Es el inicio del relato sobre el último y más agresivo de los 10 incendios que cambiaron la vida de la comunidad El Peumo, en el Cajón del Maipo, a 93 kilómetros de Santiago. Son hechos suscitados en el contexto de una intensa lucha jurídica entre esa pequeña población y una empresa ─Energía Coyanco─ que reclama servidumbre para partir las parcelas por la mitad con la construcción de un canal que forma parte del proyecto El Canelo de San José para generar 16 megawatts.

Energía Coyanco pide “servidumbre voluntaria, o bien acordada o establecida judicialmente” por tratarse de un proyecto que le interesa a la nación, en este caso, para aportar 16,06 mega watts al Sistema Interconectado Central de Santiago.

El obstáculo para la empresa ha sido que El Peumo está dentro del Monumento Natural El Morado (con una superficie total de 3009 hectáreas), una de las tres unidades de áreas protegidas públicas de la Región Metropolitana de Santiago. Es una región que tiene esa distinción porque es un área con “carácter único y representativa de la diversidad ecológica natural del país”, de acuerdo con el Sistema Nacional de Áreas Silvestres Protegidas del Estado (SNASPE).

Según la revista científica chilena Scielo (desarrollada por la Comisión Nacional de Investigación Científica y Tecnológica de Chile), el Monumento Natural El Morado tiene 300 especies de flora, de las cuales 263 son nativas y 37 exóticas.

El Morado recibió el nombramiento de “monumento natural” para preservar el glaciar y la laguna de Morales, dos atractivos turísticos que se encuentran kilómetros arriba. Y es, de acuerdo a Scielo, de gran interés porque contribuye “a la protección de las comunidades vegetales andinas de Chile Central”.

La Corporación Nacional Forestal de Chile estableció un Plan de Manejo para el Morado para proteger su flora y fauna autóctona, por “su importancia científica” y en especial para cuidar el Estero Morales, también conocido como el Río Maipo, la principal cuenca hidrológica abastecedora de agua de Santiago.

Las comunidades boscosas endémicas más representativas de la zona donde ocurrieron los 10 incendios son Peumo, Litre, Boldo y Palma Chilena. También hay una agrupación característica con componentes esclerófilos y laurifolios: Belloto del Norte y Patagua. Y los Matorrales espinosos son el Tevo, Colliguay, Chagual, Quisco.

La comunidad de El Peumo

Las casas de El Peumo están en parcelas compradas dentro del fundo El Toyo, que está a 15 kilómetros de Santiago al lado de la carretera G-27, en el inicio de uno de los caminos hacia la cordillera de Los Andes. Es una comunidad de nueve casas habitadas por familias que salieron de Santiago buscando tranquilidad. En ese lugar también están las monjas del monasterio Las Carmelitas Descalzas, quienes han encabezado la pugna legal contra Energía Coyanco.

“Se puede quemar todo”, son palabras de advertencia asentadas en una denuncia interpuesta por los miembros del Comité de Adelanto Comunidad ecológica El Peumo en contra del gerente de Coyanco, Hernán Abad. Es una frase lapidaria ─que los querellantes atribuyen a Abad─ que tenía más vigencia que nunca en la mente de Rodríguez el sábado 29 de marzo de 2014 cuando volvía a casa en su moto para ayudar a evacuar a su esposa e hijos de siete y nueve años. Los niños ya sabían lo que tenían que hacer y salieron de casa con unas mochilas que alcanzaron a llenar apresuradamente.

“Lo más lindo fue que uno guardó un zapato de cada par. Después del incendio y de que pasó todo, le miramos su mochila y ¡ni un par coincidía! los otros se habían quemado”, recuerda Daniel, con una risa de dientes apretados.

Además de los zapatos, iban quedando entre la humareda el dinero, documentos y todo lo demás. Un Quillay (especie nativa de la zona) al que le tenía especial afecto, ya se estaba transformando en carbón. Mientras tanto, Patricia se ponía a salvo con los niños y Daniel se sumaba a los vecinos de las otras parcelas que luchaban contra las llamas.

Cuando la familia de Daniel partió, el fuego ya estaba al lado de su casa y no había nada que hacer ahí. A unos 150 metros de distancia, Rigoberto Catalán, el trabajador que hizo de guardián de El Toyo durante 20 años, dormía la siesta en su pequeña casa cuando fue alertado por José Manuel Vergara, otro vecino.

Al momento en que Daniel los encontró juntos, las vías para salir a la carretera G-27 estaban cerradas por las llamas y solo quedaba la opción de huir hacia la punta del cerro. Daniel y José Manuel se unieron al resto de la comunidad en su carrera para ponerse a salvo.

“El cielo era de un color gris oscuro y volaba puro fuego, fuego, fuego, que era el follaje de los árboles”, recuerda Dinora Castillo, vecina de El Peumo frente a su casa mostrando sus mangueras especiales y su piscina que ya no usa para nadar, sino como barrera entre las llamas y la fachada de su casa.

Todos los habitantes, incluyendo las Carmelitas Descalzas, tienen mangueras contra incendios y ciertos conocimientos para usarlas, pero el día del décimo incendio no hubo tiempo de actuar, todo fue demasiado rápido. Los vecinos alcanzaron la punta del cerro y quedaron atrapados, mirando desde lo alto cómo el fuego recorría sus parcelas transformando el paisaje con Quillayes, Maitenes, Espinos y Peumos en una triste pampa quemada.

Meses después, entre los testimonios de los vecinos, se escuchaban versiones de “explosiones” previas al inicio del incendio, de hallazgos de acelerantes entre las cenizas y de un inexplicable avance de las llamas en todas direcciones.

De acuerdo con los bomberos de San José de Maipo, el siniestro alcanzó la categoría de “incendio forestal”. En la bitácora oficial solamente se informó que fueron utilizados seis carros bomba y que “se quemó una persona”. El comandante de esa corporación, José Castillo, dijo a este medio que no estaba en posibilidad de decir si alguien había causado el incendio de manera intencional y se mostró escéptico sobre la posibilidad de un ataque incendiario.

El reporte extraoficial, realizado por los vecinos, detalla: “se queman en su totalidad la casa de Daniel Rodríguez, Rigoberto Catalán, Nelson Santander. Se queman parcialmente casas de señores Bruno Frías, José Miguel Vergara, Manuel Parada, Julio Coletti, Javier Morchio. Se quema totalmente material de construcción de casa de Alberto Méndez. Todos los vecinos registran daños en sus propiedades (pérdida de animales, vegetación, cercos, etc.)”. Y lo peor: “Fallece don Rigoberto Catalán”.

La muerte de un hombre común

En ese pequeño instante en que todos decidieron a quién o a qué salvar, de acuerdo a sus prioridades, Rigoberto Catalán volvió a casa a paso lento, con su andar afectado por una úlcera, para recuperar su herramienta de trabajo y nunca llegó a la cima del cerro. Las llamaradas pasaron encima de la casa de este trabajador de 64 años de edad, mataron a sus gallinas y quemaron su jardín y su huerta.

“Finalmente esto se aplacó y ahí logramos salir. Nos encontramos con Rigoberto aquí muerto con un espectáculo terrible realmente”, cuenta Rodríguez, en el lugar donde él mismo encontró el cuerpo, frente a una animita “en recuerdo y honor” del campesino que murió junto a su motosierra.

¿Por qué volvió por una simple herramienta cuando ya todo se quemaba? Daniel Rodríguez se lo pregunta y no tiene respuesta. Para saber qué pasó por la mente del campesino en esos segundos, hay que conocerlo como su hija, Griselda Catalán.

“Mi papá era campesino completamente”, cuenta Griselda, desde su departamento en Santiago cuando describe a su padre, el hombre de campo que no salía del fundo más que para lo necesario.
Don Rigo llegó a trabajar a El Toyo con su esposa y dos hijos en 1990 desde Popeta, su pequeño pueblo natal de la comuna de Rengo. Su empleador era Pedro Guillón, el dueño del El Toyo, quien años después vendería parcelas a los actuales habitantes de El Peumo y se convertiría en inversionista de Energía Coyanco en el proyecto Central Hidroeléctrica El Canelo de San José.

La noche del 29 de marzo de 2014 este hombre fue famoso en Chile por un minuto: un noticiario de televisión informó sobre un incendio causado supuestamente por las chispas de cables de alta tensión de un poste derribado por un auto. Se reportó una persona fallecida de nombre Rigoberto Catalán. Fue así como Griselda se enteró y de inmediato partió hacia El Peumo.

Cuando llegó al lugar el incendio ya estaba controlado. Un carabinero le pidió no entrar a la parcela de su padre, que yacía muerto boca abajo, y un bombero le dijo que no hubo un choque de un auto contra un poste, por lo tanto, no había cables de electricidad en el suelo. Desde 1990 hasta antes del inicio de las gestiones del proyecto hidroeléctrico, no recordaba ningún incendio en las inmediaciones de su casa. Las dudas sobre lo ocurrido hicieron que Griselda volviera al día siguiente para hacer preguntas.

Habló con los parceleros, descubrió pistas y se las contó a la fiscalía de Puente Alto, en una querella criminal presentada el 21 de julio de 2014 por el Comité de Adelanto de El Peumo y la propia Griselda Catalán.

“Después del almuerzo escucharon varias explosiones en distintos lugares de El Peumo. No comprendo por qué se dan explosiones en un mismo momento, a raíz de qué surgen en distintos lugares del cerro, por qué comienzan tan cerca de las casas de los parceleros y del convento y por qué el desplazamiento del fuego es tan irregular y se da de un lado y otro del estero”, declaró Griselda Catalán ante la Fiscalía.

Amenazas y más pistas

El inicio de esta historia es el 22 de junio de 2012, día en que Energía Coyanco presentó Proyecto Central Hidroeléctrica el Canelo de San José ante el Sistema de Evaluación de Impacto Ambiental (SEIA). Los vecinos de El Peumo se enteraron por casualidad ─afirman que la empresa no les informó─ y pidieron una reunión con el gerente Hernán Abad Costello. La empresa, por su lado, afirma que sí convocó a los vecinos.

La primera reunión se celebró el 29 de agosto de ese mismo año en las dependencias de la Central Guayacán de Energía Coyanco. Los querellantes afirman que ahí ocurrió la primer amenaza: “(Hernán Abad) señaló sin embragues que su meta era sacar el proyecto adelante al mínimo costo y que muchas cosas podrían pasar, que el día de mañana podría quemarse todo”, se lee en la denuncia.

La comunidad completa se enteró en la reunión con Hernán Abad de qué iba en realidad un proyecto que ellos no conocían. Y entendieron, según la vecina de el Peumo, Rocío Lineros, que la relación con la empresa iba a ser mala. El Peumo está en un sitio protegido, por lo tanto, prepararon una defensa legal basada en el daño ambiental.

El 12 de octubre de 2012 los vecinos presentaron un documento con 123 observaciones al proyecto El Canelo de San José al Sistema de Evaluación de Impacto Ambiental. Dentro de esta larga lista, hay dos observaciones que resumen los argumentos de los vecinos.

La primera es de Rocío Lineros. Ella tomó la Ley 20 283 para señalar cómo la construcción del canal pondría en peligro los bosques nativos (tienen especies autóctonas), los bosques nativos de preservación (porque tiene especies vegetales protegidas) y los bosques nativos de preservación y protección (porque están ubicados en una pendiente igual o superior al 45 %, en suelos frágiles o a menos de 200 metros de manantiales u otros cuerpos de agua).

Linares comprobó que El Peumo posee bosques que se ajustan a las tres categorías señaladas, bosques nativos de preservación y protección, por lo tanto precisó que Energía Coyanco debería presentar un plan de manejo para este tipo de ecosistema, es decir, un documento diferente al que presentó para justificar el proyecto (presentó un plan de Manejo Forestal para Obras Civiles).

La segunda observación fue elaborada por el monasterio, a través de la priora María Elisa Castillo, quien destaca la lucha entre el desarrollo industrial y el derecho a la vida contemplativa:

“Afecta especialmente nuestra irrenunciable clausura papal y anhelada privacidad, buscada y alcanzada en este terreno de gran belleza y apartado de distracciones externas, al ser un monasterio de clausura y contemplación”.

A partir de ese momento, esa concepción de la vida se ha enfrentado de manera férrea contra el objetivo de Chile establecido por el expresidente Sebastián Piñera de generar 50 megawatts en 2020 para satisfacer la demanda energética del país. Así lo establece Energía Coyanco en su descripción del proyecto.

“Son monjas que están fuera del mundo pero defendiendo su clausura papal, su lugar de oración y el medio ambiente. Esto contradice los vínculos de la Iglesia en Chile con sectores conservadores tanto religiosos como empresariales”, apunta el abogado Roberto Celedón, defensor de la causa de las monjas.

La defensa de ese pequeño tramo de área natural protegida y de lugar de oración, llegó a las más altas esferas de la Iglesia Católica. El abogado Celedón y otras dos fuentes cercanas coinciden en que las Carmelitas Descalzas fueron “persuadidas” para permitir el proyecto hidroeléctrico. Por su lado, la madre María Elisa Castillo es moderada al referirse a ese tema: “Ellos han hecho lo que ha estado en sus manos”, dice, tras una reja metálica en el locutorio del convento que delimita su mundo contemplativo del exterior.

De acuerdo con la priora, estos fueron los hechos: Energía Coyanco “se quiso entrevistar con el arzobispo de Santiago”, Ricardo Ezzati, para pedirle su intervención a favor del proyecto hidroeléctrico, “pero monseñor no los aceptó” y en su lugar envió al sacerdote Rodrigo Tupper (que en 2015 renunció al sacerdocio). “Él conversó con Coyanco, después vino acá a presentarnos lo que ellos querían, nosotros les hicimos ver cuál era la realidad y se zanjó todo”.

Maria Elisa Castillo confirmó que el caso llegó hasta oídos del Vaticano. “Nos mandaron una señal”, dijo la priora, “pero no entremos en detalles”. Y cerró el tema.

Mientras las 123 observaciones ambientales al proyecto El Canelo, elaboradas por los vecinos de El Peumo, comenzaban a ser estudiadas en los escritorios del Sistema de Evaluación Ambiental, el domingo 25 de noviembre de 2012 ─un mes y nueve días después de la entrega de ese documento─ comenzó a “quemarse todo” en las inmediaciones del convento de las Carmelitas Descalzas.

Alejandro Rabí era el vecino más cercano al monasterio. En la denuncia penal está su testimonio sobre el inicio del primer incendio, que fue recogido en el informe policial 1344/854 de la Brigada de Investigación Criminal de la Policía de Investigaciones: “sentí un sonido que venía del exterior, fui a mirar a la ventana del baño percatándome de que se trataba de fuego que provenía del sector del monasterio desde una parcela que está desocupada contigua a mi terreno”.

Y, después de contar que Coyanco había mantenido “conversaciones” durante más de seis meses “porque existe flora y fauna protegida”, el testigo Alejandro Rubí agrega: “nos causa extrañeza lo sucedido porque justamente el fuego arrasó con las especies arbóreas protegidas, quedando de alguna manera el paso libre para que esta empresa continúe su proyecto”.

Su casa y un auto se quemaron por completo. Mongabay Latam intentó ponerse en contacto con Alejandro Rabí pero fue imposible. Lo único que se supo es que se fue de la comunidad hace pocos meses sin avisarle al resto del grupo.

Desde el lado opuesto, en el monasterio, las monjas escucharon los estruendos de las llamas frente a la entrada del convento. Era como una gran tenaza parecida a los brazos de María Angélica Hernández cuando los extiende para hacer la representación de ese momento tras la barrera del locutorio. Recordó que de niña presenció un incendio de un auto, en Puente Alto, su barrio, pero lo que tenía enfrente era algo nunca antes visto.

Las 15 monjas salieron en chalas con palas y mangueras caseras. Se acercaron al fuego lo suficiente para quemarse la laringe y los pies. De poco les sirvió cubrirse las caras con sus hábitos. Una de ellas sufrió asfixia pero logró ser llevada al hospital a tiempo.

Al día siguiente, con las llamas apagadas, se observaron los cuatro costados del convento con vegetación quemada, de acuerdo al reporte elaborado por los vecinos. También afirman haber encontrado una lata de cera enterrada donde iniciaron las llamas. Este incendio, sin embargo, no figura en la bitácora de los Bomberos de San José del Maipo.

Las pruebas de lo ocurrido están en los hábitos quemados y en las idas al psicólogo de las monjas que durante meses vivieron con más zozobra de la que estaban preparadas para aguantar. Días antes del incendio, durante aquel noviembre, les había llegado una carta de Energía Coyanco solicitándoles 3000 metros de servidumbre para el proyecto. A la negativa de las Carmelitas Descalzas, siguió el incendio. Dentro del lugar de oración se desataron las conjeturas sobre un posible ataque incendiario.

Tres acontecimientos siguieron: la compra de equipo contra incendios, entrenamiento para usarlo y una lista con los pasos del procedimiento antiincendio colocados en una pizarra. A esto se suma una denuncia interpuesta por Energía Coyanco en junio de 2013 contra las religiosas y el arzobispo Ricardo Ezzati (su nombre fue retirado de la denuncia después de que el arzobispo demostrara que él no se oponía al proyecto).

Mientras tanto, la empresa compró el predio que se incendió. En declaraciones a la Brigada Especializada en Delitos contra el Medio Ambiente de la PDI (informe policial 115/851), Hernán Abad informó que al momento del siniestro, las parcelas ya estaban bajo su control. La compra ya estaba en trámite.

“Las parcelas ubicadas entre el señor Rabí y el convento fueron adquiridas por nosotros luego del incendio pero el trato había sido con anterioridad y se había demorado por los trámites notariales y legales de rigor”, declaró el gerente de Coyanco.

Siguieron los incendios. Los vecinos cada vez adquirían más entrenamiento y los niños afinaban el olfato, su pequeño sistema de alarma. Todos afinaron sus protocolos de seguridad, se nombraron a ellos mismos Los Guardianes del Peumo, pasaron mañanas, tardes y noches juntos apagando fuego. Se conocieron entre las brasas. Y todos juntos le colocaron una cruz a Rigoberto Catalán con sus firmas y mensajes de cariño.

En julio de 2014, la Comisión de Medio Ambiente de la Región Metropolitana rechazó el proyecto de la Central El Canelo y Energía Coyanco apeló el fallo en el Comité de Ministros y ahí se aprobó pero la resolución pedía un plan específico para la construcción del ducto.

Siguió la pugna legal. Los vecinos enviaron un recurso de anulación al Comité de Ministros (participan los ministros de Medio Ambiente, Economía, Minería, Energía, Salud y Agricultura) que no prosperó. Después lo intentaron con un recurso de reposición en agosto de 2016. Lo perdieron. El proyecto se ampara en que es de “interés nacional” general la energía que Coyanco propone generar, por el déficit energético que enfrenta Chile, y por lo tanto, debe recibir la servidumbre.

El Canelo de San José está, hasta hoy, aprobado. Las Carmelitas Descalzas interpusieron un recurso legal ante un tribunal ambiental. Lo próximo será recurrir a tribunales ambientales internacionales.

Griselda Catalán vio la cruz en memoria de su padre a finales de 2016. No la conocía porque no había vuelto al lugar. Sus pasos hicieron crujir los restos calcinados de la que fue su casa cuando era niña. Llevó una foto de su padre y su hermano Lizardo, quien falleció en 2011 por una enfermedad. Se paseó un rato por el lugar cargando la foto y al final la colocó en la animita.

Una fuente de la Fiscalía de Puente alto informó a Mongabay Latam que no podía dar ninguna información sobre la querella criminal por las supuestas amenazas del gerente de Energía Coyanco y la muerte de Rigoberto Catalán porque la investigación sigue abierta.

Oficialmente sigue abierta, pero a Griselda Catalán le dijeron de manera extraoficial que no tuviera esperanzas, que ningún acelerante fue encontrado, que ninguna explosión ocurrió y que ningún cable de alta tensión formó parte de un ataque incendiario.

Cuando “Rigo” murió pasaba tiempos duros, pues no recibía un salario. Su “patrón” le había suspendido el pago durante los tiempos en que se había hecho socio del proyecto hidroeléctrico, y el campesino se buscaba la vida haciendo trabajos aquí y allá dentro de la comunidad de El Peumo. Por eso se compró su motosierra. Y murió, según su hija, porque intentó salvar la única cosa que le había costado una suma importante de dinero. Murió porque tuvo conciencia del dinero.

La flora que se quemó ha ido volviendo con el paso de los meses. Los Peumos, Litres, Quillayes y Palmas Chilenas que se quemaron tardarán años en volver. El crecimiento de los matorrales ha devuelto poco a poco el color verde a la comunidad de El Peumo, cuyos habitantes viven en alerta permanente ante la amenaza de nuevos incendios.

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