“Cashu marcó mi vida −comenta−, en la estación confirmé que lo mío era el trabajo de campo y la conservación. Guardo los mejores recuerdos de John Terborgh, un hombre interesado en compartir sus conocimientos y apoyar a los que recién se inician. Me llevé del Manu la marca Cashu”.
Lo mismo menciona Miriam Torres, que en 1988 era estudiante de Ciencias Forestales de la UNALM. “Como toda molinera llegar a Cashu era un sueño; sin embargo, la estación por entonces era un reducto de los estudiantes de biología. Me armé de valor y le escribí a Scott Robinson, entonces uno de los más reconocidos ornitólogos tropicales: él fue quien me aceptó como asistente de campo”. Torres es experta en gestión de áreas naturales protegidas y trabajó con comunidades locales, principalmente indígenas. “Cashu me cambió la vida; entre sus árboles entendí que mi relación con la naturaleza era básicamente espiritual. Cuando llegué a la estación, John Terborgh, Bettina Torres y Lily Rodríguez ya eran leyenda”.
“No recuerdo haber dormido mucho en el Manu, la vida se expresaba en mil formas durante la noche y yo me esforzaba en captar todo lo que podía”, refiere. “En mi segundo ingreso a Cashu me tropecé sin querer con un grupo de yaminaguas [grupo indígena no contactado]. Estaba sola y ellos venían en una canoa por el río. En pocos minutos me vi rodeada por unos hombres desnudos que empezaron a tocarme, querían saber si era hombre o mujer, cuando lo supieron se fueron como habían llegado, matándose de risa”.
El caso de la bióloga peruana Alejandra Trillo es singular. Formada académicamente en los Estados Unidos, la Dra. Trillo se enteró de la existencia de la estación biológica mientras preparaba el curso de ecología tropical que dictaba en la Universidad de Montana. “Estaba interesada en crear vínculos sólidos entre los estudiantes de Estados Unidos y de Perú. En otras palabras, quería contribuir a cerrar las brechas que suelen separar, una vez terminados los estudios de postgrado, a unos de otros. Una experiencia en campo intensa, un curso en un lugar de América Latina rico en biodiversidad podía ser el inicio de una relación más equitativa entre científicos de ambos países”. En esa búsqueda, Alex, como la conocen en Cashu, se tropezó con John Terborgh quien asumió de inmediato el reto y la invitó a hacer su curso del año 2007 en el Manu.
“Cashu es un lugar único en el mundo, inigualable −nos refiere desde la sede del Gettysburg College, su actual centro laboral−. Ninguna otra estación científica en nuestro continente tiene la historia y la información acumulada que se encuentra en la estación peruana. Cashu es uno de los lugares más prístinos del planeta”. Alejandra recién pudo volver al Manu diez años después y hace unos meses regresó con un nuevo grupo de estudiantes. “Me fascina el trabajo de John, su pasión por formar nuevos investigadores −si son peruanos o peruanas, mejor− es inigualable. Terborgh y Cocha Cashu han sido claves para la formación de un gran número de investigadores y conservacionistas peruanos. Podemos decir que, gracias a esto, por fin estamos consiguiendo en nuestro país una masa crítica. Para mí y para mis estudiantes siempre habrá un antes y un después de Cashu”.
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Manos peruanas
Gisella Orjeda, ex presidenta del Consejo Nacional de Ciencia, Tecnología e Innovación Científica (Concytec), ha señalado en un reciente artículo que solo el 28,8 % de los investigadores en el mundo, de acuerdo a datos de UNESCO, son mujeres. “A pesar de que el porcentaje de mujeres científicas sube al 45,4 %, cuando miramos a América Latina y el Caribe en general −acota−, nuestro país está en el último lugar. Tenemos la menor cantidad de mujeres científicas de todas las Américas con un 31,9 % ”.