- El ostrero americano del Pacífico (Haematopus palliatus frazari), una especie en peligro de extinción, ha encontrado un santuario en la Bahía de Tóbari.
- Con más de 660 individuos registrados en 2025, esta bahía alberga el 22 % de la población total de esta subespecie, consolidándose como el segundo santuario más importante en México.
- Estas islas son vitales para la supervivencia de la especie, que se enfrenta a amenazas como la depredación de sus nidos por coyotes, mapaches y gaviotas.
- “Los ostreros son unos padres que se esfuerzan demasiado”, dice el biólogo marino Luis Francisco Mendoza en entrevista con Mongabay Latam.
Cuando la marea baja en la Bahía de Tóbari, se revelan extensos planos lodosos que se transforman en el principal escenario de alimentación para el ostrero americano del Pacífico. Estos espacios, ricos en moluscos bivalvos, también albergan islas artificiales que actúan como zonas clave para la reproducción de la especie. El comportamiento territorial del ave es notable: una vez que establece su dominio en una isla o en sus alrededores, lo defiende con firmeza durante todo el año, convirtiendo estos espacios en núcleos vitales para su supervivencia frente a amenazas como la depredación de sus nidos.
“Mi primer acercamiento con la especie fue entre 2022 y 2023, cuando realizamos visitas prospectivas para determinar el estatus reproductivo del ostrero dentro de la bahía”, narra Luis Francisco Mendoza, biólogo marino y líder de sitio en la Bahía de Tóbari, de la organización Pronatura Noroeste. “Vi su comportamiento, los retos y las amenazas que enfrenta para sacar adelante su nidada, desde la defensa del territorio hasta la supervivencia del pollo. Es un periodo tan delicado, complejo y fundamental para que nuevos individuos se incorporen a las poblaciones”.

El ostrero americano del Pacífico (Haematopus palliatus frazari) ha encontrado un refugio inesperado en el sur de Sonora, al noroeste de México: un conjunto de diez islas artificiales conocidas como tarquinas, creadas en 2010 con material de dragado. Debido a que los ostreros no migran, han hecho de esta bahía su hogar permanente, convirtiéndola en el segundo santuario más importante para esta ave en el país.
“Es una especie en peligro de extinción, con una población a nivel mundial muy reducida y fueron estas cosas las que despertaron en mí la empatía por la especie”, dice Mendoza. En 2025, la Bahía de Tóbari cuenta con más de 660 aves habitando estas islas, lo que representa aproximadamente el 22 % de la población total de esta subespecie.
En Mongabay Latam conversamos con Mendoza sobre el futuro del ostrero americano del Pacífico.

—¿Cómo es el ostrero americano del Pacífico?
—Es un ave playera grande y muy vistosa, de patas rosas, plumaje negro con blanco y un pico robusto, rojo y aplanado ventralmente. Es una especie muy especializada en su alimentación: come bivalvos como almejas y ostras. Tiene ojos color amarillo, con un iris rojo, por lo que es un ave muy carismática y llamativa.
Sin embargo, no es muy abundante. Aunque su distribución es de todo el noroeste de México, desde Sonora hasta Oaxaca e incluyendo la península de Baja California, realmente no es tan común porque la especie se localiza en muy pocos humedales.
En la Bahía de Tóbari tenemos la fortuna de que al menos el 20 % de toda esta población de ostrero se encuentra aquí. Cuando platico con las personas de las comunidades que están aledañas a la bahía, les comento que esta ave puede parecer muy común porque la vemos todo el año y quizás por eso no se ha valorado. Pero fuera de la bahía no es así.
La Bahía de Tóbari es el segundo humedal más importante para la especie en México. El primero es Bahía Santa María, en Sinaloa, que también tiene características parecidas: es una laguna costera con amplias playas arenosas, con islas donde también el ostrero encuentra áreas de reproducción y donde pasa el invierno.
La especie aún tiene muchos huecos de información en su biología, por lo que todavía no podemos saber con exactitud por qué la Bahía de Tóbari es tan llamativa para la especie. Pero, según dos temporadas constantes de observación y de monitoreo, hemos visto que sí hay un buen recurso de bivalvos.

—¿Cómo era la Bahía de Tóbari antes de la remoción del terraplén?
—En los años 70, para promover el turismo en una isla ubicada frente a la Bahía de Tóbari, el gobierno decidió construir un terraplén —camino construido directamente sobre el cuerpo de agua, con un núcleo de roca y cubierto de tierra— que cortó el flujo de las mareas y cambió la hidrodinámica del sitio. Además, en la bahía descargan 15 drenes agrícolas y acuícolas que se sumaban a la problemática que había originado este terraplén. Se desconoce completamente cuáles fueron los efectos sobre las poblaciones de aves.
Afortunadamente y mediante muchas gestiones de diferentes organizaciones, se pudo remover esa construcción y se inició un programa de dragado para tratar de recuperar los canales originales de navegación y circulación de marea.

—¿Cuál era la situación del ostrero americano del Pacífico antes de la creación de las tarquinas?
—Antes de que iniciara el programa de dragado y se removiera el terraplén, la información que está disponible indica, para 1940 y 1945, simplemente la presencia de la especie en la Bahía de Tóbari. Estos primeros trabajos que rescatamos eran sobre inventarios y no hablaban mucho sobre abundancias, mucho menos de distribución.
Posteriormente, 50 años después, más o menos en 1995, hubo un trabajo en el que se visitó el sitio para documentar las especies que se reproducían allí. Ese año se registraron 15 parejas de ostreros y seis nidos, nada más, distribuidos en toda la bahía.
Poco antes, en 1992, se hizo un censo aéreo por toda la costa del Pacífico de México, a cargo de Morrison y Ross. Como el ostrero es un ave playera de tamaño grande, a la altura que se manejan estos censos sí se permite identificarlo desde el aire. Cuando pasaron sobre Bahía de Tóbari, no registraron ninguno.
En la temporada reproductiva de 2009 —cuando todavía estaba el terraplén—, se llevó a cabo una campaña y solo se registraron ocho adultos en la bahía.
Posteriormente —y aquí ya hay un hueco de información—, cuando se removió el terraplén, se hizo el programa de dragado y se formaron estas islas artificiales, nosotros como Pronatura, en el invierno de 2013, con uno o dos años que se estaban formando estas islas, registramos 393 ostreros en la Bahía de Tóbari. Hicimos un monitoreo invernal en todo el noroeste y, ya para este año, encontramos que representaban más del 10 % de la población para la subespecie.

—¿Qué cambios empezaron a notar en el ecosistema a partir de la creación de las tarquinas?
—Creo que estas estructuras ofrecieron los espacios que los ostreros necesitaban para anidar. No hay datos, pero me imagino que en los primeros años los ostreros pudieron haber tenido un buen éxito reproductivo en estas islas. Sin embargo, como son islas y otras especies vieron en ellas también el atractivo de anidar, el ostrero americano empezó a compartir estas áreas con otras aves para la anidación: charranes, gaviotas… y precisamente estas gaviotas empezaron a ser las primeras depredadoras de nidos. Después llegaron los coyotes y los mapaches.

—¿Qué estrategias se están considerando para reducir la depredación?
—La depredación es la causa del 80 % del fracaso de los nidos. Al principio de la creación de las tarquinas, los ostreros llegaban ahí y no se tenían que preocupar de nada. Posteriormente, llegaron otras especies de aves y se tuvieron que preocupar por las gaviotas. Después, estas islas empezaron a ser utilizadas también por los pescadores, que venían con sus redes y su pesquería. Se quedaban un rato en las tarquinas y ahí mismo, para no llegar con todo el producto al puerto, empezaron a hacer limpieza de sus redes y de los descartes de pesca ahí.
Pienso que esto fue muy llamativo para los coyotes que viven alrededor. Empezaron a relacionar las tarquinas con la disponibilidad de alimento de los desechos de pesca. Además, durante la temporada reproductiva se encontraban uno que otro nido y obviamente lo aprovechaban.
La depredación no es similar en todas las islas, sino que los casos relacionados con coyotes y mapaches están muy focalizadas en las islas de los extremos, alejadas de los centros de población, en el norte y el sur. Allí la pérdida de nidos representa entre el 80 y el 85 % por causa de estos dos mamíferos. La principal depredación en las tarquinas del medio es por parte de gaviotas, pero son las menos.
Lo que estamos planteando para el próximo año es iniciar con una campaña de cercado perimetral en las áreas de reproducción: sería una primera campaña piloto para determinar la eficiencia. Aunque los cercados sí se han utilizado para la protección de aves reproductoras que anidan en el suelo, el ostrero americano es un ave que se levanta del nido y camina hacia la orilla. Entonces no sabemos si ponerle una barrera y que esta les afecte o les genere desconfianza. No sabemos realmente cómo van a responder ante un cercado.

—¿Hay otros retos en el sitio?
—La ventaja de la bahía —yo así lo veo—, es que es un laboratorio disponible para poner en marcha diferentes estrategias. Son islas que están distanciadas entre sí, que tienen una depredación diferenciada, tamaño de áreas diferentes, pero todas son utilizadas por los ostreros y otras especies. Posteriormente nosotros queremos hacer limpiezas de vegetación.
En el otoño pasado removimos la vegetación y en esta temporada de 2025 regresaron los ostreros a anidar a esas áreas. Pero fue en una isla donde la depredación es muy alta por parte de coyotes, entonces todos esos nidos que se pusieron, al final, fueron depredados. Por eso nuestro enfoque es frenar la depredación.
Otra parte más complicada sería monitorear la erosión en las tarquinas para saber qué tanto se está perdiendo por año.

—¿Qué papel juega el ostrero americano como especie paraguas en el ecosistema costero de la Bahía de Tóbari y qué otras especies se benefician de su conservación?
—La población para la subespecie del Pacífico —Frazari— está estimada en 3000 individuos, nada más. Ese bajo tamaño poblacional, más todas las amenazas que presenta a lo largo de su distribución y en sus áreas de reproducción, han hecho que en México se le considere como una especie en peligro de extinción.
El ostrero representa un paraguas porque es nuestra especie prioritaria. Protegiéndolo en sus áreas de reproducción, estamos protegiendo a otras tres especies de aves acuáticas que anidan junto con él y que tienen alguna categoría de riesgo en la normativa mexicana, como el charrán real (Thalasseus maximus), el charrán mínimo (Sternula antillarum) y el chorlo pico grueso (Charadrius wilsonia). También están otras gaviotas —como la ploma (Larus heermanni)— y el pelícano café (Pelecanus occidentalis), que no son colonias, pero sí tienen nidos que se están estableciendo en estas islas.

—A través del uso de herramientas tecnológicas como las estaciones de la Red Motus y los transmisores de radio han identificado que los ostreros no migran de la Bahía de Tóbari, ¿qué significa este descubrimiento para la conservación de la especie a nivel regional?
—Esto nos obliga a reforzar y redoblar los esfuerzos en la conservación de la bahía porque esta misma población de ostreros depende 100 % del espacio tanto en la temporada reproductiva como en la invernal. Si se empieza a deteriorar la bahía tendrían que explorar otros sitios para encontrar los recursos que necesitan para sobrevivir. Eso implicaría mayor esfuerzo y mayor riesgo para la especie. Que la especie dependa exclusivamente de la bahía para su supervivencia todo el año ya es un compromiso.
—¿Qué retos implica la falta de protección legal para estas islas artificiales?
—Al ser estructuras artificiales no están sujetas a ningún marco jurídico y están a la interpretación de las instituciones. Por eso no hemos llegado a un consenso para que podamos incluirlas en alguno de estos marcos.
Lo que estamos trabajando en este momento es con el gobierno municipal de Benito Juárez, tratando de promover que estas islas formen parte de un área natural protegida a nivel municipal, para empezar a darle esas pequeñas estrellitas de protección con un marco legal y de gobierno.
También estamos trabajando con el gobierno del estado de Sonora, tratando que la bahía forme parte del corredor biológico que va a estar dentro de su normativa estatal.

—¿Cuál ha sido el rol de las comunidades locales en la protección del ostrero?
—Dentro de las estrategias del programa, además de la parte biológica, se incluyó el componente comunitario, porque había que informar a las comunidades que están ahí que tienen una población importante de ostrero, para poco a poco irlas involucrando. Aprovecho cada momento para platicar con las comunidades locales y decirles la importancia del ostrero, despertarles el interés y, al final de cuentas, lo que me interesa es que se apropien de la especie, que la sientan suya, que digan: “Estas aves también son de Tóbari”. Porque dos de cada 10 aves nacen ahí con ellos, en su área.
Incluso el panguero que me ha llevado todo el tiempo —Jesús Guadalupe Ruelas, de la comunidad de Aceitunitas, parte del pueblo indígena Yoreme Mayo—, se ha entrenado para que pueda llevar a cabo los monitoreos por sí mismo: ya sabe procesar nidos, sabe buscarlos. Está muy bien entrenado.
Adicionalmente, estamos conformando un grupo de voluntarios integrado por las tres comunidades que habitan aquí en la bahía. El objetivo es hacer visitas, que conozcan estas islas. Eventualmente, queremos que este grupo de voluntarios se convierta en grupos comunitarios de monitoreo local.

—Después de todos estos años de trabajo y logros en la Bahía de Tóbari, ¿qué le provoca esperanza y qué sueña lograr para las futuras generaciones de ostreros?
—Lo que espero es que, con todo el esfuerzo que le queremos aplicar a esta especie en la Bahía de Tóbari, la especie se mantenga.
Con cada nido se va creando una historia, porque cada uno tiene un destino diferente. Me llena de gusto ver cómo una pareja, a pesar de todas las problemáticas que tiene, logra que no sea depredado su nido. Es una odisea, porque tienen que esconderlo tan bien, seleccionando el sitio para que no llame la atención.
Cuando al final no encuentro los huevos en el nido, me da mucho gusto que no sea por depredación, y encontrar después a los ostreros caminando con sus pollos. Los ostreros son unos padres que se esfuerzan demasiado.
El próximo año queremos empezar una campaña de anillamiento para seguir los movimientos de estas aves jóvenes. Si tenemos una campaña exitosa de conservación, la bahía no va a soportar porque tiene un nivel de carga, es decir, un número máximo de ostreros que puede soportar.
Mi sueño es que se alcance este número ideal en la bahía y que el excedente generado lo podamos encontrar en otros humedales. Es decir, que la Bahía de Tóbari sirva como un área de dispersión para nuevos individuos. Mi sueño es encontrar aves marcadas en la Bahía de Tóbari habitando en otros humedales.

*Imagen principal: el ostrero americano del Pacífico (Haematopus palliatus frazari) ha encontrado un refugio inesperado en el sur de Sonora, al noroeste de México. Foto: cortesía Roberto Carmona / UABCS