- Para Killeen, mucho de lo que se inició siglos atrás con los jesuitas ha configurado los actuales desarrollos extractivos en la Panamazonía.
- Sin dudas, los pueblos indígenas asentados alrededor de los ríos amazónicos no fueron los mismos cuando empezaron las distintas olas extractivistas en países como Brasil, Perú y Bolivia, donde el sistema de castas de la colonia permitió el uso de esclavos.
- Distinto es el caso de Surinam, Guyana y Guyana Francesa, países cuyos gobiernos coloniales tras la abolición de la esclavitud importaron mano de obra desde la India (bajo el dominio del Imperio Británico) y desde las Indias Orientales Holandesas. Dicha historia compartida se asemeja más al devenir del Caribe que al de la Amazonía.
Debido a su estatus privilegiado como institución religiosa transnacional y su lealtad al Papa, los jesuitas gozaban de una considerable autonomía frente a las coronas española y portuguesa. Esta condición les permitió evadir impuestos e ignorar a las élites coloniales, que envidiaban su capacidad de monopolizar mano de obra y recursos. El descontento colonial se vio exacerbado por las intrigas palaciegas en Lisboa, Madrid y Roma, que llevaron a su expulsión de los imperios portugués y español en 1759 y 1767, respectivamente.
En Maynas, Chiquitos y Moxos, la administración de los bienes productivos de las reducciones fue asumida por las autoridades civiles en representación de la Corona, mientras que las funciones espirituales de las misiones pasaron al clero diocesano. La disfunción generalizada llevó a los españoles a transferir el sistema religioso a los franciscanos en 1780. Sin embargo, la separación de los recursos económicos del control religioso dejó a los frailes sin los medios para sostener las misiones, y en 1804 todo el sistema prácticamente se había derrumbado.
En Maynas, el avance de los portugueses fue controlado por el puesto militar de Iquitos, pero el acceso a la región se reorganizó a través de las ciudades coloniales en el alto Marañón (Jaén) y Huallaga (Moyobamba), conectadas con a la costa por un camino inca que cruzaba un punto bajo en la Cordillera de los Andes por la brecha de Huancabamba. El control administrativo pasó a ejercerse de Quito (Audiencia de Quito) a Lima (Virreinato del Perú), lo cual se formalizó en 1801, cuando la región se organizó como Comandancia General de Maynas.
El cambio de estatus jurisdiccional fue repudiado por Quito en 1809, pero Perú prevaleció debido a que las conexiones logísticas a través de los ríos Marañón y Huallaga resultaban más sólidas en comparación con los debilitados vínculos con Quito, que habían dejado de funcionar tras el éxodo jesuita.
A pesar de los cambios jurisdiccionales, la economía impulsada por los jesuitas se desmoronó, y la población, ahora muy disminuida, regresó a los medios de vida de subsistencia que siempre habían sido (y siguen siendo) un pilar en la región. Maynas permaneció en un estado de letargo durante el siguiente siglo, hasta que el auge del caucho impulsó la siguiente etapa de su evolución histórica. No obstante, la aculturación de los habitantes nativos de la región, principalmente del grupo étnico Omagua, consolidó su relación con los comerciantes coloniales y las guarniciones militares. Sus descendientes, conocidos como ribereños, dominan hoy la economía política de las tierras bajas del Perú amazónico.
En Chiquitos, la élite criolla de Santa Cruz de la Sierra rápidamente se apropió de los activos económicos de las misiones jesuíticas. Algunos residentes indígenas huyeron al bosque, pero la mayoría quedó bajo el control de las élites coloniales, que pronto serían republicanas. Los recién llegados ocuparon las aldeas, mientras que los indígenas fueron reubicados en “rancheríos” a cierta distancia de las aldeas principales. Por lo general, cada rancherío estaba asociado con una finca agrícola, y sus habitantes adquirieron un estatus de siervos, similar al del sistema de latifundio que prevalecía en las tierras altas de los Andes.
En Moxos, el proceso fue más lento debido al aislamiento y a la voluntad de los residentes indígenas de mantener la estructura básica y el sistema de producción económica. El naturalista francés Alcides d’Orbigny visitó la región en 1833 y observó que la estructura de la misión permanecía esencialmente intacta, con unos 20.000 residentes que conservaban sus lenguas nativas. Sin embargo, los pioneros de Santa Cruz estaban migrando a la región y apropiándose de grandes extensiones de tierra para la cría de ganado. En 1850, la población de origen europeo había crecido de 57 a más de 1.100 personas, y el hato ganadero superaba ya las 150.000 cabezas.
A diferencia de Maynas , Chiquitos y Moxos , el ritmo de colonización en la Amazonía portuguesa se aceleró tras la expulsión de los jesuitas, en parte debido a que la salida de las órdenes misioneras coincidió con el ascenso del Marqués de Pombal como primer ministro en la corte del rey José I. Pombal llevó a cabo una transformación monumental del gobierno imperial, pero también fue un aristócrata con intereses personales, lo que lo llevó a inducir al Rey a otorgar en 1755 una concesión comercial de monopolio a la Companhia de Comércio do Grão – Pará e Maranhão. Inspirada en los modelos de las compañías de Gran Bretaña y los Países Bajos, la Companhia privatizó la administración de los bienes de la corona y confiscó los activos económicos de todas las aldeas misioneras. Su principal modelo de negocio era impulsar el comercio de esclavos venidos de África en las provincias costeras de Maranhão, pero también cambió radicalmente la economía y la demografía de la llanura aluvial del Amazonas y las áreas adyacentes. La Companhia se apropió del lucrativo comercio de las drogas do sertão, lo que la puso en conflicto directo con los jesuitas.
La separación de las actividades económicas y religiosas estuvo acompañada por la creación de un sistema denominado Diretoria que implicaba, a nivel de las aldeas de las misiones, reemplazar al autócrata jesuita por un funcionario público representante de la Companhia. Estos funcionarios eran remunerados en función de un porcentaje del comercio generado por la misión y de su capacidad para proporcionar mano de obra indígena a los colonos y agentes gubernamentales que llegaban a la región como parte de la política para consolidar la presencia del Estado portugués.
La Companhia consolidó su influencia estableciendo puestos militares entre 1767 y 1777 en puntos estratégicos como la confluencia de los ríos Solimões y Javari (Tabatinga), en la parte alta del río Negro (São Gabriel de Cachoeira) y en el río Branco (São Joaquim). Además, extendió su presencia a lo largo de los ríos Madeira y Guaporé, fundando asentamientos como Vila Bela da Santíssima Trindade, en lo que hoy es Mato Grosso, y Forte Príncipe da Beira, cerca de Costa Márquez en la actual Rondônia. La expansión de la soberanía portuguesa al este del Guaporé coincidió con la expansión de las excursiones de los bandeirantes desde São Paulo hacia Mato Grosso, motivados por la búsqueda de oro, esclavos y nuevas tierras.
Estos fuertes y sus asentamientos misioneros asociados establecieron una frontera efectiva entre los dominios españoles y portugueses, oficializada por los tratados de Madrid (1750) e Ildefonso (1777). Irónicamente, el monopolio de la empresa terminó en 1777, tras el destierro de Pombal de la corte, y la Companhia fue disuelta por un edicto real en 1778. Sin embargo, el sistema implementado por la Companhia, que incluía el control estatal de las aldeas misioneras, continuó siendo dominante en la economía. de la Amazonía portuguesa y brasileña durante otro medio siglo.
En los primeros años tras el cambio de gobierno, se observó un aumento en las actividades de los bandeirantes. y un declive en las poblaciones indígenas de la cuenca baja del río Amazonas. A medida que estas poblaciones fueron diezmadas por enfermedades y desplazamientos forzados, los bandeirantes ampliaron sus expediciones río arriba hacia los ríos Solimões y Negro. Decenas de miles de personas fueron capturadas y transportadas río abajo por el Amazonas, donde fueron reasentadas en un entorno social que las despojó de su identidad étnica. Mientras tanto, río arriba, la transformación demográfica fue impulsada por soldados, funcionarios fronterizos y bandeirantes. quienes tomaron a mujeres locales como sus esposas y concubinas, creando una élite que controlaba las rutas comerciales, las cuales prosperaron en torno al comercio de las drogas de sertão, término usado para describir los productos forestales que formaban la base de la economía amazónica en el período comprendido entre la expulsión de los jesuitas y el auge del caucho a finales del siglo XIX.
Cinco tribus destacan por su resistencia, adaptación o sometimiento ante los portugueses: los Omagua, ubicados en las islas de la llanura aluvial del Solimões; sus vecinos, los Tikuna, asentados en los bosques de tierras altas al norte de esa llanura; y más abajo, los Mura, que habitaban la parte baja del río Madeira y la llanura aluvial media del Amazonas, hasta que fueron desplazados por los Murunduku, quienes controlaban el río Tapajós, mientras que los Manao dominaban el tramo medio del río Negro.
Los Omagua se incorporaron primero a los asentamientos misioneros y luego a la cultura ribeirinha, mientras que los Tikuna evitaron el contacto y la asimilación retirándose a sus santuarios forestales. Los Mura libraron una guerra de guerrillas durante más de un siglo, pero se rindieron a los portugueses en 1789 como estrategia para escapar de los ataques de los Murunduku y en la actualidad se autoidentifican como Caboclos. Los Manao, que en algún momento controlaron el paso por el río, disminuyeron gradualmente y finalmente desaparecieron ante los repetidos ataques de los bandeirantes. Los Murunduku y Tikuna sobrevivieron utilizando una combinación de evasión y astucia, y actualmente se encuentran entre las naciones indígenas más grandes y resilientes de Brasil.
Caboclos, Quilomobolas y Cimarrones
Las personas que viven a lo largo de los ríos Amazonas y Solimões llevan consigo la huella de sus antepasados indígenas, así como las transformaciones impuestas por misioneros, bandeirantes, colonos y comerciantes. La erosión de su herencia indígena fue un proceso gradual. Con el tiempo, este grupo pasó a ser conocido como caboclos, un término racializado que describe a la población de ascendencia mixta indígena y europea. Los historiadores estiman que, en la primera mitad del siglo XIX, los caboclos constituían el grupo demográfico más numeroso de la Provincia de Grão Pará (alrededor de 40.000 personas), superando tanto a los pueblos indígenas que vivían en antiguos asentamientos misioneros (unas 33.000 personas) como a la creciente población de esclavos traídos desde África (aproximadamente 30.000). Todos estos grupos permanecían bajo el control nominal de una pequeña élite de ascendencia europea (unos 15.000).
A pesar del gobierno autocrático de la región, muchos indígenas y africanos esclavizados lograron escapar de sus captores. Expertos en la economía de subsistencia, estos fugitivos pudieron reconstruir sus medios de vida después de huir. La región también fue escenario de violencia y malestar, alcanzando su punto culminante en 1835 con la rebelión campesina conocida como la Cabanagem, un levantamiento amazónico protagonizado por una coalición de caboclos, indígenas desplazados y pobres urbanos. Estos grupos se alzaron en una violenta protesta contra los traficantes de esclavos, los terratenientes y los comerciantes. Sorprendentemente, los rebeldes consiguieron derrocar al gobierno de Belém y controlaron la administración durante más de un año. Su éxito se debió en parte a la participación de las élites urbanas, que se sintieron atraídas por la idea de un Estado independiente, libre de la dominación –y el abandono– del sur de Brasil.
Desde sus inicios, la revuelta estuvo marcada por la violencia, tanto por los conflictos internos entre los sublevados como la brutal represión de las tropas federales. Además, la guerra de guerrillas continuó durante cuatro años después de que los rebeldes fueran expulsados de Belem. La población de Pará, que antes de la revuelta se estimaba en unas 120.000 personas, se redujo entre un 30% y 40%, una cifra notable que revela la ferocidad con la que las fuerzas armadas intervinieron para restablecer el control federal. No obstante, esta cifra de muertes puede haber sido exagerada por otros fenómenos demográficos.
La Cabanagem también brindó una oportunidad ideal para que muchos esclavos escaparan de sus amos. Los indígenas desplazados escaparon regresaron a sus aldeas río arriba o se integraron a la cultura caboclo. Sin embargo, esta no era una opción para las personas de ascendencia africana, quienes enfrentaban un trato más severo en un país que vivía con el temor constante de una rebelión de esclavos. En respuesta, muchos huyeron a zonas remotas donde fundaron comunidades agrarias conocidas como quilombos.
Una narrativa fundacional similar describe la demografía cultural de Guyana, Surinam y la Guyana Francesa. Estas tres jurisdicciones comparten una historia de dominación colonial por parte de países no ibéricos y una economía basada en las plantaciones de caña de azúcar. Al igual que muchas colonias europeas del siglo XIX, dependían del comercio de esclavos provenientes de África occidental. Durante los siglos XVIII y XIX, muchos de estos esclavos escaparon del cautiverio y establecieron comunidades libres en las selvas del interior de Surinam y la Guyana Francesa.
En los primeros años, los fugitivos tuvieron que defenderse de los gobiernos coloniales, que intentaban recapturarlos. Con el tiempo, lograron coexistir con los administradores coloniales, formando comunidades autónomas y desarrollando medios de subsistencia basados en los recursos forestales y la agricultura. Estas comunidades forjaron una identidad étnica conocida como cimarrones, conformada por seis tribus principales, cada una con diferentes tradiciones culturales y lingüísticas.
Tras la abolición de la esclavitud en el siglo XIX, los gobiernos coloniales importaron mano de obra contratada desde la India, bajo el dominio del Imperio Británico, y desde las Indias Orientales Holandesas. Esta historia compartida distingue a estos territorios de América Latina, vinculándolos más estrechamente con el Caribe que con la Amazonía. Estos grupos son ahora más numerosos que sus conciudadanos afrodescendientes y poseen considerable poder económico y político. A lo largo de la historia, los cimarrones han enfrentado la adversidad y la discriminación. Por ejemplo, en la década de 1970, el gobierno independiente de Surinam intentó desalojarlos de sus tierras tradicionales durante la construcción del embalse de Brokopondo.
Casualmente, los territorios cimarrones se superponen con el “cinturón verde” de Guyana, y ellos se han convertido en actores clave en la minería irregular de oro, que comenzó a finales de la década de 1890, durante la primera fiebre del oro en la región, y ha continuado en décadas recientes. Algunas comunidades cimarronas participan como mano de obra, mientras que las más emprendedoras han obtenido concesiones mineras que subarriendan a mineros irregulares brasileños conocidos como garimpeiros. Al igual que en otras zonas de minería irregular de oro en la región panamazónica, gran parte de esta actividad se desarrolla en la economía “informal”, donde rara vez se pagan regalías e impuestos y las regulaciones medioambientales son habitualmente ignoradas. La mayoría de los mineros utiliza mercurio para extraer el oro, lo que provoca envenenamiento y contamina sus territorios.
Imagen destacada: El Real Forte Príncipe da Beira (Costa Marques, Rondônia, Brasil) se fundó en 1775 para defender las reivindicaciones portuguesas sobre los territorios amazónicos de las incursiones españolas tras la expulsión de los jesuitas de las misiones de Moxos en las actuales tierras bajas de Bolivia. Foto Cortesía de iPatrimônio.
“Una tormenta perfecta en la Amazonía” es un libro de Timothy Killeen que contiene los puntos de vista y análisis del autor. La segunda edición estuvo a cargo de la editorial británica The White Horse en el año 2021, bajo los términos de una licencia Creative Commons -licencia CC BY 4.0).