- Un científico colombiano está rastreando el ADN y el origen de las partes de tiburón traficadas en China.
*Este artículo es una colaboración periodística entre Mongabay Latam y Diálogo Chino.
Con un corte fino, Diego Cardeñosa extrae un diminuto trozo de carne de una aleta de tiburón. Lo lava y lo mezcla con un coctel químico para extraer su ADN. La misión de este científico colombiano es determinar cuáles son las especies amenazadas que componen los mercados de Hong Kong —el mayor importador y exportador de aletas de tiburón del mundo— y Guangzhou —el más grande de China continental—.
El trabajo de este biólogo en los últimos seis años ha sido determinante para establecer de dónde provienen estas especies y entender mejor un negocio tan lucrativo que, se estima, extrae unos 100 millones de tiburones del océano cada año para comercializar sus partes, dejando a muchos al borde de la extinción. Un laboratorio portátil, que Cardeñosa ha venido diseñando y mejorando con el tiempo, podría ser la solución más rápida y efectiva para combatir su tráfico ilegal. “Es una prueba tipo covid para tiburones”, explica.
Rastreando aletas
Comprar un kilo de aletas grandes de tiburón puede costar 1000 dólares, por lo que Cardeñosa se vio obligado en 2014 a ingeniarse una manera más económica de monitorear los dos mercados asiáticos. Su estrategia fue concentrarse en un subproducto: las aletas procesadas.
Estas vienen en bolsas con cientos o miles de retazos triangulares de carne de tiburón que han pasado por un proceso químico en el que les quitan la piel y la musculatura. Al final, lo único que queda es una estructura filamentosa de color amarillo que se disuelve en las sopas y da una contextura parecida a los fideos. Una sola taza, símbolo de estatus y de prosperidad económica en algunos países de Asia, puede costar en un restaurante hasta US$ 300.
Como todas las aletas pierden su forma y coloración original y no se pueden identificar a simple vista cuando están exhibidas, los científicos deben analizar el ADN de cada una de las muestras para determinar de qué especie se trata.
Pero Cardeñosa se topó con un problema: ¿cómo analizar un ADN que ha perdido su calidad y está fragmentado? Cuando el tiburón está vivo, el cuerpo tiene mecanismos para auto reparar el ADN si se daña, pero una vez el animal muere y su aleta es cortada, esos mecanismos se desactivan y el ADN empieza a degradarse de manera natural.
“Normalmente una prueba de ADN para tiburón se hace con un gen llamado Citocromo oxidasa I, que tiene alrededor de 650 pares de base (una secuencia de letras relativamente larga que empieza así: CGATTTCCCAATATCAAACACC), pero como el ADN se degradó y quedó fragmentado, ideamos un protocolo que utiliza un pedazo de solo 150 pares de base para la identificación”, explica Cardeñosa, que dirige la Fundación Colombia Azul. Aunque esos retazos de carne son tan chiquitos como la tercera parte de un grano de arroz, ahí está la información necesaria para secuenciar.
Seis años y 12 000 muestras después, él y sus cinco colegas estadounidenses descubrieron que en los mercados de Hong Kong y China hay cerca de 90 especies de tiburones, sin embargo, solo cinco dominan el negocio: el azul, el sedoso, el martillo común, el martillo liso y el mako. “De cada 100 muestras que tomamos, 70 son de estas mismas especies”, señala el doctor en ciencias marinas.
Lo más preocupante de este hallazgo es que de ese top 5, cuatro están catalogadas como especies en peligro de extinción por la Lista Roja de la Unión Internacional para la Conservación de la Naturaleza (UICN) y aparecen en el Apéndice II de la Convención sobre el Comercio Internacional de Especies Amenazadas de Fauna y Flora (Cites) que regula el comercio de animales y plantas silvestres.
Actualmente hay alrededor de 39 000 especies listadas allí. La gran mayoría figuran en el Apéndice II, lo que significa que no están necesariamente amenazadas de extinción pero podrían llegar a estarlo si no se controla estrictamente su comercio. Para ello las autoridades exigen permisos de exportación que certifiquen que no se está perjudicando la supervivencia de la especie y que demuestren que esos animales fueron capturados legalmente.
Cuando los investigadores se dieron cuenta de que estas especies amenazadas ocupaban una parte tan significativa del mercado de aletas de tiburón, rápidamente se hicieron una pregunta adicional: ¿Se están incumpliendo las restricciones internacionales? Al revisar los datos de importaciones legales de tiburones en Hong Kong entre 2015 y 2017, encontraron que solo el 0,4 % de las aproximadamente 5000 toneladas de aletas importadas correspondían a especies Cites.
“Con esos números, lo más lógico es pensar que las especies Cites son escasas en los mercados, pero en realidad encontramos que representaban el 15 %”, dice el científico colombiano. “Eso significa que, incluso listadas bajo una figura internacional de protección, su tráfico ilegal continúa siendo alto”. Es decir, la comparación de sus hallazgos con los registros legales sugerían que había mucho más por debajo del iceberg.
Víctimas desde México hasta Perú
Un par de horas después de sustentar su tesis doctoral en la Universidad Estatal de Nueva York en Stony Brook, en mayo de 2020, Diego Cardeñosa se enteró de que las autoridades aduaneras de Hong Kong habían realizado la incautación más grande de aletas de tiburón de la historia: 26 toneladas de unos 38 500 tiburones provenientes de Ecuador. Todo el cargamento, distribuido en dos contenedores, estaba valorado en US$1,1 millones.
Los resultados de su última investigación, entonces, no eran descabellados. Con las mismas muestras que Cardeñosa tomó de los mercados asiáticos para saber cuáles eran las especies más comunes, empezó a identificar su procedencia. El equipo se concentró en una especie particular: el tiburón zorro (Alopias pelagicus), que utiliza su cola para cazar dado que tiene mandíbulas muy pequeñas. Hallaron que el 85 % de las aletas de Guangzhou y Hong Kong provienen del Pacífico oriental tropical, desde México hasta Perú.
Los científicos hicieron la investigación con datos del tiburón zorro y no del azul, que es el más comercializado, porque —según explica Diego Cardeñosa— este último “no es una especie Cites y es altamente migratoria, eso significa que es muy difícil saber si viene del océano Índico o del Atlántico, dado que el ADN entre sus poblaciones es bastante parecido y esas diferencias genéticas se tienden a homogeneizar, mientras que las diferencias entre las poblaciones del tiburón zorro están tan marcadas que parecieran ser dos especies”.
Aunque no se puede identificar el país exacto del que provienen las aletas, el estudio, publicado en la revista Animal Conservation, demuestra que los ojos deberían estar puestos en América Latina. “Es súper importante saber de dónde vienen porque con eso se priorizan recursos para conservación”, explica.
De hecho, la última semana de septiembre, más de 300 embarcaciones, principalmente chinas, que se encontraban frente a las Islas Galápagos se desplazaron hacia Perú. Según la organización ambiental Oceana, esa flota acumuló más de 70 000 horas de pesca en Ecuador entre el 13 de julio y el 13 de agosto.
Oceana no solo hizo un llamado para asegurar que todos los alimentos de origen marino sean “seguros, se capturen legalmente y se obtengan de manera responsable”, sino también advirtió que la flota china se ha visto implicada “sistemáticamente en violaciones relacionadas con la sobrepesca, la pesca de especies de tiburón en peligro de extinción, la intrusión ilegal en la jurisdicción, la concesión de licencias y documentación de capturas falsas, además de trabajos forzados”.
“El estudio genético ayuda a identificar las especies y su procedencia, pero no necesariamente a disminuir el tráfico de aletas o aumentar la conservación de los tiburones y sus ecosistemas”, dice la bióloga marina Sandra Bessudo, que ha liderado la conservación de la isla de Malpelo en el Pacífico colombiano, hoy parque nacional y Patrimonio de la Humanidad. Lo ideal, dice, sería poner en marcha una vigilancia coordinada como región, no esfuerzos individuales y segregados.
“Que los países se unan en una lucha contra la pesca ilegal no declarada y no reglamentada en la que a través de satélites y en tiempo real se sepa el movimiento de absolutamente todas las embarcaciones en altamar es la única manera de saber realmente qué es lo que está pasando y dirigir acciones efectivas de control y vigilancia, sea por agua o aire”, asegura Bessudo, directora de la Fundación Malpelo.
China aparece en el primer puesto en el índice de pesca ilegal, no declarada y no reglamentada (IUU, por sus siglas en inglés), que elabora la Iniciativa Global contra el Crimen Organizado Transnacional y reúne a más de 500 expertos en economías ilícitas.
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Pruebas rápidas para detectives de aduanas
El objetivo detrás de datos como los de Cardeñosa es ayudar a disminuir el tráfico ilegal de especies Cites y mejorar la capacidad de las autoridades para detectarlas. Para ello el biólogo colombiano diseñó un laboratorio portátil junto al doctor Demian Chapman, que arroja resultados en tiempo real y permite a los funcionarios de los puertos y aeropuertos identificar cuáles son las especies que hay en los contenedores y maletas que inspeccionan.
Cada muestra del DNA Toolkit, como lo llamaron, tiene un valor de US$0,94 y tarda 3 horas y media, máximo, en dar respuesta. Cuando un inspector de aduanas analiza el pequeño pedazo de carne del animal, aparece una curva en su computador. Cada curva, a través de sus variaciones específicas, representa a una especie distinta. Si no aparece nada en la pantalla, significa que no se trata de un tiburón Cites. “Esto es crucial porque muchas veces los procesos judiciales no avanzan o se entorpecen por no tener respuestas a tiempo”, dice Cardeñosa, quien vive entre Colombia y China. Hoy el método se usa en Hong Kong, Perú y se comenzará a implementar en Indonesia el próximo año.
El laboratorio portátil fue evolucionando con los años. En 2019, las autoridades ambientales y aduaneras de Hong Kong le propusieron a Diego Cardeñosa crear un método similar, pero para anguilas, otra especie comercializada para preparar sushi y otros platillos.
En vez de droga, las ‘mulas’ transportan anguilas bebés vivas en los equipajes, explica Cardeñosa. El problema es que cuando están muy chiquitas no se puede saber su especie, “entonces las autoridades solo podían confiscar el cargamento pero no judicializar a las personas por el delito de tráfico ilegal”.
Eso cambió en diciembre de 2018. Diego Cardeñosa recibió una llamada urgente. Las autoridades de Hong Kong le dijeron que dos personas acababan de llegar desde España con cuatro maletas llenas de anguilas y lo necesitaban de inmediato para poder identificarlas. El colombiano agarró su laboratorio portátil, llegó al aeropuerto de la ciudad e hizo las pruebas: todas eran anguilas europeas, catalogadas como en Peligro Crítico de extinción. “Gracias a esa identificación se pudo hacer la primera judicialización en la historia de Hong Kong por tráfico ilegal de anguila europea”, celebra Cardeñosa.
En Colombia también se hizo un ejercicio similar con tortugas mata mata. El problema es que hay dos poblaciones en el país, una del Amazonas y la otra del Orinoco, pero no es fácil distinguirlas. “Cuando se captura un cargamento ilegal se debe hacer una reintroducción, pero primero debes hacer un análisis de ADN para saber de cuál lugar viene. Si no lo haces y la embarras, empiezas a intervenir en procesos evolutivos y a desbalancear las poblaciones”, explica el investigador.
El método que Diego Cardeñosa diseñó permite a las autoridades detectar, en máximo 2 horas, de dónde vienen. Este año se hizo la primera prueba con un cargamento confiscado en Leticia, el puerto colombiano sobre el río Amazonas, con alrededor de 2000 tortugas que, de acuerdo con el análisis de ADN, venían del Orinoco. Este tipo de pruebas permiten ahorrar dinero, tiempo y, sobre todo, evitar que muchas mueran en cautiverio antes de ser reintroducidas a su hábitat.
Para Cardeñosa, más allá de los beneficios de conservación que hay detrás de secuenciar el ADN de las especies, lo más importante es responder las “preguntas más básicas de la ciencia”: ¿En dónde están las áreas de conservación para los tiburones?, ¿cuál es el estado de las poblaciones?, ¿qué especies hay?, ¿en qué sitios hay más y menos?, ¿cuáles son las variables que inciden?, ¿cómo podemos implementar medidas de manejo pesquero para recuperar las poblaciones de tiburones que ya no son tan abundantes?
“Sin esos muestreos podemos inventarnos cualquier cantidad de cosas, pero no van a ser eficaces si no conocemos el qué, dónde, cuándo y porqué”, remata Diego Cardeñosa, quien también ha encontrado ADN de tiburones en concentrado para mascotas y cosméticos. “No tenemos información de ciencia básica y así no se puede avanzar”.
* Imagen principal: Los pescadores con redes de enmalle tiran de los tiburones zorro (Alopias vulpinus) del barco pesquero hacia la orilla. Huatabampo, México, Mar de Cortés
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