- En 2011 un programa de corrales electrificados empezó a demostrar que era posible la convivencia entre el yaguareté (jaguar) y la actividad ganadera ya instalada en la selva de Misiones en Argentina.
- Históricamente, la caza como represalia por predaciones en propiedades ganaderas, era una de las principales amenazas para el mayor felino de América.
- Tras la instalación del programa, disminuyeron las predaciones y aumentó significativamente el tiempo de persistencia del jaguar en la zona.
En julio de 2011, dos jaulas camufladas en el Parque Provincial Salto Encantado del Valle del Arroyo Cuña Pirú, en la provincia argentina de Misiones, aún aguardaban por un jaguar o yaguareté (Panthera onca). Al ejemplar, que había atacado dos campos de ganado vecinos, lo conocían por los registros de las cámaras trampa, además de las huellas detectadas y los rastros de ataques en campos ganaderos. Productores, guardaparques y autoridades del Ministerio de Ecología y Recursos Naturales Renovables entendieron que capturarlo y reubicarlo era una medida que, al menos temporalmente, evitaría que el animal devorara los vacunos.
El destino de este ejemplar apuntaba a ser similar al de La Sureña. Una hembra que, tras predar ganado en la zona, fue capturada y relocalizada en el Parque Provincial Esmeralda. Pero ya habían pasado cuatro meses desde el último ataque y el animal no aparecía.
Entre ganaderos, vecinos y guardaparques circulaba la versión de que había sido abatido. No sonaba inusual. Era una zona de conflictos históricos. Después de cada predación, como represalia por la pérdida económica causada, los ganaderos cargaban contra el felino. Pese a que la reglamentación sanciona la caza, estas acciones se repetían clandestinamente. Una vez muerto el animal, su cuerpo era enterrado para esconder rastros y evitar penas por la comercialización de su piel. Ese fue el escenario que encontró la Red Yaguareté al recoger los primeros testimonios locales.
“Había que cortar el ciclo ‘yaguareté mata ganado, ganadero mata yaguareté’”, dice Nicolás Lodeiro, director fundador de la Red Yaguareté. “Otras veces, en caso el ganadero no lo quería matar, presentaba la denuncia ante el guardaparque y se capturaba al ejemplar para encerrarlo de por vida”, agrega. De hecho, Lodeiro asegura que en décadas pasadas Misiones llegó a tener ocho yaguaretés cautivos, algunos de los cuales vivieron encerrados por 20 años. “El año pasado murió el último. Hoy estamos tomando conciencia de lo que significaba. Una cosa tristísima”, dice.
Ese conflicto entre ganaderos y yaguaretés constituía uno de los principales peligros para esta especie considerada Casi Amenazada por la Unión Internacional para la Conservación de la Naturaleza (UICN).
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Una oportunidad de cambiar
Según registros de Greenpeace, se estima que aproximadamente 250 ejemplares viven en Argentina. La acelerada disminución en el número de individuos llevó a que en 2004, la Secretaria de Ambiente de la Nación Argentina lo declare “En Peligro de extinción”. La selva misionera, la selva de Yungas — que abarca las provincias de Salta, Jujuy y Tucumán — y el norte de la región chaqueña son los últimos refugios del gran felino en el país.
El Parque Provincial Salto Encantado junto con la ex Reserva de la Universidad Nacional de La Plata y el predio La Seguín constituyen un área de selva nativa superior a las 30 mil hectáreas y es el lugar más austral de la provincia de Misiones con presencia de yaguaretés.
Pero hasta la primera mitad del siglo pasado, el área por donde se desplazaba este animal era mayor. Fue en esa época cuando en las fronteras oeste y norte del Parque, los potreros ganaderos fueron ganándole terreno a la selva nativa a tal punto que actualmente la actividad ganadera es uno de los principales motores económicos de la zona. En estos campos, un productor puede llegar a tener más de 2000 cabezas de ganado.
Gonzalo Gnatiuk, coordinador del Programa Convivencia Yaguareté y Personas de la Red Yaguareté, considera que dada la proximidad de los potreros con el área protegida, lo lógico sería que existiesen redes de convivencia o mecanismos de control para evitar conflictos causados por la depredación que la fauna nativa pudiera hacer sobre el ganado. Sin embargo, hasta julio de 2011 muy poco se había hecho en esa orientación.
Fue ese año cuando algunos productores, cansados de los ataques que venía realizando un jaguar sobre su ganado, convocaron a la fundación Red Yaguareté buscando una solución razonable al problema.
Los productores guardaban carpetas con actas de más de diez reuniones realizadas con representantes del Ministerio de Ecología y Recursos Naturales Renovables de Misiones que no derivaban en acciones efectivas, cuenta Lodeiro. La última medida que se había gestionado era la captura del animal y su posterior traslado a otra zona. Pero ese mecanismo estaba muy lejos de establecer una convivencia armónica, ya que el terreno tarde o temprano sería ocupado por otro yaguareté, asegura el director de la fundación.
Por eso, cuando la Red llegó a la zona, el propósito fue apaciguar las tensiones logrando una fórmula que asegurara la conservación de los yaguaretés, evitando que más animales fueran eliminados, sin dejar de contemplar la actividad económica.
Inspirados en algunas experiencias de Venezuela y Brasil, donde se habían instalado cercos eléctricos para disuadir a felinos de ataques a cerdos, los miembros de la fundación decidieron apostar por esa propuesta en la selva misionera. La bibliografía y antecedentes eran escasos. No había muchos indicadores de éxito y además los casos en los que este método había sido empleado eran espacios reducidos. Cercar corrales de ganado vacuno suponía una mayor logística. Aun así, la necesidad empujaba a arriesgarse.
“Sabíamos que podría funcionar, pero había que llevarlo a mayor escala. Para asegurarnos sobredimensionamos todos los parámetros: la cantidad de hilos, cantidad de voltaje. Lo fuimos construyendo a prueba y error”, cuenta Gnatiuk, quien puso sus conocimientos de electrónica a disposición de esta campaña. Su afinidad fue inmediata como vecino de Oberá, una ciudad ubicada a 30 km del Parque.
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La medida justa para ahuyentar
La iniciativa obtuvo dos financiamientos del Programa Pequeñas Donaciones (PPD) del Fondo para el Medio Ambiente Mundial (FMAM). Patricio Sutton, quien es director ejecutivo de la Red de Comunidades Rurales, organización nombrada para monitorear los proyectos seleccionados, asegura que “reducir los riesgos contra el yaguareté era necesario porque hablamos de un número reducido de ejemplares a nivel país. Que uno muera es un impacto enorme”, dice.
El diseño actual del cerco, de 1,40 metros de alto, cuenta con seis hilos de alambre galvanizado. Los cuatro primeros hilos [de abajo hacia arriba] están separados entre sí por 20 cm y los dos últimos por 30 cm. A partir de las las primeras experiencias registradas, los miembros de la Red llegaron a la conclusión de que no era necesario electrificar todos, sino que bastaba con poner corriente entre el segundo y el cuarto hilo. “La lógica del felino es intentar pasar por abajo. No hay forma que un yaguareté pase por ahí sin tocar con la frente, la pera [mentón] o la espalda y le dé un sacudón”, dice Lodeiro.
Para los primeros trabajos se usaron voltajes altos —superiores a 6000 voltios—, pero en el camino disminuyeron la intensidad obteniendo el mismo resultado: que el impacto ahuyente al yaguareté. Actualmente, las medidas fluctúan entre los 3000 y los 8000 voltios. Si bien parecen niveles significativos, Gnatiuk explica que la descarga, al no ser continua, no tiene consecuencias graves en la integridad del animal. Tampoco para los trabajadores del campo ni las comunidades guaraníes vecinas que transitan la zona.
A modo anecdótico, como para disipar cualquier duda, Gnatiuk refiere que todos los miembros de la Red que participan en el armado de los cercos en algún momento sufrieron “los patadones”. Una especie de rito que él, en su función de coordinador, asume con mayor responsabilidad. “A los pocos días de terminar una instalación voy a recibir la descarga para ver cómo sigue trabajando. La pruebo porque debo certificar que la ‘patada’ funciona”.
El sistema es alimentado por un panel solar que puede electrificar, por micropulsos intermitentes, hasta 120 km de alambre. El radio de acción puede cubrir hasta 900 hectáreas.
Con el tiempo, los miembros de la Red establecieron los criterios para que el sistema funcione lo mejor posible. Por ejemplo, “se prioriza que en la zona electrificada se coloquen a los ejemplares más vulnerables: los terneros y las hembras por parir”, refiere Lodeiro. Pero la instalación de cada corral es una negociación particular con cada productor interesado.
Darle forma final al sistema tomó un año. En 2013 se implementó el primer corral en la propiedad del ganadero Héctor Brendler. Al día de hoy, son cuatro los productores que forman parte del programa con un total de 22 kilómetros de cercos electrificados. Sin embargo, Lodeiro asegura que cada vez se acercan más ganaderos a conocer del proyecto. El interés es creciente ante los llamativos resultados: en los últimos seis años, en los campos electrificados no se ha registrado ni un solo ataque de yaguareté.
El éxito del programa ha logrado incluso que en la zona los productores se refieran en términos diferentes a la relación con el yaguareté. Ahora prefieren hablar de convivencia en lugar de conflicto. Brendler recibió en enero pasado una certificación de la Red tras seis años sin predaciones en sus campos. En un video que registra la experiencia, el ganadero comenta risueño y satisfecho que “una vez que las vacas han estado dentro del cerco, nunca hubo un problema. Incluso, el yaguareté estaba al borde, pero como ya sabía, prefería caminar 6 km hasta el otro vecino, que no tenía corral electrificado”.
La diferencia entre el terreno de Héctor Brendler y los campos de aquellos productores que no están adheridos al programa son evidentes. Entre febrero de 2014 y diciembre 2019 en estos últimos se registraron 21 predaciones por yaguareté.
Los miembros de la Red confían en que cada vez más ganaderos decidirán cercar su ganado. La instalación no demanda conocimientos técnicos avanzados y esa baja complejidad se traduce en un precio asequible. “Hacemos un costo valorizado en terneros, que es una medida mucho más próxima que no asusta al ganadero. Calculamos que un campo mediano [4 mil metros de alambre] tiene un costo promedio de dos terneros de 300kg”, explica Lodeiro. La cifra es favorable si se considera que en una propiedad es habitual perder el 10 % de terneros anualmente por fallas en el manejo lo que se asume como un costo de producción. Solo en 2017, una de las propiedades perdió 17 crías por separaciones involuntarias de la madre y por ahogamiento en cursos de agua.
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Imágenes de vida silvestre
Si bien los cercos han disminuido los conflictos entre ganaderos y yaguaretés, Gnatiuk asegura que para corroborar la efectividad del sistema es necesario asegurarse de que los animales están presentes a través de registros de cámaras trampa. Estas imágenes ayudan a conocer mejor los desplazamientos y la cantidad de individuos en el terreno, señala el experto.
Cada dos semanas, Marcos Brítez sale a las 5:30 a.m. de la ciudad de Oberá rumbo al Parque Salto Encantado. Le toma dos horas recorrer los 34 km que separan su casa del área donde se lleva a cabo el Programa Convivencia Yaguareté y Personas. Brítez forma parte de la Red desde hace cuatro años y es uno de los encargados de mantener el estado de los postes, de los hilos y de revisar los registros de las tres cámaras trampas instaladas en el Parque Provincial.
Según Brítez, lo primero que hace es visualizar el material registrado durante los días que no estuvieron los miembros de la Red en la zonas. “Descargamos las imágenes, formateamos las memorias o volvemos a instalarlas. Se debe limpiar con minuciosidad los artefactos para que los sensores de la cámara estén limpios”, dice el joven formado como guardaparques.
Gracias a las imágenes, los habitantes de Oberá y de las cercanías del parque conocen a Mombyry, Temiandú, Poguapy y Amboty, nombres guaraníes con los que los miembros de la Red bautizaron a cuatro yaguaretés machos identificados desde el 2013. Desde entonces, son 74 los registros de yaguareté que han sido recolectados a través de cámaras trampa.
El primero en aparecer fue Mombyry, que en en idioma guaraní quiere decir ‘lejos’. Su seguimiento demostró que la persistencia de la especie en la zona era mayor a la prevista. Mombyry fue registrado 44 veces entre fines de 2013 y agosto de 2017, cuando las cámaras lo capturaron por última vez. Los cuatros años de vistas permanentes supusieron un salto significativo respecto a la permanencia de sus antecesores. Por citar dos casos, La Sureña y el ejemplar mencionado al principio del artículo, no llegaron al año de presencia en el lugar. Ante la disminución de las represalias por predaciones, el ejemplar podía permanecer mayor tiempo en la zona.
Mombyry no fue un yaguareté más. En esos cuatro años predó sobre vacas en diversas propiedades y por ello estaba en la mira de los cazadores. Pero ya había ganado notoriedad en las redes sociales y medios locales. Lodeiro recuerda que “nos escribían en las redes vecinos del lugar para alertarnos de una posible cacería con Mombyry”.
Al poco tiempo, la Secretaría de Turismo de Aristóbulo del Valle, una ciudad próxima al Parque Provincial, incorporó en su logo al yaguareté lo que, según Brítez, tuvo una significación importante. “Este tipo de gestos empezaron a verse tras el trabajo de la Red. Va cambiando la visión del yaguareté como un predador que genera miedo. Se empieza a valorar la conservación en su hábitat natural. Se rompen mitos, el cambio es generacional”, asegura.
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Atravesando la pandemia
Las medidas de aislamiento obligatorio dictadas por el gobierno argentino el 20 de marzo debido a la pandemia del COVID-19, complicaron la continuidad del programa durante marzo y abril. Ante la imposibilidad de trasladarse a la zona, el equipo buscó la forma de estar al tanto de la situación. “Mantuvimos contacto fluido con los guardaparques y ganaderos. Ellos hacían patrullajes para verificar los campos”, refiere Gonzalo Gnatiuk.
En mayo la cuarentena se flexibilizó en Misiones. Eso permitió retomar el flujo del mantenimiento del tendido eléctrico y monitoreo. “En este último mes se hizo una extensión de 2300 metros de alambrado. Lo curioso es que la época de cuarentena dejó más registros de cazadores que antes. También al revisar las cámaras, volvimos a tener registros de Amboty”, menciona Lodeiro.
Sin embargo, todavía figuran algunos pendientes. Debido a la imposibilidad de reuniones colectivas, se tiene postergada una nueva certificación a otro productor. La Red está a la espera de que se den las condiciones para realizar el acto simbólico. Más allá del carácter celebratorio, el reconocimiento es la confirmación de la continua efectividad del programa.
Sutton, el director de la Red de Comunidades Rurales, considera que la experiencia puede ser reproducida. “La coordinación de la región latinoamericana para el Fondo para el Medio Ambiente Mundial valora mucho este proyecto. Ve interesante la posibilidad que pueda replicarse, que no quede como algo que se hace en un solo lugar”.
Mientras tanto, los voluntarios de la Red empujan medidas económicas que contribuyan a fortalecer el programa de convivencia. Si bien no se han registrado predaciones, consideran que deben estar preparados si aparece alguna. En ese sentido, ponen el foco en una compensación para los productores que sufran predación.
Prohibir la instalación de nuevos potreros en zonas con presencia de grandes felinos es una exhortación del movimiento conservacionista. También es una necesidad de todos proteger al yaguareté, una ‘especie paraguas’. Preservándola se protege indirectamente al resto de fauna y flora. Su presencia es sinónimo de vida.
*Imagen principal: un estudio reciente realizado por WWF en Perú, Colombia y Ecuador propuso la creación de un megapaisaje en estos países como corredor transfronterizo del jaguar. En este espacio habría un promedio de 2.000 felinos de esta especie. Foto: Diego Pérez / WWF Perú.
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