 21 muertos y de destrucción en 56 de los 153 municipios del país. Por ahora, el gobierno de Managua calcula los daños causados por ambos huracanes en 742 millones de dólares, es decir, 5,93 % del PIB nicaragüense.
Víctor Campos, director ejecutivo del Centro Humboldt en Nicaragua, le dijo a Mongabay Latam que “el impacto combinado de Eta e Iota generó más de 100 000 personas movidas a albergues y eso no está ni cerca del número total de damnificados. En toda la zona costera las comunidades fueron destruidas y las imágenes se quedan cortas para mostrar el impacto real”.
Por su parte, Germán Poveda, profesor de la Universidad Nacional de Colombia en Medellín y miembro del Panel Intergubernamental del Cambio Climático (IPCC) desde 1998, destaca la poca implementación de los planes de adaptación al cambio climático; lo cual influye en la falta de preparación de los países para enfrentar estos eventos, más cuando, según dice, se sabía que la temporada de huracanes en 2020 sería extremadamente intensa.
Durante 2020 ya se han dado más de 30 tormentas y huracanes en el Atlántico a los cuales se les ha asignado nombre, convirtiéndose en el año con mayores registros desde que se tiene información de satélites meteorológicos. Han sido tantos eventos que se acabaron las letras del alfabeto latino para nombrarlos y se tuvo que recurrir al alfabeto griego, de ahí los nombres Eta e Iota. ¿Por qué esta temporada de huracanes y tormentas rompió récords? ¿Qué tiene que ver el cambio climático en su intensificación? ¿Qué tan preparados están los países? ¿Cómo la degradación de ecosistemas marino-costeros se relaciona con mayores impactos? Mongabay Latam habló con expertos en clima, biodiversidad y gestión del riesgo para saber a qué nos seguiremos enfrentando.
Más fuertes y más frecuentes
Las tormentas y huracanes siempre han existido en el Atlántico Norte y el Caribe pero apenas hace medio siglo se tienen registros detallados sobre su formación y comportamiento. Es probable que a lo largo de la historia de la humanidad hayan ocurrido muchos eventos que dejaron consecuencias catastróficas y esto no es algo nuevo. Lo que sí preocupa a los científicos es que estos eventos, principalmente los más extremos, están aumentando su fuerza y frecuencia y el ser humano podría tener una gran responsabilidad en esto.
“El cambio climático está causando, y con mucha probabilidad causará en el siglo XXI, una intensificación de las tormentas intensas y los huracanes, con graves consecuencias sociales, ambientales y económicas”. Así inicia el capítulo: Tormentas y Huracanes del libro Adaptación frente a los riesgos del cambio climático en los países iberoamericanos publicado este año.
El colombiano Germán Poveda lideró el grupo de expertos que participaron en este apartado de la publicación y asegura que lleva años insistiendo en un mismo mensaje que parece llegar a oídos sordos: se necesita implementar los planes de adaptación al cambio climático.
“En Centroamérica y Colombia estamos muy atrasados en la implementación de planes de adaptación a cambio climático”, dice Poveda y, sobre el paso de Iota por Colombia asegura que “en el fin de semana que pasó Iota se juntaron varias cosas: el huracán en sí mismo, que estamos en la segunda temporada de invierno del año en Colombia y que, además, estamos en el fenómeno de la Niña, el cual incrementa fuertemente las tormentas intensas en el país. Toda una mezcla para tener una tormenta perfecta”. Poveda afirma que no hay excusa para que estos eventos hubieran tomado por sorpresa al país pues “las probabilidades estaban cantadas”.
El investigador va más allá y resalta que formó parte de la Misión de Sabios —un grupo creado por el gobierno nacional para aportar a la construcción e implementación de la política pública de educación, ciencia, tecnología e innovación— y una de sus propuestas fue que Colombia actualizara todos sus planes de adaptación al cambio climático, reevaluando los riesgos pero “de eso ya va a ser un año y no se ha hecho nada”, dice.
El experto del IPCC comenta que el huracán Iota llegó debilitado a Centroamérica pero causó muchas inundaciones y muertos en una zona que ya había sido afectada por el huracán Eta. “Se combinaron los peores de los escenarios y ante unos planes de adaptación precarios y poco aplicados, pues vemos lo que sucedió”, resalta.
Víctor Campos, del Centro Humboldt en Nicaragua —organización sin fines de lucro que lleva 29 años trabajando en la promoción del desarrollo territorial mediante la gestión sostenible del medioambiente y los recursos naturales—, también confirma lo poco que se ha hecho en el país centroamericano. Según dice, no hay un plan nacional de adaptación a pesar de los compromisos internacionales y que “deberíamos tenerlo desde hace varios años”. Campos agrega que las poblaciones locales se están adaptando “pero no porque esto obedezca a una política pública sino porque, para ellos, se trata de física supervivencia”.
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Una región vulnerable pero… ¿preparada?
En muchos temas, los científicos resaltan la poca comunicación que existe con los sectores políticos, y la adaptación al cambio climático y la prevención de desastres no son la excepción. “Normalmente la conversación de los científicos con los políticos es sumamente compleja, si es que llega a existir. Uno llega y dice que hay un plan para resguardar una zona de embates de huracanes pero lo primero que quieren saber es si eso se puede hacer en su periodo de mandato. Nunca piensan mucho más allá, esa ha sido mi experiencia”, cuenta Jorge Amador, experto en Física y Meteorología de la Universidad de Costa Rica.
Una vez ocurridos los desastres aparecen cientos de opiniones sobre qué se podía prever y qué no. Juan Bazo, doctor en Ciencias del Clima e investigador del Centro de Riesgo, Resiliencia y Cambio Climático de la Universidad Tecnológica del Perú, cuenta que los pronósticos que hace el Centro de Huracanes de la Oficina Nacional de Administración Oceánica y Atmosférica de Estados Unidos (NOAA), y otras agencias, detectan las formaciones de depresiones, tormentas y huracanes con una anticipación de varios días. Lo que no es fácil es determinar qué tan rápido pueden intensificarse. En el caso de Eta e Iota su intensidad creció en cuestión de horas, algo que ya ha llamado la atención de los científicos pues hasta ahora no había sido algo común.
Para Bazo, los retos están en la observación y en los avisos de cuáles serían los potenciales impactos dentro de los países. “Una vez formado el huracán o tormenta, los servicios metereológicos deberían emitir avisos con mucha más anticipación para zonas vulnerables y de alto riesgo […] se tiene una alta vulnerabilidad en las comunidades y en la capacidad de respuesta dentro de los gobiernos”, dice.
Los expertos consultados por Mongabay Latam coinciden en que la ruta de atención debe estar muy bien definida en los planes de atención y que la evacuación es una de las alternativas más difíciles en términos logísticos y económicos. En el caso de una isla como Providencia, “la evacuación era irreal, no era alternativa porque no había para dónde evacuar. Es una isla pequeña que tiene mala conexión aérea y marítima con su capital, San Andrés. Lo que más conviene es que haya unos albergues antisísmicos y antihuracanes y eso debería ser relativamente fácil si hubiera voluntad política”, destaca Germán Poveda.
En medio de todas las opiniones que convulsionan la política en la región Caribe después de enfrentar grandes desastres, los científicos tienen claro que lo peor que se puede hacer es quedarse de brazos cruzados pues reaccionar y atender los desastres siempre será mucho más costoso que invertir en prevención. “Los impactos del cambio climático ante un aumento de 2,5 °C en América Latina y el Caribe podrían costar entre 1,5 % y 4,3 % del PIB, mientras que los costos de adaptación no superarían el 0,5 % del PIB regional”, se lee en el libro Adaptación frente a los riesgos del cambio climático en los países iberoamericanos.
Adicionalmente, la publicación resalta que, entre 1972 y 2010, los costos por daños y pérdidas debidos a desastres climatológicos en los distintos sectores productivos de América Latina y el Caribe llegaban a 106 427 millones de dólares.
Las condiciones socioeconómicas de los países caribeños explican una parte de la vulnerabilidad a la que están expuestos. Las comunidades han visto en el turismo una opción de ingresos y esto, de una u otra forma, ha llevado a una fuerte densificación de las costas y a la construcción de infraestructuras que no siempre tienen en cuenta variables ambientales.
Esa, sin duda, es una situación compleja a la hora de tomar decisiones. Para Miguel Cifuentes, investigador del Centro Agronómico Tropical de Investigación y Enseñanza (Catie) en Costa Rica, muchas veces el desarrollo turístico y los beneficios económicos que este trae se sobreponen a la conservación de los ecosistemas marinos y costeros y aún no se ha logrado un balance. Conservarlos y recuperarlos, para el experto, es complicado “porque ya hay millones de personas que dependen del turismo y a eso súmale el efecto económico de la pandemia. Tenemos situaciones socioeconómicas complicadas, donde la gente está sufriendo”, explica.
Lo cierto es que ecosistemas marino-costeros saludables son indispensables para mitigar los efectos de huracanes y tormentas cada vez más fuertes y frecuentes.
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Barreras naturales que protegen
Los ecosistemas marinos y costeros, entre los que se destacan los arrecifes de coral y los manglares, son barreras naturales que ayudan a mitigar algunos de los efectos de huracanes y tormentas. En adaptación al cambio climático suelen mencionarse como infraestructura verde o, en otras palabras, son soluciones basadas en la naturaleza.
Miguel Cifuentes ha estudiado durante años el papel primordial de los ecosistemas a la hora de enfrentar eventos hidrometeorológicos. “Los corales tienen la capacidad física de disminuir la energía que traen las olas. Mientras más rugosa sea una superficie, más resistencia genera. Los manglares tienen la capacidad de amortiguar el efecto de las marejadas y los vientos que azotan la costa. Además, los bosques que están detrás de los manglares demoran la entrada de agua de mar tierra adentro”, cuenta.
Cifuentes asegura que lo importante es conservar este gran complejo ecológico marino-costero pues uno de los errores más frecuentes es ver a cada uno de estos elementos por separado. Sin embargo, esto no es nada sencillo. Según dice, los gobiernos muchas veces optan por infraestructuras grises o duras, como diques o muros, porque son percibidas como soluciones que pueden ser implementadas rápidamente, “mientras que las soluciones basadas en la naturaleza tardan mucho más en consolidarse y en que podamos observar su efecto beneficioso […] un ecosistema joven de manglar puede observarse entre 5 y 15 años. Eso en términos de expectativa política es demasiado tiempo pero en términos ecológicos es casi que un abrir y cerrar de ojos”.
A nivel político, esta “demora en beneficios” es un argumento que dificulta que los gobiernos piensen en la conservación y restauración de ecosistemas de coral y manglar. Sin embargo, no interesarse en las soluciones basadas en la naturaleza es un arma de doble filo.
Así como los huracanes y las tormentas podrían verse intensificadas por el cambio climático, los científicos también han asociado este fenómeno con la muerte de corales, lo que, a su vez, hace que las poblaciones y las infraestructuras costeras estén más desprotegidas. “La situación es muy crítica porque el cambio climático está llevando a la muerte de los corales debido a un aumento de la temperatura del mar y a la acidificación del océano. El Caribe es una de las zonas de la Tierra donde más rápido se están perdiendo corales”, asegura Germán Poveda. En el caso de los manglares, según cuenta, se han dado fuertes procesos de deforestación.
El asunto no es simple. En el Caribe se ha dado una transición de infraestructura verde hacia infraestructura gris y esto ocurre en pocos meses o días mientras que “la recuperación de la infraestructura verde tarda muchísimos años. Hemos perdido esa gran capacidad acumulada por miles de años y hemos dejado de percibir sus beneficios al reemplazarla”, cuenta Miguel Cifuentes.
Por otro lado, el investigador costarricense comenta que la recuperación de ecosistemas de manglar que han sido afectados por tormentas y huracanes es relativa pues ayudan a proteger las costas pero si se enfrentan a eventos cada vez más fuertes y frecuentes, el daño se acumulará y su recuperación será más lenta.
“Hay que tener en cuenta que muchos de estos ecosistemas caribeños ya están adaptados a estos ciclos de impacto de tormentas y huracanes porque estos eventos han ocurrido a lo largo de toda la historia. El punto crítico es que los mayores efectos los estamos percibiendo ahora porque son más intensos y frecuentes. Estamos cruzando los umbrales de resistencia y resiliencia de los ecosistemas naturales”, enfatiza Cifuentes.
A su paso por Colombia y Nicaragua, Eta e Iota tocaron áreas naturales protegidas. Organizaciones como Parques Nacionales Cómo Vamos, en Colombia, están a la espera de conocer, en un futuro, cuál fue su aporte en la mitigación del impacto de Iota en el Caribe del país. “Cuando se avance en la cuantificación y ubicación geográfica de los daños, podremos comprobar el papel que cumplieron estos ecosistemas ante la magnitud de un huracán 5 [Iota]; tenemos una gran oportunidad para evaluar los efectos ecosistémicos ya que un equipo de científicos del Invemar [Instituto de Investigaciones Marinas y Costeras] se encontraba en Providencia antes de la llegada del huracán”, relatan en un artículo publicado recientemente, al referirse al Parque Nacional Natural Old Providence McBean Lagoon que hace parte de la Reserva de Biósfera Seaflower.
En Nicaragua hay preocupación. Víctor Campos, director Ejecutivo del Centro Humboldt, recalca que los dos huracanes pasaron por la Reserva de la Biósfera de Bosawás pero en buena parte de la trayectoria no había cobertura boscosa. “En lugar de encontrarse con atenuantes, los huracanes se encontraron con pastizales. Eso es solo un indicador de que nuestro sistema nacional de áreas protegidas no está siendo manejado de la forma más apropiada para mantener las características e integridad ecológica de estos territorios” dice Campos y agrega que “lo que teníamos para protegernos ya no está o está deteriorado”.
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Las lecciones de María
El año pasado, la revista Nature Communications publicó un artículo que analizó los impactos del huracán María (2017) sobre los bosques de Puerto Rico. De acuerdo con los resultados, María no solo destruyó muchos más árboles que cualquier tormenta previamente estudiada sino que los árboles grandes y viejos, que se pensaba que eran especialmente resistentes a las tormentas, sufrieron lo peor.
La autora principal, María Uriarte, miembro de la facultad del Earth Institute de la Universidad de Columbia, asegura que estos huracanes van a matar y romper más árboles. “Los bosques se harán cada vez más pequeños y menos diversos porque no tendrán tiempo de volver a crecer”, dice.
Los investigadores descubrieron que María mató directamente el doble de árboles que tormentas anteriores —huracán Hugo en 1989 y huracán Georges en 1998— y rompió tres veces más árboles. Las fuertes lluvias desestabilizaron el suelo e hicieron que muchos de ellos fueran arrancados de raíz.
“Los cambios esperados en los vientos huracanados y las lluvias pueden tener profundas consecuencias para la resiliencia a largo plazo de los bosques tropicales en la cuenca del Atlántico Norte”, dice el estudio.
La investigadora le dijo a Mongabay Latam que “si los huracanes se vuelven más severos, a largo plazo vamos a tener menos carbono en el ecosistema porque los árboles grandes, que son los que contienen la mayor parte, no tienen tiempo para llegar a ese tamaño”. Para ella, hay una gran incertidumbre con el carbono que va al suelo pues mucha madera cae y es poco lo que se sabe sobre lo que ocurre una vez se descompone.
De acuerdo con el estudio, la pérdida potencial de muchas especies de árboles podría tener efectos en cascada sobre la vida silvestre y las plantas del bosque. Se alteraría la dinámica de crecimiento de los bosques y se emitiría más carbono del que pueden absorber los árboles mientras crecen y maduran. Una de las conclusiones más preocupantes es que los bosques ayudarían a alimentar el calentamiento global que los afecta.
La tendencia será a tener tormentas y huracanes más fuertes y frecuentes. Si no se escucha a la ciencia será imposible dejar de lamentar grandes tragedias año tras año.
*Imagen principal: Primera visita del gobierno colombiano a la isla de Providencia. 17 de noviembre 2020. Foto: Efraín Herrera.
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