- En los años 50, una bióloga y educadora peruana decidió trabajar con estos gigantescos mamíferos acuáticos, pese a la oposición de sus colegas que consideraban que no era una actividad para mujeres.
- Junto a su esposo Robert Clarke, uno de los más prestigiados oceanógrafos del mundo, investigaron a los cachalotes, los más grandes depredadores del mar.
No es fácil imaginarse a Obla Paliza con un cuchillo en la mano compitiendo con los balleneros para obtener la mayor cantidad de información sobre los cachalotes que, en solo minutos, eran descuartizados por estos hombres sobre una plataforma en Paita, con el fin de extraer aceite del animal y elaborar harina con sus restos.
Era la década de 1950 y la caza comercial de las ballenas aún no se había regulado. En esa época, esta bióloga y educadora, que apenas superaba los 20 años, estaba empeñada en descubrir la mayor cantidad de información científica posible de estos depredadores, los más grandes del planeta. Era una pionera, la primera mujer peruana que se atrevió a explorar dentro de estos gigantes del mar.

Ahora, con ocho décadas de recorrido, Obla Paliza habla con tranquilidad y se detiene en cada detalle de su vida, evocando todos los caminos por los que le llevó su destino. En su conversación recuerda cuando por primera vez vio un cachalote (Physeter macrocephalus), la especie marina que se convertiría en su objeto de estudio por el resto de su vida.
Fue en Paita, en el norte del Perú, cuando ya había terminado de estudiar en la Universidad San Marcos sus dos carreras y acompañaba en su nuevo trabajo a su primer esposo. “Cada vez que podía me acercaba a curiosear a la plataforma dónde trabajaban con los cachalotes. Eso era una novedad para mí, no había visto antes a estos enormes animales”, cuenta ahora a Mongabay Latam, recordando la época en que estos mamíferos marinos la conquistaron.
Entonces, empezó su afán por trabajar con esta especie de ballena que mide más de 15 metros de largo. Su oportunidad llegó cuando la Organización de las Naciones Unidas para la Alimentación y la Agricultura (FAO) estableció el Instituto de Investigación de Recursos Marinos, en Lima, la capital peruana. Este organismo luego se transformaría en lo que hoy es el Instituto del Mar del Perú (IMARPE).

La FAO inició un programa de capacitación para biólogos peruanos y Obla se presentó para formar parte del grupo. Aunque inicialmente no fue aceptada, la joven bióloga se las arregló para conseguir su meta.
Usted ha contado que inicialmente no la querían aceptar en el equipo porque era mujer ¿Cómo logra formar parte de este primer grupo de investigadores de ballenas en Perú?
Yo postulé a esta institución porque quería trabajar con ballenas, pero me decían que era muy duro para una mujer. Sin embargo, insistí tanto que me dejaron participar como voluntaria. No solo asistía a clases, sino también hacía las prácticas en las plantas de aceite y harina, pero todo era así, libre. Bueno, a mí me gustaba y lo hacía con muchas ganas. Entonces cambiaron de idea y, después de un par de meses, me llamaron y me contrataron en el Instituto. Finalmente, aceptaron que entrara a un grupo en el que todos eran hombres.
Y usted era la única mujer…
Sí, y lo fui hasta el final, nadie más se metió ahí. Todos eran hombres. Pero yo me sentía cómoda, me quedaba fuera del horario de trabajo, porque los cachalotes no tienen hora de llegada. Los hombres se iban más temprano.
Debe haber sido un trabajo intenso…
Era un trabajo duro y muy sucio. A veces estás sacando algo del intestino y este se rompe, entonces tienes una lluvia de heces. Nosotros teníamos que recolectar como 25 datos, fuera y dentro del animal. Además, había que hacerlo muy rápido para sacar las muestras de laboratorio. Esperábamos en la plataforma para ganarle a los trabajadores, antes que los corten, porque ellos no esperan, son muy rápidos, desaparecen una ballena de 15 metros de largo en unos minutos.

¿Y a usted le tocó ‘bañarse’ con esa lluvia que brotaba de los cachalotes?
Si, a mí me tocó bañarme con la materia fecal del cachalote. Es un olor que no se va por más que te bañas todos los días. A mí me duraba dos semanas. Pero no es desagradable, es un olor interesante y es el origen del ámbar gris, el mejor fijador natural de perfumes.
¿Qué sentía cuando estaba frente a un cachalote?
Realmente me fascinaban. Me sentía afortunada, sentía placer, digamos, porque es tan diferente trabajar con ellos que hacerlo en un escritorio. Lo que veía en la plataforma era grasa, sangre, pero no me molestaba para nada. Es un poco feo para algunas personas, pues a algunas mujeres no les gusta ensuciarse, pero yo si me ensucié muchas veces y lo disfrutaba.

Son animales impresionantes, algunos medían hasta 18 metros. Y cuando llegaba una ballena preñada, me quedaba ahí, para estudiar a sus crías. Así logré recolectar embriones que medían desde un centímetro hasta fetos de cuatro metros. Conseguí una cantidad suficiente de datos para investigar el desarrollo del feto. El trabajo se publicó en IMARPE.
Obla ríe mientras cuenta cómo con un gran cuchillo tenía que cortar al cachalote. “Nosotros mismos debíamos afilarlos y cortar desde arriba, porque no es como un bisté. Era un trabajo fuerte. A esa edad se puede hacer cualquier cosa”, bromea. Su cuñada Yolanda, sentada frente a nosotros, se estremece cuando recuerda que fue a visitarla a Paita y la vio enfundada en su overol y sus botas, “cortando esos tremendos animales con unos cuchillos gigantescos”.
Leer más: Lorenzo Rojas-Bracho: “siento que hemos hecho hasta lo indecible por la vaquita”
El encuentro con Robert Clarke y una vida de investigaciones
Su primer encuentro con el científico inglés Robert Clarke fue en Chile. Era el año 1958 y el experto oceanógrafo había sido contratado por la FAO para asesorar a la Comisión Permanente del Pacífico Sur y entrenar a biólogos de Ecuador, Perú y Chile en todo lo relacionado a las ballenas, especialmente cachalotes. “Esa vez también me fui por mi cuenta”, dice la bióloga entre risas.

Después de Paita trabajó en Pisco, también en la investigación de las ballenas. Pero terminada esa etapa ya no volvió a meterse en un cachalote. Su vida empezó a dar muchas vueltas, como dice ella.
Se fue de Perú más de una vez, pero siempre regresó. Estuvo becada en Inglaterra, donde aprendió a trabajar con los datos recolectados durante la época en que exploraba dentro de los cachalotes. Renunció a sus trabajos más de una vez para emprender una nueva aventura junto a quien se convirtió en su compañero para toda la vida: el científico Robert Clarke.
¿Tuvo más obstáculos por ser mujer, como cuando no quisieron aceptarla en el programa de la FAO?
Yo me decía si él puede, yo también. Eso siempre lo he tenido presente. A veces, debía trabajar más para lograrlo, pero también conseguía superarlos .
Entonces, después de dejar a las ballenas, se dedicó a analizar los datos obtenidos durante muchos años.
Cuando dejé Pisco regresé a Lima para trabajar con los datos. Y mientras estaba en este Instituto, para analizar la información, me dieron una beca para estudiar en Inglaterra. No sabíamos casi nada sobre qué hacer con los datos y allá aprendimos. Cómo los usas, cómo los manejas, qué sacas de ellos, todo eso era interesante para mí. Éramos dos personas, yo de Perú y Anelio Aguayo de Chile.

¿Qué pasó con toda esa información?
Hemos publicado siete volúmenes con todos los datos que teníamos. Y cada uno tiene entre 80 y 150 páginas. Cubrimos todo lo que se podía hacer con esa información. La última salió el año que murió Robert, en el 2011. Hacer esos siete volúmenes nos ha tomado años, porque hemos tenido muchos cambios de vida, caídas y subidas, así que en los espacios que podíamos, trabajábamos con la data. Hemos tenido que publicar en diferentes países, el último lo hicimos en Brasil. Estoy muy contenta de que se terminara el trabajo, ya en los últimos días de mi esposo. Eso me da mucha satisfacción. Y ahora estoy trabajando con un biólogo en la digitalización de los siete libros.
Además de esos siete volúmenes ¿cuántas publicaciones tienen?
Un montón. De mi esposo serán unas 110, entre artículos y libros. Yo no sé cuántas tengo. Serán unas 30, o algo así.
¿Alguna vez publicaron en Perú?
Aquí en Perú no han estado muy interesados.
Leer más: Juan Capella: el biólogo que registró 30 años de mortales ataques de Orcas a Ballenas
Muchas aventuras y el regreso al mar
Obla Paliza vive ahora en Pisco, fue su última parada luego de recorrer varios países y empezar de cero más de una vez, siempre junto a su esposo Robert Clarke. Su familia ha sido numerosa. Tuvo seis hijos. Tres en el primer matrimonio y tres con Robert.
En 1970, cuando ocurrió un terremoto en Huaraz, en los Andes centrales de Perú, la familia Clarke – Paliza, que por ese entonces vivía en Inglaterra, empacó sus cosas y se embarcó en una nueva aventura. Invirtieron sus ahorros en construir un barco y empezar un proyecto social en Chimbote, al norte de Perú. La idea era ayudar a los damnificados del terremoto con la pesca de bonito a bajo costo. La propuesta fracasó. “Todo fue un desastre porque perdimos el capital invertido, perdimos la lancha que incluso tenía una parte alta para observar ballenas. Y como no teníamos nada más que vender nos fuimos para Inglaterra, a empezar de nuevo”

En ese país se dedicaron a la pesca. Él se hacía cargo de una embarcación que le entregó su hermano y ella vendía el producto de esas jornadas marinas en una tienda de una pequeña ciudad inglesa. El negocio no resultó como esperaban.
Dejaron Europa y se mudaron para América nuevamente, esta vez fue México. Enseñaron en universidades, trabajaron en institutos de investigación, hasta que, por motivos que la bióloga ya ni recuerda, regresaron a Perú. El destino fue Pisco.
Usted siempre tomó riesgos…
Y he disfrutado de todo completamente. No soy pesimista, pienso que todo se puede resolver.
¿Y su esposo también era así?
Él era un aventurero, mucho más que yo. También dejó su trabajo para ir a otros lugares. Nos hemos arriesgado mucho, pero siempre hemos salido bien.
¿Y volvió a trabajar en alguna investigación con ballenas?
En 1986 la Comisión Ballenera Internacional (CBI) instaló la moratoria a la cacería comercial de ballenas, a la que se han unido la mayoría de sus países miembros. No obstante, naciones como Japón, Noruega e Islandia aún las capturan.
Sin embargo, la pareja participó en varias expediciones para observar ballenas. Obla recuerda cuando en una de esas salidas se rompió el velero en el que viajaba con su esposo y dos personas más. “Estábamos en el mar de Pisco y empezó un viento fuertísimo. El velero era una pajita moviéndose entre las olas. Era como en las películas. El capitán dio la vuelta y como pudo llegó a tierra. Fue una experiencia que me asustó, pero me salvé. Después de todo he tenido suerte”.

En Pisco volvió a enseñar en un colegio, como lo había hecho cuando recién egresó de la universidad, muchos años atrás, en Lima. En esa ciudad también compraron la casa en la que vive y Robert se dedicó a la carpintería, construyó muebles y estantes para sus cientos de libros, muchos de los cuales perdió con el tsunami del 2007, que llegó luego del terremoto que tuvo su epicentro en esa ciudad. “La casa se inundó. El agua llegaba a más de un metro de altura”, recuerda.
¿Todos sus hijos viven aquí?
Cinco de ellos. Uno se quedó en Inglaterra. Y me cuenta que los nombres de los tres primeros están relacionados con la biología. El mayor se llama Littore, que viene de Littorina una especie de molusco. Una de mis hijas es Nizzia, nombre derivado de una alga del plancton, y la tercera es Myosotis, que es el nombre científico de la planta llamada ‘no me olvides’, una yerba muy bonita con flores de color morado. Mis otros tres hijos son Aravec, nombre que proviene del quechua arawak, y significa maestro. Suyana, que significa esperanza. El último es George, que no alcanzó los nombres quechuas ni los relacionados con la biología.
¿Qué ha marcado su vida?
No sé, tal vez entrar en las ballenas, trabajar con ellas. Porque yo conquisté a las ballenas. Al principio no me querían, pero trabajé bastante y con ganas. Por eso, como decía a los jóvenes en la conferencia (se refiere al Congreso de la Sociedad Latinoamericana de Especialistas en Mamíferos Acuáticos), tienen que hacer algo que les guste para dar lo mejor que puedan, de lo contrario, es mediocre y te quedas ahí.