De acuerdo con una investigación realizada en 2016, las especies invasoras, como las ratas, cabras y cerdos, que los humanos han dejado —intencional o involuntariamente— en las islas de todo el mundo están relacionadas con el ochenta y seis por ciento de las extinciones de animales isleños. Al mismo tiempo, la propia existencia de los arrecifes coralinos que rodean muchas de estas islas tropicales se ve amenazada por el calentamiento y la creciente acidificación de los mares.

Aunque el cambio climático y un mar más cálido son problemas complicados que requieren soluciones complejas, Graham dijo que en esta investigación se demostró que una medida directa, como deshacerse de las ratas de las islas, es algo que los conservacionistas podrían hacer ahora mismo.

“Este es un gran incentivo para desratizar los atolones —comentó—. Está al alcance de la mano”.

Lee más | El Alto Nangaritza, otro bosque virgen asediado por la minería en Ecuador

El efecto de las ratas

Graham y sus colegas se propusieron ver si podían encontrar pruebas que vincularan lo que estaba sucediendo en la isla con la salud de los arrecifes cercanos. Bajo la sospecha de que los nutrientes presentes en el guano de las aves podían estar también filtrándose en el medioambiente oceánico, el equipo eligió un grupo de doce islas del archipiélago de Chagos, en el océano Índico, de las cuales seis tienen ratas y seis no.

La diferencia entre las islas que tenían ratas y las que no “era abismal”, dijo Graham. En promedio, encontraron que las islas libres de ratas tenían una cantidad de aves marinas setecientas sesenta veces superior a las de las islas infestadas.

De las muestras de suelo y de las plantas frondosas de las islas, los científicos determinaron que los niveles de nitrógeno eran doscientas cincuenta y una veces más altos en las islas sin ratas. El equipo también buscó en las muestras una forma específica, o isótopo, de nitrógeno. Graham comentó que las aves marinas, como los piqueros, las tiñosas y las pardelas, conectan las islas con el mar abierto y en algunos casos viajan cientos de kilómetros para comer los peces de allí.

En estos viajes, las aves obtienen un particular isótopo de nitrógeno de los peces que consumen. Los investigadores trazaron la ruta del nitrógeno a las islas y encontraron el isótopo en los suelos y plantas, así como también en las algas, esponjas y peces que viven en el arrecife.

“Las aves marinas unen tres ecosistemas diferentes”, dijo Graham.

Los investigadores compararon luego el tamaño y las tasas de crecimiento del pez damisela (Plectroglyphidodon lacrymatus) que vive cerca de la costa mediante el examen de los huesos del oído, u otolitos, de dicho pez. Los otolitos crecen en anillos concéntricos, similares a los anillos de un árbol. Ese patrón permite a los científicos determinar la edad del pez y cuán rápido este crece.

Lee más | ¿Cómo solucionar el problema del plástico en el océano? Con el diseño del producto

 

Graham y sus colegas descubrieron que los peces damiselas crecen rápido y que son más grandes cuando viven en los arrecifes adyacentes a las islas con muchas aves marinas y ninguna rata. De hecho, la biomasa de toda la comunidad ictícola era casi un cincuenta por ciento más grande alrededor de las islas libres de ratas.

“Es la primera vez que se demuestra que este aporte de nutrientes [en la forma de nitrógeno proveniente de los excrementos de las aves marinas] influye en la tasa de crecimiento de un vertebrado”, dijo Graham.

A los peces herbívoros, en particular, les fue bien en el entorno productivo cercano a la costa de las islas que tenían muchas aves. Ellos le brindan un servicio al arrecife al comer las algas y mantenerlas bajo control y al romper pedazos de coral muerto en un proceso denominado bioerosión, lo que le permite al arrecife crecer. Las tasas de estas funciones esenciales del ecosistema eran tres veces más altas en los arrecifes cercanos a grandes colonias de aves marinas.

Una “historia realmente completa”

Este estudio cuenta una “historia realmente completa”, dijo Anne Lorrain, ecóloga marina del Instituto de Investigación para el Desarrollo de Brest, Francia, quien no participó de la investigación. “Va más allá en cuanto a otras investigaciones disponibles con un gran número de organismos estudiados y en la evaluación de los aspectos funcionales”, como la biomasa y la bioerosión.

En 2017, Lorrain publicó una investigación sobre los arrecifes de coral del océano Pacífico en la revista científica Scientific Reports. Ella y sus colegas descubrieron, también mediante el uso de un isótopo específico, que en los corales vecinos había nitrógeno proveniente del guano de las aves, pero Lorrain dijo que queda por ver si ese nitrógeno es siempre beneficioso para los corales.

“Creo que necesitamos investigar más sobre el efecto que el guano de las aves marinas tiene en la fisiología de los organismos marinos y en los distintos ecosistemas”, comentó Lorrain.

En la presente investigación, la entrada de nutrientes del guano de aves marinas hizo que el ecosistema fuese más saludable y fuerte. Sin embargo, no siempre se da el caso. Las mareas de aguas residuales humanas y el vertido de fertilizantes pueden tapar un arrecife con la formación de algas propiciada por las aguas residuales. Graham dijo que la corriente de nitrógeno proveniente de las aves marinas que viven en las islas libres de ratas (de las seleccionadas para la investigación) se vio compensada por el fósforo que contenía. Es más, la presencia de este elemento podría incluso darles a los arrecifes una oportunidad de combatir el cambio climático.

El ecólogo Don Croll, de la Universidad de California, Santa Cruz, resaltó la importancia de los peces que consumen algas en el ecosistema. Croll, quien no formó parte de la investigación, dijo que si hubiera habido una sobrepesca, por ejemplo, una mayor cantidad de algas podría disminuir el crecimiento del coral.

“Por otro lado, si tienes una comunidad de peces intacta, entonces solo se consigue más biomasa y se crea una potencial mayor abundancia y biodiversidad de peces en el sistema”, comentó.

Lee más | El sargazo amenaza al Caribe con transformar sus aguas en pantanos verdosos

 

Graham dijo que las islas de la investigación estaban “completamente sin explotación de pesca”.

En 1994, Croll cofundó una organización llamada Island Conservation que se dedica hoy día a la restauración de los hábitats isleños de todo el mundo. Croll comentó que esta investigación demostró que deshacerse de las ratas introducidas por el hombre fue “una apasionante oportunidad de conservación”.

“La buena noticia sobre la erradicación de las ratas es que, a diferencia del cambio climático y de las industrias pesqueras, es un problema bastante simple de resolver —dijo—. Tenemos las herramientas. Podemos hacerlo”.

Sin embargo, aun con este “simple” problema, podría llevar “décadas y no años” ver los resultados, comentó Croll.

Señaló el ejemplo de la isla Clipperton, un territorio francés en el Pacífico. En una visita a la isla en 1958, un ornitólogo llamado Ken Stager encontró que los cerdos salvajes habían invadido la isla y que, al igual que las ratas, se habían alimentado con los huevos de las aves marinas y reducido la población de estas a un número cercano a mil ejemplares.

“Como todo buen biólogo de la década del cincuenta, Stager tenía un arma consigo —comentó Croll—, así que mató a los 58 cerdos de la isla”.

La transformación fue impresionante, si no inmediata. Al cabo de una década, las aves marinas se contaban por miles y, en 2003, científicos informaron la presencia de veinticinco mil piqueros pardos (Sula leucogaster) y ciento doce mil piqueros enmascarados (Sula dactylatra) viviendo en la isla.

Los resultados del estudio demuestran que, con el tiempo suficiente, las colonias de aves —y el guano rico en nutrientes que ellas aportan— pueden regresar.

En el caso de la isla Clipperton, “llevó cincuenta años —dijo Croll—, pero ahora es la segunda colonia de piqueros pardos más grande del mundo y la colonia de piqueros enmascarados más grande del mundo”.

Imagen de cabecera: Una rata en la ribera de un río. Foto de Michael Palmer, vía Wikimedia Commons

Si quieres conocer más sobre la situación de los océanos en Latinoamérica y el mundo, puedes revisar nuestra colección de artículos. Y si quieres estar al tanto de las mejores historias de Mongabay Latam, puedes suscribirte al boletín aquí.

John Cannon es redactor de Mongabay, con residencia en Oriente Medio. Encuéntralo en Twitter:  @johnccannon

Nota del editor: John Cannon recibió una beca de Nature Research para asistir al ESOF18. Nature Research no tiene control editorial sobre la selección de esta historia o su contenido. Una versión previa en inglés de este artículo informó erróneamente el lugar de residencia de Anne Lorraine. Ella vive en Brest, no en Marsella.

Referencias

Bellard, C., Cassey, P., & Blackburn, T. M. (2016). Alien species as a driver of recent extinctions. Biology Letters, 12(2), 20150623.

Ehrhardt, J. P. (1971). Census of the birds of Clipperton Island, 1968. Condor, 73, 476–480.

Graham, N. A. J., Wilson, S. K., Carr, P., Hoey, A. S., Jennings, S., & MacNeil, M. A. (2018). Seabirds enhance coral reef productivity and functioning in the absence of invasive rats. Nature, 559(7713), 250.

Lorrain, A., Houlbrèque, F., Benzoni, F., Barjon, L., Tremblay-Boyer, L., Menkes, C., … & Verheyden, A. (2017). Seabirds supply nitrogen to reef-building corals on remote Pacific islets. Scientific Reports, 7(1), 3721.

Pitman, R. L., Ballance, L. T., & Bost, C. (2005). Clipperton Island: Pig sty, rat hole and booby prize. Marine Ornithology, 33, 193-194.

Créditos

Temas