- Más de 20 familias pertenecientes a un asentamiento Nukak en el departamento de Guaviare atraviesan una crisis alimentaria por falta de ayudas humanitarias.
- A pesar de las obligaciones institucionales de una sentencia de la Corte Constitucional, hoy no se está cumpliendo con el Plan Salvaguarda que obliga a protegerlos.
En la vereda Agua Bonita, a 20 minutos de San José del Guaviare, capital de Guaviare —un departamento amazónico en el sur de Colombia—, se encuentra uno de los 12 asentamientos de los Nukak Makú, la última tribu indígena nómada contactada del país.
En medio de duras condiciones de pobreza, desde hace 10 años, 22 familias viven en una finca polvorienta donde apenas hay unos cuantos árboles que no dan fruto, no hay animales para cazar y mucho menos agua potable. Habitan rodeados de colonos que aparecen como dueños de las tierras que tradicionalmente habitaba esta comunidad indígena, que hoy afronta un alto riesgo de desaparecer.
Con Mongabay Latam llegamos hasta Agua Bonita, el lugar donde vive la comunidad de Wayari Muno (gente del río Guaviare) desde el año 2005. Este es uno de los cuatro pueblos Nukak que habitaban al sur del río Guaviare. Según Joaquín Dajadad Nimbe, líder o ‘weepo’ del asentamiento, ellos fueron reubicados en la vereda dentro de una finca adquirida por la Alcaldía de San José para resguardar al pueblo Wayari, luego del desplazamiento forzado al que se vieron sometidos.
En el asentamiento permanecen más de 200 personas que, como cuenta Joaquín, llegaron huyendo de la violencia, de la guerra entre grupos que siguen disputándose el territorio de los Nukak, de las minas ‘quiebrapatas’ (conocidas como antipersonal) y los cultivos de coca “que le han traído desgracia y hambre a mi pueblo”.
Los otros tres pueblos Nukak en el departamento de Guaviare: los Mujabemunu, los Takayudnmuno y los Mipa Muno están distribuídos actualmente en los asentamientos de Caño Cumare, Caño Maku, Guanapalo, Charrasquera, Caño Seco, Charras, Puerto Flores, Costeñita, Chekamo y Caño Makusito, según cuenta el líder Joaquín Dajadad.
A las 8:00 de la mañana, cuando llegamos al asentamiento, a pleno sol en un campo polvoriento Joaquín jugaba pikis o canicas (juego tradicional con bolitas de vidrio) con los niños de la comunidad, mientras varias mujeres cocinaban lo que sería la única comida del día para las más de 70 personas entre niños, mujeres y hombres que en ese momento se encontraban en el lugar.
Los Nukak van y vienen, nunca se establecen de forma continua y van de un asentamiento a otro porque aún conservan su espíritu nómada. Por eso, ese día no estaban los 200 miembros que conforman la comunidad de Wayari Muno. Muchos de ellos viajan hasta la vereda Caracol donde permanecen asentados otros miembros de la misma comunidad.
Después de un rato todos se sientan en cuclillas a mirar la olla con poca agua y la sustancia del animal que acaban de sacrificar. Al otro lado del asentamiento se cocina la comida de 11 niños entre 0 y 7 años y dos mujeres gestantes que integran el Plan Salvaguarda del gobierno nacional y que son protegidos y alimentados por el Instituto Colombiano de Bienestar Familiar (ICBF). Solo esa pequeña fracción del asentamiento indígena se alimenta todos los días. El resto no tiene comida desde septiembre del 2017, último mes en el que llegaron las ayudas entregadas por la Unidad Nacional de Victimas y que solo duraron 20 días. Cuando esto se acaba “pasamos hambre”, cuenta Joaquín Dajadad y agrega que “aquí la comida llega cada 45 días, y a los 20 días ya no tenemos qué comer”.
En medio de la comunidad encontramos a Amparo Rentería, trabajadora de Colombia Verde (Colverde), una organización que opera las ayudas provenientes del ICBF para la prevención y protección integral de la primera infancia. Diariamente esta organización fiscaliza la alimentación de los más pequeños del asentamiento.
Según la trabajadora, 30 tipos de alimentos balanceados se entregan cada ocho días a dos mujeres de la comunidad, encargadas de velar por la alimentación de los beneficiados. También se hace una entrega diaria de proteínas pero nada de lo que comen se parece a lo que consumían en la selva. El pescado, el pollo, la avena, la leche, el chocolate, el arroz, las lentejas y los fríjoles son algunos de los alimentos que reciben en la actualidad pero que cocinan sin agua potable.
Una fuente que no quiso revelar su identidad le contó a Mongabay Latam que “actualmente en la Unidad de Victimas se debate a quién le asignarán la contratación que deberá entregar las ayudas humanitarias al pueblo Nukak y que hacen parte del Plan Salvaguarda establecido por el Ministerio del Interior para proteger a la comunidad”.
Ramón Alberto Rodríguez Andrade, director de Gestión Social y Humanitaria de la Unidad de Víctimas, explica las complicaciones que ha tenido el proceso iniciando el año 2018 pero afirma que entregaron las últimas ayudas en el mes de diciembre, contrario a lo que dice Joaquín, el líder de los Nukak de Agua Bonita. Este último asegura que hace más siete meses (septiembre) que no reciben alimentos.
Rodríguez Andrade le explicó a Mongabay Latam que este año han tenido dificultades debido al mecanismo bajo el cual se hace la contratación, pero esperan retomar la estrategia no solo con los Nukak, sino con otras comunidades indígenas como los hiw (jiu), también en el Guaviare; los Embera en el Chocó, entre otros asentamientos con los que tienen compromisos. “La operación es nacional y es prioritaria la contratación del proveedor, tema que esperamos se resuelva la próxima semana y así retomar la normalidad en las entregas”, dijo refiriéndose a la segunda semana del mes de mayo.
Sin embargo, según el funcionario, cada año sucede lo mismo. Las comunidades, como resultado de los trámites, pasan unos meses sin las ayudas humanitarias, pero la solución definitiva para los Nukak está en el retorno a su territorio y el trabajo institucional por cumplir ese objetivo y entregarles las garantías de seguridad que necesitan.
Mientras eso pasa, los Nukak solo guardan algunas reservas de miel que han traído de la selva y de vez en cuando, para alimentarse, cogen sin permiso una que otra gallina de los vecinos. Ya no tienen nada para cultivar porque, como denuncia Joaquín, “los cultivos que teníamos se los comió el ganado de las fincas vecinas. Entran y nos dejan sin lo poco que producimos”.
Para los Nukak la cacería es la única opción alimenticia que les queda si las ayudas humanitarias no se entregan a tiempo. Esta actividad fue incluida dentro del programa Territorios Étnicos con Bienestar desarrollado por el ICBF y en el que también estaba inmerso el fortalecimiento cultural de los Nukak y la autosuficiencia alimentaria. “Les enseñaban a cultivar para garantizar su autosuficiencia de alimentos”, explica Uberney Palomino, representante legal de la organización Colverde. Pero este año (2018) las cosas no fueron favorables para la comunidad indígena porque “el programa no incluyó a los Nukak en el Guaviare”, añade.
“Desde el 2005 no podemos movernos solos ni recolectar como antes. Estamos desplazados y la relación con campesinos y colonos es muy complicada y peligrosa. Tampoco podemos mariscar (pescar) porque no nos dejan entrar a sus territorios”, asegura Joaquín.
Pero la tragedia de los Nukak va más allá. Según Uberney Palomino, quien se ha relacionado con ellos desde hace más de 15 años, “los que conocí como niños hoy ya son líderes en sus comunidades y mi mayor preocupación es ver cómo adquieren los vicios de los “blancos”. Por eso he procurado apoyarlos en su retorno, el cual ya hicimos con una comunidad que volvió a Laguna Pabón, lugar del que era originaria”.
Las presiones a las que están sometidos cerca de 600 Nukak los separa rápidamente de su cultura original. Los 12 asentamientos en los que se ubican yacen por fuera de su resguardo de un millón de hectáreas ubicado entre el río Guaviare y el curso alto del río Inírida en el departamento del Guaviare, según datos del Ministerio del Interior. Esto se debe a que, de acuerdo con la Organización Indígena de Colombia (ONIC), los colonos los contratan como ‘raspachines’ (recolectores ilegales de hoja de coca) y no tienen más alternativa que salir de sus asentamientos para dedicarse a esta actividad ilícita.
Algunos no quisieran volver a la vida de selva, pero muchos de ellos siguen añorando sus actividades tradicionales y buscan alternativas esporádicas para alimentar a su pueblo. Palomino le contó a Mongabay Latam cómo los Nukak le piden que los lleve al bosque para cazar. “Los traslado hasta los límites del resguardo sobre la zona del Capricho o a dónde ellos me pidan, pero siempre vamos a lugares con mucha oferta natural”. Esta es una actividad que el representante de Colverde realiza por iniciativa propia y de la cual no obtiene ninguna retribución económica.
Y aunque la Corte Constitucional ha hecho el llamado a las instituciones para el cumplimiento del Auto 004 del 2009 —con el fin de salvaguardar al pueblo Nukak y a 33 comunidades más amenazadas por la violencia, el desplazamiento, los cultivos ilícitos en sus territorios y la presencia de actores armados—, el problema más grande que aqueja a este pueblo indígena, según sus líderes, es el hambre. Todo por falta de presencia estatal.
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Volver a cazar
El relato de Uberney Palomino es conmovedor. Los días en que los Nukak van de caza con el líder de Colverde, hombres, mujeres y niños se unen a la actividad para traer comida a su comunidad: monos, zainos (cerdos de monte), miel, semillas y frutos de las palmas integran una dieta que se limita a unos pocos días. “El objetivo de llevarlos a cazar es que no pierdan sus saberes y que los niños aprendan de la actividad. Cuando llegan a la selva, cuenta Palomino, los hombres hacen sonidos típicos del bosque, imitan a los animales y ellos les contestan; cuando los ubican en medio de los árboles, los atacan y cae una nueva esperanza de vida: comida”. Los Nukak hacen uso de cerbatanas —arma en la que se introducen pequeñas flechas u otros elementos punzantes que se disparan soplando con fuerza desde uno de los extremos— para cazar. También se suben a los árboles para recoger frutos y semillas y bajar la miel con la que se alimentan. Todo en ellos hace parte de un gran ritual.
En los recorridos por el bosque los mayores les enseñan a los jóvenes y niños la importancia de los árboles, de donde no solo obtienen comida sino medicinas tradicionales. Mientras tanto, las mujeres buscan en la selva el material vegetal con el que tejen manillas y sacan del bosque los tintes naturales con los que los niños se pintan el cuerpo en medio de juegos. Hoy es muy extraño encontrar a esos Nukak con rostros y cuerpos pintados y cabezas sin cabello; rasgos típicos que antes permitían distinguirlos fácilmente.
Una vez termina la cacería, en medio de sonidos y gritos de animales que se mezclan con el eco de los Nukak, los hombres entregan los trofeos de caza a las mujeres. Ellas se encargan de sacarle las vísceras a los animales.
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Deforestación: el otro problema para los Nukak
Para Ederson Cabrera, funcionario del Instituto de Hidrología, Meteorología y Estudios Ambientales (Ideam), institución que monitorea la deforestación en Colombia, el país tiene una deuda histórica con los Nukak. Según las cifras de deforestación, ellos son una de las comunidades más afectadas por el conflicto armado y la degradación ambiental por deforestación en el oriente del departamento de Guaviare, explica el funcionario.
Aunque el 97 % de la superficie del resguardo Nukak Makú está cubierto por bosque natural —equivalente a 930 000 hectáreas—, desde el año 2000 hasta hoy se ha identificado una fuerte problemática de deforestación sobre el sector occidental del Parque Nacional Nukak. Esto es consecuencia de una vía que se construye hacia el sector de Tomachipano, ubicado a 70 kilómetros al sudoeste de San José del Guaviare,”con una alta incidencia de cultivos ilícitos, praderización y una fuerte expansión de la frontera agropecuaria asociada a los bordes del parque y su interior”, explica Cabrera. Esta es la zona en la que los Nukak cazan y a la que esperan volver en algún momento si es que esta intervención no se lo impide.
En cifras, la deforestación dentro del Parque Nukak fue de aproximadamente 646 hectáreas en el 2013, 667 en el 2014, 367 en el 2015 y 817 en el 2016. Sin duda, un gran incremento de la deforestación en territorio indígena.
Para el funcionario, “los procesos de deforestación de comunidades campesinas, por su propia voluntad, no superan las 30 o 50 hectáreas. Sin embargo, tanto en el departamento de Guaviare como en Caquetá y Putumayo se han identificado focos de deforestación de más de 100 hectáreas”. Cabrera continúa afirmando que “eso no lo hace una familia de campesinos que busquen los beneficios rápidos de sembrar cultivos ilícitos o dedicarse a la ganadería. Detrás hay un tema de mafias que se disputan el control territorial, expresado en términos de acaparamiento de tierras y direccionamiento de áreas de ampliación de frontera agropecuaria. En medio de ese cruce de problemas están los Nukak y la imposibilidad de volver a una zona que solo les ofrece conflictos”.
La deforestación, la invasión de sus territorios ancestrales, el desplazamiento y el deterioro ambiental y cultural por la imposición de leyes están evitando a toda costa la gobernanza de los Nukak sobre su territorio. Todo parece indicar que hay una pérdida cultural que va en “caída libre” y promete acabar con la última tribu nómada contactada de Colombia.
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Un plan de etnoeducación
Camila Perico, una antropóloga que hace dos años trabaja con los Nukak, llega a la comunidad en representación de la Diócesis de San José de Guaviare para socializar y concertar con ellos un plan de etnoeducación, con el cual la comunidad indígena pueda seguir transmitiendo sus tradiciones y lengua a través de un modelo educativo propio.
Según la antropóloga, “varios Nukak fueron capacitados en la Normal Superior de Granada, una institución que pretende prepararlos para ser etnoeducadores y posteriormente contratarlos a través de la Diócesis para que sean profesores en la comunidad”.
La creación de un modelo de educación como este les permitirá a los Nukak blindar su cultura contra las presiones que les genera la vida “occidentalizada”, situación que no es desconocida por quienes trabajan el modelo con esta comunidad.
Camila Perico le reiteró a Mongabay Latam los problemas que atraviesa en la actualidad este pueblo indígena. En el cambio generacional que ha vivido la comunidad, pasando de la propiedad pública a la privada, su vida ha sido difícil, explica. “Hace 30 años los Nukak salieron de la selva pero al llegar a los centros urbanos empezaron a tener contacto con la delincuencia, fueron utilizados en la prostitución y se volvieron dependientes de las drogas, pues la ‘raspa’ de hoja de coca se la pagan con drogas y no con dinero; lo que genera grandes problemas sociales y de salud”, denuncia la antropóloga.
“La situación humanitaria es lamentable. Ellos reciben ayudas que no se adaptan a sus necesidades culturales y debido a eso tienen grandes problemas de salud pública como diarrea y enfermedades respiratorias”, reitera Camila Perico.
Precisamente por esto Joaquín Dajadad, el líder de la comunidad Nukak de Agua Bonita, le pide ayuda al gobierno nacional. “Necesitamos que el gobierno nos devuelva nuestro territorio y nos brinde garantías para volver. Que nos dé salud, educación y vivienda a nuestro modo”, dice Joaquín.
Las preocupaciones del líder indígena no se hacen esperar en medio de la conversación, “los jóvenes hacen otras cosas, los blancos les enseñaron a consumir sustancias que no son útiles como las drogas. Ellos deberían aprender cosas de nuestra cultura, como hicimos nosotros los adultos. El problema es que ya no quieren”, expresa.
Para Joaquín, lo que sucede desde 2014 es muy grave: ha aumentado el número de suicidios de los Nukak y se han incrementado los robos por parte de los jóvenes, al parecer para consumir drogas. Se trata de una gran problemática sin solución cercana para el líder, quien además reitera la solicitud que el pueblo le ha hecho al gobierno: “hemos pedido centros de rehabilitación para ellos pero no nos han ayudado. Necesitamos volver a nuestro territorio, donde no hay droga. Así los muchachos no podrán conseguirla y estarán lejos del vicio. Si nos quedamos aquí nuestros niños también van a aprender eso”, reflexiona.
Debido a todas estas situaciones es que la antropóloga Camila Perico insiste en que es importante un modelo de educación con el que puedan perpetrar su forma de vida, “pero acorde con sus costumbres. Que no deseen salir de la selva y vivir cerca de la vida occidentalizada. Debemos devolverlos a su territorio”.
Actualmente los Nukak de Agua Bonita tienen un servicio de salud donde los atienden durante el día pero a las cinco de la tarde los enfermeros que los acompañan se van del asentamiento. La falta de alimentación y las malas condiciones de salubridad en las que viven han hecho que los Nukak contraigan enfermedades que nunca tuvieron en la selva y para las que hoy ya no tienen defensas. No hay agua para bañarse y menos para cocinar. Una quebrada estacionaria les ofrece el líquido solo en época de lluvia.
Por un momento los niños empiezan a llorar sin saber por qué y Joaquín, el líder de los Nukak, nos pide algo de plata y comida. Les damos lo que tenemos y en ese momento se reparten lo poco que les brindamos como si se tratara de una gran piñata. Todos corren, se desesperan, quieren más… el pueblo Nukak tiene hambre.