- Muchos son los defensores, desde grupos indígenas hasta comunidades de pescadores descendientes de caucheros.
- En 2015, más defensores de la tierra fueron asesinados en Brasil que en ningún otro país en el mundo, según la organización de vigilancia Global Witness.
- Entre los defensores de la tierra, los activistas indígenas son los más atacados por su trabajo y activismo.
MUNICIPIO DE ALTAMIRA, Brasil – Brasil ha sido noticia recientemente por razones casi totalmente negativas —ya sea el escándalo de corrupción en curso conocido como Operación Autolavado, que ha derribado a numerosos políticos desde el 2014, o las asombrosas tasas de homicidios que desgarran el noreste del país, donde ocurre un promedio de 16 asesinatos al día.
Por otro lado, los bosques más preciados se están reduciendo en la frontera del país, la cual se encuentra en constante expansión. De acuerdo con el Instituto Nacional de Investigaciones Espaciales (INPE) de Brasil, la deforestación aumentó un 29 % en el 2016 —lo que representa un aumento del 75 % después de un mínimo histórico en el 2012. En resumen, Brasil ha tenido un mal año y no parece mejorar.
Una de las consecuencias de la crisis es que Brasil es oficialmente el lugar más peligroso del mundo para ser activista ambiental. A partir del 2015, más defensores de la tierra fueron asesinados en Brasil que en ningún otro país en el mundo, según Global Witness, una organización líder en derechos humanos. Los activistas indígenas eran los más buscados dentro de esa categoría. Según la Comisión Pastoral de la Tierra de Brasil, las últimas cifras a partir del 2016 muestran que la situación solo empeora: un aumento del 22 % en los asesinatos y un aumento de 206 % en los asaltos.
La última manifestación de violencia es sombría. A principios de mayo, 13 miembros de una tribu en el estado amazónico de Maranhao fueron atacados con machetes por rancheros que peleaban por sus tierras. El 29 de mayo, 10 activistas de derechos a la tierra que eran miembros del Movimiento de los Trabajadores Rurales Sin Tierra (MST) fueron asesinados por la policía que había llegado a su asentamiento para investigar un caso de asesinato.
Los expertos advierten que la situación podría llegar a empeorar, ya que la actual administración —dominada por los grupos de presión de la agroindustria y la minería— intenta desmantelar las salvaguardias ambientales claves que protegen los parques y reservas nacionales donde viven las comunidades indígenas y afrobrasileñas.
Mientras tanto, numerosos estudios han demostrado que estas comunidades, junto con los campesinos sin tierra y los pequeños productores, son los mejores custodios de la tierra. Un informe reciente del instituto de investigación Imazon, con sede en Brasil, mostró que las tierras privadas en Brasil tienen el nivel más alto de deforestación ilegal (59 %), mientras que las reservas y unidades de conservación de las poblaciones indígenas tenían el nivel más bajo (27 % y 1 %, respectivamente). La ganadería y la expansión de monocultivos como la soya y el eucalipto son los principales impulsores de esta deforestación, dicen los expertos. Mientras tanto, la ONU informa que la competencia mundial por la tierra y el agua, ligada a las demandas del mercado global y el cambio climático, impulsan la degradación ambiental y la violencia.
Sin embargo, a pesar de esta tendencia, los defensores de la tierra de Brasil —los cuales son muchos, desde comunidades indígenas hasta las comunidades de pescadores descendientes de caucheros—frenan el avance de la tala ilegal simplemente con su estilo de vida. Aunque la “producción económica” de estas personas no está muy valorada —si es que lo está en absoluto— su forma de vida mantiene el bosque en pie. Al aprovechar los recursos del bosque estacionalmente estos pequeños agricultores actúan como un amortiguador crucial contra la deforestación y la destrucción ecológica.
A continuación damos un vistazo a la vida de algunos de los defensores de la tierra amenazados de Brasil, que viven en Pará, el segundo estado más grande del país.
“Xoba:” cauchero
“Xoba” tiene 27 años y vive en la Reserva Extractiva Xingú. Él se gana la vida recolectando nueces de Brasil y látex. La Reserva Extractiva Xingú, creada en el 2008, es una gran área protegida por el gobierno brasileño que permite a los ribeirinhos —”gente del río”, como Xoba— aprovechar los recursos del bosque durante todo el año.
Como todos en la reserva, él tiene dos nombres: su apodo, Xoba, y su verdadero nombre, Manuel Barbosa Da Silva. Él es de lejos el cauchero más joven de la reserva.
Xoba comienza su día a las 6 a.m. extrayendo el látex de los árboles silvestres de seringa a lo largo de un sendero de 6 km (4 millas) detrás de su casa. La tarea toma más de dos horas, y a su regreso, un colega sale a recoger el látex que ha goteado en vasos de plástico sujetos en la parte inferior del árbol. En un día promedio extrae 5 galones de látex.
Xoba dice que le encanta extraer caucho porque puede trabajar bajo la sombra de los árboles y volver a casa antes del mediodía para trabajar en la cosecha o salir a pescar.
Lo más importante es que es una forma de vida que puede durar para siempre.
“Tienes que tratar al árbol con cuidado”, dice Xoba. Los árboles de caucho silvestre son muy sensibles, explica, solo se puede extraer látex una vez al día durante la estación seca —si le haces un corte muy profundo este muere. Los árboles extraídos tienen muchas cicatrices en los troncos, ya que han sido aprovechados por más de cien años.
La extracción de caucho silvestre es una profesión que está muriendo; solo quedan tres caucheros en la Reserva Extractiva Xingú.
Hay esperanza, sin embargo. Aunque muchos ribeirinhos que viven en la reserva del Xingú decidieron seguir un camino diferente —recolectar nueces del Brasil o pescar, o simplemente nunca aprender la técnica— ahora hay un nuevo incentivo para volver a aprenderla: una empresa nacional, Mercur, firmó un contrato para comprar látex de la comunidad en el 2010. El látex silvestre todavía es apreciado, ya que produce el caucho de mayor calidad en el mundo.
Cuando le preguntaron si enseñaría algún día la técnica a sus hijos, Xoba respondió con entusiasmo: “¡por supuesto!” Él ya le ha enseñado a su sobrino.
“Caboco:” pescador
Jailson Juruna, de 36 años, es un miembro ingenioso y carismático de la tribu juruna. Es un orgulloso padre de cinco, y pescador, como el resto de su tribu. Atrapa peces usando una red o un arpón improvisado que construye a partir de una barra de hierro como la que se encuentra en los cimientos de las casas.
Juruna es una comunidad indígena que habita en la “Gran Curva” del río Xingú, un importante afluente del Río Amazonas. Jailson Juruna es el segundo jefe de su comunidad, ubicada en Murati, a menos de 10 millas río abajo de la tercera represa más grande del mundo: la hidroeléctrica de Belo Monte —un mega proyecto multimillonario terminado en el 2015.
Las consecuencias de la represa han sido devastadoras para la comunidad, ya que redujo drásticamente las poblaciones de peces —la dieta básica para los juruna— y cambió sus costumbres y medios de subsistencia.
“Todo siempre giraba en torno a los peces”, dice. “Ahora el río está sucio, y la gente ya no compra el pescado”. Los juruna han vivido tradicionalmente de muchas variedades de los peces Acari —comen algunos y venden otros como peces ornamentales en la cercana ciudad de Altamira. La cebra Acari ornamental solo se encuentra en la “Gran Curva” del Xingú, y esta tiene su propio ecosistema.
Caboco y su comunidad están de luto. Su hermano menor, Jarliel Juruna, se ahogó a finales de noviembre del 2016 mientras intentaba bucear para capturar una preciada especie de Acari, que requiere el buceo a profundidades de hasta 20 metros (65 pies) con compresores. En ese intento, los compresores de Jarliel no funcionaron bien y fue demasiado tarde cuando salió a la superficie.
Sin embargo, en general, la comunidad Juruna es resiliente. Con la ayuda del Instituto Socioambiental (ISA) con sede en Brasil, ellos han comenzando un proyecto independiente que monitorea las poblaciones de peces a lo largo del río Xingú. Además, reclaman que la compañía Norte Energía se haga cargo de lo que consideran un desastroso sistema de compensación (en el 2015 la fiscalía estatal inició una demanda civil contra Norte Energía acusándola de causar “etnocidio” por la forma en que implantó su esquema de compensación en los años de construcción de la represa). Hasta la fecha, la compañía ha sido demandada por $20 millones de dólares por no cumplir con las condiciones acordadas de la licencia, junto con otras irregularidades.
Norte Energía rechazó estas demandas, según lo informado anteriormente por Mongabay.
“Todavía peleamos”, dice Caboco. Pero explica que su siguiente preocupación es un proyecto de Belo Sun —un gigante minero de propiedad canadiense que ha adquirido tierra río arriba de la reserva de Juruna y recientemente recibió una licencia de operación por parte del estado (aunque luego fue suspendida por la Fiscalía de Altamira). Se proyecta que será la mina de oro a tajo abierto más grande de Brasil y utilizará la energía producida por Belo Monte para ejecutar el proyecto minero.
Considerando el actual clima político y económico de Brasil, los juruna se enfrentan a una batalla como la de David contra Goliat.
“Sinha:” pescador y carpintero
“Sinha”, de 40 años, es mitad curuaia. Su madre es de la comunidad de Curuaia, una tribu vecina que vive al otro lado del río Xingú. Él ha vivido en esta región toda su vida y su familia vive de la caza, la pesca y el cultivo de una cosecha pequeña —mientras que la recolección de nueces de Brasil aporta un poco de dinero a su familia.
Sinha vive dentro de la Reserva Extractiva Xingú y es un cantineiro —gerente de un puesto comercial en Morro Grande. La reserva de Xingú produce látex silvestre, nueces de Brasil y productos de la nuez de Babassu, que se vende a los principales distribuidores de todo Brasil. Es uno de los tres cantineiros en Xingú elegidos por su comunidad para enviar mercancías hacia y desde la ciudad, además de mantener las cuentas de la comunidad y pagar a los productores. Es un trabajo con mucha responsabilidad, y él toma un pequeño porcentaje de la venta para cumplir este papel, aunque es en gran parte una cantidad simbólica.
“La vida es mejor ahora”, dice cuando se refiere a la creación de la reserva. Antes de su creación, la comunidad de Sinha no tenía derechos de propiedad y vivía amenazada por mineros y madereros, así como grilheiros (ladrones de tierras).
Su rutina diaria comienza a las 5:30 de la mañana cuando se despierta para llevar a sus hijos a la escuela en un bote de madera hecho a mano y así llegar a casa a tiempo para el desayuno. Luego se va a cosechar o a cazar. Antes de que anochezca, trabaja con madera tallando bancas en forma de tortuga, remos y tablas de cortar en forma de pescado —con madera rescatada de los árboles caídos naturalmente. Al final del día, si hay tiempo, sale a pescar.
Aunque no es un hombre de muchas palabras, está claro que su pasión es la carpintería. Ahora mismo es un pasatiempo, admite, aunque espera dedicar más tiempo a fabricar artesanías para vender en la ciudad.
Pedro Pereira: recolector de copaiba y caucho
Pedro Pereira de Castro, de 52 años, es uno de los pocos ribeirinhos de la región que no tiene apodo —lo cual refleja su carácter.
“Trabajé en la ciudad”, dice Pedro. “Pero nunca me gustó. Mi vida siempre ha estado en el bosque. Yo nací allí y ahí es donde me siento mejor”. Antes de la creación de la reserva extrativista en el 2004, Pedro había trabajado como minero de oro y, con escasa educación, no podía conseguir trabajos decentes en la ciudad.
Finalmente se educó y volvió al bosque; ahora vive de la extracción del látex del seringa silvestre y la savia de copaiba —un aceite medicinal y aromático— del árbol Copaibera, al igual que de la pesca y la caza.
Él vive en la Reserva Extractiva Riozinho do Anfrisio, la primera de esas reservas en la región, que lleva el nombre de un barón de caucho que antes poseía la tierra en la que se encuentra la reserva. Pedro vive en la selva con su familia en un área que toma por lo menos dos días en bote para llegar desde Altamira, la ciudad más cercana.
Cuando no trabaja en el bosque, trabaja como cantineiro, gerente del puesto de comercio de su comunidad. El comercio de productos forestales es un enfoque relativamente nuevo. Pedro fue pionero.
La cantina permite que la comunidad trabaje colectivamente.
La vida se ha vuelto mucho más segura para las familias riberinhas que viven en esta reserva, las cuales a menudo estaban sometidas a la violencia relacionada con la propiedad de la tierra. (El estado de Pará, donde se encuentra la reserva de Pedro, continúa teniendo uno de los índices más altos de homicidio en todo el país y también tiene el nivel más alto de deforestación).
Hasta el día de hoy, la reserva de Pedro está siendo invadida e ilegalmente deforestada; sin embargo, su comunidad resiste.
Imagen de cabecera: Caboco en un viaje de pesca del domingo. Foto de Maximo Anderson para Mongabay
Maximo Anderson es periodista y fotógrafo freelance con sede en Colombia. Puedes encontrarlo en Twitter en @MaximoLamar.
Esta historia fue publicada por primera vez en la web en inglés el 29 de mayo de 2017.
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