La mutación de las chinampas provocó cambios en la actividad productiva y, como consecuencia, en la biodiversidad de la región. Porque en esta zona lacustre todo está unido como una gran cadena, dice Carlos Sumano, integrante del Laboratorio de Restauración Ecológica del Instituto de Biología de la Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM). Y si las personas chinamperas están en peligro de extinción, también los ajolotes, la especie icónica de Xochimilco.

Desde hace 15 años, investigadores del Laboratorio de Restauración Ecológica y productores trabajan para reactivar la zona chinampera. Su plan consiste en reducir la cantidad de carpas y tilapias —especies introducidas—, impulsar el monitoreo ambiental y crear chinampas-refugios para dar la vuelta a la transformación.

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Dar futuro a una especie y a un ecosistema

El ajolote es “un monstruo acuático”. Ese es el significado de su nombre en náhuatl: atl es agua, xólotl es monstruo. Sus branquias externas, su piel suave y sin escamas, sus crestas, sus aletas, su capacidad de regenerar partes de su cuerpo y sus pequeños ojos son parte del mito del Quinto Sol, ese que fue escrito por Fray Bernandino de Sahagún en 1577 y dice que para hacer que el sol y la luna se movieran en el cielo debían sacrificar a un dios: Xólotl, gemelo de Quetzalcoatl, que le huía a la muerte. Para sobrevivir, se convirtió en caña, en maguey y en ajolote. Finalmente lo asesinaron.

El ajolote pertenece al grupo de los anfibios. En 2018, en el Programa de Acción para la Conservación de las Especies, editado por la Secretaría de Medio Ambiente y Recursos Naturales (Semarnat), reportó 17 especies de salamandras del género Ambystoma, 16 son originarias de México y una de Canadá y Estados Unidos. La Ambystoma mexicanum, endémica de Xochimilco —es decir, que sólo se puede encontrar en esa zona—, aparece en la categoría de En Peligro de extinción en la norma NOM-059-Semarnat-2010 y En Peligro Crítico en la Lista Roja de Especies Amenazadas de la Unión Internacional para la Conservación de la Naturaleza (UICN).

Imagen de un ajolote registrada en la laguna de Alchichica. Foto: José Alfredo Hernández.
Imagen de un ajolote registrada en la laguna de Alchichica. Foto: José Alfredo Hernández.

Cuando los aztecas diseñaron el sistema de canales y humedales de esta zona, los ajolotes de la especie Ambystoma mexicanum crecieron y se reprodujeron de manera exitosa en estos hábitats. Era frecuente verlos desplazarse en esas aguas o como una fuente de alimento en las comunidades, de acuerdo con los autores de “Una historia de dos ajolotes”. Tras la caída del imperio azteca, en 1521, sus ecosistemas acuáticos comenzaron a deteriorarse. “El ritmo del deterioro fue gradual y sutil hasta mediados del siglo XX. En ese momento, los ajolotes parecían ser lo suficientemente numerosos como para sustentar una pesquería para el consumo local. Sin embargo, el deterioro de su hábitat aumentó precipitadamente cuando la Ciudad de México triplicó su tamaño entre 1950 y 1975”, detallan los investigadores Randal Voss, Ryan Woodcock y Luis Zambrano en el artículo científico publicado en noviembre de 2015 en la revista BioScience.

La destrucción de la zona lacustre ha avanzado en forma acelerada y las causas detrás no han hecho más que diversificarse. Al avance de la mancha urbana se sumaron la introducción de especies exóticas —particularmente peces como carpas y tilapias— en la década de los sesenta, la aplicación de agroquímicos en algunas chinampas, la descarga de aguas residuales provenientes de viviendas cercanas, el cambio de uso de suelo, la cantidad y calidad de agua disponible y el reemplazo de canoas por lanchas motorizadas para trasladar personas.

“Se comenzó a ver una tendencia progresiva en la disminución del número de ajolotes por kilómetro cuadrado en la zona de Xochimilco y, en general, en lo que queda de la cuenca”, explica Carlos Sumano.

La densidad de ajolotes pasó de 6 000 por kilómetro cuadrado en 1998 a sólo 100 en 2008, de acuerdo con los autores del artículo “Una historia de dos ajolotes”. Una caída de 98.3 % en 10 años. Lo peor es que el declive persiste.

El doctor en ecología básica Luis Zambrano González, titular del Laboratorio de Restauración Ecológica del Instituto de Biología de la UNAM, lideró el último censo de ajolotes. En 2014, junto con su equipo, se dedicó a contar cuántos anfibios había en el ecosistema de Xochimilco. Montados en una embarcación, con un experto en ajolotes al frente, cada 200 metros lanzaban la atarraya a los canales para detectar cuántos había en la zona. El resultado: menos de 35 por kilómetro cuadrado. Una drástica caída confirmada por los habitantes del lugar, quienes temen que al realizar un nuevo censo, no se llegue ni a los 10 ajolotes. “Sí, sí, sí es muy posible ese escenario”, dice el investigador.

Para evitar que ese escenario empeore, un equipo integrado por investigadores y productores trabajan en un proyecto de restauración ecológica bautizado como chinampa-refugio.

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Agua, el foco de la rehabilitación

Carlos Sumano viaja en bicicleta a su trabajo. Su empleo está al sur de la capital, en Xochimilco, a un costado del Embarcadero de Cuemanco, uno de los puntos de salida de las trajineras tradicionales, embarcaciones construidas con madera, decoradas con flores y papel colorido. Tan pronto llega, el hombre de 39 años toma un sombrero, se pone unas botas de hule y sube a una canoa. Con equilibrio, técnica para remar y ruta clara, sale a gestionar el proyecto de restauración, a resolver pendientes, a platicar con chinamperos y a visitar los refugios donde se intentan recuperar las poblaciones de ajolotes.

Desde hace 15 años, el Laboratorio de Restauración Ecológica del Instituto de Biología de la UNAM, coordinado por el doctor Luis Zambrano González, tiene un ambicioso objetivo: restaurar a largo plazo la zona chinampera de Xochimilco aplicando pesca intensiva para reducir la cantidad de carpas y tilapias, con un sistema de monitoreo ambiental y con la rehabilitación de chinampas y apantles –canales para llevar agua a los cultivos– para generar refugios que fortalezcan la conservación del ajolote y otras especies nativas.

“Los primeros tres o cuatro años los dedicamos a tratar de entender cuáles eran las causas fundamentales por las cuales el ajolote estaba yéndose a la extinción”, cuenta Luis Zambrano. Luego, en colaboración con las personas dueñas de chinampas, terminaron de delinear el plan integral. “El tiempo dedicado y el trabajo constante con chinamperos derivó en un plan robusto. Son dos cosas que en la ecología de la restauración no siempre funcionan, la gente hace dinámicas de restauración y se va. Entonces la gente local dice: ‘esto no me sirve para nada’. Lo que he aprendido es que si uno quiere hacer un proyecto de restauración tiene que ser a largo plazo”.

Lo que busca el laboratorio no sólo es tener más ajolotes, sino restaurar su hábitat completo. “Podemos tener mil millones de ajolotes en peceras, nada más es cosa de tener las peceras, se puede y muchos lo hacen. Pero eso no sirve de nada”, dice Luis Zambrano. “Si nosotros extinguimos al ajolote de Xochimilco y hay muchos en Alemania, ya no existe la especie, porque la especie es un producto evolutivo de la interacción con su propio ecosistema, es parte fundamental, de otra manera es un conjunto de DNA que sobrevive pero no es una especie como la conocemos, porque además modifica sus hábitos, su comportamiento, su fisiología. Entonces restaurar la especie involucra de manera primordial restaurar su hábitat”.

El proyecto atiende el epicentro de varios problemas: la cantidad y la calidad de agua, dice el biólogo Miguel Rivas, integrante del laboratorio. “Había un loop de retroalimentación negativa: malas cosechas, poco ingreso de dinero (para los productores), abandono de las tierras y entonces la calidad de agua y la biodiversidad iban en disminución”, detalla el investigador desde el edificio del Instituto de Biología ubicado en Ciudad Universitaria, a 30 minutos en auto desde Xochimilco.

Al mejorar la calidad del agua, aumenta la producción agrícola en las chinampas, se protege la vida de especies nativas como ajolotes, charales (Menidia jordani) y acociles (Cambarellus montezumae) y se reduce la presencia de especies exóticas. Un ciclo positivo que busca contrarrestar el loop negativo que mencionan los investigadores.

Además, destaca Miguel Rivas, los humedales son ecosistemas estratégicos para mitigar los efectos del cambio climático. Primero por el papel importante que desempeñan en la captura y almacenamiento de carbono. Segundo, porque son amortiguadores de cambios extremos en el clima, más si están ubicados en una ciudad. “Si en algún momento el humedal de Xochimilco desapareciera, inmediatamente tendría varios impactos como de bolas de billar: le pega a la temperatura, a las inundaciones y a la captura de carbono. Se enrarecería mucho más el ambiente”, agrega.

Un ecosistema restablecido tiene una mejor calidad de agua y variedad de insectos. Crédito: Aminetth Sánchez.

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Las chinampas, el centro de la acción

Las chinampas-refugio son protagonistas de esta historia. En 2008, el laboratorio comenzó a impulsar la transformación de estos terrenos flotantes con canales rehabilitados para mejorar la vida de los ajolotes y otras especies nativas. Son sitios especiales para promover la restauración del hábitat de los ajolotes y permitirles completar su ciclo de tres etapas: embrionaria, larvaria y adulta, en la que suele ocurrir el proceso de reproducción. Lejos de la amenaza de sus depredadores. Lejos de la mala calidad del agua.

“El planteamiento consistió en considerar a la chinampa y a los apantles o zanjas como una unidad ambiental, cuya interacción es altamente dependiente una de otra. Es decir, las actividades que se desarrollan en la chinampa inciden directamente en la calidad de los apantles, y ésta a su vez influye en la conservación de la vocación agrícola de las chinampas”, se lee en el plan maestro del proyecto.

Este tipo de chinampas-refugios tienen dos características principales. La primera es que los apantles que rodean los terrenos tienen una compuerta al inicio para impedir el acceso de carpas y tilapias. Esta estructura hecha con un marco de polines de madera y una malla plástica garantiza que el agua del canal principal (acalote) se mezcle con el del apantle, pero sin dar acceso a las especies exóticas. La segunda característica es que a las orillas de la tierra se plantan árboles ahuejotes (Salix bonplandiana) y se instalan estacas para estabilizar y evitar los desgajamientos. Los protocolos técnicos son la base.

Una vez apalancado el terreno y rehabilitados los canales, las plantas aparecen en escena para la construcción de biofiltros. La técnica se centra en usar plantas acuáticas —como zhacaltule (Schoenoplectus americanus) y tule ancho (Typha latifolia)— para limpiar el agua. Cuando las raíces de estas plantas crecen, sirven como una barrera natural que se suma a las compuertas para impedir la entrada de especies exóticas.

“El resultado son aguas limpias, de muy buena calidad, donde viven ajolotes, ranas y otros animales muy pequeñitos, muy sensibles a contaminantes. Este es nuestro indicador de que estamos haciendo bien las cosas”, dice el chinampero Felipe Barrera.

No cualquier chinampa puede funcionar como refugio. Niveles y calidad de agua suficientes, producción libre de agroquímicos, uso de suelo para agricultura y un chinampero comprometido son los requisitos mínimos para lograrlo. “Aquí el sembrado es un arte”, describe Basilio Rodríguez.

Durante la primera etapa del proyecto, tan sólo de enero a mayo de 2012 se rehabilitaron 2 500 metros cuadrados de chinampas. ¿El impacto? Mejoró parte del área lacustre de Xochimilco, se impulsó la producción de alimentos, se recuperaron ciertos canales y zanjas, se rehabilitaron hábitats y mejoraron las condiciones de agua en algunas zonas.

La chinampa de Felipe Barrera es de unos mil metros cuadrados. Tiene en el centro y a los costados espacios restaurados que funcionan como refugios. Crédito: Aminetth Sánchez.En 2014, el laboratorio realizó un taller con productores para explicarles el modelo chinampa-refugio y la elaboración de abonos orgánicos, biofertilizantes y controladores de plagas. De ahí nació la relación con muchos de ellos para lograr la apertura de zanjas que terminaron siendo refugios para ajolotes.

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El propósito: transformar 400 chinampas

Quince años después de la puesta en marcha de este proyecto, el laboratorio tiene un récord de números positivos: 40 chinampas rehabilitadas, 36 refugios, 71 biofiltros construidos, 119 729 metros cuadrados de superficie sembrada, 228 beneficiarios directos (chinamperos y familia) y 912 beneficiarios indirectos (jornaleros que trabajan en chinampas). Y quieren más.

“Lo que nos gustaría es tener unas 400 chinampas en los próximos 15 años. Hay espacio para eso, posibilidades y capacidades económicas para hacerlo también, lo único que hace falta es un poco de voluntad política y de trabajo en conjunto con el gobierno”, dice Luis Zambrano.

Cada uno de los refugios están en diversas etapas, explica Carlos Sumano, algunos están en la fase de rehabilitación de las chinampas y otros ya cuentan con ejemplares de ajolotes. El tiempo que toma la transformación de los espacios varía, pues cada chinampero cuenta con recursos económicos y tiempo diferentes.

Arriba: un Modelo de la estructura de una chinampa-refugio. Abajo: Ejemplo de compuerta al inicio de los apantles. Foto: Laboratorio de Restauración Ecológica del Instituto de Biología de la Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM).

Basilio Rodríguez recuerda cuando hace cuatro años su chinampa estaba a ras de agua, parecía un charco. Junto con los investigadores, reconstruyó el terreno, sacaron el sedimento, enfilaron las estacas, rellenaron los huecos. “Ahora es una tierra que se ve hermosa”, presume el chinampero.

El diseño de los refugios no es único, pues los tamaños de los terrenos y las distribuciones cambian, algunos se enfocan sólo en los canales que rodean los terrenos, otros ponen pequeños refugios arriba de las chinampas como si fueran pequeños estanques.

Carlos Sumano, quien gestiona la iniciativa en campo, se sabe de memoria el estado de cada refugio, su ubicación y hasta los horarios de almuerzo de los propietarios.

”Estamos trabajando con Basilio, su refugio está en una etapa intermedia. Él está trabajando mucho la parte de agricultura, pero al refugio todavía le falta, esperamos consolidarlo terminando este año”, dice el investigador vestido con camisa blanca y pantalón de mezclilla, mientras navega por los canales de Xochimilco.

“Este es el refugio de don Felipe, fue de los primeritos. ¿Cuánto tendrá? Como unos siete años. Él quiso hacer su refugio arriba de la chinampa”, comenta Carlos Sumano mientras estaciona su canoa y la amarra a un árbol para que no se desplace.

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Recuperar la chinampa, recuperar el ecosistema

Los adultos mayores cuentan que las chinampas en Xochimilco medían 10 metros de ancho por 100 metros de largo. Ese era el trazo más común, el equivalente a la séptima parte de un campo de futbol profesional. Justo de ese tamaño es la chinampa-refugio de Felipe Barrera. Son 1 000 metros cuadrados de cultivos, donde conviven maíz, cempasúchil, hierbabuena y mucho más. Hay diversidad de plantas, de insectos, de calidad de agua. Un paraíso chinampero. “Cuando hablamos de un ecosistema saludable es así, como este, diverso”, explica Carlos Sumano.

El plan para restaurar su chinampa comenzó hace siete años, después de que Felipe Barrera regresara a Xochimilco para retomar la tradición chinampera de su familia. El primer paso fue buscar la forma para obtener agua limpia: “Empecé a juntar agua de lluvia en estanques que si no son propiamente un apantle, sí pueden servir para almacenar”, describe con voz vibrante este hombre de 47 años.

Luego unió fuerzas con el equipo del laboratorio de la UNAM y el chinampero Pedro Méndez para trabajar en la restauración de los canales secundarios, conocidos como apantles, que sirven para proveer agua a la cosecha. La premisa del proyecto científico es que nada se consigue sin la participación de los productores locales y habitantes de la zona. Es un proyecto de todos, para todos.

El impacto de las chinampas-refugios en la zona se traduce directamente en mejor calidad de agua, cultivos superiores, mayor número de cosechas, beneficio económico ampliado y, por ende, mayor aprecio hacia la tierra, enumera Miguel Rivas. Y tener una mejor calidad de agua también provoca mayor diversidad y un ecosistema más sano que funja como amortiguador ante el cambio climático.

Carlos Sumano sumerge la mano en uno de los apantles de la chinampa-refugio de Felipe Barrera, en la que calcula se han invertido unos 500 000 pesos (casi 30 000 dólares). El agua se ve diferente: cristalina, clara, es posible ver a través de ella, tiene olor a vegetación, las raíces de las plantas son blancas y hay variedad de fauna acuática, como cucarachas de agua y pequeños crustáceos. Esa imagen es muy diferente al agua color verde-azul del canal principal de Xochimilco, donde las raíces son oscuras, con sólidos disueltos y contaminantes.

“Una vez que vemos insectos presentes en las plantas, en la zona de raíces principalmente, podemos empezar a tener pequeños peces, acociles (crustáceos de agua dulce), fauna de mayor talla. Y al final, si todo está restablecido, podemos tener ajolote, porque el ecosistema está funcionando”, detalla el investigador.

Ese es el anhelo de muchos productores. Comparten el sueño de que sus ecosistemas funcionen. Pero su tarea no termina con la puesta en marcha del refugio: el monitoreo, la evaluación, el mantenimiento, el uso de biofertilizantes y abonos orgánicos, y la utilización de lodos para germinar semillas son parte de las labores que deben realizar para ser parte de la red. Y también para que los productos cosechados en su terreno tengan el distintivo ecológico Etiqueta chinampera –—que no es una certificación—, pero los reconoce como de calidad agroecológica.

El distintivo sólo lo obtienen los chinamperos cuyas cosechas suman un puntaje total de 53 puntos asociados a la calidad de agua, la producción chinampera y a los refugios para la biodiversidad. Y hay tres niveles, que definen el progreso de los refugios en su unidad de producción. Claudia Medina, Cassandra Garduño, Basilio Rodríguez y Felipe Barrera son algunos de los 18 productores que hoy tienen la etiqueta y pueden vender sus productos en Tienda UNAM, el supermercado que tiene la Universidad Nacional Autónoma de México.

“Están abriéndose más espacios de comercialización hacia consumidores que buscan este tipo de productos. Y los chinamperos por sí solos también tienen sus esquemas de comercialización, sus propios clientes y este distintivo les permite ofrecerles seguridad”, asegura Carlos Sumano. Además, es un fortalecimiento económico para el proyecto que año con año ha buscado financiamiento con gobiernos, empresas, organizaciones e iniciativas como fondeo colectivo para continuar.

A 15 años del inicio, desde el laboratorio tienen claro que el logro más significativo es que ya existe un modelo de restauración con evidentes beneficios en los cuerpos de agua.

“Es un ejemplo vivo de cómo la humanidad puede coexistir en un ecosistema produciendo alimentos, satisfaciendo sus necesidades y, al mismo tiempo, conservando y respetando el entorno —afirma emocionado Carlos Sumano. Es posible hacerlo, la chinampa es un ejemplo de que eso es real, de que es posible, de que se puede hacer, de que funciona”.

*Imagen destacada: Basilio Rodríguez es chinampero desde niño. Trabaja en la instalación de un refugio para conservar ajolotes. Crédito: Aminetth Sánchez.

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