- En los bosques templados más australes del planeta, las altas temperaturas y el déficit de lluvias producto de la crisis climática ha alterado los ciclos de vida de ciertos insectos y algunas especies están ocupando lugares donde antes no podían vivir.
- Científicos miran con preocupación los humedales que se están secando y los ornitólogos temen que las aves se contagien con malaria debido a la llegada de mosquitos.
- El aumento del turismo que traerá la construcción de un muelle multipropósito preocupa a los científicos que advierten una mayor presión sobre los ecosistemas y sus servicios, principalmente el agua.
En Puerto Williams, la ciudad más austral del continente americano, hace frío. Invierno y verano, los 2800 habitantes de este lugar y, sobre todos los turistas, andan abrigados. A nadie se le ocurriría pasearse a la intemperie en camiseta. La lluvia y el viento, que a veces puede sobrepasar los 100 kilómetros por hora, calan los huesos. Pero este verano el clima no ha sido el habitual. “Hace calor”, comentan los oriundos de Puerto Williams que, por primera vez, llevan los brazos desnudos bajo un cielo completamente azul. “Acá no es normal andar en polera”, dice la biotecnóloga, Brenda Riquelme. Se trata de la última ciudad antes de cruzar a la Antártida y se ubica en la isla Navarino. Dicha isla es parte de la Reserva de la Biósfera Cabo de Hornos y es considerada un laboratorio natural debido a que, en ciertos lugares, como en el cerro Bandera, al que se llega después de una caminata nada exigente, la temperatura es la misma que en la Antártida.
De hecho, se pueden encontrar las mismas especies que en el continente blanco. Esa es una de las principales razones por las que el Centro Internacional Cabo de Hornos para Estudios de Cambio Global y Conservación Biocultural (CHIC) está ubicado en Puerto Williams. Los científicos pueden estudiar lo que ocurre en la Antártida sin necesidad de ir para allá.
La isla Navarino, sin embargo, está cambiando rápidamente debido al calentamiento global del planeta. El verano pasado “las temperaturas estuvieron muy altas”, dice Matías Troncoso, geofísico del CHIC. “Hubo más de 20 grados varias veces, cosa que antes nunca había pasado”, asegura. Además, “fue un verano muy seco”, agrega. Según los datos de la Dirección Meteorológica, en enero la isla Navarino ya tenía un 55% de déficit de lluvias respecto a la media de los últimos 60 años.
Como consecuencia, muchos barrizales, donde se acumula el lodo húmedo en cantidades tales que no es posible atravesarlos sin hundirse casi por completo, se secaron. El normalmente caudaloso río Róbalo parecía un estero. Algunas turberas —un tipo de humedal que luce como una extensa pradera repleta de esponjas rosadas sumergidas en agua— se secaron; y los árboles comenzaron a botar sus hojas creyendo que era otoño.