- La Corte Constitucional declaró que la subsistencia del pueblo Siona está seriamente amenazada y podrían desaparecer. Llevan 13 años en lucha contra un proyecto petrolero que aseguran afecta a su territorio. En el resguardo Buenavista, en donde está ubicado el bloque Platanillo, los habitantes señalan que varias quebradas se están secando por las actividades de extracción de hidrocarburos.
- Los cultivos de coca, la ganadería extensiva, la tala ilegal, las minas antipersonales y las disidencias rodean el territorio indígena ubicado a la orilla del río Putumayo, en la frontera que comparten Ecuador y Colombia.
* Este reportaje es una colaboración periodística entre Mongabay Latam y Zona Franca
Unas 90 casas separadas entre sí por pocos metros y rodeadas de árboles de canangucha, arazá, pomoroso, cocona, copoazú, carambolo y otros frutos amazónicos albergan a los habitantes del resguardo Buenavista de Puerto Asís. Se trata de la comunidad del pueblo siona más grande de las doce que sobreviven al borde de los ríos Putumayo y Piñuña Blanco, del lado colombiano. Son un poco más de cien familias que se mantienen entre el agua, la selva y los rezos de los taitas o mayores que intentan proteger la tierra en la maloca, la casa que abriga sus tradiciones y que se levanta en la frontera con el bosque.
En el centro de la comunidad hay una cancha de fútbol de tierra, con los arcos levantados con unas cuantas varas, junto a un salón comunal que durante el día es el sitio en donde reciben a los visitantes. También es el lugar de reunión y diversión de este poblado al que se llega por tres caminos diferentes: desde el municipio de Puerto Asís, en lancha por el río Putumayo o en tramos, primero por una maltrecha carretera y luego por el agua. La tercera opción es desde Ecuador, por la provincia de Sucumbíos, a unos 15 minutos del sitio en donde ocurrió la operación Fénix, en la que en 2008 fue asesinado Raúl Reyes, uno de los máximos comandantes de la guerrilla de las Fuerzas Armadas Revolucionarias de Colombia (FARC), en una incursión ilegal de las Fuerzas Militares colombianas en territorio del vecino país.
Los siona han tenido que acostumbrarse a vivir cerca de esos eventos de la guerra, de los cuales no han sido ajenos. Ellos, de ninguna manera, piensan en irse del sitio en donde el agua es parte de su cosmogonía y su medio de subsistencia, al ser la pesca una de sus actividades.
En esta enormidad de tierra de unas 4500 hectáreas ha vivido siempre Mario Erazo, coordinador del territorio y exgobernador del resguardo Buenavista, el líder más representativo del pueblo siona desde hace casi una década, cuando comenzó su lucha en contra de las empresas petroleras; una batalla a las que ahora se suman conflictos con los colonos y campesinos por las afectaciones provocadas por los cultivos de coca, la ganadería extensiva y la tala ilegal.
Hoy los siona no han cesado en su lucha contra la petrolera, pero en el pasado, a inicios del siglo XX, lidiaron con los proyectos extractivos de quina y de caucho en el resguardo Buenavista y San José de Wisuya en Ecuador.
Mario Erazo está acostumbrado a luchar, como también a responder a periodistas o productores de documentales. Además, poco a poco se va acoplando a un nuevo rol: el de ser papá. En estos días sus “salidas a cámara” son para el cineasta independiente Tom Laffay, quien graba desde hace varios años un documental sobre la guardia indígena siona que lidera Erazo.
Una de las labores de Erazo es consolidar la guardia indígena con nuevos liderazgos, como los del gobernador Alonso Tabares; el alcalde César Piaguaje y la exalcaldesa Adiela Mera. Margarita Chaves, antropóloga e investigadora del Instituto Colombiano de Antropología e Historia (Icanh) y quien ha conocido a los siona desde la década de los ochenta, explicó que aunque Erazo tiene un liderazgo de años y es difícil encontrar otros voceros como él, poco a poco han ido surgiendo nuevos. Lo que más le ha sorprendido es la puesta en marcha de la guardia siona: “Eso es algo relativamente nuevo, de los últimos cinco años, y dice mucho de la importancia que le están dando al control territorial”.
Armados con sus bastones de mando, los guardias indígenas —cuiracuas en su lengua tradicional— son quienes han tenido que enfrentar a los actores armados, a los cuya (foráneos a la comunidad) que rodean el territorio indígena, así como a los proyectos petroleros y a los cultivos ilegales de coca que van en aumento en las zonas circundantes a su resguardo.
Una de las diez mujeres de la guardia indígena, la exalcaldesa Adiela Mera, explica que “antes la defensa del territorio se hacía espiritualmente, ahora toca físicamente, a través de nosotros pero siempre guiados desde lo espiritual, para poder salvaguardar estos espacios que aún nos quedan. Seguimos persistiendo para poder convivir con nuestras generaciones”.
Veinte años de ruido
La llegada de los proyectos petroleros comenzó en 2004, con la autorización de la exploración en la zona, luego en 2009 Amerisur consiguió la licencia de explotación, desde entonces los indígenas que han ocupado ancestralmente estas tierras comenzaron su oposición al proyecto petrolero.
César Piaguaje cuenta que los proyectos extractivos y los cultivos ilícitos han afectado la espiritualidad de las comunidades. “Nos hemos sentido atropellados por el sonido de ese gran aparato, nosotros le decimos elefante grande porque las 24 horas está encendida”, dice al hablar sobre el ruido permanente que se escucha desde la plataforma petrolera. “No es solo un perjuicio espiritual sino también auditivo y ambiental para los animales. Nosotros preservamos, cultivamos, protegemos nuestro territorio desde nuestra parte espiritual, pero ya no podemos concentrarnos, nos estamos debilitando”, agregó.
En 2015 se produjo uno de los hechos más graves en la zona. Un atentado terrorista causó uno de los varios derrames que se han registrado en la región. Por las afectaciones a las comunidades del Putumayo, se inició un juicio en Inglaterra contra la petrolera, como lo documentaron Mongabay Latam y Cuestión Pública en marzo de 2022.
Actualmente los pozos circundantes al resguardo son de Geopark, compañía que compró a Amerisur 12 bloques petroleros en la cuenca Putumayo y uno en los Llanos Orientales. Al bloque vecino de Buenavista le mantuvo el nombre de Platanillo, y a todo el proyecto de explotación en el Putumayo lo llamó “Nueva Amerisur”.
La organización no gubernamental Ambiente y Sociedad documentó en una de sus investigaciones que Amerisur Exploración Colombia Limited, la que le vendió a Geopark todas sus operaciones, es la compañía con más hectáreas en operación en la Amazonía colombiana: 793 343. Le sigue Ecopetrol con 742 015.
Las afectaciones al resguardo no se detuvieron después de 2015. Erazo cuenta que hubo otro derrame unos tres años después en la zona de El Palmar, pero no existe documentación sobre el caso. Asegura que ahora se ven menos animales en las zonas en donde tiene presencia la compañía petrolera. Erazo se queja sobre todo de que la quebrada Sinquiyá, sagrada para los siona, cada vez tiene menos agua.
El exgobernador también señala que Amerisur instaló un tubo gigante, de orilla a orilla, en el río Putumayo para transportar el crudo desde el lado colombiano hacia Ecuador. Esta obra, menciona, se realizó sin que se hubiera consultado a las comunidades. Así lo certificó la Defensoría del Pueblo de Ecuador en un informe donde asegura que Amerisur, en asociación con Resources PLC (privada) y Petroamazonas EP (pública), “construyeron entre el 2015 y 2016, sin proceso de consulta previa, libre e informada, el Oleoducto Binacional Amerisur (OBA) de 17 kilómetros, que parte en el bloque Platanillo en Colombia, hace un cruce por debajo del lecho río Putumayo (1450 metros) y avanza por el territorio ecuatoriano hasta conectarse en la estación Víctor Hugo Ruales, en Ecuador, a la Red de Oleoductos Secundarios (ROA)”.
Mongabay Latam intentó ir al lugar en donde se encuentra esa obra. Las condiciones de seguridad de la zona, por presencia de grupos armados ilegales que tienen el control de los territorios, no lo permitieron.