- La resolución del Ministerio de Ambiente de Colombia que levanta parcialmente la prohibición para el comercio de caimán aguja (Crocodylus acutus) en una zona del Caribe generó polémica.
- La recuperación de la especie en la bahía de Cispatá es un hecho y el caso hoy es un ejemplo internacional en conservación. El biólogo Giovanni Ulloa explica cómo lograron el aumento de la población de caimán en esta zona.
A finales de enero se conoció que el gobierno colombiano había levantado parcialmente la prohibición para el comercio del caimán aguja* o caretabla (Crocodylus acutus), en el Distrito de Manejo Integrado (DMI) de los manglares de la bahía de Cispatá, Tinajoes, La Balsa y sectores aledaños, en el departamento de Córdoba. La noticia causó gran polémica y generó rechazo en varios sectores que criticaron la medida pues el caimán aguja se encuentra catalogado como Vulnerable en la lista roja de la Unión Internacional para la Conservación de la Naturaleza (UICN).
En entrevista con Mongabay Latam, Giovanni Ulloa, biólogo de la Universidad Nacional de Colombia, especialista en conservación de la biodiversidad y cocodrilos y uno de los científicos que ha liderado el programa de conservación y recuperación de este reptil en Cispatá, cuenta cómo se recuperó la población en esta zona y qué significa el levantamiento parcial de la prohibición para el comercio del caimán.
Los biólogos Giovanni Ulloa y Clara Lucía Sierra lideran la recuperación del caimán aguja en Cispatá, considerada un ejemplo internacional en conservación. Video: Mongabay Latam
¿Desde hace cuánto estudia al caimán aguja?
Giovanni Ulloa (G.U.): Llevamos casi 25 años trabajando en procesos de conservación (él y su esposa Clara Lucía Sierra, también bióloga) y uno de los elementos principales es el faunístico. Empecé haciendo evaluaciones de todo el proceso de cría de cocodrilos en Colombia y hace 20 años nos llamó la atención un grupo muy pequeño de estos animales en los manglares de la bahía de Cispatá. En 1969 se declaró a la especie en peligro de extinción y fue vedada para todo el territorio nacional, debido a que durante siglos fue víctima de la cacería masiva ─en ese entonces no existía regulación─ que produjo miles de pieles para los mercados de la marroquinería. Esto causó un agotamiento total.
En general, el cocodrilo está muy disminuido en Colombia. Por el río Magdalena, que era el mayor hábitat de la especie, fue arrasado y hoy, eso sigue igual en esa cuenca. Nos dimos a la tarea de averiguar científicamente qué era lo que sucedía con los cocodrilos en la bahía de Cispatá, y con ayuda de algunos privados y del Ministerio de Ambiente, encontramos que había suficientes individuos en el lugar para iniciar un programa de recuperación y conservación. Pero a su vez, nos encontramos con un grupo de personas que vivían de la caza del reptil. A ellos se les dijo que el Ministerio los apoyaría hacia futuro en el aprovechamiento sostenible de la especie si decidían ayudar a recuperarla.
¿Y ellos aceptaron?
G.U.: Sí. Estas personas son pescadores de base, pero también consumían el caimán si se les atravesaba y aprovechaban sus pieles. Ellos entendieron el llamado y de una manera decidida recibieron capacitación. Empezamos todo un intercambio de saberes, donde ellos nos compartieron el conocimiento que tenían sobre la especie, dónde vivía y cómo la ubicaban. Nosotros les enseñamos a reproducirlos y a criarlos.
Nosotros ya veníamos trabajando con cocodrilos en el país, contábamos con las metodologías estandarizadas y la experiencia para hacer un buen modelo comunitario. Desde hace 15 años estamos construyendo toda la data de información científica y haciendo investigación aplicada, es decir, vamos averiguando, pero también vamos criando y liberando cocodrilos. Eso es lo que hemos hecho hasta ahora y hemos podido demostrar que la población sí se ha recuperado.
¿Cómo demostraron que la población en esta zona está recuperada?
G.U.: Lo pudimos avalar con la Convención sobre el Comercio Internacional de Especies Amenazadas de Fauna y Flora Silvestres (CITES). En varias conferencias de las partes (COP) fue presentado el proyecto a 183 países para que levantaran la restricción para la población de caimanes de la bahía de Cispatá y así las comunidades pobres de este proyecto pudieran, hacia el futuro, hacer uso sostenible del caimán con la condición de que garantizarían su conservación. Todo eso lo sustentamos científicamente, hasta tal punto que, en el 2016, en la COP de Johannesburgo, obtuvimos el mayor triunfo de la conservación en el país al lograr que la especie pasara del Apéndice I al Apéndice II**.
Lástima que la noticia se malinterpretó. Normalmente lo que hacen todos los países, año tras año, es llevar especies para que sean incluidas como en peligro de extinción y esta vez fue al contrario, por primera vez se llevó un programa comunitario con unas perspectivas de apoyo social para que se le cambiara la categoría a esta especie y que las comunidades de Cispatá, que la habían recuperado, y siguen velando para que eso sea así, puedan usarla.
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¿Cómo fue el proceso para lograr la estabilización de la población de caimanes?
G.U.: Cada año incubamos todos los huevos y luego criamos los animales hasta que tienen tamaños de liberación adecuados. En los últimos 15 años han sido liberados más de 12 000 cocodrilos y es ahí donde radica parte del éxito. Los cocodrilos ya se encuentran en buenas cantidades en los manglares de la bahía de Cispatá y por ahora no se detecta ningún riesgo de desaparición de la especie en el lugar. Sin embargo, hay que estar muy pendientes, continuar con los estudios científicos y acompañar a la comunidad en el proceso de uso.
Todavía tenemos individuos para liberar pero estamos llegando a ese momento que se denomina ‘capacidad de campo’, cuando ya no vale la pena seguir liberando porque la población llega a un punto en que no crecerá más. Cuando eso ocurre, el animal da inicio a un proceso de autorregulación. Si has liberado en exceso no habrá sobrepoblación porque ellos mismos se van eliminando unos con otros hasta que forman un equilibrio. Estamos muy próximos a eso.
¿Por qué cree que la noticia del levantamiento parcial de la prohibición de comercio causó tanto rechazo?
G.U.: Ahí fallaron varias cosas. Lo primero es que no fue el Ministerio el que dio la noticia. Segundo, que las cifras no dejan entrever nunca la importancia del proceso social y el hecho de que la investigación fue hecha por la comunidad, porque eso no lo hizo ningún instituto. Es una investigación que se hace netamente con la comunidad y dos biólogos que deciden vivir en la zona con ellos. A su vez, esos dos biólogos son especialistas mundiales en cocodrilos, no se estaba improvisando. En realidad estamos hablando de un logro de conservación, faltaron más espacios para explicar bien el tema y evitar malas interpretaciones.
Muchas personas creen que ahora se puede ingresar a Cispatá y cazar al caimán aguja…
G.U.: El levantamiento de veda es solo para ciertos casos que deben quedar muy claros: es para un manejo de ranche, es decir, de huevos; nunca va a haber cacería del animal allá. Lo otro es que este levantamiento es solo para comunidades pobres del bajo Sinú y se trata de una estrategia de conservación para la especie que está totalmente estandarizada y puede ser replicada en otras partes del país o en el exterior, ya que la especie tiene una distribución amplia en 23 países de Latinoamérica, incluyendo algunas islas.
Hay una trazabilidad y unos compromisos con la comunidad mundial y con la CITES que son muy serios y de obligatorio cumplimiento. Colombia está obligada a entregar reportes anuales sobre la situación de la especie y las investigaciones que se estén adelantando.
El aprovechamiento solo se hará sobre los huevos y esto es importante que quede claro, porque el país, aún en Cispatá que tiene una población de caimán recuperada, no tiene capacidad para producir animales para cacería y venta.
¿Cómo será el manejo de los huevos?
G.U.: Del total de huevos, algunos se destinarán a la comunidad y esta debe incubarlos, convertirlos en animales y criarlos. Esto puede tardar entre 3 y 4 años.
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¿Cuántos animales había hace 20 años y cuántos hay hoy?
G.U.: Hay un censo de 1994 que hizo el Ministerio de Ambiente el cual arrojó, con la metodología de fracción visible, la presencia de 6 individuos en la bahía de Cispatá. Ese era el sitio donde científicamente se podía decir que la población era más abundante. En el resto de Colombia hoy la especie sigue muy disminuida, pero en Cispatá actualmente hay entre 2000 y 3000 cocodrilos.
¿En qué consiste la metodología de fracción visible?
G.U.: Metodológicamente nunca se podrá contar el 100 % de los animales, eso es imposible. En el caso del cocodrilo lo que haces es ir con linternas en una o varias noches y recorrer todo su hábitat e ir contando. Son muestreos a velocidades constantes donde vas contando ojos, pues los cocodrilos se cuentan por el reflejo de los ojos. La experiencia y el continuo contacto con la especie nos ha permitido inferir el tamaño de los cocodrilos observando el tamaño de sus ojos y su separación.
La fracción visible de 1994 fue de 6 cocodrilos, cuando nosotros arrancamos la investigación la fracción visible fue de 35 y hoy está entre 120 y 150, inclusive hace unos años llegó a casi 200. Esa fracción visible corresponde aproximadamente al 5 o 10 % de la realidad. Es decir, si la fracción es de 10 cocodrilos, podríamos estar hablando de que hay aproximadamente 200. Si ves 100 quiere decir que hay entre 1000 y 2000 animales. Con este tipo de análisis y de interpretación científica podemos pensar que en este momento hay entre 2000 y 3000 en el medio silvestre, pero establecidos, es decir, sin contar crías pequeñas.
Usted mencionó que la comunidad ha participado activamente en la recuperación de la especie, ¿cómo ha sido el trabajo con ellos?
G.U.: Una vez que se formó Asocaiman, asociación que constituimos legalmente, iniciamos con los procesos de capacitación. La comunidad es la coinvestigadora. Si bien es cierto que tiene dos biólogos al frente, ellos son los que hacen el trabajo de campo, los que van conmigo a contar cocodrilos, los que los manipulan y miden a diario, los que hacen la incubación. Con ellos vamos y preparamos las camas de postura, son ellos los que hacen todo el programa de recolección de huevos, los que anotan esos datos que después se convierten en datos científicos. Vale la pena resaltar que el caimán se ha recuperado en Cispatá gracias a la labor de ellos, un grupo unido que cree en la conservación y que espera hacer un uso sostenible del recurso.
Si la comunidad antes los cazaba, ¿cómo fue que decidieron dejar la actividad y trabajar para conservarlos?
G.U.: Ellos también eran conscientes de la situación del caimán aguja. Sabían que si seguían así, el animal iba a desaparecer. La única alternativa que tenían en ese momento para seguir viviendo del caimán, pero de otra forma, era recuperando la población. Durante más de 10 años la Corporación Autónoma Regional de los Valles del Sinú y del San Jorge (CVS) dio algunos incentivos económicos que sirvieron de base para la investigación y para la comunidad, al final esos incentivos los comenzaron a dar otras personas porque la Corporación entró en crisis y no tenía dinero para seguir con el programa.
Sin embargo, lo importante es que logramos los resultados que queríamos: con información científica generada por la comunidad se demostró la recuperación del animal en Cispatá y se le demostró a más de 180 países en la CITES que sí se podía cambiar el apéndice en el que se encontraba la especie. Es un gran logro de conservación que prácticamente no le ha costado un peso al Estado colombiano. Nuestro trabajo como profesionales es ‘ad honorem’, trabajamos en otras cosas pero esta es una labor que hacemos con cierto nivel de filantropía.
La polémica en Colombia sigue siendo fuerte, ¿qué va a pasar ahora con el caimán en la bahía de Cispatá?
G.U.: Queremos que el grupo comunitario siga siendo muy fuerte en la labor de conservación y de educación ambiental, como lo ha sido hasta ahora. El papel que ellos han jugado, reemplazando al Estado en estos 15 años, les ha permitido convertirse en replicadores de la importancia de la biodiversidad. Ver personas que antes vivían escondidas por su ilegalidad, que no sabían hablar ni expresarse y que hoy dan cátedra de todos los procesos de conservación y de la importancia de la fauna y la flora, es algo que a nosotros nos llena de mucho orgullo. Otras comunidades como las del río Sardinata en Tibú (departamento de Norte de Santander), las del río Cabrera y el desierto de la Tatacoa (departamento del Huila) , han ido hasta San Antero (departamento de Córdoba y donde se encuentra la bahía de Cispatá) a ver qué hacen las comunidades con el cocodrilo, porque están dispuestas a hacer lo mismo. Lo que se ha hecho en Cispatá se convierte en una opción que se puede replicar en otros territorios e inclusive con otras especies de fauna.
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Imagen principal: Los caimanes aguja están en zoocría hasta que alcanzan la talla adecuada para su liberación. Foto: Gavierofilms.
*En Colombia la especie (Crocodylus acutus) es conocida comúnmente entre la gente como caimán aguja, pero los expertos aseguran que se trata de un cocodrilo y no de un caimán.
**En el Apéndice I se incluyen las especies que están en peligro de extinción y la CITES prohíbe el comercio internacional de especímenes de esas especies, salvo cuando la importación se realiza con fines no comerciales. En el Apéndice II figuran especies que no están necesariamente amenazadas de extinción pero que podrían llegar a estarlo a menos que se controle estrictamente su comercio. El comercio internacional de especímenes de especies del Apéndice II puede autorizarse concediendo un permiso de exportación o un certificado de reexportación.
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