- En la lista roja de la UICN se encuentran cientos de especies que tienen algún grado de amenaza. Sin embargo, diferentes equipos científicos de la región trabajan con algunas de ellas y están logrando resultados prometedores.
- La guacamaya, el caimán negro, el oso de anteojos y las tortugas continentales son algunas de las especies en las que se están invirtiendo recursos e investigación.
Codiciados por narcotraficantes poderosos como símbolos de poder o traficados por sus pieles o colmillos, cientos de animales silvestres enfrentan todos los días serias amenazas alrededor del mundo. De hecho, el tráfico de fauna silvestre ha crecido de tal forma que hoy es el cuarto comercio ilegal que mueve más dinero, después del narcotráfico, el tráfico de armas y la trata de personas.
Es por eso que cada año decenas de especies entran a la lista roja de la Unión Internacional para la Conservación de la Naturaleza (UICN) debido al grado de amenaza en el que se encuentran.
Que un animal o planta salga deje de estar en la categoría En Peligro Crítico para convertirse en una especie en Preocupación Menor es una gran noticia para la naturaleza, pero lograrlo no es una tarea fácil. Diego Amorocho, coordinador de especies para América Latina y el Caribe de WWF, asegura que es muy difícil saber con certeza si, en general, las poblaciones están aumentando y se están recuperando pues “se requiere hacer un seguimiento permanente, un continuo monitoreo y una evaluación del impacto de todas las presiones a las que se enfrentan las especies para poder determinar, con relativa exactitud, qué está sucediendo con ellas”. Esta labor depende, en gran medida, de recursos económicos que la mayoría de veces son limitados.
Sin embargo, en diferentes países de América Latina existen proyectos de conservación que están mostrando resultados positivos y esperanzadores, esfuerzos que, a largo plazo, prometen un mejor futuro para especies que han enfrentado el peligro de desaparecer. En el día mundial de la vida silvestre, Mongabay Latam presenta algunos casos de conservación en la región.
Lee más | Chile: el millonario negocio que tiene en jaque a Rapa Nui
Una guacamaya codiciada por los poderosos
A diferencia de la guacamaya (Ara macao macao) que se encuentra en Suramérica, la subespecie que habita desde Nicaragua y hasta el sur de México (Ara macao cyanoptera) se encuentra bastante amenazada. Esta ave es muy apetecida por el mercado negro de mascotas y está asociada a colecciones privadas clandestinas, vinculadas muchas veces con mafias del narcotráfico.
“No hay capo en Guatemala que no tenga una colección de vida silvestre que incluya guacamayas. Casi en todos los allanamientos las encuentran y también son apetecidas por muchos políticos poderosos del país”, dice Rony García, director del departamento de investigaciones biológicas de WCS Guatemala. Rony recuerda que en un allanamiento a la casa de la exvicepresidenta de Guatemala, Roxana Baldetti, se encontraron varias guacamayas.
Otra amenaza latente para estas aves ─que se reproducen y anidan en Guatemala y Belice para luego volar al sur de México─ es que los sitios de anidamiento y alimentación están en lugares de paso de droga, zonas fronterizas donde se han encontrado muchas pistas clandestinas.
En medio del triste escenario Rony y su equipo de investigadores llevan a cabo, desde 2002, un programa de monitoreo de nidos que ha dado excelentes resultados. “Hemos estado observando el éxito reproductivo de las guacamayas, es decir, el número de pichones que se producen en los nidos monitoreados, es como una medida de productividad. El mejor año ha sido 2018 con 1.14 pichones por cada nido monitoreado y el dato más bajo fue en 2002 con 0.06, esto quiere decir que solo un pichón voló, el resto de nidos fueron saqueados”.
Al principio el éxito reproductivo no era muy alto y los pichones desaparecían. El equipo de investigadores decidió bajar los pichones que estaban enfermos para terminarlos de alimentar en el campamento y bajar algunos huevos para incubarlos. Cuando los pichones nacían los introducían en nidos adoptivos y si no había suficientes los liberaban cuando podían volar.
El Parque Nacional Laguna del Tigre, donde se encuentran la mayoría de nidos del programa, es también territorio de la comunidad maya Kekchí, que durante mucho tiempo fue saqueadora de los nidos pero que ahora se ha convertido en protectora. “Se han firmado acuerdos de conservación donde las comunidades se comprometen a mantener el hábitat de las guacamayas y no robar pichones. Esto a cambio de inversiones en salud y educación. Muchos de ellos son contratados en proyectos de investigación”, asegura Rony.
Ante la pregunta de por qué es importante conservar las guacamayas, el investigador asegura que son aves de paisaje que necesitan grandes extensiones y que cuando la especie se recupera, otras también lo hacen. Son depredadoras y dispersoras de semillas, y controlan el crecimiento y expansión de muchas plantas, así que mantienen el balance ecológico. “Además, son competencia con otros individuos que utilizan cavidades como nidos. Por ejemplo, compite con el halcón, lo que permite el control de esta especie y el aumento y equilibrio de los animales que son sus presas”, complementa el biólogo.
Actualmente, en Guatemala también trabajan con sistemas de telemetría en las guacamayas para conocer las rutas por donde se están moviendo y saber cuál es el porcentaje de pichones que sobreviven, es decir, que salen de los nidos y logran regresar a Laguna del Tigre para reproducirse.
Lee más | El uruguayo invidente que identifica más de 700 especies de aves por sus sonidos
La resurrección del caimán negro
La recuperación del caimán negro (Melanosuchus niger) en Brasil es evidente, en especial en la reserva Mamirauá, uno de los lugares donde la densidad poblacional del reptil es de las más altas del mundo.
Robinson Botero es investigador del Instituto Mamirauá y asegura que las poblaciones del caimán negro vienen en aumento desde que se creó la reserva hace cerca de 20 años. Y es que hasta 1969 era legal matar caimán negro para utilizar su piel, una práctica común no solo en Brasil sino en todos los países de distribución de la especie como Colombia, Ecuador y Perú. Ese mismo año la ley de fauna de Brasil prohibió la caza pero lo que hoy es la reserva de Mamirauá se convirtió en una zona de caza ilegal para carne durante cerca de 20 años. “Fue considerado uno de los lugares del mundo donde más se mataban caimanes”, asegura Robinson.
Sin embargo, la implementación de la reserva, los procesos de fiscalización, la organización comunitaria y la inserción de las comunidades en otros programas de aprovechamiento legales hizo que la cacería de caimán disminuyera y las densidades poblacionales del reptil empezaran a aumentar de nuevo.
Pero otra amenaza llegó a inicios de la década del 2000. La pesca del piracatinga o pez mota (Calophysus macropterus) empezó a diezmar las poblaciones de delfín rosado (Inia geoffrensis) y caimán negro, pues eran usados como carnada para la pesca. Debido a eso se pensó en proponer un plan de conservación y manejo en el cual se permitiera implementar nuevamente el uso del caimán, pero esta vez como una estrategia de conservación que siguiera criterios básicos de sostenibilidad para hacer sustracción de animales de vida silvestre que pudieran generar renta para las comunidades locales. “Hoy estamos en eso, aunque ha sido un camino muy largo”.
Robinson asegura que para que esto funcione correctamente “se necesita garantizar una estrategia de monitoreo y fiscalización donde todas las normas y principios ecológicos se vuelvan ley y sean realmente aplicados”. Este es el gran reto en Colombia, según dice, ante la polémica reciente del levantamiento parcial de la veda del caimán aguja en el Caribe.
El biólogo comenta que, por su parte, el caimán negro es una especie que se recupera rápido y donde las acciones han estado más orientadas a definir áreas de protección e identificar zonas de nido para evitar que estas sean saqueadas. Robinson es miembro del grupo de especialistas de cocodrilos de la UICN y han estado revisando el plan de conservación para la especie, llegando a la conclusión de que el caimán negro se está recuperando, no solo en la reserva. “Es más fácil de observar en áreas protegidas pero también se ha visto la recuperación en otros lugares. Han aumentado los conflictos entre pescadores y caimanes. Además, el animal es fácilmente visto”.
Esto último es un buen indicador pues los caimanes negros son muy difíciles de observar cuando sus poblaciones están diezmadas, pero hoy se divisan fácilmente en las periferias de ciudades como Manaos. “No podemos decir cuantitativamente cómo están las poblaciones pero sí podemos decir que ya no están en peligro de extinción”, asegura Robinson.
Curiosamente, a pesar de los conflictos con los pescadores, la presencia del caimán indica presencia de peces. “Nos hemos dado cuenta de que con el aumento poblacional de los caimanes varias especies de peces han aumentado. La presencia del reptil mejora la calidad del ambiente, favoreciendo el aumento de otros recursos naturales que pueden ser usados por las comunidades”, asegura el biólogo.
La densidad de caimán negro en Mamirauá es una de las más altas del mundo y a la vez la reserva es uno de los lugares donde se está implementado el sistema de aprovechamiento de pirarucú (Arapaima gigas) —el segundo pez de agua dulce más grande del mundo—. “Donde hay caimanes, hay peces y eso denota un equilibrio ambiental”, concluye Robinson.
Lee más | Ana Lucía Caicedo: la científica que quiere comprender a El Niño
Las tortugas del río Magdalena y carranchina
La tortuga del río Magdalena (Podocnemis lewyana) y la tortuga carranchina (Mesoclemmys dahli) son dos especies endémicas de Colombia que se encuentran en peligro y forman parte del 40 % de tortugas continentales que están en algún grado de amenaza en el país según la UICN.
De acuerdo con Germán Forero, director científico de WCS Colombia, lo que se busca es no llegar al estado en que se encuentran estos reptiles en algunos países asiáticos, donde fueron disminuidos al punto que ya casi están extintos ecológicamente y es muy difícil encontrar individuos en medio natural. “La conservación en Asia se volvió un asunto de buscar en el mercado negro algunas pocas tortugas, recogerlas y reproducirlas en cautiverio para intentar reintroducirlas. De algunas especies apenas quedan tres individuos y dos son machos”, comenta Forero.
Por eso, desde hace algunos años, cuando se empezaron a detectar fuertes presiones sobre estos animales en Sudamérica, WCS inició programas para evitar una situación tan crítica como la asiática. Por ejemplo, la tortuga del río Magdalena está muy amenazada por consumo y por algunos problemas con hidroeléctricas, como la que se ubica sobre el río Sinú en el caribe colombiano.
“La hidroeléctrica lo que hace es alterar todo el caudal natural del río. Antiguamente el río bajaba, aparecían las playas y las tortugas ponían sus huevos. Pero ahora, con la hidroeléctrica, el río baja y sube en cualquier momento dependiendo de las necesidades de electricidad. Las tortugas anidan pero los huevos se ahogan”, explica el biólogo.
En este lugar se ha hecho un trabajo comunitario en el que la gente ayuda a recoger los huevos y hasta el momento las poblaciones de tortuga están respondiendo bien ante el manejo. Esta labor de conservación es importante pues este es uno de los pocos lugares en la cuenca del Sinú donde todavía hay poblaciones de tortuga del río Magdalena. En las cuencas del Magdalena y del bajo Cauca las poblaciones están muy disminuidas y en el río San Jorge ya desaparecieron.
La situación de la tortuga carranchina también es muy crítica y los esfuerzos de conservación intentan evitar su extinción. La especie habita y se limita al bosque seco tropical en Colombia del cual, según estudios del Instituto Humboldt, apenas queda el 8 % en en país. “No la hemos encontrado en ningún lugar bien preservado. La hallamos, por ejemplo, en áreas agrícolas de los departamentos de Córdoba y Sucre, áreas completamente transformadas”, dice Germán Forero.
En un estudio reciente se encontró que además de que sus hábitats están degradados, las poblaciones están aisladas y esto genera una alta endogamia, es decir, que la tortuga se reproduzca entre parientes muy cercanos como primos y tíos. Por ahora, WCS viene trabajando en algunos lugares de distribución de la especie, haciendo acuerdos de conservación con la gente y tratando de generar un área protegida para mover los individuos y así reducir la endogamia. Según los investigadores, es una especie que esperan empiece a recuperarse en los próximos años.
Lee más | Colombia: la recuperación del caimán aguja en Cispatá | VIDEO
Conectividad para el oso de anteojos
El oso andino o de anteojos (Tremarctos ornatus) se encuentra catalogado como vulnerable y vive en la cordillera de los Andes, desde Venezuela hasta Bolivia, entre los 200 y los 4800 metros sobre el nivel del mar.
En Colombia hay varias organizaciones que están trabajando en la conservación de este gran mamífero y recientemente fueron publicados algunos de los hallazgos más importantes del monitoreo que se viene realizando en el Parque Nacional Natural Chingaza, en la cordillera oriental de Los Andes, a pocos kilómetros de Bogotá.
‘Conservamos la Vida’ es una alianza pública-privada que está enfocando su trabajo en la cordillera occidental, en el corredor que vincula a los Parques Nacionales Tatamá (entre los departamentos de Risaralda y Chocó), Farallones de Cali (en el Valle del Cauca) y Munchique (en Cauca).
El objetivo es lograr unos acuerdos de conservación con las personas que viven e interactúan en el hábitat del oso y generar una conectividad en un territorio de cerca de 11 000 kilómetros cuadrados (más de un millón de hectáreas). “Hasta el momento hemos logrado 28 acuerdos de conservación que han permitido la liberación de cerca de 5000 hectáreas para restauración y conectividad en estos corredores”, asegura María Camila Villegas, directora de Conservación de la Fundación Grupo Argos.
El proyecto consta de cuatro fases. La primera es de diagnóstico, para saber cómo está el oso y conocer las amenazas a las que se enfrenta. En las zonas donde no está presente se determinan las causas. A su vez, se analiza cuál es la interacción del animal con la gente y el manejo que las personas hacen de sus actividades productivas (agricultura y ganadería principalmente) para determinar la vulnerabilidad de la especie.
“Con ese diagnóstico determinamos cuáles eran las áreas priorizadas para no cortar la conectividad entre los Parques Tatamá, Farallones y Munchique. Se seleccionó el área de El Águila al lado del Parque Tatamá, Ramal-Limocito al lado de Munchique y Dagua-Anchicayá al lado de Farallones”, le cuenta Robert Márquez, líder de oso andino de WCS Colombia a Mongabay Latam.
La segunda fase es la de concertación con la gente. En esta etapa se ayuda a los propietarios privados para que sean más productivos en áreas más pequeñas. “Esto permite la liberación de áreas importantes para hacer restauración y que no se pierda la conectividad en los hábitats de los osos”, asegura Márquez.
En la tercera fase, la de implementación, se hace un acuerdo de conservación por cerca de ocho y diez años, en el que las personas se comprometen a no expandirse hacia las zonas restauradas. La misma comunidad tiene un vivero en el cual vende las plantas nativas que se necesitan para la reforestación de las áreas. Finalmente, en la etapa de monitoreo se hace seguimiento a los acuerdos y a las restauraciones para saber si las actividades realizadas fueron positivas para la conservación del oso de anteojos.
“Entendemos que la conservación de grandes mamíferos como el oso requiere de esfuerzos de muchos actores, de diferentes ámbitos, y un trabajo muy enfocado en el territorio, desde la comunidad”, afirma Villegas.
Finalmente, los biólogos coinciden en que los esfuerzos de conservación van mostrando resultados alentadores, pero que esto de ninguna forma puede ser motivo para bajar la guardia y descuidar una especie. Lo ganado se puede perder fácilmente mientras existan serias presiones y amenazas sobre las especies y sus hábitats.
*Imagen principal: El hábitat del oso de anteojos se extiende por Los Andes, desde Venezuela hasta Bolivia. Foto: Fundación Grupo Argos.