Cuando es el momento de quemar, se requiere a los agricultores que pidan un permiso en el gobierno municipal más cercano. No solo tienen que declarar el tamaño de sus tierras y las fechas en las que planean quemarlas, sino también las horas exactas del día en que van a provocar el fuego y un pequeño boceto que muestre en qué parte de su propiedad se iniciará el incendio.

El año pasado se solicitaron más de 3000 permisos en Calakmul. Aunque algunos agricultores no tienen el conocimiento ni la paciencia para dejar sus campos un día entero y navegar entre la burocracia municipal, las cuantiosas multas y los talleres educativos han conseguido que casi todos los residentes cooperen, según afirman las autoridades.

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El gobierno municipal presenta talleres anuales a las comunidades para reforzar la seguridad cuando inician fuegos. Un hacendado debe saber cómo medir la fuerza y la dirección del viento antes de decidir encender un fuego. Incluso una brisa suave puede llevar chispas hasta la hierba seca, que es extremadamente inflamable, y puede acabar con incendios incontrolables de maleza. También se urge a los agricultores a cavar zanjas alrededor de sus territorios para evitar que los incendios se propaguen bajo la capa vegetal.

Las autoridades estatales monitorizan las lecturas de satélite que muestran los cambios en la cubierta forestal de los cinco días anteriores. También pueden mostrar franjas que se cavan en preparación para la quema ilegal, en cuyo caso las autoridades viajan hasta la zona para investigar.

La amenaza del desarrollo

Como la agricultura es un trabajo muy arduo cuando se hace de forma manual, muchos propietarios de tierras han empezado a abandonar las técnicas tradicionales en favor de la mecanización, una tendencia que preocupa a las autoridades porque podría llevar a un aumento en la deforestación en los próximos años, ya que los tractores y arados permiten a los agricultores cosechar más tierra en menos tiempo. De hecho, los agricultores que ya utilizan maquinaria producen hasta cuatro veces más que los que cosechan a mano, según la Secretaría de Medio Ambiente, Biodiversidad y Cambio Climático de Campeche (SEMABICC).

No solo se talaría más bosque para hacer más espacio para los campos, sino que los campos tendrían que quemarse al final de cada cosecha, lo cual podría aumentar el número de incendios anuales además de la probabilidad de que se descontrolaran.

“No voy a decir que esté mal utilizar máquinas”, dijo Edwin Martín, técnico de SEMABICC a cargo de los incendios y el manejo forestal. “Apoyamos que la gente viva en reservas naturales y haga un uso responsable del fuego para conseguir una gestión más sostenible de los recursos. No apoyamos la deforestación en áreas sujetas a conservación y protección”.


Las comunidades que viven de forma legal dentro de las reservas ya ocupan un área demarcada claramente que, en teoría, debería evitar que entren a la jungla. Sin embargo, SEMABICC dice que la atracción por un mejor rendimiento estacional ya ha llevado a algunos propietarios a quemar pequeñas franjas la hilera de árboles cada año pensando que las autoridades no van a notar cambios tan graduales.

Existe una preocupación similar en el exterior de la frontera norte de Calakmul, donde las comunidades que no están sujetas a las estrictas regulaciones ambientales de la reserva pueden expandirse incluso más rápidamente. Las autoridades creen que algunas de estas comunidades podrían acabar entrando en la reserva en los próximos años, lo cual, en el peor de los casos, podría acabar con desahucios forzados y conflictos con las fuerzas de seguridad.

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Más allá del límite norte de la reserva de Calakmul, la comunidad de Nuevo Durango, principalmente indígena, está adoptando la mecanización a un ritmo especialmente rápido debido a la influencia de los asentamientos menonitas que empezaron a llegar desde el estado de Durango, más al norte, entre el año 1995 y el 2000. Aunque el grupo cristiano tiene un modo de vida simple alejado de la influencia de la tecnología moderna, ha aceptado los tractores y otros equipos agrícolas para trabajar en el campo.

“No hacen un uso sostenible de los recursos, sino que optan por la deforestación”, dio Martin. “En un mes pueden despejar un área y luego plantar maíz o soja, con lo que se abre la frontera agrícola y se acerca cada vez más a la reserva”.

El año pasado, las comunidades menonitas fueron responsables de más de 7400 acres de deforestación en el exterior de la reserva. Foto de Max Radwin para Mongabay.

En algunos casos, los menonitas arriendan tierra de los residentes locales, según dijo el SEMABICC. Pero más a menudo, compran la tierra para ellos y luego recontratan a los lugareños para supervisarla. En ambos casos la tierra se trabaja con tractores y cosechadoras.

“Lo que un agricultor local hace en un mes, los menonitas lo hacen en un día”, dijo Paulino Jorge Tun, Secretario del Comisario Ejidal de Nuevo Durango.

El año pasado las comunidades menonitas fueron responsables de más de 3000 hectáreas de deforestación en el exterior de la reserva, según SEMABICC. Ahora tienen 12 asentamientos y, a medida que la población menonita sigue aumentando, se planean más para un futuro cercano.

Invasores

La posibilidad de que las comunidades ilegales ocupen territorios en una zona que supuestamente está protegida no es totalmente nueva. Hace años que hay asentamientos ilegales o “informales” en esas áreas, aunque sean pocos.

Uno de ellos, Candelaria, yace en la parte suroeste de la reserva estatal de Balamkú. La comunidad se empezó a formar hace unos 30 años cuando lo residentes de los estados de Tabasco, Chiapas y Veracruz se vieron sin suficiente dinero para comprar tierras en los mercados más caros o tenían que escapar de las amenazas del crimen organizado.

“Una persona llega detrás de otra, después llega otra y otra, y así se forma la comunidad”, dijo Arturo Balam, subdirector de Balamkú y Balamkin, dos reservas estatales que comparten límites con Calakmul. “Y con una comunidad tan grande pueden elegir un comisario, alguien que luche por la tierra”.

Miembros de la comunidad de ocupantes ilegales de Candelaria trabajan en un campo despejado. Foto de Max Radwin para Mongabay.

Los residentes de Candelaria sostienen que han ocupado la tierra durante más de 15 años y tienen derecho legal a reclamarla. Aunque las autoridades no están de acuerdo, los residentes de Candelaria siguen evitando la expulsión por parte de las fuerzas de seguridad e incluso negocian recursos básicos con el gobierno, como carreteras, agua y electricidad.

La comunidad también busca una forma de aumentar su rendimiento agrícola, ya que los métodos de cultivo manuales solo producen lo suficiente para que los residentes alimenten a sus familias, pero no para vender los cultivos y obtener beneficios.

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“Si el gobierno nos ayuda con un tractor, podemos progresar porque la cosecha es cara. Plantar semillas es caro. Necesitamos una niveladora”, dijo Alfredo Pérez, residente de Candelaria. Añadió: “El objetivo para el futuro es tener maquinaria agrícola porque no podemos avanzar con machetes y solo nuestras manos”.

Sin los títulos de propiedad de las tierras, los límites de Candelaria y otras comunidades extraoficiales en la reserva son borrosos y flexibles, más una aproximación que una delineación oficial. Las autoridades temen que si Candelaria obtiene la maquinaria que desea, la selva de su alrededor estará en riesgo ante un rápido desarrollo agrícola y ganadero, y a su vez, más incendios.

No hay suficiente financiación

Las autoridades que trabajan en la reserva esperan limitar la deforestación en los próximos años, en parte con el aumento de la vigilancia en áreas que están amenazadas. Esperan construir tres bases más que sirvan de puntos de control, equipados con todoterrenos y camionetas para bloquear los incendios.

Para ayudar con ese esfuerzo, este año se inició un programa federal que apoya la restauración de territorios deforestados. Sembrando Vida entrega a los propietarios de tierras rurales unos 250 dólares al mes para que restauren unas 2,5 hectáreas. El programa también les da cultivos para ayudar con el proceso.

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La preocupación principal con el programa en Calakmul es que, como la tierra ya tiene que haber sido quemada para ser considerada, los agricultores están quemando sus propiedades antes de enviar la solicitud, según dicen las autoridades. Sin embargo, no han podido abordar el asunto debido a las dificultades para comparar las lecturas de satélite de territorios quemados con el registro de Sembrando Vida, que por el momento solo es accesible para el gobierno federal.

Algunos funcionarios también han expresado preocupación ante las restricciones presupuestarias a nivel estatal y federal, que podrían dificultar su capacidad para enfrentarse a temas relacionados con la deforestación en un momento en que se están intensificando.

Deforestación en la reserva estatal de Balamkú. Foto de Max Radwin con SEMABICC para Mongabay.

Este año, los presupuestos estatales y federales otorgaron menos financiación a las autoridades de la reserva que en 2018, solo algo más de 47 000 dólares cuando en 2018 habían tenido más de 200 000. Esperan que esa reducción no se convierta en tendencia.

“No recibir los suficientes recursos limitaría nuestra capacidad de seguir adelante con proyectos productivos con las comunidades que rodean la reserva”, dijo el subdirector Balam. “Recibir la financiación suficiente es esencial”.

En otros años, se había autorizado a 140 bomberos a entrar en seis campamentos en las reservas Balamkú y Balamkin. Pero en 2018 solo se autorizó la entrada a 70 bomberos en 4 campamentos. Con cinco bases vacías, menos de la mitad de los bomberos tuvieron que cubrir casi el doble de territorio. Si la deforestación empieza a intensificarse en los próximos años, puede que su trabajo sea aún más difícil.

Aun así, funcionarios como Balam son optimistas ante el futuro.

“Tenemos mucha esperanza”, dijo Balam. “Cuando tenemos los recursos económicos, cuando nos permiten desarrollar proyectos que tienen un impacto positivo en la conservación de los recursos naturales, podemos beneficiar a las comunidades en las reservas y a su alrededor. Creo que es una de las mayores esperanzas que tenemos como trabajadores, y tenemos el deseo de verlo suceder”.

*Imagen principal: Residentes de las reservas de Calakmul, Balamkú y Balamkin despejan territorio para hacer espacio a la agricultura y la ganadería. Foto de Max Radwin con SEMABICC para Mongabay.

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Nota de la editora: esta historia fue impulsada por Places to Watch, una iniciativa de Global Forest Watch (GFW) diseñada para identificar rápidamente la pérdida de bosques en todo el mundo y catalizar una mayor investigación de estas áreas. Places to Watch se basa en una combinación de datos satelitales casi en tiempo real, algoritmos automatizados y datos de campo para identificar nuevas áreas cada mes. En asociación con Mongabay, GFW apoya el periodismo basado en datos al proporcionar datos y mapas generados por Places to Watch. Mongabay mantiene una independencia editorial completa sobre las historias reportadas utilizando estos datos.

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Artículo publicado por Maria Salazar
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