- Germán Melchor, presidente de la Asociación de Pescadores Artesanales del Serpentín de Pasamayo Toma y Calla, asumió esta responsabilidad tras el derrame de petróleo en las costas peruanas a inicios del 2022. Desde entonces no ha parado de exigir justicia para el mar y los pescadores a los que lidera.
En la zona conocida como Pasamayo, uno de los acantilados más peligrosos de la costa peruana, Germán Melchor Ibarra baja los 400 metros de dunas que se yerguen casi verticales desde el roquerío donde rompen las olas. Acompañado de sus dos hijos menores, va a supervisar las pequeñas embarcaciones que esperan en la orilla sin poder volver al mar desde que sucedió el derrame de petróleo a inicios del 2022.
Hijo y nieto de pescadores, con apenas ocho años, Melchor partía al mar con su papá cuando éste salía con su chalana por las noches, a unos 10 kilómetros de distancia en Chacra y Mar, otra zona también impactada por el derrame. Hoy, tres de sus hijos conforman la cuarta generación de pescadores en su familia y él, a sus 57 años, preside la Asociación de Pescadores Artesanales del Serpentín de Pasamayo Toma y Calla.
Como cada mes, los miembros de su agrupación se turnan para ir a las costas y revisar las 12 chalanas que no pueden salir al mar por prohibición de las autoridades y por la contaminación que permanece.
Desde el derrame, Melchor ha correteado, como él mismo dice, de un lado a otro organizando a los pescadores de la zona. En una reciente reunión en la que participó como dirigente junto a otros pescadores y a autoridades, los funcionarios del Organismo de Evaluación y Fiscalización Ambiental (OEFA) les dijeron que todo sigue contaminado y que los planes de rehabilitación del desastre todavía no se concretan. No contar con ellos perpetúa el daño ocasionado y aumenta el desespero entre los pescadores de no saber cuándo podrán regresar al mar.
“¿Por qué el Estado es tan lento?”, se pregunta Melchor.
Si pudiera regresar el tiempo, él no buscaría una vida diferente. Solo la suya hasta antes del desastre. La que tenía, dice, “cuando había abundancia”.
“Ni olas se formaban por el petróleo”
Aficionado por el mar, Melchor recuerda la primera vez que llegó a Pasamayo hace más de cuatro décadas. “De Chacra y Mar me fui a Toma y Calla por aventurero, por las especies que se podía conseguir. Ya en 1994, [un pescador experimentado conocido como] el tío López me enseñó a remar en chalanita. Me iba a unos 100 metros, de 7 a 11 de la mañana, y regresaba con una o dos cajas de pescado fino”, cuenta. Con el tiempo vio que las redes también daban buenos resultados e hizo el esfuerzo por comprar las suyas.
En verano, la mejor temporada, “podía ganar entre 500 a 1000 soles al día” (de 130 a 260 dólares). “Nosotros, los embarcados, teníamos la posibilidad de sacar cantidad de pescado porque poníamos varios trasmallos”, un aparejo de pesca que permite obtener peces considerados de carne selecta. La inversión y el riesgo de ir a pescar por las zonas rocosas valían la pena. “Caían pescados grandes de chita; corvinas de 12 kilos que llevaba a vender a 30 soles el kilo a restaurantes”, dice.
Así era la vida de Germán Melchor hasta que se dio el derrame.