- El cóndor andino, una de las aves más emblemáticas y móviles de América, enfrenta amenazas globales que dificultan su conservación, especialmente en Colombia, donde se conoce poco sobre su ecología.
- Una investigación reciente identificó las áreas prioritarias para conservar al cóndor andino en este país, donde se enfrenta a amenazas como envenenamientos, persecución y cacería.
- El estudio reveló que el país cuenta con más de 19 500 kilómetros cuadrados de hábitat adecuado para los dormideros de esta especie, pero más del 30 % está en riesgo debido a impactos humanos severos.
- “Si fallamos en la conservación del cóndor, fallamos como países”, advierte el biólogo José Fernando González, uno de los autores del estudio.
A finales de 2018, mientras recorrían el Páramo de Almorzadero, en Santander, monitores comunitarios encontraron dos cóndores andinos (Vultur gryphus) tendidos en el suelo. Aunque seguían con vida, presentaban signos evidentes de envenenamiento. Tras el aviso oportuno, se logró organizar un operativo que trasladó a las aves al Parque Jaime Duque, en Cundinamarca, donde comenzó su proceso de rehabilitación. Ambos sobrevivieron y recibieron nombres: Illika, una hembra adulta, y Dasan, un macho juvenil. Antes de regresar a su hábitat —en una liberación celebrada como un hito para la conservación en Colombia—, fueron equipados con rastreadores satelitales. Así, casi dos meses después, emprendieron el vuelo de regreso a casa: el páramo.
El objetivo de un grupo de investigadores y organizaciones aliadas era vigilar su estado físico, asegurarse de que seguían activos, sin caídas ni complicaciones posteriores a la intervención y manejo en cautiverio. Sin embargo, los datos recolectados comenzaron a revelar algo más: información muy valiosa sobre sus patrones de movimiento y comportamiento en libertad.
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“La hembra se desplazó, en menos de dos días, más de 300 kilómetros”, explica la bióloga María Alejandra Parrado Vargas, investigadora de la organización PROCAT Colombia. “Llegó hasta el otro extremo, en la Sierra Nevada de Santa Marta, y comenzó a darnos luces para comprender que no estamos hablando de ‘los cóndores de Santander’ o ‘los cóndores de Santa Marta’, ni de poblaciones del centro, sur o norte del país, sino de una población compartida entre el Caribe y los Andes nororientales de Colombia”.
Los resultados de este monitoreo, junto con los obtenidos por otros tres cóndores rastreados en Ecuador, fueron publicados en la revista Perspectives in Ecology and Conservation en una reciente investigación que identifica las áreas prioritarias de conservación para el cóndor andino en Colombia.

“Fuimos desmenuzando la ecología de la especie y aprovechando la información sobre los individuos”, explica José Fernando González Maya, director de PROCAT Colombia. “Nos preguntamos: ‘Bueno, ¿cuáles son esos sitios clave?’. A partir de ahí, empezamos a utilizar la información derivada de todos estos individuos para identificar cuáles eran las principales características que explican por qué los cóndores escogen ciertos sitios y no otros. Es decir, no se reproducen aleatoriamente ni escogen cualquier sitio. Entonces dijimos: identifiquemos esas particularidades y busquemos dónde se repiten. De cierta forma, podremos predecir los sitios más importantes para conservar a la especie”.
Los resultados mostraron que Colombia cuenta con al menos 19 571.33 kilómetros cuadrados de hábitat adecuado para dormideros de esta especie, pero más del 30 % de esta área se encuentra actualmente bajo riesgo de conservación debido a severos impactos antropogénicos. Por ello, los especialistas sugieren acciones diferenciadas para cada zona priorizada, de acuerdo con las amenazas potenciales generadas por las actividades humanas.

Dormideros seguros para sobrevivir
El cóndor andino, una de las aves más emblemáticas y móviles de América, enfrenta una amenaza global que pone en riesgo su supervivencia. Su capacidad para recorrer grandes distancias complica la planificación de su conservación, especialmente en países como Colombia, donde su ecología aún es poco conocida, explican los especialistas.
La situación es especialmente grave en este país: desde la década de 1980, el cóndor fue considerado extinto en varias localidades y hoy se encuentra catalogado como en peligro crítico. Durante los últimos treinta años, los esfuerzos de conservación se han centrado en reintroducciones y manejo local, pero a decir de los especialistas, estas acciones no han logrado priorizar ni coordinar adecuadamente las medidas necesarias para garantizar la recuperación efectiva de la especie.

“Si fuéramos muy conservadores y parsimoniosos, casi tendríamos que dejar libres todos los Andes para que existieran grandes poblaciones de cóndores”, explica González Maya. “Pero en este caso lo que necesitábamos era priorizar. No podíamos abarcar toda su distribución ni todas sus zonas de vuelo, así que decidimos enfocarnos en aquellas áreas más importantes y críticas: las zonas reproductivas. Al asegurar los sitios de anidación, garantizamos que la población pueda sostenerse a mediano y largo plazo, y así plantearnos metas de conservación más realistas”.
Según la investigación —en la que participaron investigadores de organizaciones como The Peregrine Fund, la Universidad Autónoma Metropolitana, la Universidad Industrial de Santander y el Pyrenean Institute of Ecology—, los cóndores andinos pueden recorrer más de 300 kilómetros en un solo día. Pero cuando llega el momento de descansar, estas majestuosas aves no eligen cualquier sitio: prefieren acantilados y laderas montañosas empinadas, donde encuentran refugio frente a depredadores y el clima extremo. Estos dormideros no solo les brindan seguridad, sino que también les permiten despegar y aterrizar con mayor facilidad.

“A esto también le sumamos que, generalmente, esta especie utiliza estos sitios para mantenerse alejada de sus principales amenazas, como los humanos”, explica Parrado Vargas. Sin embargo, incluso en esos lugares apartados, el impacto humano sigue presente. El caso de Illika y Dasan lo demuestra con claridad. Ambos cóndores mostraron signos de envenenamiento tras alimentarse de carroña contaminada.
“Allí se encontró un toxicológico que se llama organofosforado, que es ampliamente usado en el manejo agropecuario, pero también para el control de especies como perros ferales, perros domésticos mal manejados, e incluso pumas en zonas como los páramos”, señala Parrado Vargas.
Los cebos tóxicos, colocados con otros objetivos, terminan afectando a los carroñeros como el cóndor, que llega a alimentarse de estos restos sin distinguir el riesgo. “Es una práctica ampliamente utilizada y no la hemos visto solo con estos dos cóndores”, advierte la especialista.
Tomando todo esto en cuenta, el estudio se propuso identificar Áreas Prioritarias de Conservación (APC) en Colombia, tomando como base los dormideros confirmados y cruzando esta información con los niveles de amenaza definidos por el Índice de Huella Humana (HFI, por sus siglas en inglés). El objetivo no era solo mapear los refugios más usados por la especie, sino convertir esa información en una herramienta útil para tomar decisiones concretas: priorizar zonas clave, enfocar esfuerzos de conservación y mitigar con mayor eficacia las amenazas que siguen afectando al cóndor andino en su hábitat natural.

Rastrear el vuelo del cóndor
La investigación se realizó dentro de la distribución histórica del cóndor andino en los Andes colombianos, en un territorio que abarca más de 83 000 kilómetros cuadrados, entre los 1800 y 500 metros sobre el nivel del mar. Esta extensa área fue definida con base en la información más reciente sobre la presencia y distribución de la especie en el país.
Para identificar los sitios de descanso más relevantes, los investigadores recopilaron datos de tres fuentes clave: el seguimiento satelital de Illika y Dasan, monitoreados en el noreste de Colombia entre 2019 y 2021; el registro de tres cóndores —un macho juvenil y dos hembras subadultas— marcados en Ecuador entre 2014 y 2019, también con transmisores satelitales; y observaciones directas en dormideros comunales y ocasionales, así como en un sitio de anidación, realizadas entre 2014 y 2021 en distintas zonas de los Andes colombianos.
El seguimiento del vuelo de llika y Dasan logró más de 4600 registros GPS, lo que permitió identificar 461 sitios de dormidero en todo el país. Diez de estos fueron verificados directamente en campo. El análisis reveló un patrón claro: los cóndores prefieren descansar en acantilados empinados, expuestos al viento y al sol, baja densidad del aire y orientación sur, como crestas o salientes rocosas.
Con base en la información recolectada, los investigadores desarrollaron un modelo espacial que permitió clasificar los dormideros según su probabilidad de uso. Determinaron que aquellos con una probabilidad superior al 43 % reúnen las condiciones ideales para el descanso y la supervivencia del cóndor andino. Estas zonas fueron delimitadas como Áreas Prioritarias de Conservación (APC).

“No se trata simplemente de decir ‘hay que protegerlos’, porque eso se vuelve genérico”, señala José Fernando González Maya, director de PROCAT Colombia. “Es evaluar qué tanto inciden las actividades humanas en esos lugares y, según eso, priorizar: lo que está bien conservado hay que mantenerlo así, y lo que está más alterado es donde tenemos que trabajar más fuertemente con las comunidades humanas”. Así, la propuesta establece un gradiente de intervención, que va desde la protección estricta de ecosistemas aún intactos, hasta la implementación de estrategias de manejo participativo en las zonas más afectadas por la actividad humana, sostiene el especialista.
A partir de este enfoque, los investigadores identificaron tres tipos de APC. Las Tipo I corresponden a áreas en buen estado de conservación, con amenazas mínimas o naturales, que deben mantenerse tal como están. Las Tipo II presentan una presión humana intermedia, pero aún albergan dormideros adecuados, por lo que son aptas para acciones de restauración y manejo socioecológico. Finalmente, las Tipo III agrupan zonas con alta presión antropogénica —muchas cercanas a zonas urbanas— y requieren intervenciones urgentes junto a las comunidades locales. Esta clasificación permitió diseñar una hoja de ruta de conservación diferenciada, adaptada a los desafíos específicos que enfrenta la especie en cada territorio.
“Era necesario saber qué condiciones socioeconómicas teníamos en estas zonas para poder hacer acciones de soluciones basadas en la naturaleza, a través de esta especie, y que estas faciliten la mejora en los sistemas del bienestar y la calidad de vida en comunidades”, explica Parrado Vargas.

Tras definir las APC, los investigadores visitaron zonas con riesgo medio y alto por impacto humano para observar amenazas locales más específicas. Entrevistaron a comunidades, instalaron cámaras trampa y detectaron factores como la competencia con zopilotes, la presencia de perros ferales y el uso de cebos envenenados. “Fuimos a ver cómo se relacionaban las comunidades humanas con la especie a través de sus percepciones y de las interacciones socioecológicas, y si había amenazas más a escala local, como el envenenamiento, la persecución con disparos o la propia cacería”, explica Parrado Vargas. Estos hallazgos revelaron dinámicas invisibles en los mapas, pero fundamentales para la conservación.
En resumen, la mayoría de las APC Tipo I —las mejor conservadas— se encuentran en el norte de los Andes y dentro del Parque Nacional Natural Sierra Nevada de Santa Marta. En cambio, las Tipo II y III, más afectadas por la actividad humana, se concentran fuera de esta zona y del nororiente andino. Un punto clave es el corredor de páramos de la cordillera Oriental, que atraviesa Cundinamarca, Boyacá, Santander y Norte de Santander: allí se concentra la mayor variedad de zonas prioritarias. Por el contrario, los Andes centrales y del sur ofrecen menos hábitats adecuados para el descanso del cóndor y están más alterados por el ser humano, lo que reduce las áreas Tipo I y aumenta las de mayor intervención.

El futuro del cóndor y las comunidades locales
Parrado Vargas insiste en que la conservación del cóndor andino no puede limitarse solo a trazar líneas en un mapa. Aunque la creación de áreas protegidas o zonas de manejo es valiosa, considera que las estrategias deben ir más allá.
“A veces vemos como la única herramienta de conservación la definición de áreas protegidas o la delimitación de zonas de manejo, pero efectivamente hay otras acciones que se pueden hacer también con las comunidades”, señala.

Involucrar a las poblaciones locales no solo ayuda a reducir amenazas para la fauna, sino que también puede contribuir a disminuir la pobreza estructural, sostiene la especialista. Escuchar sus saberes, integrar sus necesidades y sumar su conocimiento tradicional es clave para construir políticas públicas más justas, efectivas y sostenibles en los territorios donde aún sobrevuelan los cóndores. En eso coincide González Maya.
“La conservación del cóndor es una invitación nacional, es un reto que tenemos como país e incluso como continente”, concluye el especialista. “El cóndor es nuestro emblema, está en nuestro escudo, es el ave nacional y representa a todos los países andinos. Si fallamos en la conservación del cóndor, fallamos como países”.

REFERENCIA
Parrado-Vargas, M. A., González-Maya, J. F., Reu, B., Margalida, A., Sáenz-Jiménez, F. y Vargas, F. H. 2024. Identifying priority conservation areas for the Andean Condor in Colombia. Perspectives in Ecology and Conservation.
Imagen principal: cóndores andinos en vuelo. Foto: cortesía Fausto Sáenz