- Las capturas incidentales de especies no objetivo son comercializadas por los pescadores mientras que aquellas que no tienen valor comercial, las de descarte, son arrojadas muertas al mar.
- Dispositivos han permitido reducir hasta en un 20 % la pesca incidental y de descarte.
- Cada año, casi 10 millones de toneladas de pescado potencialmente utilizable son arrojados a mares y océanos.
El camarón es, en los países tropicales y subtropicales de América Latina y el Caribe, la segunda pesquería con mayor valor de exportación después del atún y la pesca de arrastre es la principal forma en la que es recolectado. Esta arte de pesca, a pesar de ser la más eficiente, ha estado en constante debate debido a los impactos que genera en la biodiversidad marina y en el sector artesanal que reclama la pérdida de los recursos “por culpa de las grandes redes”. De hecho, la gran cantidad de fauna acompañante que es pescada junto a la especie objetivo es uno de los principales impactos. Y es que cuando se pesca camarón con redes de arrastre, la cantidad de fauna acompañante puede llegar a ser hasta 25 veces superior a la cantidad de camarón recolectado según la Organización de las Naciones Unidas para la Alimentación y la Agricultura (FAO).
Parte de esta captura no objetivo es comercializada por los pescadores y recibe el nombre de captura incidental. Pero una proporción mayor es devuelta al mar, casi siempre muerta, y se conoce como descarte. La mayoría de los organismos que constituyen el descarte son peces juveniles que, debido a sus pequeñas tallas, no tienen ningún valor en el mercado, aunque también son descartados una gran variedad de invertebrados como crustáceos o moluscos. Además, otros animales, algunos de ellos en estado vulnerable, suelen también quedar enredados en las redes como tortugas marinas, tiburones o rayas.
La captura incidental de arrastre y los descartes constituyen así una amenaza a la sostenibilidad y ponen en peligro los medios de subsistencia y la seguridad alimentaria a largo plazo. Para disminuir ese impacto, Colombia, Brasil, Surinam, Trinidad y Tobago, Costa Rica y México, se embarcaron en un proyecto que busca introducir cambios en la tecnología de las redes. Los resultados han sido promisorios logrando hasta un 20 % menos de pesca incidental y de descarte.
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Redes inteligentes
El proyecto, llamado REYBAC LAC II, es implementado por la FAO, entre 2015 y 2020, con la intención de responder a las directrices internacionales sobre la gestión responsable de las capturas incidentales. El proyecto consiste en aplicar, junto con los pescadores artesanales e industriales, prototipos de redes que permitan disminuir el impacto en la biodiversidad marina, al mismo tiempo que se conservan las cantidades de pesca de camarón.
Para ello, las redes poseen características diferentes a las tradicionalmente ocupadas por los pescadores, principalmente a lo que se refiere el tamaño de los agujeros del tejido de la red, mejor dicho, el enmalle. Mario Rueda, investigador del Instituto de Investigaciones Marinas y Costeras INVEMAR de Colombia y Coordinador Nacional del proyecto, explica que “las redes con las que se está experimentando mantienen en su parte inferior, es decir, en la bolsa que se forma cuando esta está en el mar, un enmalle igual al de las redes tradicionales. Sin embargo, en la parte superior, el enmalle es más grande. Esto permite que la fauna acompañante, que se cuela en la red, pueda salir de ella”. Rueda cuenta que pudieron demostrarle a los pescadores que los camarones se van al fondo de la red y que por lo tanto, aunque esta tenga un enmalle más grande en la parte superior, no pierden capturas.
Además, si es que los peces aún no lograran salir por estos amplios agujeros, la red tiene otra alternativa de escape: una “ventana” constituida por un enmalle a cuadros aún más grande.
Por otro lado, las fibras con las que son tejidas las nuevas redes son diferentes a las comúnmente utilizadas. Por un valor que se mantiene conveniente, este material hace que las redes sean más livianas permitiendo que la fricción con el fondo marino sea menor y que la embarcación, al necesitar menos fuerza, gaste menos combustible.
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Acuerdo de voluntades
Los resultados han sido alentadores: hasta un 20 % se han reducido las capturas incidentales y descartes. Además, el consumo de combustible ha disminuido lo que ha sido clave a la hora de compensar a los pescadores por la pesca incidental que ya no pueden comercializar.
En efecto, las capturas incidentales tienen un valor económico para los pescadores quienes venden esos recursos. “En una primera instancia, los pescadores piensan que perderán dinero” dice Rueda. Sin embargo, “esa resta en los ingresos, es compensada por el ahorro de combustible” señala. Desde ahí, enfatiza la importancia que ha significado, para el éxito del proyecto, el trabajo participativo de los pescadores industriales y artesanales. “Más que imponer, ellos se han dado cuenta de los beneficios por lo que los prototipos de redes están siendo aceptados”.
Según los lineamientos del proyecto, este busca abordar la problemática de los impactos en la pesca de arrastre de camarón, tomando en cuenta el bienestar ecológico, pero también el bienestar económico y alimentario de las personas. Así, al mismo tiempo que se espera reducir al máximo la pesca de descarte, el proyecto busca darle un valor alimentario y/o comercial a lo que de todas formas es capturado para que, en lugar de ser lanzado muerto al mar, sea aprovechado. Carlos Fuentevilla, coordinador del programa en América Latina y el Caribe, explica que muchas veces la pesca de descarte es parte esencial de la alimentación de las comunidades. “Es por esto que debemos reducir las capturas de fauna acompañante, pero asegurarnos que no tengamos un impacto negativo en la seguridad alimentaria”.
En Sirinhaém, un empobrecido municipio del estado de Pernambuco, en el norte de Brasil, los investigadores del programa se sorprendieron al comprobar que los impactos de la pesca de arrastre no eran significativos, entre otras razones, por los cortos ciclos de vida de las especies. Sumado a esto, los científicos entendieron que si disminuían la pesca incidental y de descarte pondrían en riesgo la seguridad alimentaria de la población.
Así lo asegura Fuentevilla quien explica que en ese lugar, las personas se alimentan esencialmente de los descartes puesto que constituyen un alimento sano, nutritivo y gratuito. Además, “los descartes son muchas veces utilizados como moneda de cambio para pagar los servicios del maquinista o del capitán de la embarcación”, agrega.
Frente a este escenario, el programa decidió adaptarse a la realidad local y puso entonces el foco en revisar posibilidades de manejo de los recursos de descarte, como un tratamiento de frío o de limpieza adecuada, para que las personas, además de comerse los pescados, puedan venderlos dentro o fuera de sus comunidades.
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La mujeres invisibles
El proyecto busca también ayudar a los países a revisar sus legislaciones, sus acuerdos de gobernanza y sugerir enmiendas que favorezcan el compromiso del sector pesquero en su ordenamiento y el establecimiento de asociaciones públicas y privadas.
En esa lógica, una de las iniciativas del proyecto ha sido reforzar los esfuerzos de los países para que incluyan a las mujeres en las evaluaciones socioeconómicas del sector pesquero.
Fuentevilla explicó a Mongabay Latam que aunque las mujeres constituyen la mitad de la mano de obra del sector, no están censadas ni son consideradas dentro de la cadena de valor. Mayoritariamente trabajadoras del sector secundario, las mujeres son generalmente peladoras o fileteadoras. Son contratadas informalmente por las empresas y ganan en efectivo, por cubeta, o por kilo de camarón que pelan. La relación temporal e informal de los empleos hace que muchas veces las mujeres no tengan acceso a la seguridad social. Además, “las empresas, al no tener información sobre ellas, no las consideran al momento de medir los impactos de sus decisiones, por lo que tampoco se ven reflejadas en los planes de mitigación”, explica Fuentevilla. Es por ello que el programa busca organizar a las mujeres en asociaciones civiles para que tengan mayor nivel de negociaciones y presencia.
“En Costa Rica, dicha iniciativa ya ha mostrado frutos, puesto que se han conformado organizaciones de mujeres trabajadoras que hoy tienen mayor acceso a negociar con las compañías para la obtención de mejores condiciones de empleo”, asegura el coordinador del programa.
A pesar de ello, las mujeres y hombres costarricenses, que trabajan en la industria del camarón, están preocupados ante el eventual cierre de la pesca con arrastre de este recurso. La Suprema Corte de justicia del país centroamericano declararó en 2013, inconstitucional esta forma de pesca por ser dañina para el ecosistema marino. La sentencia decretó que no se podrán dar nuevas licencias, ni renovar la licencias existentes para esta pesquería, hasta que se demuestre que la actividad puede ser realizada de manera sustentable. “Si no logramos demostrar que la pesca de arrastre puede reducir su impacto, esta desaparecerá. Los impactos a corto plazo serían graves puesto que por ahora no hay alternativas de vida para las personas que trabajan en este rubro”, explica Fuentevilla.
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Una mirada a los seis países
Mientras en Colombia y en Brasil el proyecto ya ha logrado reducir la pesca de incidencia y los descartes hasta en un 20 %, en México los cruceros de investigación recién están realizando los estudios para determinar cuáles son las tecnologías que podrían ser aplicadas en las redes.
Trinidad y Tobago apenas va comenzando. “Su ley de pesca tiene 100 años y recién se están modernizando”, dice Fuentevilla. Sin embargo el proyecto también ha logrado reducciones del 25 % a partir de un cambio en la red y esperan poder llevar los resultados por encima del 30 %.
Surinam por su lado, es el único país del proyecto REBYC-II LAC que cuenta con una pesquería de arrastre certificada por el Marine Stewardship Council (MSC). Es por ello que ya cuentan con dispositivos de reducción de capturas incidentales, específicamente excluidores de tortugas. El proyecto en Surinam tiene como objetivo reducir aún más la captura incidental no sostenible, optimizando dichos dispositivos, e investigar posibilidades de utilización de los descartes para reducir la pérdida de alimentos.
Además de América Latina y el Caribe, otros instrumentos están siendo aplicados en diferentes partes del mundo con el fin de reducir la pesca incidental y los descartes. Australia y Estados Unidos son los más avanzados en la materia logrando reducciones de hasta un 30 % en relación a sus estadísticas de hace 15 años.
La seguridad alimentaria ha sido siempre y continúa siendo una de las principales preocupaciones de la humanidad. La FAO ha señalado que “los mares y océanos tienen el potencial de satisfacer las necesidades alimentarias de los casi 10 000 millones de personas que se espera poblarán la Tierra en el año 2050 (…) conservar y utilizar en forma sostenible los océanos, los mares y los recursos marinos es indispensable” asegura. De hecho esta necesidad se ha convertido en una de las grandes prioridades de su agenda con metas y objetivos a cumplir de aquí al 2030.
Una investigación del Instituto para los Océanos y las Pesquerías de la Universidad de Columbia Británica (Canadá), de la Universidad de Australia Occidental y liderada por científicos de Sea Around Us comprobó que las flotas pesqueras industriales arrojan cada año casi 10 millones de toneladas de pescado potencialmente utilizable a mares y océanos. Un desperdicio que equivale a unas 4500 piscinas olímpicas llenas de alimentos al año.
El proyecto REBYC-II LAC junto con otras iniciativas adoptadas en diferentes partes del mundo, como la prohibición de los descartes dictaminada en 2015 en Europa, apunta a gestionar las capturas no objetivo para proporcionar beneficios, a largo plazo, que nos ayuden a transformar las pérdidas y desperdicios alimentarios en ganancias y alcanzar así un futuro más sostenible.
Foto portada: INVEMAR