- La comunidad yagua de Yanayacu, en el departamento de Loreto, ha puesto en marcha un programa de manejo pesquero sumamente eficaz. En el censo de 2012, en el río Apayacu, se registró una población de 62 paiches. Hoy la cifra supera los 400.
- Mongabay Latam acompañó a sus integrantes en un censo de paiche y arawana, dos especies de peces de alto valor culinario y ornamental respectivamente.
La historia en 1 minuto. Video: Mongabay Latam.
De pronto, como si saliera de las profundidades de un cuento selvático, un enorme paiche con pequeñas manchas rojizas, salta a la superficie levantando un generoso chorro de agua. Se vuelve a sumergir mientras exhibe en el camino su enorme cola y sus escamas brillantes. Ha perturbado el río sereno y de color barroso, llamado Apayacu, pero para quienes admiran el momento, el salto no es más que una buena noticia.
—Ahí ha boyado, ahí ha boyado —así es como Jorge Alvear le avisa a sus compañeros que el inmenso pez amazónico ha salido a la superficie, observa la escena desde un peque-peque (canoa tradicional de la selva) detenido cerca a la orilla.
Su compañero, Ledgar Gómez, anota en un cuaderno la aparición de este formidable ejemplar de Arapaima gigas, la especie de pez más grande de los cuerpos de agua amazónicos. Hasta hace unos años no era tan sencillo verlo. Ahora, ha vuelto gracias a una paciente labor de los habitantes de la comunidad loretana de Yanayacu, poblada en un 70 % por la etnia yagua, y ubicada a unas 12 de horas viaje en barco desde Iquitos.
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Días de censo
Se oye a lo lejos el sonido de un silbato y Gómez empieza a mover el peque-peque, primero con dos remos de madera y luego con el motor. Avanza sin tropiezos a través de las aguas calmas, mientras aguas arriba se divisa otra embarcación, que repentinamente desaparece de nuestra vista debido al serpenteante curso del Yanayacu. Al cabo de unos minutos, se escucha otra vez el mismo sonido.
Es la señal para detenerse y entonces Alvear nos explica en qué andamos. “Ahorita —dice— hay 10 botes. Son 30 minutos que se debe estar en cada parada, porque el paiche sale cada 25 o 30 minutos aproximadamente. Si veo un paiche por acá, eso lo apunto yo, si aparece más arriba, lo apunta quien está en esa zona”. Cada peque-peque, en efecto, supervisa una franja del río, cubre 50 metros hacia arriba y 50 metros hacia abajo. El censo en el Apayacu ha empezado.
Durante ese lapso, todo son ojos y oídos sobre el agua para que el conteo de paiches funcione. Hemos comenzado sobre las 7 de la mañana y, en dos paradas, ya hemos observado 11 ejemplares. “Y todos adultos”, agrega Alvear con cierto entusiasmo, mientras en ese preciso momento su compañero registra otro que ha salido a la superficie a “boyar”. Para suplir las limitaciones de sus branquias, este pez, tan curioso como gigantesco, tiene en el dorso lo que el biólogo Roy Lozano de la Dirección Regional de Producción (DIREPRO) llama “un pulmón primitivo”. Esto lo impulsa a salir a buscar el aire que respiramos.
Según el Instituto del Bien Común (IBC), que apoya técnicamente y científicamente esta labor, en el 2012 se registraron 68 paiches, en el 2012 fueron 148, en el 2014 hubo un bajón a 82 (al parecer porque el censo se hizo cuando el agua ya estaba crecida, no como ahora que aún está en un nivel bajo), en el 2015 la cifra fue de 277, en el 2016 se llegó a 259, en el 2017 subió a 397 y en el 2018 se registraron 271. Al término de esta jornada laboriosa, que culminó hacia el mediodía, el número de paiches se disparó a 418.
¿Cómo se logró este éxito pesquero? Desde el 2011, el IBC ayuda a las comunidades a poner en marcha un Programa de Manejo Pesquero (PROMAPE). Las claves están en la vigilancia comunal, para evitar las incursiones furtivas; también en el monitoreo constante de lo que se extrae (sobre todo de las especies de consumo diario, como el tucunaré y el paco) y, por supuesto, en el censo anual del gigante amazónico. A partir de 2017, cuando la población de paiche creció y llegó a estabilizarse, se fijó una cuota de captura del 10 % de los ejemplares censados.
En la última jornada de extracción, realizada en agosto, la Asociación de Pescadores y Procesadores Artesanales (APPA) ‘Manatí’ de Yanayacu —a la que pertenecen Alvear y casi toda la comunidad de Yanayacu— tenía permiso para capturar 27 paiches. Como no siempre es posible pescarlos todos, extrajeron 19 adultos. La empresa Andes Amazon Foods les compró la totalidad de ellos a 18 soles el kilo de paiche eviscerado. Como cada paiche pesa cerca de 100 kilos, la ganancia bordeó los 30 mil soles (alrededor de 9000 dólares).
No es poca cosa si se tiene en cuenta que, hasta el 2011 por lo menos, cierta anarquía pesquera reinaba por acá, como nos cuenta Gómez, cuando acabamos de ver otro paiche ‘boyando’ y mostrando su deslumbrante presencia. Por entonces, venían pescadores furtivos, sin autorización alguna, cercaban el río Apayacu de orilla a orilla (no es muy ancho) con una malla grande e iban espantando a los peces hacia ella.
Alvear recuerda a un señor que siempre llegaba a la comunidad, “nos agarraba a tres o cuatro de nosotros y nos decía ‘vamos a cazar paiche’. Solo él tenía los materiales para capturarlo”. A cada uno le pagaba un jornal, pero él se llevaba siete u ocho paiches diarios. Los yaguas no eran entonces tan conscientes de lo que estaban perdiendo. Pero justamente hacia el 2011, comenzaron a navegar a contracorriente del ayer.
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La riqueza poco conocida del Apayacu
Todo lo trabajado por la comunidad, con la ayuda de los expertos de IBC y de la Direpro, hace que hoy no se les escape una sardina, ni muchas otras especies a los pobladores de Yanayacu.
Al regresar del censo lo vamos descubriendo por algunas señales que percibimos en agua y tierra. Cuando avanzamos río abajo por el Apayacu, aumenta el ruido armonioso del bosque y a la vez el sobrevuelo de numerosas aves de la especie Chloroceryle amazona, más conocida como martín pescador amazónico. Pasan por varios lados, como si estuvieran frente a un interminable buffet de pescado.
Claro que ni 200 martines pescadores juntos podrían, en su delirio gastronómico, con uno de esos voluminosos paiches, aunque sí son predadores de sus alevinos, lo mismo que algunas especies de garzas y las pirañas. Pero lo que hay allá abajo, en esas aguas que se ven turbias y en las cochas cercanas como Tipishca Cocha y Paco Cocha, es dispendioso. De acuerdo a estimaciones del Área de Conservación Regional Ampiyacu Apayacu (ACR AA), creada en el 2010, hay en esta zona 450 especies de peces.
Además del paiche, pululan por estos cursos y cuerpos de agua el tucunaré (Cichla ocellaris), el boquichico (Prochiludus nigricans), el shuyo (Hoplerythrinus unitaeniatus), el fasaco (Hoplias malabaricus), el acarahuazú (Astronotus ocellatus), el bujurqui (Biotodoma Cupido), la mojarra (Astiyanax fasciatus), el paco (Piaractus brachypomus), entre otros. En menor cantidad, se encuentran la gamitana (Colossoma macropomum), un pez muy impactado en los últimos años, y el zúngaro (Zungaro zungaro), que puede llegar a pesar hasta unos 100 kilos en su etapa adulta.
El rey de las aguas, sin embargo, es el paiche. En ocasiones puede llegar a medir hasta casi tres metros y pesar cerca de 200 kilos. Para alcanzar esas dimensiones “demora unos 4 o 5 años”, según Marina Vargas, bióloga del IBC, quien luego de avisarnos que ha habido dos ‘boyadas’ más cerca del peque-peque donde estamos, explica que su período de reproducción va entre octubre y enero, tiempo en el cual justamente rige la veda, que, tristemente, no siempre es respetada en Iquitos y ni siquiera en Lima.
Si los vigilantes amazónicos de las comunidades encuentran a una embarcación ingresando, sin autorización, la intervienen, la hacen regresar, levantan un acta de incidencia y la remiten a DIREPRO, que ha facultado a la APPA ‘Manatí’ para tal fin.
“Se trata —agrega Vargas— de un modelo de gestión pesquera con la comunidad. Se organizan rondas, que generalmente son en las noches, y son grupos de cinco o seis personas”.
De allí que este inmenso pez pueda vivir más o menos tranquilo en este río y que se deje ver seguido en la zona. Para el paiche, es simplemente su forma de luchar por la supervivencia. Lozano, además, apunta otros datos relevantes sobre esta especie: le gusta que las temperaturas del agua estén entre los 22 y los 26 grados, se alimenta de diversas especies de peces y puede comerse hasta a sus propias crías, no por malvado sino porque, como apunta con prudencia el biólogo, “esa es su genética”.
El paiche tiene otras características asombrosas. Posee un testículo de 24 centímetros y otro de solo 3 centímetros, puede producir hasta 10 000 huevos, de los que eclosionan unos 7000, para al final sobrevivir solo unos 700 individuos. Es un prodigio biológico.
Pesca milagrosa y prácticas perniciosas
Otro día, también en la madrugada, salimos a pescar con Alvear y con Ángel Yaicate —un poblador de Yanayacu que no es yagua, pero que se siente uno más de ellos— a Paco Cocha, una laguna pequeña situada a una hora en peque-peque desde la comunidad. Está cerca de la margen derecha del río Apayacu, por lo que una vez que llegamos tenemos que cargar el bote a través del bosque
En el camino, los yaguas nos han ido contando que, antes, por estas aguas se pescaba de manera irresponsable. Uno de los métodos más socorridos era tirar hacia el fondo del río, o de una cocha, una botella de plástico llena de huecos con piedras, y a la vez llena de gasolina. Iba descendiendo lentamente, atontaba a los peces y mataba hasta a los alevinos. Otra era usar el barbasco (Lonchocarpus utilis), una planta leguminosa que tiene una sustancia tóxica llamada rotenona, mortal para los peces y otras especies.
Hoy estamos pescando con anzuelo en esta pequeña cocha. El equipo para capturar peces es simple: una barandilla hecha de madera del bosque, un pedazo de sedal de grosor mediano y un anzuelo. De carnada usan pequeños trozos de mojarras o sardinas (Triportheus angulatus), bajo la habitual premisa de que el pez grande se come al chico.
No hace falta tirar la línea muy lejos para que comience la fiesta; basta con jugar con ella como si uno hiciera círculos en el agua. Pronto, un furioso tirón que arquea la barandilla lo dice todo. Algo, al parecer muy grande, ha caído rendido ante el pedazo de sardina, y lucha frenéticamente desde el fondo. Alvear, uno de los maestros de la pesca, me aconseja. “Dale juego, dale juego”, dice, mientras extrae un enorme tucunaré.
Nuestro ritual de pesca milagrosa no termina aquí. Vamos sacando pacos, bujurquis, fasacos, shuyos, y más tucunarés. Lo extraído es suficiente. Uno de los yaguas devuelve un tucunaré pequeño a la cocha: “No nos hace falta, es muy pequeño”. Cuando se mira las cifras de cuotas acordadas como parte del Programa de Manejo Pesquero, la sentencia cobra mayor sentido. La cuota anual de tucunarés, para fines de comercialización, es de 234 kilos al año, la de boquichico de 363 kilos. Lo de consumo en Yanayacu no entra en estas cifras.
Cuando el sol ya comienza a rajarnos las cabezas, emprendemos el retorno. En el camino, uno de los yaguas que nos acompaña describe los nombres tradicionales de los peces en su lengua. Al paiche lo llaman “samú”, al fasaco “murin”, a la gamitana “tamuquishi”. Al anzuelo y al cordel “toya ju”. La pesca ha sido redonda.
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Vigilar y proteger
Según reporta el IBC en el libro Gobernanza colaborativa en la pesca, en Yanayacu el consumo per cápita de pescado, al día, es de 429.8 gramos, y al año de 157 kilos. Constituye el 87 % de las proteínas consumidas, algo francamente inusitado si se compara con otros pueblos amazónicos y hasta con la propia Lima, donde se consume pocas veces por semana. Acá es el pan de cada día, la proteína que alimenta la vida.
Alcides Gemán Ruiz, un hombre de 40 años fornido como casi todos y que coordina el Comité de Vigilancia Comunal (COVIPA), cuenta que llegar a esta forma de vida no ha sido fácil. “Anteriormente —recuerda— sufríamos los atropellos de las personas foráneas, que penetraron mucho en nuestra zona. Pero luego comenzamos a organizarnos para defender nuestros lagos y ríos, y con eso mantener a nuestros hijos y sacarlos adelante”.
En más de una oportunidad, enfrentaron momentos tensos, como cuando en agosto del 2012 un peque-peque de la vecina comunidad de Apayacu entró por el río con las intenciones de pescar en las aguas del Yanayacu. Lo intervinieron, se produjo un intercambio de palabras, pero al final, como explica Alcides, “regresaron ese mismo día a su casa y ya no han vuelto más”. Todo se hizo con calma, asegura.
Recientemente, en noviembre de 2018, encontraron un bote que venía de la comunidad de Orán, ubicada como Yanayacu en el distrito de Las Amazonas. Era grande, llevaba una caja con hielo y ya tenía peces capturados. Trató de esconderse en una quebrada, pero al final fue ubicada por los acuciosos vigilantes de Yanayacu. “El pescado lo incautamos —explica Germán— y lo donamos a nuestro comedor popular”.
“Los primeros en avisar suelen ser los que viven cerca de la orilla”, apunta Germán, que a la vez recuerda que en unas tres ocasiones han entrado botes de empresas turísticas para hacer que sus clientes practiquen la pesca deportiva. Siempre tiene que ser con autorización de Yanayacu. Casi nada, bajo el agua o en la tierra (tienen una concesión forestal), ocurre sin que lo aprueben.
Las mujeres también participan en la cotidiana dinámica pesquera. Rubí Cahuachi Ruiz es una de ellas. Tiene 42 años, seis hijos y sabe pescar con malla y con anzuelo. Le gusta hacerlo sobre todo en tiempo de tahuampa, cuando el agua se mete al bosque y es más fácil capturar boquichicos o tucunarés. “Luego —relata— me voy a Iquitos a venderlos, en el mismo puerto”. Rubí Cahuachi también forma parte, junto a dos mujeres más, del Comité de Vigilancia Comunal.
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La noche mágica
Una noche los seguimos al Paco Cocha para ser testigos del censo de arawanas (Osteoglossum bicirrhosum), unos peces que se capturan más para fines ornamentales que culinarios. Son de color plateado, tienen una aleta dorsal larga y cuentan con dos apéndices en la boca que parecen antenas. Son saltarinas, al punto que ahora, en medio de esta noche bañada medianamente por la luna —y que nosotros alumbramos empeñosos con una linterna—, hemos visto brincar a más de una por entre las aguas mansas de la cocha.
En la suave penumbra saltan otros pececillos. Uno de ellos, de la especie yaraquí (Semaprochilodus insignis), ha emergido como un resorte desde un tronco sumergido y le ha caído en la cara a Natalia, la fotógrafa, como exigiéndole que no lo retrate. Entretanto Miguel Púa, un yagua que nos acompaña en la canoa, ha hecho honor a su apellido ensartando con una flecha varios ejemplares de tucunaré, fasaco y shuyo.
Hemos contado 108 arawanas a ojo limpio y comprobado que, al fin, Yanayacu va encontrando su ruta hacia una vida más sostenible. Lo sabe ese paiche que, hace unas horas, mostró su cola con orgullo.
*Imagen principal: el tucunaré es una de las especies más apreciadas en la Amazonía, por su deliciosa carne. En otras cuencas amazónicas es escaso. Aquí, abunda. Foto: Natalia Tamariz.
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