- En la chilena isla Navarino, donde se ubica la última ciudad del continente antes de cruzar a la Antártida, y donde en ciertos lugares la temperatura es la misma que en el continente blanco, un grupo de científicos está intentando comprender los cambios que la crisis climática está provocando en los bosques subantárticos.
- Aunque la belleza del paisaje, considerado uno de los más prístinos del planeta, atrae a curiosos de todo el mundo, el aumento de la temperatura y la disminución de las lluvias ha modificado los ciclos de vida de algunos insectos; humedales se han secado, témpanos de hielo han desaparecido y poblaciones de diferentes animales han disminuido drásticamente.
- El mensaje que los científicos buscan enviar al mundo es la necesidad de entendernos, los seres humanos, como una pieza más de un complejo engranaje en el que todos los seres vivos tienen un rol clave e irremplazable en la construcción de bienestar.
Lo primero que llama la atención es la confusa sensación térmica. El viento subantártico golpea el cuerpo con fuerza y de vez en cuando azota la cara como una cachetada, así es que obligadamente nos abrigamos con una buena chaqueta y un gorro. Por la espalda, en cambio, donde el viento permanece bloqueado, el sol de enero clava sus rayos en las pantorrillas como agujas pequeñas, así es que las 80 personas que aguardamos el zarpe del ferry en Punta Arenas, tenemos frío y calor al mismo tiempo. Algunas de esas personas son locales, gente que vive en Puerto Williams, la última ciudad del continente antes de cruzar a la Antártida y donde pretendemos llegar después de 30 horas de navegación. Las demás, la mayoría, son turistas franceses, ingleses, un par de suizos y también chilenos parapetados con equipos de alta montaña que se disponen a caminar durante cinco días por los Dientes de Navarino. Ese es el nombre de un conjunto de montañas que por sus picos rocosos y puntiagudos se asemeja a una dentadura.
Al igual que Puerto Williams, estas montañas están en una isla llamada Navarino, en la última comuna del extremo sur de Chile, Cabo de Hornos, así es que todos nos dirigimos al mismo lugar aunque el equipo de Mongabay Latam tiene otros planes: descubrir qué hace un grupo de científicos que investiga el clima, los insectos, las aves y las plantas de este lugar que, en ciertos sectores, es tan frío como la misma Antártida.
Zarpamos a las seis de la tarde. El cielo está perfectamente azul, sin ni una sola nube, y el mar del Estrecho de Magallanes está tan calmado que en el horizonte, donde se pierde la vista, es difícil distinguir dónde acaba uno y empieza el otro. A los pocos minutos, una manada de toninas —una especie de delfín que la ciencia llama Cephalorhynchus eutropia—, salta fuera del agua, se hunde, nada y vuelve a saltar acompañando la avanzada del ferry. Estamos emocionados, entusiasmados y también expectantes. Si así comienza el viaje hacia el fin del mundo, ¿con qué más nos sorprenderá esta travesía por los canales de la Patagonia?
Treinta horas de navegación
Son casi las once de la noche y todavía no oscurece pese a que el sol se ha escondido hace más de una hora detrás de los cerros. La mañana, en cambio, llega temprano, cerca de las cinco, y para ese entonces el ferry ya navega por los fiordos de la Reserva de la Biósfera Cabo de Hornos.
Los fiordos son profundos y estrechos valles que fueron excavados por la acción del hielo durante la era glaciar y que, tras su retroceso, hace unos 20 000 años atrás, fueron inundados por el mar. Visto desde el cielo, el paisaje actual es un laberinto de agua y pedacitos de tierra que forman el Archipiélago Fueguino donde crecen los bosques templados más australes del planeta, una de las razones que llevó a la Unesco a declarar esta reserva de la biósfera en 2005.