- La ganadería en Panamá, que se remonta al siglo XVI, ha deforestado seriamente el país tropical y también agotó los recursos del suelo. Ambos problemas están empeorando al mismo tiempo que los efectos del cambio climático.
- No obstante, la técnica agroforestal de ganadería silvopastoril, por la que se plantan árboles y arbustos leñosos dentro de las pasturas para ganado, está ganando terreno: es más rentable que la ganadería convencional, ofrece un hábitat para la fauna y captura el carbono de la atmósfera.
LOS ASIENTOS, Panamá — Era día de subasta en la ciudad de Santiago, y los ganaderos de la región se reunieron para comprar y vender ganado. Durante el calor de la primera tarde, se oía un ruido metálico proveniente de los corrales, mientras los toros se ponían inquietos, destrozaban y pateaban dentro de sus habitáculos abarrotados. Junto a la pared exterior de los corrales había una plataforma de madera elevada, donde uno podía subir y evaluar el ganado, y así evitar los cuernos agitados que a veces se metían por las hendeduras.
Los que estaban allí reunidos eran casi todos hombres en vaqueros, remeras y gorras de béisbol. Pero no todos.
Odielca Solís también frecuenta subastas de ganado como estas. Conduce por horas desde su casa en Los Asientos hasta subastas, dos o tres veces por semana. “Es mi negocio”, afirma simplemente.
El atuendo de Solís podía servir para una noche en la ciudad: calzado negro de gamuza con tacones de 7 cm, vaqueros azul marino y suéter en capas. Pero estaba allí por la misma razón que los demás: comprar ganado para su finca ganadera diversificada.
Al comenzar la subasta, Solís tomó asiento y observó mientras el ganado pasaba del corral a la balanza, luego a la venta y de regreso al corral. Ella utilizaba la calculadora del iPhone para decidir por cuáles vacas hacer una oferta, mientras conversaba con ganaderos que estaban cerca de ella. De las decenas de ganaderos presentes, ella era una de las dos únicas mujeres. Y había algo más que la distinguía: la manera en que lleva su finca ganadera.
En lugar de criar ganado en terreno con solo pastura, Solís utiliza un sistema llamado “silvopastura”: la plantación de árboles y arbustos entre la pastura, lo que beneficia a las vacas y aumenta la biodiversidad del ecosistema de la finca. Después de haber tomado un curso sobre ganadería sustentable, brindado en Panamá por un programa afiliado a la Universidad de Yale, y de haber visitado algunas granjas modelo, Solís se convenció de que podía aumentar las ganancias de su operación ganadera sin la necesidad de más tierras ni de químicos. La silvopastura, una clase de agroforestería, está muy bien considerada como método para capturar el carbono de la atmósfera.
Pero, al elegir este sistema, Solís tuvo que apartarse de algunas normas locales muy establecidas sobre lo que significa ser un terrateniente y ganadero exitoso en una industria donde, como mujer, ella ya es una minoría.
Administrar sistemas de silvopastura requiere mucho trabajo adicional en comparación con la ganadería tradicional. Por ejemplo, la tierra debe dividirse en secciones, y las vacas deben rotarse con frecuencia por las distintas secciones para que no sobrepastoreen ninguna de estas. Si bien plantar árboles es algo útil para su ganado y para la vida silvestre local, le trajo conflictos con algunos granjeros. La gente se pregunta por qué plantar árboles en la tierra que los ancestros se esforzaron por mantener despejada. En ocasiones, esas prácticas la enfrentaron con aquellos apegados al sistema antiguo.
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Sin embargo, la promesa de este sistema motivó a Solís para seguir adelante. Plantar árboles y arbustos ofrece toda una serie de beneficios que se traducen en producir más carne, y beneficia al medioambiente en dos aspectos importantes: mejora el valor del hábitat para la vida silvestre y captura carbono.
Aunque se suele culpar a las vacas de contribuir a la atmósfera con gases que afectan el calentamiento global, las plantas leñosas y el suelo mejorado por el sistema de silvocultura dan como resultado, aproximadamente entre 26 y 42 gigatoneladas de dióxido de carbono capturadas del aire antes de que puedan contribuir al cambio climático. De esta manera, las prácticas que Solís y una nueva escuela de granjeros en la región están utilizando podrían brindar una solución a la huella medioambiental pesada que deja la ganadería, incluso en un país donde reina el ganado.
Días pasados, métodos nuevos
En un pasado no tan distante, previo a la aparición de los bancos modernos, que hicieron posible ahorrar dinero de manera segura, una manada era, básicamente, una caja de ahorro viviente. Un ganadero podía observar el paisaje y contar, uno por uno, el valor de sus activos, que pastoreaban.
El predomino de la ganadería en Panamá se remonta casi hasta la llegada de los colonos españoles en el siglo XVI, ya que el ganado era la materia prima agrícola que mejor crecía en el clima tropical. Los primeros colonos despejaron la tierra para que el pasto recibiera suficiente sol para crecer y también tuvieron que asegurarse de que los árboles no volvieran a crecer.
En aquel entonces y en el presente, cuando alguien hereda una finca de su familia, es como si heredara “no solo la tierra, sino el modo de administrarla”, según Jacob Slusser, coordinador de programa en la Iniciativa de Liderazgo y Capacitación Ambiental (ELTI, por sus siglas en inglés), que ofrece los cursos sobre agricultura sustentable que interesaron a Solís en las técnicas de silvopastura.
Video: Nisha Balaram
Aunque dos tercios de la población vive en la ciudad de Panamá, y la ganadería representa menos del 3 % del PBI del país, muchas personas en las zonas rurales aún tienden a estar conectadas de alguna manera con esta como medio de vida. Al oeste de la gran ciudad, la Península de Azuero es considerada el corazón agrícola y cultural del país y fue una de las primeras zonas donde los españoles establecieron la ganadería. A lo largo del año, las personas llegan de todo el país para participar de sus ferias y festivales coloridos en los que celebran fechas como carnaval o el día de algún santo.
Pero, después de 500 años de ganadería, gran parte de la tierra está muy degradada. Las vacas las han recorrido durante tanto tiempo que su peso colectivo tuvo un impacto enorme, que dificultó el crecimiento de otras plantas, excepto la pastura. Eso también hace más difícil que la lluvia penetre el suelo y, sin suficientes raíces que la sostengan en su lugar, la tierra es propensa a la erosión.
El suelo tropical ya de por sí tiene pocos nutrientes y, por lo general, no hay suficientes insectos que se reúnan de manera natural para romper el excremento de vaca, por lo que incluso el reciclado de esos nutrientes hacia el suelo es mínimo. Una biodiversidad reducida también implica que hay menos herbívoros para controlar la maleza, de modo que los granjeros deben depender cada vez más de herbicidas para hacer ese trabajo. Si sumamos eso a la sequía provocada por el cambio climático, hay una sensación muy real de que el negocio de la ganadería no es lo que solía ser.
Incluso en la provincia de Los Santos, en la zona sudeste de la península, donde el apego de los ganaderos a la práctica tradicional de cortar árboles les ha valido el apodo de “arrieltas”, o cortadores de hojas, algunos reconocieron la necesidad de un cambio.
En el 2009, un grupo de ganaderos de Los Santos participó en un programa ELTI para aprender sobre los beneficios de la silvopastura. Además de los efectos sobre el carbono y el suelo, aprendieron sobre cómo el sistema ofrece un hábitat a la vida silvestre, sombra a las vacas y, sorprendentemente, alimento para las vacas: resulta que estas disfrutan de comer una dieta más variada que solo pasto y que estas plantas también pueden tener un mayor contenido de proteínas.
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Con el apoyo del ELTI, los ganaderos formaron la Asociación de Productores Pecuario y Agro-silvopastoriles de Pedasí (APASPE) y buscaron financiamiento para ayudarse y ayudar a otros en la región a cubrir los gastos iniciales. Lograron obtener un subsidio del Fondo Mundial para el Medio Ambiente (GEF, por sus siglas en inglés), un programa del Banco Mundial que apoya los proyectos de mitigación del cambio climático en favor de la biodiversidad, ya que los servicios de captura de carbono y el aumento de la diversidad que ofrecen estos sistemas encajan bien con el propósito del GEF. En la actualidad, casi diez años después, la organización tiene más de treinta miembros y cuenta con varias granjas modelo, donde los granjeros pueden ver las técnicas de silvocultura en acción.
Al principio, incluso Solís dudaba de las afirmaciones sobre que ella podía aumentar la producción de carne con solo hacer cambios en la disponibilidad de vegetación y agua en su finca. Pero, después de una excursión a una granja modelo en la provincia de Chiriquí, quedó convencida. En el presente, es una de solo tres mujeres granjeras en APASPE y una de los primeros miembros.
“Me convencí de que no necesitaba tener un montón de terreno para obtener ganancias”, explicó ella. Comenzó a enfocar su energía en adaptar las técnicas nuevas a su tierra, a pesar del estigma cultural de ser una mujer ganadera y de plantar árboles. Aun para una ganadera experimentada, llevó años de arduo trabajo concentrado para implementar el sistema, pero su finca comenzó a cosechar los frutos.
Ganancia financiera y beneficios en biodiversidad
Son las 08:40 a. m., y la suave luz que bañaba la finca de Solís desde el amanecer se intensifica a medica que el sol se eleva en el cielo. En el pueblo de Los Asientos, la mayoría de los granjeros no vive en su granja, y la ganadería tradicional no necesita mucha intervención; algunos granjeros visitan su granja cada dos semanas aproximadamente. Solís visita la suya casi todos los días y hoy lleva carretillas por la colina llenas de bolsas con vainas de choclo y con choclo y soya para complementar la dieta de las vacas.
Llevó un tiempo que otros granjeros aceptaran el enfoque intensivo de Solís sobre la ganadería, aunque esta actividad ha sido parte de su vida desde temprana edad. Cuando ella adoptó esta manera de administración intensiva para criar ganado, la gente del pueblo comenzó a hablar.
“¿Por qué trabajas tanto en la finca?”, le preguntaban.
“Solo trabajo”, respondía.
“Actúas como un venao”, le decían
Insultos como ese no hicieron mucho por desalentar la determinación de Solís. El trabajo era importante para ella, y estaba motivada para implementar técnicas nuevas que podrían ayudar a su negocio en el largo plazo.
Comenzó a convertir áreas pequeñas de tierra, de tres hectáreas (siete acres), en silvopastura. Debió construir muchos cercados: quería poder rotar el ganado con frecuencia para que no sobrepastorearan ninguna parcela. A menudo, debía hacerlo sola. También plantó semillas de árboles nativos y de arbustos que pudieran ofrecer más proteína para su ganado que el pasto. La disponibilidad de alimento rico en proteínas extras le ha permitido a Solís tener mayor cantidad de ganado en su tierra, lo que resultó en el efecto deseado de producir más carne. Los árboles también les dan sombra a los animales, lo que les ayuda a evitar el estrés calórico.
Solís comenzó a ver mejoras drásticas en su producción: una hectárea de tierra con silvopastura (unos 2, 5 acres) ahora produce alrededor de la misma ganancia que tres hectáreas de tierra de pastura tradicional. La cifra abarca la promesa económica de los sistemas silvopastoriles.
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“Existe una serie amplia de sistemas silvopastoriles con una enorme variación de eficiencia —explicó a Mongabay Zoraida Calle, del Centro para la Investigación en Sistemas Sostenibles de Producción Agropecuaria (CIPAV). Sostiene que un sistema silvopastoril con árboles dispersos puede ser el doble de productivo que una finca convencional, mientras que un sistema silvopastoril intenso (con una densidad alta de arbustos y árboles que den sombra) puede ser cinco veces más productivo que una finca convencional, o incluso más—. Todos son más productivos (y sostenibles) que sus contrapartes convencionales”.
Los beneficios pueden extenderse más allá de la ganancia, según notó Solís: las aves regresaron.
“El canto de las aves, cada uno de estos indica que hay más aves que hace 25, 15 años o incluso menos tiempo”, comenta.
Pero oír sobre los beneficios de los sistemas de silvopastura no siempre es suficiente para cambiar la opinión de la gente. Solís recuerda una época cuando un vecino utilizaba expresiones locales para resaltar su desagrado por las prácticas agrícolas de ella. La acusaba de “estar haciendo la finca montaña” y de “estar volviendo la finca monte”. Quería decir que ella estaba permitiendo que la finca se cubriera de plantas leñosas. Planteaba que las prácticas que ella llevaba a cabo permitían que los árboles se apoderaran del lugar y que ella no podría generar suficiente alimento para su ganado.
Debido a creencias populares como esa, APASPE alienta a sus miembros a invitar a otros granjeros para que vean y aprendan sobre su éxito directamente. Un día, un vecino escéptico pasó por allí, y Solís lo invitó a caminar con ella mientras realizaba su rutina. Para cuando finalizaron, el vecino afirmó que comprendía mejor a Solís. Él había pensado que ella estaba loca por plantar tantos árboles pero, una vez allí, pudo ver que era posible criar ganado de esa manera, sin dañar la tierra ni permitir que sea reabsorbida por el bosque.
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Resistencia y adaptación
Después de alimentar a las vacas en el cercado junto al arroyo, Solís decide ver el resto de su ganado en un cercado diferente, en la colina. Jacob Slusser y Saskia Santamaria del ELTI están haciendo un recorrido por la finca. Juntos, los tres cruzan el arroyo y comienzan a seguir un camino de tierra al otro lado. Poco después, pasan de la sombra de los árboles junto al arroyo a un sol pleno y comienzan un leve ascenso.
La brisa aumenta a medida que se acercan a la cima de la colina. Comienza a verse el contorno de un cercado “vivo”: sus postes son retoños de árboles, una práctica habitual en la región. Encierra una pastura sin árboles, rebosante de pastos amarillo verdosos y alberga cuatro vacas en estos momentos. Mientras ellos pasan la cerca de metal, un toro de color marrón claro con un hocico de color chocolate oscuro comienza a trotar enérgicamente hacia la parte trasera de la pastura y se detiene para girar y observar a los visitantes con curiosidad.
Las vacas de Solís, negras, blancas, marrones y casi todas las tonalidades de en medio, reflejan la típica diversidad de razas en Panamá, muchas de las cuales son descendientes de la raza brahman, un híbrido de diferentes razas de vacas indias adaptada para soportar climas tropicales y calurosos.
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Pero incluso las vacas adaptadas al calor no son totalmente inmunes al estrés calórico, y la imprevisibilidad de las precipitaciones está presentando nuevos desafíos. El pueblo de Solís está ubicado en el arco seco de Centroamérica, una franja de bosque seco tropical sobre la costa del Pacífico que, con el cambio climático, está cada vez más propensa a periodos de sequía prolongados.
Panamá tiene dos estaciones principales: la estación lluviosa, o invierno, que se extiende desde mayo hasta diciembre; y la estación seca, o verano, que se extiende desde diciembre hasta abril. Pero, en noviembre del 2018, las precipitaciones se cortaron de manera abrupta un mes antes. En aquel momento, Solís tenía una cantidad de ganado considerable, que planeaba criar durante el verano. Ante el hecho, decidió vender muchos ejemplares.
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Su necesidad repentina de reaccionar frente a la falta de precipitaciones refleja la experiencia de otros granjeros, quienes se encontraron en un mundo nuevo, donde las condiciones climáticas son muy diferentes de aquellas que experimentaron incluso los de la generación anterior.
Muchas personas en la región no tienen pozos y dependen del agua de superficie de los arroyos para darle al ganado. Solís decidió invertir en un pozo para que su ganado pudiera tener mejor acceso al agua durante todo el año. También buscó financiación para un proyecto que, en la actualidad, es una de las características de su finca: un sistema impulsado por energía solar, que lleva agua adonde ella lo necesite.
“APASPE me brindó la posibilidad de cubrir todos los costos, todos los materiales, como la bomba, un panel solar, mangueras y abrevaderos —explica Solís—. Solamente con la energía solar, podemos accionar un interruptor y trasladar agua a todas partes de la finca”.
Adaptaciones como estas pueden ayudar a los granjeros a fortalecer su resistencia para sobrevivir a los tiempos más difíciles. Los métodos de ella han cambiado, y ella cree que los tiempos están cambiando para permitir que más mujeres y ganaderos la imiten.
Formar tradiciones nuevas
Otra razón por la que no hay más mujeres en la ganadería es la tradición de invitar a los muchachos a participar en el negocio, mientras que las chicas son empujadas hacia las tareas de esposa, ama de casa y criadora de niños y se les niega la oportunidad de aprender y de crear una relación con la tierra.
Pero Solís piensa que las mujeres están abriéndose paso, en especial a través de la educación, donde más mujeres están eligiendo estudiar agricultura en la Universidad.
“Hay mujeres que obtienen un terreno por medio de una herencia [y deciden conservarlo], y hay mujeres que se endeudan para poder conseguir préstamos y comprar terrenos”.
Pero Solís afirma que incluso las personas que han tenido la oportunidad de trabajar la tierra enfrentan obstáculos para adoptar prácticas que puedan mejorar su producción y la relación a menudo tirante entre la ganadería y el medioambiente. Esto se debe a que los miembros más jóvenes de la familia tienden a trabajar bajo el modelo preferido de las generaciones anteriores.
“Hay padres y abuelos que todavía supervisan su tierra y no dan oportunidades ni abren el terreno para que sus hijos o nietos desarrollen o creen proyectos —señala Solís—. Hay jóvenes que vieron mi finca modelo, pero siempre dicen que su padre o su abuelo no le dará la posibilidad de hacer algo así”.
Solís tiene un hijo de once años y cree que su participación en la finca ha sido muy importante. Aunque a veces él se queja de tener que ayudar, comprende que significa tener dinero, incluso si implica trabajar los fines de semana.
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El modelo de APASPE ha llegado a una audiencia más amplia y joven, interesada en crear un cambio, y para Belgis Madrid, uno de los miembros fundadores de APASPE, lo que el organismo ha logrado en tan poco tiempo es inspirador.
“Estos sistemas [de silvopastura] son un cambio del paradigma de las fincas tradicionales a las fincas que son aún más productivas —señala él—. Comenzando por pequeños granjeros, logramos cambiar el modelo de paisaje”.
Calle, de CIPAV, sostiene que es probable que América Latina experimente una expansión de la silvopastura, pero que existen dos obstáculos: en primer lugar, se necesitan incentivos para obligar a los granjeros a adoptar esta práctica. En segundo lugar, las personas que capacitan a los granjeros necesitan una mejor capacitación para ellos mismos.
“Debemos conseguir una transformación profunda y duradera en la relación de los granjeros con su tierra, y necesitamos que los líderes del sistema silvopastoril inspiren a otros para multiplicar este cambio”, comenta Calle.
Sin una estrategia de escala sólida, los sistemas de silvopastura podrían no tener éxito, según afirma Valentina Robiglio, una ecologista del paisaje, perteneciente al Centro Mundial de Agroforestería con sede en Kenia, que apoya la implementación de las prácticas agroforestales en el mundo.
“Estamos en un nivel muy inicial para promover la integración y construir un contexto favorable para que los sistemas silvopastoriles tengan éxito y se conviertan en algo más que historias de éxito individual como la que tú presentas”, explica en referencia al sistema de Solís.
A pesar de los enormes desafíos culturales y de los patrones climáticos cambiantes, es un futuro al que Solís y los otros miembros de APASPE están dispuestos a apostar: la oportunidad de modificar la ganadería tradicional para convertirla en algo que beneficie más al medioambiente y a aquellos que lo practican; de esa manera, preservarán el sustento para las generaciones futuras.
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Erin Banks Rusby es una periodista independiente, que cubre medioambiente, negocios y salud. Su trabajo apareció en Earth Island Journal, East Bay Express y Oakland Magazine.
Nisha Balaram es una directora de documentales y periodista independiente. Su trabajo cubre asuntos relacionados con justicia racial, mitigación del cambio climático y salud mental, y apareció en East Bay Express, Capitol Weekly y KALW.
Este informe es parte de la cobertura continua de Mongabay respecto de las tendencias en agroforestería mundial. Vea la serie completa aquí.
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El artículo original fue publicado en Mongabay News. Puedes leerlo aquí.