- Una expedición a las cuencas media y alta del río Apaporis encontró 1149 plantas, 77 anfibios y reptiles, 41 murciélagos, 101 peces, 249 mariposas, 273 aves, 134 hormigas, 250 arácnidos y 38 grandes y medianos mamíferos.
- La convergencia del escudo guayanés con la Amazonía colombiana trae consigo paisajes exóticos como afloramientos rocosos y sabanas naturales de arenas blancas. Estas zonas poseen altos niveles de endemismos.
La expedición a uno de los lugares más recónditos de la Amazonía colombiana fue considerada todo un éxito. Bio Apaporis 2018 sorprendió a los investigadores con su riqueza natural, el buen estado de conservación y el impresionante número de registros biológicos que se obtuvieron en casi 20 días de trabajo. Incluso se trajeron nuevas especies para el país y para la ciencia y se logró complementar información que era escasa debido al difícil acceso a esta zona.
Investigadores del Instituto SINCHI se internaron en lo más profundo de la selva amazónica de Colombia y luego, en colaboración con expertos de diferentes instituciones nacionales e internacionales, documentaron 8114 registros biológicos e identificaron 2335 especies de flora y fauna, de las cuales 36 son posibles nuevas especies para la ciencia, 228 son registros nuevos para el país, 18 se encuentran en alguna categoría de amenaza y 62 son especies endémicas de Colombia.
La historia en 1 minuto. Video: Mongabay Latam.
La travesía se dio en la cuenca media y alta del río Apaporis, en la zona comprendida entre Dos Ríos (confluencia de los ríos Ajaju y Tunia), también conocida como Cerro de la Campana o Cerro Azul; y el sector de Jirijirimo y río Cananarí (departamento de Vaupés), bordeando los límites de los departamentos de Guaviare, Caquetá y Amazonas.
En la expedición también participaron como coinvestigadores habitantes de las comunidades indígenas de la zona, quienes con su conocimiento del territorio ayudaron para que los expertos trabajaran en zonas de difícil acceso y con características particulares —como sabanas naturales de arenas blancas, afloramientos rocosos y tepuyes enclavados en la Amazonía— a los que hubiera sido prácticamente imposible acceder sin su ayuda.
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Detrás de una planta descubierta hace más de 70 años
Detrás del éxito de una expedición científica se encuentran cientos de dificultades y hazañas que los investigadores deben sortear pero que, finalmente, quedan olvidadas con la satisfacción que trae el ampliar el conocimiento sobre una especie o descubrir un animal o una planta que hasta el momento eran desconocidos por la ciencia.
El solo hecho de empezar el viaje por el río Apaporis ya era un desafío. “El río tiene muchos chorros o cascadas. Eso hace que su navegabilidad para grandes tramos sea muy limitada. De hecho tuvimos que sacar muchas veces nuestro equipaje, el mercado, los materiales y echarnos las embarcaciones al hombro hasta encontrar el lugar donde pudiéramos continuar con la navegación”, cuenta Dairon Cárdenas, coordinador científico de la expedición y líder de la parte botánica.
El reto era enorme pero había mucha expectativa. Los únicos registros de flora que existían de la parte alta del río Apaporis eran de mediados de 1940, cuando Richard Evans Shcultes, biólogo estadounidense enviado por el gobierno norteamericano en búsqueda de árboles de caucho, recorrió esa zona durante varios años.
El científico extranjero hizo sus primeros registros en el cerro de la Campana, donde marcó miles de árboles de caucho que, más de 70 años después, fueron observados por los científicos de Bio Apaporis.
Cárdenas y quienes trabajaron en la parte botánica encontraron 1149 especies de flora, entre las que hay 10 especies nuevas para la ciencia, 226 nuevos registros para Colombia, 51 especies endémicas y 9 amenazadas. Además de esto, durante la expedición, el investigador colectó su ejemplar 50 000, correspondiente a una especie de zamia (Zamia jirijirimensis) descubierta por el estadounidense Schultes en el siglo pasado y que se encuentra en amenaza.
“Un día me tomé la tarea de caminar mucho y buscarla, ‘si él estuvo aquí y por acá la colectó, por acá tiene que estar’. A las 2 de la tarde, ya muy agotados, encontré un ejemplar de la especie. Tomé fotografías, empecé a describirlo y luego busqué individuos que tuvieran flora o fruto”, recuerda Cárdenas.
Llevaba consigo muchas otras especies pero esta zamia era especial y quería que su registro 50 000 fuera icónico. Además es el único botánico colombiano en tener este récord en trabajo de campo en la Amazonía. El científico que le sigue se aproxima a los 23 000 registros y Cárdenas duda que lo alcance pues, dice entre risas, tienen casi la misma edad. “Todo ha sido producto de estar en una profesión que uno escogió por vocación y tener la fortuna de trabajar en la Amazonía, donde puedes hacer tu ejercicio como botánico de colectar por todas partes”.
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Un trabajo para madrugadores
“Llegar a Cerro Campana fue lo más difícil, la única manera posible era en helicóptero. Pero ahí no acabó el desafío: en ese sitio no hay población. Primero tocó buscar agua, pero para ir a cualquier lugar había que abrir trochas en medio de un terreno pedregoso y con muchos huecos. Nos alimentamos de muchas nueces y de raciones de campaña (como las utilizadas por los militares)”, le comenta el ornitólogo Esteban Carrillo a Mongabay Latam.
Recuerda que a este cerro no pudieron llevar a las personas de las comunidades que les ayudaban a hacer el muestreo y no había guías conocedores. “Éramos nosotros solos en un sitio donde nunca llega nadie. Ahí estuvimos una semana”, dice.
El investigador también recuerda cómo para acceder a los tepuyes de Cerro Morroco tuvieron que hacerlo desde abajo, subiendo por las escaleras que los indígenas, que les servían de guías y ayudantes de campo, iban haciendo con los palos que encontraban en el camino. “Eran unos escarpes rocosos imposibles de escalar de otra forma”.
Una vez superados estos obstáculos, lo que Carrillo encontró lo sorprendió. “Registramos una especie endémica, el colibrí de Chiribiquete que sólo había sido registrado en tepuyes más al sur y al oriente. Lo encontramos en Cerro Campana pero también puede estar asociado a Cerro Morroco y eso implica una ampliación de su distribución”, dice.
También encontraron un par de especies donde al menos la mitad de su distribución está exclusivamente en Colombia, en sectores muy cercanos al área del escudo guayanés. Hallaron cerca de 15 especies bajo algún grado de amenaza de extinción, muchas de ellas importantes para la alimentación de las comunidades locales.
A partir de las observaciones, que empezaban desde las 5 de la mañana, Carrillo dice que pudieron registrar 25 especies que no habían sido documentadas en el área y varias de ellas son nuevos registros para el departamento de Vaupés. También encontraron una especie de tucán que no había sido registrada en Colombia desde hace mucho tiempo. “Se le veía en Venezuela y podría ser casi como una especie nueva para el país”, afirma.
El ornitólogo dice que el éxito que tuvo en el registro de aves se debió en gran medida a que Miguel Portura, un hombre de orígen tucano (indígena) muy reconocido como guía en el departamento de Vaupés, fue su coinvestigador y lo acompañó en la expedición. También contó con la ayuda de un indígena auxiliar de campo que estaba muy interesado en las aves.
La mayoría de pájaros se liberaban luego de atraparlos y en algunos casos, cuando la especie era rara, implicaba una ampliación de su distribución o podía tener efectos sobre procesos de conservación, era colectada. También se hicieron grabaciones que luego eran comparadas con colecciones de campo para poder identificar la especie.
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Miles de ojos brillando en la noche
Al igual que Dairon Cárdenas, la bióloga y experta en reptiles y anfibios, Laurinet Gutiérrez, recuerda las investigaciones del estadounidense Richard Evans Schultes, pero también menciona a Isidoro Cabrera, un hombre que acompañó al científico y colectó algunos ejemplares de anfibios y reptiles que están depositados en el Instituto de Ciencias Naturales de la Universidad Nacional. Después, en la década del 50, llegó un herpetólogo letón, Federico Medem, que estudió cocodrilos y encontró una subespecie (Caiman crocodilus apaporiensis) y lo más reciente en herpetofauna fue un estudio donde participó el profesor John Lynch del Instituto de Ciencias Naturales en 2009 y que sirvió como base para la declaratoria del Parque Nacional Yaigojé-Apaporis.
Laurinet Gutiérrez sabía que en la expedición Bio Apaporis se encontraría con muchos anfibios y reptiles debido al buen estado de conservación del lugar. Sin embargo, los primeros días se sorprendió porque durante algunos de sus muestreos, que generalmente se hacen de noche, fue difícil localizarlos a pesar del inconfundible brillo de sus ojos.
Poco a poco eso fue cambiando, e incluso, se encontró con un género de anfibio que no se había reportado para el país. “Cuando encontramos el primer ejemplar nos preguntamos qué era, pero dos noches después llegamos a ‘la casa’ donde había muchísimos más. Eso fue bastante emocionante porque pensábamos que era algo muy escaso y por eso nunca antes lo habíamos encontrado, a pesar de haber hecho algunos muestreos en el departamento de Vaupés”, recuerda.
Lo más increíble es que son diminutas pues miden solo 1 cm en su estado adulto. “Pertenece al género Pseudomantis. Ya hicimos el proceso de transparentarlos para verles los huesos y les hemos tomado medidas. De ese género solo se conocen cuatro especies y son típicas de los tepuyes. Esta es la primera para Colombia y esperamos publicar sobre la especie aproximadamente en un año”, asegura.
Además de la rana diminuta, también encontraron otra nueva para la ciencia del género Pristimantis. Ambos anfibios se hallaron en Cerro Morroco.
Por otra parte, Gutiérrez también destaca la ayuda de los indígenas. “Ellos conocen su territorio y los animales que los rodean. Nos indican dónde debemos ir a muestrear. Además, tienen un ojo impresionante y colectan más que uno. Sin ellos no hubiéramos registrado tanta información como la que tenemos actualmente”.
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Mariposas y murciélagos
Encontrar mariposas en un ecosistema siempre será una buena noticia. Estos insectos son bioindicadores y, en este caso, su presencia demostró que los bosques de Apaporis están muy bien conservados y poco alterados.
“Colectamos cerca de 600 registros, en los cuales identificamos 249 especies para la región. De esas, 9 son endémicas, 2 son nuevos registros para el país y dos están en proceso de descripción por ser nuevas para la ciencia, adicional a otras cuatro que probablemente también lo son pero que no es posible describir debido al poco número de ejemplares que se tiene”, asegura el biólogo Efraín Henao y quien lideró la búsqueda de estos insectos en la expedición.
Una de las nuevas mariposas encontradas (Caeruleuptychia sinchi) y cuyo artículo científico está próximo a salir está dedicada al Instituto SINCHI “por todo lo que me permitieron trabajar con mariposas amazónicas. La otra especie nueva era muy similar a otras mariposas y por eso nadie la había detectado”, dice Henao.
El experto asegura que durante su paso por Bio Apaporis 2018 le quedó grabada en la mente la imagen de una danta que apareció al revisar las cámaras trampa instaladas. Este mamífero apareció cerca de un lugar donde se encontraron muchas mariposas.
“Lo que para unos es desecho, para otros es alimento”, dice Henao. Esto lo afirma pues las mariposas se alimentan de los excrementos de la danta. La presencia de este gran animal le sirvió al investigador para una buena colecta de insectos.
Por su parte, los pequeños mamíferos, como los murciélagos, todavía son muy desconocidos en Colombia. Darwin Morales, quien estuvo al frente de la búsqueda de estos animales, asegura que llevan muchos años haciendo inventarios pero todavía hay muchas especies por descubrir. “Es probable que haya unas en peligro pero que no lo sepamos porque no las hemos encontrado. Tenemos muchas especies endémicas y varias en peligro de extinción, muchas de ellas en la Amazonía y que solo viven en estas formaciones guayanesas”, destaca.
Morales muestreó dos de estos cerros (Campana y Morroco) y allí encontró 41 especies de murciélagos, una de ellas endémica, “lo cual es mucho para 15 o 20 días de expedición”, enfatiza.
Finalmente, los casi 20 días de expedición se transformaron en más de un año de análisis de información que hoy Colombia por fin conoce pues los datos estarán abiertos en el Sistema de Información sobre Biodiversidad de Colombia (SiB Colombia) . En medio de fenómenos como la deforestación y el tráfico ilegal de flora y fauna, encontrar zonas tan biodiversas y conservadas como Apaporis llena de esperanza a los científicos.
Y no solo esto. Las comunidades indígenas quedaron motivadas cuando los investigadores volvieron al territorio para mostrarles todo lo que encontraron. “Me gustó mucho cuando Maximiliano, un líder de la comunidad de Buenos Aires, lo primero que dijo fue que a ellos nunca antes un grupo de científicos les había llevado resultados”, cuenta la bióloga Laurinet Gutiérrez.
El respeto por el conocimiento ancestral también fue uno de los pilares de la expedición. Los científicos aseguran que se hicieron unos acuerdos previos donde se les aseguraba el respeto por sus sitios sagrados y se les garantizaba que no se tomaría ninguna muestra sin la presencia de alguno de ellos. “Nos enseñan a nosotros pero también conocen la visión del mundo occidental científico”, comenta Dairon Cárdenas.
El Instituto SINCHI presentó una guía con alrededor de 600 fotografías a color de algunas de las especies de flora y fauna identificadas y además les entregó a los indígenas una certificación como guías científicos.
El reto ahora es obtener más recursos para hacer más expediciones. “Para nosotros es muy importante llenar vacíos de información pues al mirar en un mapa se destacan algunos sitios donde históricamente nadie ha podido ingresar. Es muy importante hacer las expediciones con la presencia de comunidades porque ven más que nosotros y nos permiten entrar a muchos sitios que uno no se imagina que existen”, resalta Cárdenas.
*Imagen principal: Lepidothrix. Foto: Instituto SINCHI.
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