- Guillermo Valverde y Andrea Mora llevan años reproduciendo, en su jardín, a las amenazadas abejas meliponas (sin aguijón). Sin embargo, la tarea es cada vez más difícil.
- Cada vez que los monocultivos de piña, palma africana y yuca que rodean su casa se riegan con pesticidas, sus abejas se mueren.
- En los últimos seis meses, Guillermo y Andrea han emprendido una batalla para frenar la muerte de los polinizadores y aún siguen a la espera de un apoyo institucional concreto.
“Esta colmena de madera rústica es la primera casita para abejas meliponas que construí hace 20 años. La llamo reliquia: para mí es sagrada”, explica Guillermo Valverde Azofeifa, de 63 años, mientras pasea entre flores melíferas y árboles frutales del jardín donde tiene 50 colmenas de diferentes especies de abejas nativas sin aguijón (meliponas). Este escenario idílico, sin embargo, cambia abruptamente a pocos pasos de su casa, allí donde los monocultivos de yuca ocupan grandes extensiones de territorio. “El vecino usa demasiados venenos: si esto sigue así desaparecerá lo que hemos conservado durante las últimas dos décadas. Es tan duro ver morir a nuestras abejas. Son seis meses que estamos batallando para salvarlas”, continúa Valverde.
Su casa se encuentra en el pueblo de Iztarú, a 20 kilómetros de Guápiles, al noreste de Costa Rica. Es una zona cercana a la frontera con Nicaragua, ubicada a dos horas del límite, y caracterizada por el auge de los monocultivos. De hecho, al lado de su jardín se asoman tres hectáreas de yuca y a tan solo tres kilómetros aparecen extensos monocultivos de piña que colorean el horizonte hasta donde alcanza la vista.
“Las meliponas están en peligro. Han cortado muchos bosques para hacer potreros y fincas. Estamos rodeados por palma africana, piña y tenemos un cultivo de yuca al lado de casa: cada vez que usan pesticidas nuestras abejas mueren porque traen polen envenenado”, explica Valverde.
Hace más de dos décadas Guillermo Valverde Azofeifa se casó con Andrea Mora Montero, de 37 años, con la cual comparte la pasión por estos insectos ancestrales de Centroamérica, considerados dioses por los pueblos originarios Mayas. Juntos impulsaron este proyecto de conservación de abejas nativas. En su jardín habitan siete especies de abejas sin aguijón, cruciales para la polinización en particular de frutos tropicales y productoras de diferentes tipos de miel: desde las más grandes como la Melipona costaricensis a las más pequeñas, la Plebeia frontalis, pasando por la Tetragonisca angustula —la especie favorita de Andrea Mora— y también abejas solitarias hospedadas en un refugio hecho con cañas de bambú.
Preservar a las abejas meliponas es una pasión a la cual la pareja dedica todo su tiempo y que recientemente se ha convertido en una batalla. “Hace dos años el vecino empezó a rociar la yuca con pesticidas, desde entonces hemos perdido la mitad de nuestras colmenas. Algunas están muriendo ahora mismo, después del último riego”, continúa Valverde mientras abre una colmena de la especie Mariola (Tetragonisca angustula), que murió recientemente. Las flores violetas pintadas encima de la caja dejan paso en el interior a una masa marrón sin forma en la que se ha transformado la cera y el polen.
“En los últimos seis meses hemos probado pedir ayuda a las instituciones: antes al Servicio Nacional de Salud Animal (SENASA), al Ministerio de Agricultura y Ganadería (MAG) y luego con una denuncia que hemos llevado al Juzgado Agrario de Guápiles”, explica Andrea Mora Montero, que hoy lleva puestos unos pendientes con forma de abeja. “Ahora esperamos la visita del ingeniero del MAG para que pueda comprender nuestra actividad de meliponicultores, que dicen no conocer, y entender qué medidas imponer al vecino. Sentimos que nadie reconoce la importancia de las abejas, nos dejaron solos en esta batalla. Y ver morir a las meliponas me entristece tanto”.
“Aquí cortan todo para poner potreros y piñeras”
“Hemos plantado un jardín lleno de flores melíferas para que las abejas se queden aquí para nutrirse y no vayan a recolectar polen en la yuca del vecino o aún más largo cerca de la piñeras”, explica Valverde, mientras indica la variedad de flores del jardín como pequeños girasoles, corona de cristo (Euphorbia milii) y diferentes tipos de albahaca, entre otros. “Al horizonte había una montaña cubierta con bosque primario. Hace cinco años, trajeron una excavadora, hicieron unos huecos gigantes, talaron árboles y nunca hubo control forestal. Pudimos rescatar a una colmena, luego chapearon y vendieron el terreno a las piñeras”, concluye Valverde.
La pérdida de hábitat impacta drásticamente a las abejas por falta de plantas y de flores para nutrirse y construir nidos, lo que podría provocar la desaparición de las especies y la contaminación de matrices ambientales. ”La fragmentación de los suelos, la pérdida de nichos ecológicos, el cambio climático que incide sobre la floración, el uso de agroquímicos: estos son peligros para las abejas que tenemos en Costa Rica. Desde la exótica (melífera) hasta las nativas (meliponas) y las solitarias”, explica Mariana Acuña Cordero, bióloga y experta de abejas nativas en Costa Rica. “Hay alrededor de 700 especies de abejas en el país, pero no hay estudios exactos sobre la cantidad y la influencia de las variables que llevan a la mortalidad de abejas”, dice.
A pesar de que en el país se ha logrado mantener o aumentar la cobertura boscosa, la presión de los monocultivos, la urbanización y la pérdida de bosques llevan a la disminución de ambientes amigables para las abejas.
En el país, según los últimos datos de REDD+ (estrategia de la Naciones Unidas para la reducción de las emisiones derivadas de la deforestación y la degradación de los bosques), la deforestación de los bosques primarios en los últimos tres años se estima en alrededor de 1,4 hectáreas por año, como evidencian también los datos de Global Forest Watch. Lo que más aumentó fue la pérdida de áreas de menos de una hectárea de bosque.
“Hemos notado el crecimiento de la actividad que denominamos degradación forestal”, dice Héctor Arce Benavides, director del programa REDD+ en Costa Rica. “Esta actividad se refiere a la extracción de biomasa sin necesidad de cambio de uso de suelo. Se trata de pequeñas áreas de bosques muy difíciles de evaluar con imágenes de satélite o de extracción de árboles grandes de la periferia de los bosques”, explica el experto consultado por Mongabay Latam.
Esto significó un aumento de un 100% “en emisiones de gases de efecto invernadero”, asegura Benavides. “Pasamos de 1.3 millones de toneladas por año a 2.5 millones para 2018 y 2019”.
El Ministerio de Ambiente y Energía de Costa Rica (MINAE), por su parte, asegura que los monocultivos no son un factor de pérdida de bosque. “Los monocultivos no tienen mucha incidencia en ese aspecto de deforestación, ya que los principales cultivos están establecidos en áreas definidas desde hace mucho tiempo, lo cual no es un vector de deforestación significativo”, señaló a Mongabay Latam en un correo electrónico.
Un océano de piñas
Desde el meliponario de Andrea Mora y Guillermo Valverde se puede llegar a los extensos monocultivos de piña recorriendo una calle llena de baches con dirección a la ciudad de Guápiles. A lo largo del trayecto, aparecen primero los cultivos de palma africana, un aeropuerto privado y luego las piñeras que se asoman por ambos lados de la calle como una manta verde e inmóvil separada en filas ordenadas. El sol tropical de medio día ilumina las hojas de las plantas: un desierto verde donde no hay nadie trabajando y tan solo una máquina de riego agrícola pasa con sus amplios brazos mecánicos para rociar con pesticidas. Las piñeras siguen hasta llegar al borde con Nicaragua, aproximadamente a 160 kilómetros de Guápiles.
“El estado no está para controlar la expansión de monocultivos en el ambiente y los daños en la salud de las personas. La marca Costa Rica es un sello verde muy superficial, si uno rasca un poquito se va a dar cuenta de todas las incongruencias que hay”, explica Tania Rodriguez Echavarría, profesora de Ecología Política en la Universidad de Costa Rica (UCR) que estudia el extractivismo en las regiones fronterizas del país.
En particular en esta zonas el cultivo de piña ha entrado dentro de las áreas protegidas de Costa Rica, como el Parque Nacional Tortuguero y el Refugio Nacional de Vida Silvestre Mixto Maquenque, un importante santuario de humedales. “Los piñeros han aumentado sus áreas y crecido hasta en zonas protegidas. Han drenado y secado humedales para poder sembrar, sobre todo cerca de Caño Negro y de la zona fronteriza con Nicaragua”, explica Fernando Ramírez Muñoz, investigador de Estudios en Sustancias Tóxicas de la Universidad Nacional (IRET-UNA). Según los análisis más recientes del sistema de Monitoreo del Cambio de Uso y Cobertura del Suelo en Paisajes Productivos (MOCUPP), el cultivo de piña generó una pérdida de cobertura arbórea de más de 343 hectáreas en el periodo 2017-2018.
Para las abejas, los efectos letales y subletales de los pesticidas utilizados en los monocultivos son evidentes, como en la finca de Andrea Mora y Guillermo Valverde. Johan Van Veen, director del Centro de Investigación Apícolas Tropicales de la Universidad Nacional (UNA), explica que los pesticidas tienen dos efectos: “el veneno llega a las abejas y a sus colmenas con una alta mortalidad”, asegura, pero “también hay un efecto indirecto porque eliminan muchos de los alimentos que [las abejas] necesitan durante todo el año”, agrega. “Lamentablemente Costa Rica, a pesar de tener una imagen de país verde que apoya al turismo ecológico, tiene un alto uso de plaguicidas que realmente afecta mucho a las abejas”, concluye Van Veen.
Aunque en el país existe un proceso de registro de plaguicidas de uso agrícola desde el año 2007, mediante el cual “se ha buscado avalar únicamente el uso de plaguicidas con riesgos ambientales aceptables, como manera preventiva de la afectación ambiental”, asegura el MINAE, estudios de Pesticides Action Network, demuestran Costa Rica es el país con mayor utilización de pesticidas por hectáreas en el mundo, con más de 20 kg por hectárea cultivada.
“La carrera de expansión de los monocultivos genera mucho dinero y de los que más sufren son los bosques sobre todo los secundarios y hasta los primarios”, dice Fernando Ramírez Muñoz, quien también es parte de Pesticides Action Network.
Según explica el experto, la deforestación se da de manera gradual, casi “solapada”. En primer lugar, se tumban los árboles, se extrae la madera valiosa, se entierra la otra y el terreno se usa para el cultivo. Esto pasa también en los bosques primarios: después de la extracción de madera útil se convierten en secundarios que luego se destinan más fácilmente a uso agrícola “y cuando nos damos cuenta el cambio se da a un monocultivo”, dice Ramírez.
“Muchas veces la presión para el uso de plaguicidas está relacionada con el aumento de la productividad: la consecuencias son la degradación de los suelos, contaminación de aire, del agua y la pérdida de fauna como los insectos”, continúa Ramirez Muñoz, que en sus clases universitarias está intentando incentivar el uso de las alternativas biológicas a los pesticidas entre sus estudiantes.
La batalla por salvar a las abejas
“Nos sentimos solos. Las instituciones, los agricultores, no entienden la importancia de las abejas. Dicen que la meliponicultura es una vagancia”, cuenta Andrea Mora.
En los últimos seis meses han pedido ayuda para frenar la muerte de los polinizadores y aún siguen a la espera de un apoyo institucional concreto. “Tuvimos que explicarle todo sobre meliponicultura al abogado que quiso seguir la denuncia en el Juzgado Agrario de Guápiles. Sabemos que hay riesgos, el abogado nos avisó que podríamos salir más perjudicados si tuviéramos que perder la causa o cargar con los gastos, como el pago de una reja para separarnos del cultivo de yuca, por ejemplo. Estoy cansada de enfrentarme, solo quiero concientizar sobre la importancia de las abejas y que sea posible una alianza entre meliponicultor y agricultor”, dice Mora Montero.
La bióloga Mariana Acuña asegura que “hay mucha presión económica que impide que haya políticas públicas que realmente regulen el uso de los agroquímicos. Los intereses económicos siempre están allí con el banano, la piña, el melón y los otros cultivos”, dice la experta, que al mismo tiempo precisa que, “la diversidad de las abejas es clave en los ecosistemas. Hay que dejar de tener una visión antropocéntrica, considerar la salud global para hoy y el futuro”.
Acuña está involucrada en un proyecto de la Cámara Nacional de Fomento de la Apicultura que busca impulsar que las municipalidades de Costa Rica declaren “Cantones amigos de las abejas” y emprendan iniciativas espontáneas para cuidarlas, entre ellas siembra de flores melíferas y educación ambiental. “De momento han adherido 48 municipalidades, es una iniciativa nueva que esperamos sea un paso adelante para que algo se pueda lograr en el futuro”, concluye la bióloga.
A pesar de las iniciativas municipales, el silencio de las instituciones es un problema que afecta a la pareja de meliponicultores. Andrea Mora está cansada de batallar con el vecino que fumiga con pesticidas el cultivo de yuca, mientras que Guillermo Valverde quiere seguir adelante para cuidar la salud de su hija Valeria de 19 años y de su hijo Kevin de 11. “Cuando riegan con pesticidas el humo se huele mucho hasta en nuestra casa. Mis hijos tienen asma, si esto sigue así apelaré al Ministerio de Salud”, concluye Valverde. “No quiero que mis colmenas queden solo como un recuerdo en las fotos: es demasiado doloroso pensar que un día tenga que salir en el jardín y no haya más casitas de meliponas”.
*Imagen principal: La meliponicultora Andrea Mora controla una casa de abejas sin aguijón Mariola en el jardín de su casa. La colmena fue intoxicada durante la última fumigación en el campo de yuca del vecino. Monica Pelliccia, Iztarú, Costa Rica, Octubre 2021
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