- En el segundo humedal más grande de Sudamérica, al noreste de Argentina, se desarrolla desde el 2007 un proyecto que reintrodujo a la zona al oso hormiguero, al pecarí de collar, al guacamayo rojo y a otras especies que habían desaparecido hace décadas.
- El paso más desafiante se dará en los próximos meses cuando sean liberados dos jaguares, que se espera den inicio a una población que regule uno de los ecosistemas más valiosos del continente.
- Se trata de una iniciativa del ya fallecido ecologista estadounidense Douglas Tompkins, quien compró 150.000 hectáreas de antiguas estancias ganaderas en el Iberá y las donó al Estado argentino, que, en diciembre pasado, las convirtió en un parque nacional.
La lancha avanza por uno de los arroyos azules de los Esteros del Iberá. En los pastizales de las orillas, inmóviles y con la piel tan brillante que parecen estatuas de bronce, toman sol decenas de cocodrilos. Aquí en la Argentina se los conoce como yacarés y quien llega por primera vez a esta zona podría sorprenderse por su abundancia.
Pero los yacarés son muchos menos que los carpinchos o capibaras (Hydrochoerus hydrochaeris), conocidos por ser los roedores de mayor tamaño y peso del mundo. Tienen diferentes tamaños y todos miran con la misma expresión de aburrimiento, como si ya estuvieran cansados de ver visitantes, a pesar de que el turismo aún no es masivo en este paraíso natural sudamericano.
La historia en 1 minuto. Video: Mongabay Latam.
Unos carpinchos permanecen quietos pero otros de pronto se mueven y entonces se vuelven más atractivos: los más pequeños muestran una agilidad inesperada y los más entrados en kilos son de desplazamiento lento. Tantos carpinchos juntos hacen que, después de un rato, se pierda el interés sobre ellos. Pero cada tanto se vive un momento especial, cuando se divisa la figura elegante de color marrón claro de un ciervo de los pantanos, que estira el cuello y nos observa con ojos asombrados. La escena es breve, porque enseguida gira, corre y se aleja velozmente. Entonces nos queda un recurso más: elevar la vista y buscar las aves, que vuelan hacia el horizonte y con sus colores fuertes parecen irreales.
Estas son algunas de las fotografías de la Reserva Natural Iberá, un inmenso paisaje salvaje en tonos verdes, azules y amarillos, en gran parte cubierto por agua. Tiene arroyos, lagunas, pantanos y bañados, rodeados de extensos pastizales, pajonales, praderas y también áreas de monte, donde crecen árboles que proporcionan las escasas porciones de sombra. Está en la provincia de Corrientes, al noreste de la Argentina, y ocupa un millón 300 mil hectáreas. Es el segundo humedal más extenso de Sudamérica, luego del Pantanal brasileño. Dentro de este espacio gigante, existen dos parques que abarcan 700 000 hectáreas y que tienen un nivel de protección mayor.
Precisamente, dentro de uno de ellos, el Parque Nacional Iberá, se desarrolla hoy un proyecto de reintroducción de especies, liderado por la organización The Conservation Land Trust (CLT), que ha logrado traer de vuelta al Pecarí de collar (Pecari tajacu), al tapir (Tapirus terrestris), al venado de las pampas (Ozotoceros bezoarticus) y al guacamayo rojo (Ara chloropterus), todas especies que habían desaparecido del área por la presión de la agricultura, la ganadería y la caza.
El camino de regreso
Aunque tiene una vida silvestre que lo convierte en un lugar único en la Argentina, en el pasado el Iberá supo tener más especies animales que, como en muchos lugares del mundo, fueron exterminadas por la caza y por actividades productivas como la ganadería y la forestación con especies exóticas. Afortunadamente, esa destrucción de la biodiversidad quedó atrás, y hoy las especies que hace décadas no frecuentaban el humedal están recorriendo el largo camino de regreso.
Desde hace doce años, está en marcha un monumental proyecto de reintroducción de especies que pretende traer de vuelta a todas las que algunas vez poblaron el Iberá. Es la materialización del sueño de Douglas Tompkins, el empresario textil estadounidense que a comienzos de los años noventa se retiró de los negocios y se mudó al extremo sur para dedicar su fortuna y sus esfuerzos a la ecología. Desde entonces, hasta que falleció en 2015, compró más de un millón de hectáreas de tierras en Argentina y Chile que restauró ambientalmente y luego donó a los Estados, bajo la condición de que éstos las convirtieran en áreas protegidas.
En 2007 se liberó en el Iberá la primera pareja de osos hormigueros gigantes (Myrmecophaga tridactyla) y, a partir de ese año, el proyecto se ha anotado numerosos éxitos ya que ha establecido poblaciones más o menos numerosas de distintas especies que habían desaparecido de la zona, como el pecarí de collar (Pecari tajacu), el tapir (Tapirus terrestris), el venado de las pampas (Ozotoceros bezoarticus) y al guacamayo rojo (Ara chloropterus).
Pero el momento más importante todavía está por llegar. A finales de este año o durante el 2020, si todo sale como se espera, volverá a reinar en el Iberá el mayor felino del continente: el jaguar (Panthera onca). Será un hito porque hace 60 o 70 años que nadie ve en libertad en la provincia de Corrientes a este animal que, en Argentina, recibe el nombre de yaguareté.
El tigre americano está prácticamente extinguido en la Argentina: aunque los científicos estiman que sobreviven unos 250 ejemplares en otras provincias del norte del país, son como fantasmas porque resultan muy difíciles de ver.
La vuelta del mayor predador del ecosistema representa un desafío mayúsculo que viene requiriendo un enorme esfuerzo desde 2015 en el Iberá y que está cerca de hacerse realidad. De hecho, en junio pasado nacieron en cautiverio las primeras dos crías dentro del llamado Centro de Reintroducción del Yaguareté (CRY), un impresionante complejo de corrales que ocupa 34 hectáreas y donde hoy viven ocho jaguares.
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Completar el ecosistema
“Argentina es un país desfaunado. Nos faltan prácticamente todos los grandes herbívoros y los grandes carnívoros, incluso en los parques nacionales y otras áreas protegidas. Este mismo trabajo habría que hacerlo en todos los ambientes naturales del país”, dice el biólogo Sebastián Di Martino, coordinador del Proyecto de Reintroducción de Especies de The Conservation Land Trust (CLT), la fundación creada por Douglas Tompkins y su viuda, Kris McDivvit.
Di Martino asegura que el proyecto de reintroducción en el Iberá, que tiene un presupuesto anual de aproximadamente un millón de dólares, “es el más grande de América Latina” por la cantidad de especies involucradas.
Gracias a una invitación del gobierno argentino en 1997, Tompkins y McDivvit, que hasta entonces sólo trabajaban en proyectos de conservación en Chile, conocieron el Iberá. Ese mismo año, la CLT compró su primer campo en el humedal correntino y en los años sucesivos fue adquiriendo otros junto a su fundación hermana, Flora y Fauna Argentina, hasta sumar más de 150 000 hectáreas. Se trata de antiguas estancias dedicadas por décadas a la ganadería, que se reconvirtieron desde entonces a lo que la organización ambientalista denomina “producción de naturaleza”.
Luego de la muerte de Tompkins, en septiembre de 2016, Mc Divvit firmó un convenio con el presidente argentino, Mauricio Macri, para comenzar a donar gradualmente las tierras de CLT al Estado, con la condición de que se conviertan en un parque nacional. El proceso de transferencia todavía está en curso: ya se donaron unas 78 000 hectáreas y todavía restan aproximadamente 75 000, según la fundación.
“Queremos entregar al Estado parques nacionales que estén completos, no versiones degradadas de lo que fueron en el pasado. Ese el fundamento de la reintroducción de especies que han sido expulsadas por la acción humana”, explica Di Martino.
“Nuestro objetivo –agrega- es que cada una de las especies que pertenece al lugar esté presente en número suficiente para cumplir con su función ecológica. De esa manera, la biodiversidad puede ser un motor de desarrollo local a través de un nuevo modelo económico que no esté basado únicamente en la producción primaria, sino también en el ecoturismo y la observación de fauna. Las distintas actividades pueden convivir y traer beneficios”.
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Prepararlos para ser libres
El Centro de Reintroducción del Yaguareté funciona en San Alonso, una isla de 11 000 hectáreas a la que se llega en avioneta o luego de recorrer ríos y lagunas por casi una hora en lancha desde San Nicolás, uno de los portales de acceso al Iberá. Allí, en cuatro corrales separados, viven otros tantos yaguaretés adultos que fueron donados por distintos zoológicos.
La bióloga Natalia Mufato explica que la reintroducción del yaguareté en la naturaleza “es de una enorme complejidad” debido a que aquellos que vienen del cautiverio están “improntados”.
“Tienen la marca que les dejó el contacto con el ser humano. Entonces lo más probable es que cuando vean gente piensen que puede darles de comer y en vez de alejarse se acerquen. En una situación de ese tipo puede ser que la gente misma, por temor, los mate. Es un riesgo para los dos lados”.
Así, en el caso de los yaguaretés “necesitamos generar individuos con conductas silvestres, tarea que no es necesaria, por ejemplo, con los osos hormigueros, que tienen memoria corta y una vez que están en libertad se olvidan del ser humano”, dice Mufato.
En consecuencia, el equipo de CLT no se plantea liberar a los yaguaretés adultos criados en zoológicos, sino a los dos cachorros nacidos en San Alonso en junio de 2018. Estos permanecieron un año con su madre y luego fueron trasladados a otro corral, donde hoy se alimentan de carpinchos y chanchos asilvestrados que ellos mismos deben cazar.
También están siendo entrenados, para su liberación, dos cachorros de dos años y medio de edad que llegaron al Iberá desde Brasil. Estos tienen el potencial para vivir en la naturaleza porque luego de ser rescatados cuando cazadores mataron a su madre, fueron criados en un santuario natural, prácticamente sin contacto con el ser humano.
Hoy los cuatro yaguaretés que van a ser liberados están en corrales de una hectárea y media, a los que los integrantes del equipo de CLT no se acercan para que los felinos no se acostumbren al contacto con las personas. En cambio, su comportamiento es seguido a través de lo que registran 24 cámaras instaladas en los corrales.
Antes de la liberación, la última escala para los yaguaretés será una temporada en un colosal corral de 30 hectáreas de superficie que contiene los distintos ambientes del Iberá, así como decenas de ejemplares de las especies que le sirven de alimento: carpinchos, yacarés, chanchos asilvestrados, zorros y monos.
“Los vamos a liberar en la naturaleza una vez que comprobemos que pueden valerse por sí mismos en un territorio: que saben encontrar su alimento, cazar y no tienen ninguna dependencia ni necesidad de acercamiento al ser humano. No deben buscar el contacto con las personas, sino ser indiferentes y mantenerse alejados”, explica Mufato.
La bióloga de CLT piensa que actualmente están dadas las condiciones para que el yaguareté sobreviva y para que su población crezca gracias a un proceso virtuoso que comenzó en 1983, cuando el gobierno de la provincia de Corrientes creó la Reserva Natural Iberá. A partir de esa figura, que abarca un millón 300 mil hectáreas totales del humedal, se prohibió la caza y comenzaron a exigirse estudios de impacto ambiental para los cambios en el uso de la tierra. Sin embargo, buena parte de esas tierras son privadas y se dedican a actividades ganaderas o forestales. Esta actividad constituía una amenaza para la conservación de la flora y fauna.
Por eso, en diciembre del año pasado, el Congreso argentino decidió crear dentro de la reserva un espacio con una mayor categoría de protección: el Parque Nacional Iberá. Este abarca 159 800 hectáreas y no permite el desarrollo de ninguna actividad económica. Este esfuerzo de conservación se unió a las hectáreas ya protegidas que constituyen el Parque Provincial Iberá (550 000 ha), permitiendo así, en total, que 700 000 hectáreas no pueda ser intervenidas, principalmente, por actividades agropecuarias.
“Hasta hace 50 o 60 años la población rural del Iberá vivía de la caza y de la pesca. Existía una gran influencia del ser humano en el paisaje y las poblaciones de todas las especies habían sido diezmadas. Los yaguaretés casi no tenían presas para cazar y atacaban a las vacas. Entonces, los ganaderos perseguían a los yaguaretés. Cada estancia tenía a su tigrero, que los cazaba. Luego vendían el cuero que tenía un alto precio”, dice Mufato.
“Hoy –continúa- el escenario cambió. Desde la creación de la Reserva, que prohibió la caza, y (que fomentó) la reconversión al ecosturismo y la conservación de muchas estancias ganaderas, se recuperaron naturalmente las poblaciones de carpinchos, ciervos y yacarés. Así, están disponibles en número abundante las presas naturales que el yaguareté prefiere. Son las condiciones perfectas para que vuelva y regule el ecosistema”.
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Hacer camino el andar
Alicia Delgado, una bióloga que trabaja desde 2006 en CLT, cuenta que no tenían experiencia previa en la reintroducción de muchas de las especies como el oso hormiguero. “Fuimos aprendiendo con el trabajo”.
Delgado hoy es la responsable de la Estación Biológica Corrientes (EBCO), que está a pocos kilómetros de la capital provincial, donde los animales que son rescatados o son donados por instituciones pasan varias semanas antes de ir al Iberá.
“Se realiza una cuarentena, durante la cual se chequea si los animales tienen enfermedades contagiosas. De aquí salen con el apto sanitario”, explica Delgado.
En el EBCO, a mediados de julio, había once osos hormigueros, que es la especie con la que CLT arrancó su camino en el Iberá. Delgado cuenta que ahora ya hay unos 120 individuos libres en el humedal, de los cuales aproximadamente la mitad fueron reintroducidos y la otra mitad nació en el lugar.
“La gran mayoría de los osos hormigueros que van al Iberá son huérfanos rescatados de otras provincias de la Argentina, porque mataron a la madre en accidentes de tránsito, durante cacerías o en peleas con perros. Cuando los encuentran, la gente se lo lleva a su casa o avisa a las autoridades”, explica Delgado.
Los osos hormigueros rescatados son criados durante el primer año en el EBCO con leche suministrada en mamadera. Sólo son liberados en el Iberá cuando cumplieron un año y pesan al menos 20 kilos, condiciones que le permiten sobrevivir.
En el caso de los tapires, el proyecto no ha tenido tanto éxito como con los osos hormigueros. Actualmente en el EBCO se encuentra en observación un tapir que, luego de haber sido reintroducido en la naturaleza, se vió afectado por un parásito. De los nueve tapires que ya habitaban el Iberá (siete reintroducidos y dos nacidos en el lugar), murieron seis por la afectación del parásito, por lo que hoy no se sabe si este proyecto podrá continuar.
El que apenas empieza, en cambio, es el regreso del lobo gargantilla, una especie de nutria extinta en la Argentina al menos desde los años ochenta. Una pareja llegó este año desde zoológicos europeos, pero el macho murió durante la cuarentena por un problema cardíaco. Hoy la hembra espera en el Iberá, en un corral de 800 metros cuadrados que incluye laguna y tierra, a un nuevo macho que podría llegar en los próximos meses desde Dinamarca.
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El regreso del guacamayo rojo
Uno de los procesos más complicado que el equipo de CLT está atravesando con éxito es el regreso del guacamayo rojo, cuyos últimos registros de presencia en Corrientes son del siglo XIX y que hoy está extinto en toda la Argentina.
“Son aves muy vistosas, que pueden medir 95 centímetros desde la cabeza hasta la punta de la cola. Se extinguieron por la pérdida de hábitat y por la persecución. La gente iba a sus nidos para sacar los pichones y tenerlos como aves de compañía o por sus plumas que tienen muchos usos culturales”, cuenta Alejandro Benítez, responsable del equipo del guacamayo rojo.
Según relata, el proceso que termina con la liberación de guacamayos rojos (ya se han liberado treinta) es largo: “Son animales que probablemente han pasado toda su vida en jaulas, por lo que debe realizarse un trabajo de rehabilitación para que se acostumbren y lidien de manera correcta con las nuevas cosas en la inmensidad de un ambiente natural. Es un trabajo que dura unos 6 meses, aunque el tiempo es bastante relativo”.
En febrero pasado, un grupo de 15 individuos fue donado por el Kiwa Centre, un centro de rescate de loros del Reino Unido.
Benítez resalta que los guacamayos rojos juegan un papel clave en el ecosistema: “Como recorren grandes distancias y consumen frutas que tienen semillas grandes son los reconstructores del bosque. Los árboles necesitan esparcir sus semillas para regenerarse y ellos contribuyen. Así, se ayudan mutuamente los árboles y los guacamayos”.
Benítez se entusiasma con el desarrollo del proyecto y especialmente con su futuro. “Las condiciones culturales –asegura- son muy distintas a las que hubo en otro momento. Hoy la sociedad tiene mayor conciencia de los procesos ambientales. La extinción de especies preocupa a mucha gente y se aprendió que un animal libre en su ambiente natural es más valioso que encerrado como mascota. Eso nos ayuda a imaginar un escenario distinto”.
Imagen principal: Oso hormiguero, reinserción de especies en el Parque Nacional Iberá. Foto: The Conservation Land Trust (CLT)
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