- La científica mexicana Ella Vázquez habla sobre el trabajo que, desde la ecología, se realiza para la conservación de las especies en riesgo.
- En el Día Mundial de la Vida Silvestre, la doctora en ecología y especialista en genética dice que la conservación de las especies es un asunto de ética. Sin embargo, en todo el mundo la principal amenaza que enfrentan es la pérdida de su hábitat.
Poco antes del ocaso, Ella Vázquez Domínguez y su equipo montan una fina y flexible red de niebla entre los árboles del bosque tropical que se encuentra en Yucatán, al sureste de México. Buscan murciélagos para un nuevo estudio. Para hallarlos, hay que armarse de paciencia y esperar. “Dan las diez, once, doce de la noche, una de la mañana. Pero, cuando salen, tenemos que actuar rápido y ser muy cuidadosos para zafarlos”, dice la bióloga y doctora en ecología.
Vázquez Domínguez, investigadora del Instituto de Ecología de la Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM), indaga en los aspectos genéticos y de hábitat de los murciélagos frugívoros (Artibeus jamaicensis). Para ello analiza, entre otras cosas, su microbioma, es decir, las bacterias, arqueas y virus que tienen naturalmente estas especies.
“La jornada de trabajo es muy divertida, pero, a veces, la gente dice que estamos muy locos por trabajar con murciélagos”, cuenta Vázquez. “Pero es bonito porque los ves volar y emiten sonidos muy peculiares. De un solo individuo tenemos siete muestras biológicas diferentes. Imagínate, multiplícalo por 100 individuos. Eso va al laboratorio y se hacen diferentes procedimientos dependiendo del tipo de tejido”.
Vázquez se dedica a obtener datos sobre diversidad genética en distintas especies de vertebrados, información crucial para la biología de la conservación y para entender los procesos evolutivos. Por eso, además de fascinante, su campo de estudio resulta de gran importancia, porque la información obtenida en las investigaciones se aplica en la conservación de recursos naturales, al identificar especies y poblaciones en riesgo, así como para definir y gestionar especies amenazadas y áreas de conservación.
Cuando no está forrada en ropa de uso rudo para evitar mordeduras de murciélagos, mapaches o serpientes, Ella Vázquez disfruta bucear. De no haberse enamorado de los vertebrados, su trabajo se habría concentrado en la vida marina —quizás con pulpos, el organismo que más le gusta—, pues el inicio de su carrera como bióloga se concentró en el estudio de arrecifes coralinos.
“Estar abajo del agua es, tal vez, la sensación que disfruto más que estar con los murciélagos. Estar con esa sensación de no gravedad —no como los astronautas, pero creo que es lo más cercano a eso— es para mí, lo que más me gusta”.
Este 3 de marzo se celebra el Día Mundial de la Vida Silvestre, fecha declarada por la Organización de las Naciones Unidas (ONU) para crear conciencia sobre la importancia de conservar estas formas de vida y la necesidad de combatir las amenazas que las ponen en riesgo. ¿Cómo se trabaja, desde la investigación, para aportar datos que ayuden a su conservación? En Mongabay Latam, hablamos con la doctora Ella Vázquez sobre el tema.
¿Desde cuándo estudia la vida silvestre y por qué decidió que sería su campo de estudio?
Desde muy chica, supe que había dos cosas que quería hacer: trabajar con animales y en algo que me llevara al campo, que me sacara de la ciudad en la que siempre he vivido; que me llevara a los lugares que más me gustan. Estaba entre biología y veterinaria, que eran las dos carreras que tenían esa característica. Me decanté por biología. En la licenciatura, primero empecé a trabajar con fauna de arrecifes coralinos, pensé que me iba a dedicar a la biología marina. En el posgrado y doctorado, empecé a trabajar con mamíferos —ratones en particular— y así por el resto de mi carrera. Yo me digo “bióloga de vertebrados”, porque trabajo casi con cualquier animal que se deje.
¿Qué le provoca trabajar con estas especies? ¿Qué es lo que más le emociona?
Me emociona ver a la fauna en su medio natural, me conmueve y lo disfruto muchísimo. Mi trabajo, en particular, es biología y genética. Eso implica entrar en contacto con los animales: los atrapamos, les tomamos medidas, les tomamos muestras y los liberamos. Nosotros nunca sacrificamos animales. Los que trabajan en taxonomía, en las colecciones científicas, requieren llevarse animales y material. En mi caso, no. Me emociona cualquiera de los animales que estudio, que yo pueda estar en su hábitat, que pueda aprender de lo que hacen, cómo lo hacen y por qué lo hacen.
¿Qué animales son con los que más le gusta trabajar y qué encuentra más fascinante de ellos?
Hay animales que me encantan muchísimo, pero que no los trabajo, por ejemplo, los pulpos. Son mi organismo favorito en la vida. Las ratas canguro (Dipodomys nelsoni), roedores pequeños del desierto, son muy lindas físicamente: tienen una cola larga que termina en un pomponcito. Es chulísima. Además, es un organismo muy interesante de trabajar porque vive en los desiertos, soporta condiciones muy extremas y es muy dócil. Me gusta trabajar con las especies endémicas de las islas: el mapache enano de Cozumel (Procyon pygmaeus), es una especie con la que todavía trabajamos mucho. Es encantadora, no tan fácil de trabajar y atrapar: muerden, pero me gustan muchísimo. También las serpientes. Son de los animales que más nos espantan, pero también son organismos que viven en características muy especiales. Por ejemplo, trabajamos con la boa (Boa imperator), que es una especie que está ampliamente distribuida, pero al mismo tiempo solo la encuentras en ciertas condiciones muy particulares. También es un reto trabajar especies como esa.
¿Cómo se procesan las muestras que se obtienen en campo, como en el caso de los murciélagos?
Cuando los zafamos de la red, ponemos a cada uno en saquitos de tela y los llevamos a una mesa de trabajo. Ahí, a cada individuo lo medimos, pesamos, sexamos, le tomamos una muestra de piel del ala —que es la que usamos para genética—, esa pieza se guarda en alcohol y se pone en el refrigerador. También tomamos con hisopos una muestra de boca y una muestra del ano. Todo eso se va guardando en tubos. Tomamos excretas y, si tienen, colectamos parásitos, como una pulguita o garrapata. Cuando ya le hicimos todo eso, lo soltamos y se va. En el proyecto hay una bióloga que también es especialista en divulgación y en educación para niños de preescolar y primaria. Con esto del coronavirus, los murciélagos han sido el villano de la historia. Pero son especies clave para muchísimas cosas: controlan plagas y polinizan. En México, sin murciélagos no habría agave para el tequila y el mezcal. Por eso, son especies que también tienen importancia económica.
Los biólogos también tratamos de llevar el conocimiento que se genera con las investigaciones al público no especializado. Por eso, con datos, con nuestro trabajo mostramos que los murciélagos no solo son importantes por estos motivos, sino que además no son los transmisores del coronavirus. No es que vaya a venir un murciélago, me va a morder y me va a dar coronavirus. Ni siquiera se transmite de esa forma. Entonces queremos ir haciendo conciencia o educando; sobre todo, a los más pequeños, que están más receptivos a entender que los murciélagos no transmiten coronavirus, que son terriblemente importantes y que no hay que matarlos. Esta información se está llevando a infografías que también vamos a traducir al idioma maya, para difundirlas en Yucatán.
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¿Cómo ayudan las investigaciones en genética en la protección y conservación de las especies en riesgo?
Una de las especies que me gusta muchísimo es el mapache enano (Procyon pygmaeus), endémico de Isla Cozumel. Solo vive ahí. Esta especie solía ser muy abundante y se ha ido con la urbanización, con la construcción de una carretera que le da toda la vuelta a la Isla de Cozumel. Todas esas actividades: tráfico, la misma caza de animales, ha hecho que su población se vea muy disminuida. Además, la población está muy fragmentada: una parte está en el norte de la isla y otra en el sur. Se puede pensar que hay comunicación entre las dos poblaciones, pero la información genética muestra que no, que están aislados estos dos grupos genéticamente.
Cada una de estas poblaciones está teniendo una configuración genética distinta y eso ha conllevado a que hayan perdido variación genética. Eso, en cualquier organismo, también nosotros como seres humanos, hace que se pierda potencial para adaptarte y mantenerte sano. Estos animales son más susceptibles a enfermedades. ¿Cómo aplicamos eso en conservación? Pues justamente diciendo: miren, están aislándose, están perdiendo variación genética, necesitamos proteger el hábitat, hacer corredores que les permitan moverse y volverse a conectar.
Hay un fenómeno particular en la isla: hay un muelle que te lleva a la Isla del Amor, y ahí, a estos mapaches les dan de comer: es un atractivo turístico. Darles de comer hace que se muevan todavía menos. Esto tiene consecuencias: enfermedades. Lo podemos ver con la información genética. Estos estudios nos ayudan a hacer planteamientos de manejo, sobre lo que se debe y no se debe hacer; qué animales podemos mover de un lado al otro para incrementar la variación genética. Toda esta información que vamos recabando, al paso de varios años, nos permite hacer ese tipo de propuestas para el mapache o con cualquier otra especie.
Muchas de las especies de vertebrados en México tienen algún problema de conservación, normalmente, la pérdida de hábitat.
Además del mapache enano, ¿en esa región hay otras especies en riesgo? ¿Por qué resulta importante prestarles atención?
Otro mamífero mediano, el coatí de Cozumel (Nasua nelsoni), es otra especie endémica de la isla. Las islas tienen muchas especies endémicas, porque están justamente aisladas. El coatí es más tolerante a perturbación del hábitat, pero su alimento está muy restringido a la zona de manglar, que es una franja muy pequeña. Además, esta área la han removido para construir hoteles, cerca de la playa. Eso ha impactado a la población de coatí por la transformación de hábitat y pérdida de su fuente de alimentación. También tienen susceptibilidad a enfermedades y los atropellan mucho por estar cerca de la franja costera, que es donde pasa la carretera.
¿Por qué es importante conservar estas especies? Está la parte ética: son seres vivos que forman parte de nuestro ambiente, de nuestra isla, nuestro país y nuestro planeta, eso debería de ser suficiente.
Estos dos carnívoros —el mapache y el coatí— son reguladores de otras poblaciones, de cangrejos, por ejemplo. El coatí se alimenta de cangrejos. Una función muy importante de los mamíferos es que comen frutas, excretan semillas y ayudan a la dispersión de semillas en el área donde viven. Todo esto es un proceso que regula el ecosistema completo, por eso se necesita a estos depredadores que consumen otra fauna y otra fruta. Su conservación es importante para la vegetación que, a su vez, tiene que ver con todo el ciclo del agua, del suelo, de la lluvia.
Además, tenemos otras dos especies de ratón endémico en Cozumel —son tres, pero parece que una ya está extinta, hace muchísimos años que no se le ve—, que remueven semillas, permiten la germinación, hacen madrigueras bajo el suelo y lo airean. Todo eso redunda en que tengas un ecosistema en el cual el resto del ciclo funciona. Estas especies son la rata arrocera (Cryzomys couesi), ratón de cozumel (Reithrodontomys spectabilis) y ratón de patas blancas (Peromyscus leucopus cozumelae), muy probablemente extinta.
¿Qué amenazas están poniendo en riesgo a las especies de fauna silvestre en esa zona?
En esa zona y en el mundo entero, las actividades que más afectan a la fauna y la flora, porque igual se pierden especies, es la transformación del hábitat. Puede ser el cambio de una área natural a una zona agrícola, ganadera o urbana; deforestación y plantación, como para sembrar una sola especie de árbol para la producción de madera o papel; eso es transformar de manera brutal. Esa es la primera y más importante. También está la contaminación de cuerpos de agua y de suelos, eso es fatal para el hábitat. Tenemos la introducción de especies exóticas, que no son nativas de un lugar y que, cuando llegan a un sitio, dominan y desplazan a las especies nativas. Hay muchísimos ejemplos en el mundo entero. El tráfico de animales y de plantas, como las orquídeas y las cactáceas. Con esa práctica se han perdido poblaciones enteras, porque las extraen de su hábitat natural.
¿Qué retos tiene el país para salvar los hábitats naturales y a estas especies? ¿Qué hace falta?
Tenemos en México un buen número de Áreas Naturales Protegidas (ANP), de Reservas de la Biósfera, de Parques Naturales, de Santuarios, pero la gran mayoría de estos no funcionan del todo bien por falta de personal; hay tala ilegal y extracción de flora y fauna. Entonces, requerimos fortalecer estas ANP y, sin duda, necesitamos crear más. La Comisión Nacional para el Conocimiento y Uso de la Biodiversidad (Conabio) tiene estudios extraordinarios sobre dónde deberíamos tener otras ANP.
En la Península de Yucatán, ya hay zonas totalmente transformadas, entonces, se requiere muchísima restauración. Tenemos grandes expertos en México, muy buenos en la restauración de hábitats.
Sin duda, controlar las especies exóticas, también hay muy buena información en Conabio, sobre toda la distribución de especies exóticas que hay en el país y algunas acciones que podrían ser claves y específicas. También hay que controlar el ingreso de especies exóticas. Sin duda, seguir invirtiendo en ciencia, porque, con la información que se genera con el paso de los años, se pueden tener estas propuestas específicas sobre control urbano e infraestructura.
¿Qué espera para el futuro del estudio de la fauna silvestre en México?
Que pudiéramos seguir teniendo apoyo. Estos últimos años, en nuestro país, nunca hemos llegado al 1 % del Producto Interno Bruto (PIB) dedicado a ciencia en general: médica, física, de todo. Muchas veces se proporciona el conocimiento sobre fauna, flora y ecología, pero no se aplica. Nunca hemos logrado tener un equilibrio entre desarrollo y ambiente. Hay estudios de impacto ambiental de cualquier obra en las zonas costeras y nunca o casi nunca se aplican. Si se construye, no se aplican las medidas de mitigación.
Quisiera que, de verdad, un día llegáramos a aplicar ese conocimiento y esa ley. Pero no lo veo fácil. Nos frustra muchísimo. Imagínate: una investigadora en nuestro laboratorio trabaja con cactáceas y le ha pasado que tiene sitios de estudio en el desierto de Sonora, que lleva varios años estudiando, y llega un año y ya no tienen plantas. Las plantas que tenían entre cuatro y siete años estudiando, ya no están y en su lugar ahora hay un plantío o no hay nada. Por supuesto que eso frustra, enoja y desilusiona, que no podamos tener la mínima conciencia económica, política, social… Pueden decir, ¿qué tanto importa el estudio de unas cactáceas? Pero va más allá: son fuente de alimento, de fibra, de futuras investigaciones médicas, de muchísima información que, de un día a otro, pasa un bulldozer y se la lleva. Es muchísima frustración y muchísima tristeza.
¿Y para su propio futuro haciendo ciencia?
Quisiera seguir en lo que trabajo. La carrera va evolucionando y, en mi campo, que es genética, cuando empecé, podíamos secuenciar unos 300 pares de bases, unas cosas chiquititas. Hoy estamos buscando secuenciar el genoma completo de nuestros individuos y, si no se puede completo, estamos usando unas técnicas muy modernas que pasan a lo largo de todo el genoma y rescatan cierta información.
Me veo haciendo eso: ir lo más deprisa que pueda detrás de la nueva tecnología para seguir contestando preguntas. Quiero hacer cosas con más detalle y todas englobadas en conocer el estado de las especies silvestres, genética y ecológicamente. Pero las preguntas, al final del día, son las mismas: quiero conocer a las especies, cómo están, si necesitan acciones de conservación o si estas acciones ya han dado resultados. Eso, con las herramientas que nos va dando la tecnología. Pero seguiré yendo con mis redes a atrapar murciélagos y con mis trampas a atrapar ratones, mientras los haya.
* Imagen principal: Ella Vázquez, bióloga y ecóloga mexicana. Foto: Cortesía Ella Vázquez
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